(A) 3-Pasos certeros
Maggie estaba inquieta. ¡¿Cómo podía habérsele escapado una oportunidad tan buena?!
No es que hubiera podido hacer mucho en vista de la carrera de Aaron. El chico había desaparecido después de una tonta confesión. Maggie no podía comprenderlo. Él se le había insinuado a Lucinda Miller, le había evidenciado sus deseos descaradamente. ¿Por qué en cambio, se había puesto tan nervioso con ella? ¿Sería su vestido de dormir?
O tal vez el estatus. Puede que Aaron sí fuera clasista después de todo. Maggie no juzgaría eso, el heredero había crecido en la cúspide de la fama y el dinero. Era propio que su mente estuviera condicionada por ciertas ideas. No obstante, ¿sería suficiente para explicar su comportamiento tan infantil? Con Lucinda parecía todo un hombrecito, y con ella...
«Le gusto mucho más, es eso.»
Maggie se agarró a esta deducción. Los hombres tenían sus fetiches y prototipos, de seguro su apariencia la convertía en el de Aaron Kane. Pero a pesar del razonamiento, no se quedó más tranquila. ¿Cómo se encontrarían nuevamente? No quedaba ningún pago pendiente y ella no volvería a Mansión Fortress. Por más, era asquerosamente pobre, jamás se toparía con Aaron en las fiestas y desfiles a los que él asistiera. Su caso era imposible.
Debía pensar. Tejer un plan. Debía volver a ver a Aaron Kane o conformarse con las migajas de sus "amigos" para pagar las deudas hasta que consiguiera un nuevo trabajo.
^*^
Cinco días transcurrieron desde la aparición del multimillonario legalmente pillable que sacaría a Maggie de su miseria. Cinco días que ella esperó, rogó a quien quisiera oírla y perjurió hasta más no poder. Cinco días que le fueron suficientes para idear la locura de demandar a los Kane.
Eso serviría. Después de todo no podía volver a presentarse en la Fortaleza. ¡Ah! Pero con una demanda cambiaría la cosa. Por supuesto que sabía que no iba a ganar. Lo más probable era que el caso no ascendiera a los medios porque los Kane no lo permitirían. Alguien tan insignificante como ella no debía tener la potestad ni de armar un alboroto. Pero llevaba razón en su demanda, después de todo, acusando an Arthur Kane de malos tratos y despido injustificado. En el estado de California eso tenía consecuencias, y Maggie perfectamente podía presentar su caso y recibir una indemnización por las semanas laborales estipuladas antes que terminara su contrato, el pago de una indemnización adicional por daños punitivos, la reinstalación en su puesto de trabajo o la colocación en un puesto equivalente, y el pago de los gastos que exigiera la demanda así como los honorarios del abogado que ella contratara. Legalmente podía hacerlo. Y de hecho lo haría.
Su plan podía desviarse en varias direcciones y todas la beneficiaban: le darían dinero para que estuviera callada y desapareciera por siempre de sus vidas, la reincorporarían en algún puesto de trabajo similar hasta que terminara el contrato (lo que era poco probable), y se encontraría con Aaron Kane al visitar Mansión Fortress. Lo que también era poco probable pero ella quería presionar las probabilidades y ver si al menos una última vez, la favorecían.
Preparó los papeles y los juntó en una carpeta.
—Isabella no toques esto —le advirtió a su hija que estaba sentada a la mesa dibujando.
—Vale —respondió ella sin levantar la mirada de su dibujo—. ¿Te gusta mi castillo?
—Sí, muy lindo. Ahora escúchame. —Puso una de sus manos sobre la hoja de la niña para captar su atención—. Mamá va a cambiarse porque tiene que salir. Debes quedarte tranquila en casa, como todas las veces anteriores, y no abrirle la puerta a nadie, ¿de acuerdo?
—De acuerdo mami.
Maggie asintió conforme con la respuesta y fue a la habitación a cambiarse. Debía escoger algo elegante pero que llamara la atención. Existía la posibilidad de encontrarse con Aaron en la mansión, y por todos los billetes que su familia guardaba en el banco, debía fijarse en ella y recordar todas las sensaciones que le suscitaba. Finalmente se decantó por un vestido azul celeste que entallaba su figura. Se maquilló con cuidado y se dejó suelto el ondulado cabello.
«Valdrá la pena.» se animó frente al espejo.
