(A) 2-Plan Maestro
Era captar la atención. Del resto ella se encargaría.
Había un gran porcentaje de que no diera resultado, después de todo, ella estaba muy por debajo de Lucinda Miller.
No era empresaria inmobiliaria, no vestía ropas Louis Vuitton y no podía pagar un perfume Chanel. Pero físicamente, Maggie estaba muy consciente de sus atributos. Solo era cuestión que él también lo estuviera...
Si la veía.
Las prohibiciones de la señora encargada de su turno todavía estaban muy claras en la mente de Maggie como la luz del día en el que fueron pronunciadas:
«No puedes mirarles o estar cerca de ellos. No puedes pasar por delante de ellos. Si alguno viene caminando a tu encuentro, te desvías y sigues por otro lado. Eres invisible.»
«Y nunca, absolutamente nunca, les dirijas la palabra. Sobretodo al hijo primogénito, Arthur. Es una prohibición de la que depende tu permanencia en esta casa y de ser desobedecida... Bueno, ya te puedes imaginar.»
«Recuerda: no eres nadie. Eres menos que nada.»
Pues bien, Maggie estaba a punto de romper algunas reglas.
Eran cerca de las seis de la tarde y los tres Kane estaban sentados en la terraza principal, enfrente de la gran piscina. Alioth leía el New York Time, un hábito bastante particular pues el magnate odiaba leerlo digitalmente. Arthur estaba discutiendo un tema con su padre que lo tenía muy exaltado y Aaron... allí estaba Aaron, con los rayos del ocaso pintando su cabello con tonos anaranjados y un baño dorado en la piel que no hacía más que resaltar su inigualable belleza.
Maggie admiró desde lejos la belleza tan exquisita de Aaron, fresca como se espera de la juventud, lozana, casual, como si su poseedor no se diera cuenta de cuánta grandiosidad lo envolvía. La mirada concentrada en la pantalla del iPhone, la cabeza levemente inclinada hacia el respaldo alto del mueble, los labios fruncidos por lo que sea que estuviera viendo...
Exquisito. Joven. Apetecible.
Y lo mejor de todo: manipulable, millonario, y con gustos muy específicos que favorecían a Maggie.
«Es ahora o nunca» se dijo, autoanimándose por la locura que estaba a punto de cometer.
Mientras caminaba hacia ellos, pensó en todos los agujeros de su plan. Pero luego recordó cuando Aaron estaba mostrándole su interés a una mujer que casi le doblaba la edad. No era cuestión de gustarle un estatus, sino la edad, la madurez. O quizás Maggie estaba completamente equivocada y se estaba arriesgando a perder su puesto por una corazonada.
Pero es que Aaron Kane era diferente, lo sabía.
El cómo trataba a las empleadas, gentil; la manera en la que miraba a las socias de su padre, sin contención; su soledad permanente, ni siquiera amigos cercanos, ni siquiera una novia; la ausencia de la madre... Sí, Maggie había estudiado un poco como para deducir el cuadro clínico de Aaron, las señales eran claras. El plan tenía que salir bien.
Su idea inicial había sido acercarse al jardinero que estaba a pocos metros podando uno de los arbustos bajos que formaban parte de la decoración de la terraza. Le preguntaría cualquier trivialidad y aprovecharía para mirar an Aaron, buscar sus ojos... si de alguna manera él los quitaba del teléfono. Pero pasó cerca de Arthur en el momento que este escupía dentro de su taza de café y le requería a su padre sobre una nueva empleada que había sido contratada como ama de llaves. Maggie no pudo escuchar más al respecto pues siguió de largo para abordar al jardinero. Miró a Aaron Kane, haciendo presión visual, sin resultado. Después de prometerle al jardinero un vaso de jugo, regresó por donde había venido, volviendo a mirar al menor de los Kane.
«Mírame. Solo una vez...»
Y en ese momento, ojos grises se encontraron con los suyos. Pero no eran los de Aaron. Arthur le extendió la taza con el café que había sido escupido y Maggie se acercó rápidamente a recogerla.
—Llévatelo y tráeme otro.
Maggie le echó un rápido vistazo a Aaron, que seguía muy entretenido con el iPhone. Tal vez escuchar la voz femenina...
—Sí señor —se atrevió a decirle a Arthur violando la estipulación que conocía—, como usted or...