Justo en ese momento tocaron la puerta, y Maggie acudió irritada porque de seguro era Edmundo a estorbar. ¡No tenía tiempo para él! Y lo más seguro, es que no lo tuviera nunca de ahí en adelante, porque su plan funcionaría y le daría o un heredero millonario o una indemnización jugosa. Adiós a Edmundo y todos los desagradables que había tenido que soportar. Sin embargo cuando abrió, sus estratagemas le reventaron en la cara. Fue tal su impacto que no pudo evitar abrir la boca.
—¡Señor Kane!
Aaron estaba en su puerta de nuevo. Y traía una caja envuelta en papel de regalo. Aaron estaba allí, de carne y hueso, vistiendo una playera de los Lakers y una gorra que no ocultaba lo abundante de su cabello. Aaron estaba de pie, mirándola con intensidad.
—¿Señor Kane? —probó Maggie para espabilarlo.
—B-Buenas tardes Maggie...
—Buenas tardes. —Maggie sonrió del modo más encantador que pudo y clavó los ojos en la gran caja de regalo.
—¿Está Isabella? —preguntó el muchacho y Maggie le respondió invitándolo a pasar.
Cuando su hija vio al que entraba los ojos se le iluminaron.
—Hola Isabella.
—Hola príncipe Aaron —saludó y acto seguido arrugó el ceño—. Hoy no traes tus ropas reales.
—No —aceptó él con una sonrisa hermosa que mostró sus hoyuelos. Después se sacó la gorra y se alisó el cabello revuelto con una mano—. Hoy parezco más un americano normal, ¿cierto?
—Me gustan también tus otras ropas.
—Es bueno cambiar. Mira, te traje algo.
Aaron le ofreció el paquete y la niña soltó los crayones para sujetarlo. Chilló emocionada sin importarle que la caja fuera de su tamaño para cargarla. Aaron la ayudó a sacar la envoltura y rió con ganas cuando la niña descubrió que se trataba de un castillo de juguete. Le dio la noticia que había otro regalo mientras ella se abrazaba a su cintura, y quiso capturar en una foto el estado de frenesí que abarcó a la pequeña al ver el disfraz azul de Elsa.
—Muchas gracias —dijo Maggie cuando él terminó de armarle el castillo a la nena y se desplomó en el mueble más cercano—. Sé que las palabras no bastan para agradecer lo que ha hecho, señor Kane.
Y ahora Maggie lanzó la mirada mas intencionada de los Estados Unidos. Las palabras no alcanzaban, pero eso no era problema para ella. Y tampoco para él, que parecía un volcán a punto de entrar en erupción.
Pero Aaron no respondió nada. Estaba anonadado, perdido en sus pensamientos.
—¿Señor Kane?
—¿Qué te dije de llamarme «señor Kane»? —habló por fin para gusto de Maggie.
—Lo siento Aaron, es que no me acostumbro —contestó ella sin perder la picardía en su voz.
—Ver la alegría de Isabella es pago más que suficiente para mí.
Maggie perdió la sonrisa por unos segundos. ¿Realmente acababa de escuchar aquello? No podía ser posible. A los dieciocho años los chicos son un baile de hormonas, ¿qué le pasaba a Aaron? ¿Aún estaría conmocionado por el rechazo de Lucinda?
Maggie decidió apostar por esa hipótesis y estaba en lo cierto. Porque la verdad era que Aaron no había tolerado bien el rechazo de la empresaria, y había pasado días repudiándose así mismo. Para el menor de los Kane muchas cosas eran diferentes al resto de sus parientes. A él le costaba más llegar a hacer algo simplemente porque no disponía del deseo de donar parte de su voluntad guerrera a la gran mayoría de tareas. No es que no pudiese, es que no quería. Pero cuando quería, se iba al extremo. O lo hacía mejor que todos, o lo hacía en grandes cantidades para no tener que volver a preocuparse por eso. Y con Lucinda Miller no había sido diferente.
Había pensado en confesarse a solas con ella hasta que tuvo la oportunidad. Recibir la negativa del modo en que la había recibido no solo fue un golpe para su orgullo, sino para su voluntad. Podía ser fuerte, podía ser rebelde, podía ser un lobo, pero si el resultado era abochornante y ácido ¿de qué había valido su esfuerzo? En esos casos terminaba hundido, como después de hablar con Lucinda. La manera en que Aaron se "hundía" conllevaba ansiedad, ira, disgusto por el mundo y depresión extendida.
Ahora con Maggie él no se estaba esforzando. Solo dejaba fluir la situación a donde lo llevase. Se estaba dejando llevar por todo lo que sentía y eso eran sensaciones muy fuertes. Más que con Lucinda, más que con cualquier mujer madura con la que antes había tenido alguna especie de relación. Maggie Smith le gustaba muchísimo y estaba seguro de dar ese paso "más allá" con ella. Pero no apresuraría las cosas.