—¡Qué he dicho de responder innecesariamente! —regañó el joven con una rabia tan grande que a Maggie se le desencajó el rostro.
¡Por todos los cascarrabias del mundo! Cuánto carácter a esa edad... Arthur se había encabritado sobre el mueble, agarrando con tal fuerza los reposabrazos forrados con terciopelo que los nudillos le cambiaron de color.
—Lo siento señor yo no...
El Kane abrió los ojos incrédulo y ofendido.
—Estás despedida.
No.
No, no, no.
Esa frase no podía ser real ¿Cómo habían llegado a despedirla? La vieja tenía razón, las reglas habían sido dictadas porque el grandísimo arrogante de Arthur Kane se creía un dios personificado que no soportaba que una empleada mostrara verbalmente que acataba sus órdenes ¿Por qué habían criado tal ser despreciable y le había dado el poder de tratar así a las personas?
Maggie se desplomó en el suelo, posicionada de rodillas para implorar. No podía irse antes de los seis meses de Mansión Fortress, no después de todo lo que había pasado para conseguir el trabajo.
—¡Por favor! Prometo que no volverá a pasar. Lo prometo señ...
—¿De qué me sirve una promesa soez? Fuera ya mismo, estorbas mi vista.
El tono de Arthur Kane era implacable, duro, arrasador. Maggie no tenía cómo refutar, pero debía insistir, aunque el pronóstico indicara que todo estaba perdido. Porque eso era lo que hacían los humanos con instinto de supervivencia; insistir, probar hasta el límite aunque la esperanza se hubiese roto ante sus narices.
Maggie, desesperada, apeló a lo único que podía llegar a mover el corazón de aquel monstruo de acero:
—Tengo una niña que depende de mí y...
Pero Arthur exhaló, cerril, y Maggie se le secó la saliva en la garganta. Cuando lo vio levantarse en toda su altura que superaba el metro ochenta, se puso de pie y retrocedió, sintiendo en cada zona del rostro el metal derretido y caliente que vertían los ojos del muchacho.
—He dicho FUERA —remarcó la orden con soberbia, las aletas de su nariz se abrieron por la emoción airada—. ¿O quieres terminar en presión el resto de tu patética vida?
Y entonces Maggie ya no pudo reprimirse, las lágrimas salieron en un caudal que evidenciaba sus esperanzas rotas. Aquel monstruo de acero no tenía corazón, jamás podría albergar dentro de su hueco pecho algo parecido al altruismo. Cómo le hubiese gustado vengarse, si tan solo pudiera vengarse...
Fue en ese preciso instante que notó que otros ojos grises, sensibles y silvestres, se habían posado en ella. Finalmente, Aaron Kane la había mirado.
Y Maggie, que ya se había concientizado que el señor Alioth no tenía intención de intervenir, puso todo el empeño en que la mirada que le devolviera a Aaron fuese tan cautivadora como suplicante. Enderezó la espalda, dejó que sus lágrimas corrieran humedeciéndole el rostro, entreabrió los labios.
«Haz algo. Haz algo»
Pero Aaron no dijo ni una palabra, y Maggie se permitió recordar lo que más le fastidiaba de toda la situación: él era un crío de dieciocho años, y los críos de dieciocho años eran muy débiles para enfrentarse a situaciones que los superasen.
^*^
—Mami, quiero un disfraz de princesa, por favor, por favor...
—Prometo comprarte uno Isa, mientras, debes usar tu imaginación.
—¿Cómo?
—Pues debes innovar. Estoy segura que en el dormitorio, entre las gavetas, encontrarás algo que te sirva de vestido.
—¿Puedes ayudarme a buscar?
—No puedo Isa. —Maggie despegó los ojos de los papeles y sobres que estaban esparcidos por la mesa—. Mami está ocupada.
Isabella suspiró hondo, derrotada.
—Vale.
Maggie no le prestó más atención, ni siquiera al escuchar los ruidos procedentes del dormitorio, a saber cuánto caos estaba causando la niña allá adentro. Tenía algo más importantes en lo que concentrarse: dividir el dinero para pagar las facturas. Entonces golpeó la mesa y maldijo en voz alta por el último pago de Mansión Fortress. Se suponía que ese fin de semana cobrara el salario del mes, un salario de lo más necesario. De seguro el insufrible de Arthur Kane ni se molestaba en entregárselo.