—No pensé que volvería a verte —le dijo Maggie apretando los labios, gesto que desestabilizó al muchacho—. Y menos con tan costosos regalos.
—Bueno andaba de casualidad por el Mall y vi la tienda de Disney... —Aaron se aclaró la garganta en un intento de sonar más firme—. Y tú, ¿ibas de salida?
Lo primero que le vino a la mente a Maggie fueron los papeles de la demanda que seguían sobre la mesa, a un metro de distancia de Aaron Kane. Por razones obvias, él no podía enterarse de la presunta demanda. Así que Maggie calibró si dejar pasar ese plan B y seguir con el A de seducir al chico.
—A una entrevista de trabajo —decidió responder.
—Entonces no has conseguido nada aún.
—No. —Bajó la cabeza victimizándose—. Intentaría esta tarde.
Eso no era una mentira, y la casi insensible conciencia de Maggie se alegró por el hecho. Hacía mucho tiempo que la mujer había silenciado su conciencia para poder salir adelante en la vida de las formas más rápidas que se le presentaban. Y con Aaron no había tenido un debate fuerte con ella. Después de todo, le estaba haciendo un favor. Él tenía sentimientos por ella, ya fueran basados en su físico o por sus propios fetiches o por los trastornos emocionales con los que había crecido. Daba igual. Él deseaba a Maggie y Maggie deseaba sus millones. Un trato justo.
Además que Aaron Kane era un bombón, ¿quién tendría la voluntad de no aprovecharlo cuando se daba a sí mismo en oferta?
—Quería llevar a la niña a tomar un helado —soltó él de repente—, ¿podrías acompañarnos?
Y obviamente Maggie aceptó. Isabella formó otra algarabía cuando se enteró y Aaron bajó con ella mientras Maggie cerraba la casa. Antes de bajar la mujer se aseguró de retocarse el perfume en los lugares correspondientes. Cuando salió a la calle, la visión del Bugatti en medio de la pobreza le propició incomodidad. ¡Cuánto odiaba vivir en un lugar tan horrible! Ella estaba hecha para ver el Bugatti en una mansión, pasear en ese auto por las calles de Beverly Hills. ¿Acaso no se lo merecían todas las mujeres?
«Pronto Maggie, pronto.»
Con dichos pensamientos se dispuso abrir la puerta trasera del carro, donde su hija la esperaba. Pero al instante Aaron Kane abrió la puerta de su derecha y le pidió con los ojos que se sentara a su lado. Maggie sonrió coqueta con el gesto, agradeciendo en su interior que finalmente Aaron estuviese sacando el carácter por el que era famoso su apellido.
—Perdón la demora —dijo Maggie ocupando el asiento.
Él no respondió, sino que se limitó a sacar unas gafas que guardaba en un panel y encendió el motor. Durante el viaje apenas si Maggie tuvo interacciones de índole personal con el muchacho, porque su parlanchina hija no paró de distraer al conductor, aún cuando su madre la regañó varias veces por ello. Maggie decidió no pensar demasiado en el afecto que estaba creciendo en Isabella por Aaron. Podía ser algo bueno si ella lograba su plan, pero si no...
Al llegar a la heladería, Aaron se portó como todo un caballero. Compró lo más caro del menú, los dulces extras que pidió Isa, y pagó en efectivo con billetes grandes dejando una propina más que generosa. Resultaba extremadamente atractivo para Maggie ver esta seguridad y hombría, y podía olvidar por instantes que el heredero tenía dieciocho años. También resultó un alivio que las pocas personas de la estancia fuesen adultos mayores o viejecitos con nietos pequeños que de seguro no sabían usar mucho el internet como para reconocer a una figura tan importante como el segundo hijo de Alioth. Y siendo justa, Maggie estaba al tanto que a diferencia de sus primos, más allegados al público y las cámaras, Aaron rara vez se dejaba fotografiar o concedía entrevistas. Odiaba todos los aspectos mediáticos de los Kane y tenía en su Instagram las mismas trece publicaciones desde hacía años; cuando actualizaba su historia, era para mostrar la película que estaba viendo o el videojuego de turno, además de otras tonterías que no incluían su cara completa.
Aún así, medio mundo conocía a Aaron Kane. Pero en algunos barrios, como ese por ejemplo, con ciertas personas alejadas de noticias que no fueran política o el clima, Aaron podía darse el lujo de pasar desapercibido. O quizás algunos sí lo habían notado, pero no habían tenido las agallas suficiente, o el interés, para acercarse.
Luego de eso Aaron las llevó a un restaurante lujoso. Cuando propuso la idea a primera instancia, Maggie no había podido negarse. Comer en un lugar elegante con un heredero multimillonario que estaba loquito por ella, ¿quién se hubiera resistido? Y confirmó que ella había nacido para la grandeza al pisar el local, privado, rodeado de personas importantes. Los encargados reconocieron al joven Kane al instante y le ofertaron una mesa en la estancia VIP. Nadie tomó fotos y el heredero confió en la discreción de los que lo habían visto con una mujer adulta y una niña que evidentemente no pertenecían a la alta sociedad.
Maggie más que adulada se sentía sobre las nubes, tocando el cielo. Hubiese sido perfecto si Isabella se hubiese quedado en casa para esa hora, porque ella necesitaba tiempo a solas con Aaron Kane. Pero la niña se la pasó hablando toda la cena, captando la atención del «príncipe» y dejando a su madre muy al margen de casi todas las conversaciones.
Cuando terminó la cena, Maggie estaba satisfecha, Aaron relajado e Isabella media dormida. El muchacho tuvo que cargar a esta última hasta el auto y dejarla acostada en el asiento trasero. La madre ocupó su lugar al lado de Aaron y finalmente, tuvieron su tiempo a solas mientras él manejaba devuelta al apartamento. La conversación fue fluida, el vino había hecho su trabajo y Aaron se sentía con más confianza. Maggie lo hizo reír, y rió ella también con gracia para hacerlo sentir cómodo. La verdad era que muchos de los temas que Aaron tocaba le eran irrelevantes, como su videojuego favorito o las obligaciones de la academia Howlland, pero Maggie había decidido desde hacía mucho que soportaría las inquietudes de un chico recién salido de la adolescencia porque después de todo, los beneficios serían mayores.
—Gracias por enésima vez —dijo cuando la conversación cayó en un punto muerto y Aaron se quedó mirándola embobado. Estaba como poseído.
Llevaban un tiempo estacionados en la calle donde Maggie vivía e Isabella no se había despertado. Era tarde en la noche, y aunque la mujer le gustaba aprovechar el tiempo, por ese día se daba por satisfecha. La despedida que se diera entre ellos estaría cargada de esperanza, porque estaba segura que Aaron volvería a contactarla.
—Ha sido un placer, y perdón por arruinar tu entrevista de trabajo.
—Oh, eso. —Maggie sacudió la mano, recordando su plan para vengarse de Arthur. Aunque la demanda no llegara a ser presentada, ciertamente poseer al menor de los Kane sería una venganza mucho más placentera—. No era muy seguro que ganara el puesto después de todo —optó por responder—. Además, no me negaría a una invitación tuya Aaron.
Lo dijo con un tono que estremeció al chico. Él se quedó pensando un rato lo que diría a continuación, con sus ojos clavados en el timón del coche.
—Sonará mal lo que voy a decir, pero me alegra que no hayas conseguido el trabajo.
—¿Te alegras?
—Verás Maggie...
—¿Qué?
—Quiero que vuelvas a trabajar en Mansión Fortress.
Maggie gritó «¡Bingo!» en su interior.
No obstante debía mostrar duda.
—Pero el señor Arthur me echó.
—Arthur no es el único que tiene autoridad en casa, ¿sabes?
Maggie sintió un brinco en su vientre. ¡Ese era el Aaron Kane que le gustaba! Con carácter, con orgullo, justo como se había mostrado cuando Lucinda Miller lo había rechazado. Ojalá fuera así todo el tiempo... Hasta podía olvidar que tenía dieciocho años.
—Lo siento Aaron, no pretendía ofenderte. Es solo que tu hermano se mostró muy severo en aquella ocasión y temo que esta decisión tuya pueda ocasionarte problemas con él. —La mujer entonces bajó la mirada unos segundos, luego la alzó para escudriñar el rostro de Aaron. Se inclinó a él, lento, y acarició el brazo que tenía apoyado en la consola central que dividía ambos asientos—. Yo no quiero que tengas problemas por mi culpa.
El susurro tuvo el efecto deseado. Su receptor sintió que la sangre le bombeó más rápido a todas partes.
—Déjame eso a mí —alegó él tratando de escucharse sereno pero sin éxito, los nervios ganaban terreno—. Hazlo por ella —dirigió la atención a la niña que seguía rendida en el asiento trasero.
Oh, sí que Maggie lo haría, vaya si lo haría. Pero Aaron tenía que estar claro sobre sus razones, ya bastaba de rodeos:
—Bueno, en ese caso, haré lo que tú quieras... —volvió a susurrar y Aaron apretó los labios. Maggie sonrió con seguridad—. La verdad sí que nos hace falta el dinero.