Estaba ideando algún plan urgente cuando el sonido del intercomunicador hizo que arrugara la frente. ¿Quién estaría marcándole desde abajo? ¿El primo de Eddy, quizás? Ya se había deshecho de él en cuanto había iniciado a trabajar en la Fortaleza, así que lo descartó. ¿Alguno de sus viejos amigos, tal vez? Tendría que recibirlo, fuera quien fuera, porque necesitaba cualquier tipo de ayuda. Contestó esperando que no fuera uno de la lista de los más desagradables.
—¿Sí?
—¿Es Maggie Smith?
A la mujer se le cortó la respiración. La había escuchado pocas veces, pero esa voz era...
—Sí. ¿Quién me busca?
La pregunta había salido de lo más natural. Todo debía salir natural. ¡Por gracia divina! ¿Aquello de verdad estaba ocurriendo?
—Señora Smith es Aaron Kane —contestó él un tanto nervioso, sin que sus palabras perdieran el toque dulce—. He venido a traerle... Creo que es mejor que hablemos en privado.
—¡Oh señor Aaron Kane! Permítame un momento.
Bien, Maggie se regañó porque la que se había puesto nerviosa ahora había sido ella. Pero no por miedo a lo que estaba a punto de vivir, sino porque sus neuronas maquinadoras de supervivencia ya estaban trazando un nuevo plan, y este era tan genial que superaba los anteriores. ¡Aaron Kane había venido hasta su apartamento! Aquello lo excusaba completamente del pasmo que había sufrido frente a su despido unas horas antes, aunque no satisfacía el deseo de venganza que todavía la quemaba.
«Tendrás tu venganza, Maggie Smith» se prometió.
Estaba tan excitada por la situación de oro que le había brindado el destino, la casualidad, o la providencia..., lo que existiera, que se tomó el tiempo de entrar al cuarto de baño y comprobar su estado físico.
Se mordió los labios una y otra vez para hincharlos. Usó ambas manos para revolverse el cabello, de manera que luciera despreocupado pero con un aire seductor. Se apretó las mejillas, buscando un sonrojo en su piel morena. Decidió quitarse el grueso abrigo de lana y colocarse el fino sobretodo de satén que era a juego con su vestido de cama color durazno. Y por último, se giró de medio lado, por la izquierda y la derecha, para chequearse de todos los ángulos posibles.
«Perfecta» se felicitó para sus adentros.
Después se dirigió a la puerta de entrada apretando el botón que abría la oxidada reja de abajo y le daba paso al chico. Cuando él terminó de subir las escaleras y finalmente llegó al recibidor, Maggie se apoyó en el marco de la puerta abierta esforzándose por lucir lo más encantadora posible.
—Discúlpeme señor, no era mi intención hacerlo esperar abajo.
Aaron no contestó de inmediato, y Maggie absorbió cada sensación que él desprendía mientras la observaba: tan intenso, tan inquieto.
«Tan manipulable» agregó ella a la lista.
Él estaba anonadado. Sus ojos que no pertenecían a este mundo recorrieron a gusto con expresión lobuna. No podía contenerse, no estaba pensando en las consecuencias. Era solo un niño ansioso con una identificación que decía que era un adulto, lo que lo hacía legal para Maggie.
Que empezara el juego.
—¿Señor? —presionó. No es que no se divirtiera con el deslumbramiento de Aaron, es que simplemente no se podía perder tiempo.
El juego había empezado, y las ganancias de Maggie dependían de lo bien que aprovechara su tiempo.
—No he esperado nada, descuide —habló con la voz ronca que ya Maggie le había escuchado en la bodega de vinos con Lucinda Millers. Al parecer, él también se había dado cuenta porque se aclaró la garganta—. ¿Puedo pasar?
Maggie ensanchó la sonrisa, tal cual piraña del río Amazonas.
—Por supuesto señor. Qué descortesía de mi parte no ofrecerle entrar. —Se llevó la mano a la frente como una damisela que está a punto de desmayarse—. Discúlpeme de nuevo, no suelo recibir visitas.
La mujer le hizo un ademán, invitándolo a pasar, y una vez lo tuvo adentro cerró la puerta.
—No es un lugar digno de usted pero no tengo dónde más recibirlo. Por favor señor, siéntese. —dijo, señalándole el mueble—. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?