—Maggie yo..
Él tragó saliva y la mujer intuyó que al fin vendría el ataque, todo apuntaba a ello: la lengua humedeciendo los tiernos labios, la respiración pesada, la intensa mirada masculina... Maggie continuaría lo que fuera que él iniciara, había estado esperando por eso. —Yo...
—¿Sí Aaron? —instó, notando lo tenso que se había puesto.
—¿Cuánto te pagaba mi hermano? —preguntó arruinando el momento y trayendo la irritación de Maggie.
¡Por qué había cambiado de tema!
—No sé qué tiene eso que ver... —contestó tratando de que su tono no fuera tan grave. No quería parecer molesta, ¡pero vaya que él lo había conseguido!
—¿Cuánto?
—Tres mil quinientos mensuales —respondió a lo seco.
—¿Esa basura?
—Me las arreglaba. —Maggie se encogió de hombros.
—Te pagaré el doble.
«Interesante» pensó ella y su molestia comenzó a disiparse. No obstante volver a Mansión Fortress por siete mil dólares mensuales no salía tan rentable comparado a mantener una relación con Aaron Kane.
—Pero... —quiso replicar.
—Te pagaré el doble con la condición que busques otro lugar para vivir —alegó el muchacho.
—¿Estás diciendo que me mude?
Maggie se sintió ofendida. Claro que quería irse de Skid Row, pero lo ideal fuera que él le pagara otro apartamento, no de que ella lo sacara del bolsillo de su salario. ¿Qué se pensaba el chiquillo? Ella iba a entregarse a él cumpliéndole un deseo, ¿eso era lo mejor que tenía para ofertar?
«Tiene dieciocho y ha vivido en cuna de oro toda su vida, no piensa en todos los desafíos de la gente común» razonó Maggie en su interior para no darle una cachetada allí mismo.
—No quiero que Isabella y tú vivan aquí —dijo él con firmeza mirando la carretera. Al menos una frase salida de su boca se escuchaba con firmeza.
—¿Por qué? Vivir aquí no afectará mi trabajo en la Mansión —ejerció presión Maggie, intentando sacar más beneficios.
—Si quieres el trabajo ese es el único requisito.
—No lo entiendo.
—No tienes que hacerlo. Te daré el fin de semana para que busques un apartamento en Santa Mónica.
—¡Santa Mónica! —Ahora sí que Maggie mostró su disgusto—. Están en dos mil o más al mes —soltó sin reparos evidenciando el principal problema.
—Entonces te triplicaré el salario —le aseguró el heredero—. Quiero que te mudes lo más pronto posible y cambies a tu hija del Jardín de Infantes de Skid Row. No quiero que tengan nada que ver con este barrio.
Maggie sacó su cálculo. Diez mil quinientos al mes más lo extra que le sacara an Aaron Kane, lo que incluiría ropa, viajes y cenas lujosas. Eso sí podía funcionar.
—De acuerdo —aceptó en voz alta.
—Cuando estén instaladas iré a revisar el lugar.
—Como tú quieras, Aaron —expresó volviendo a su tono encantador. Ciertamente la idea de Aaron visitando el nuevo apartamento era jugosa.
El chico tragó grueso, seguro de que si ella seguía susurrando su nombre de esa manera él estallaría dentro del auto... Pero no era el momento. No allí, con Isabella dormida detrás. Le gustaba mucho Maggie y quería que las cosas funcionaran. Ya había tomado decisiones serias para con ella volviendo a contratarla en la mansión y triplicándole el sueldo solo para tenerla cerca. Visitaría su apartamento, empezarían a salir de verdad y él daría el otro paso..., el gran paso. Tenía que hacer las cosas bien y tratarla con decencia aunque le costara aferrarse a su límite para no reventar.
—Que pases buenas noches —despidió en contra de su viril voluntad.
—Igualmente —devolvió ella atreviéndose a más al inclinarse y besarle con extrema lentitud la mejilla.
Aaron sintió que su volcán interno alcanzaba la máxima temperatura y entraba en erupción. Pero Maggie lo dejó allí y salió del auto para cargar a su hija y subir al apartamento. El joven se quedó admirándola en todo momento, confirmando lo mucho que le gustaba aquella mujer, su físico, su caminar, cada uno de sus gestos. Encendió el auto fastidiado por tener que alejarse de ella y obviando el caos que lo atormentaba por fuera y por dentro, manejó en dirección a la Fortaleza.
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