—Para empezar dejar de llamarme señor todo el tiempo, apenas tengo dieciocho años.
—Pero su cargo y apellido...
—Simplemente no me gusta.
—Lo siento señ... —Maggie se interrumpió antes de decirlo y se obligó a reír con esas risas femeninas y calculadas que son traviesas y tímidas al mismo tiempo—. Casi lo vuelvo hacer. Es tan extraño no llamarle así. ¿Cómo desea que me refiera a usted?
—Solo Aaron, gracias —respondió él acomodándose nerviosamente la gabardina que se encontraba en perfectas condiciones. Luego una de sus manos exploró dentro de un bolsillo—. Y por favor, tampoco me trate de usted.
—De acuerdo Aaron —aceptó Maggie usando el tono más complaciente que podía. Enderezó la espalda, subiendo su voluptuoso pecho, y se colocó todo el cabello a un solo lado—. Estoy a tu disposición.
Eso pareció descolocar más al chico, que ya no cabía en sí.
—Yo-o...
—Si de ahora en adelante no existirá formalismos, entonces también deberás llamarme por mi nombre y no «señora Smith» —propuso ella adoptando una expresión felina— ¿O acaso te parezco muy vieja y por eso lo de señora? —preguntó coqueta, un toque divertido que invitaba a la confesión.
«Venga niño, con Lucinda Miller no perdiste el tiempo»
—Ah... bueno en verdad me... me pareces...
Aaron estaba sudando, el calor que propagaba su cuerpo abarcó a Maggie a pesar de la distancia que existía entre sus respectivos asientos. ¿Podía ser que ella le estuviese causando estragos más potentes que Lucinda Miller? De ser el caso, Maggie pensó que era como haberse ganado la lotería.
O quizás más. Porque Aaron Kane era multimillonario y su fortuna debía ser incalculable.
—No me pareces vieja —dijo por fin, haciendo un esfuerzo por controlarse—. Oye... ehm... He venido a traerte el pago del mes pasado. —Aaron le extendió el sobre que se había sacado del bolsillo y Maggie lo tomó sorprendida.
Seguían pasando cosas buenas que no se esperaba. ¡Ya era hora que la vida le sonriera!
—Te agradezco tanto. Estaba preocupada por las cuentas a fin de mes. Pero no tenías que haberte molestado personalmente —expresó con falsa modestia. Estaba histérica en sus adentros por tener a un heredero de la fortuna Kane en su sala.
«Mi venganza no podía haber iniciado mejor».
—Mi hermano, él ha insistido.
¡¿Qué?! Eran mentiras. El monstruo de acero Arthur Kane jamás hubiera considerado algo como eso. De seguro Aaron había soltado la primera excusa que se le había ocurrido. Además, Maggie se recordó fingirse víctima frente al chico, después de todo sus lágrimas y coquetería "inocente" le habían dado resultado hasta el momento.
—Me siento muy avergonzada por lo sucedido en la Fortaleza —dijo adoptando rostro de animalito perdido, cuando en realidad lo que quería gritar era que deseaba cortarle la garganta a su hermano y esperar que se ahogara con su sangre.
—No fue tu culpa —se apresuró a decir Aaron.
Era tan ingenuo que Maggie sonrió por su buena suerte. Este sería el juego más fácil que había llevado a cabo. Aunque no exento de peligros, porque el que Aaron fuera un niño manipulable y hormonal no quitaba el hecho de su poderosa y mediática familia. Maggie se propuso elegir sabiamente sus movimientos.
—¿Aaron? —probó ella para espabilarlo
¡Cómo perdía tiempo el chiquillo mirándola!
Por lo que analizaba, Aaron estaba tan nervioso que no pasaría de babear en el mueble. Ella tendría que dar el primer paso. Así que se inclinó hacia adelante, y estaba a punto de hablar cuando la puerta del dormitorio fue abierta de tirón e Isabella irrumpió en la escena en el momento menos propicio:
—Mami, mami, mira.
Tenía una funda de almohada amarrada en el cuello y en la cabeza una desgastada tiara de juguete que le había comprado su padre antes de marcharse.
—¡Qué hermosa princesa! —Maggie besó la coronilla de su hija ideando lo que le contaría después sobre Aaron. Porque iba a preguntar. Isabella lo preguntaba todo—. Pero las princesas no llevan capa, Isabella. —Le colocó la funda alrededor del cuerpecito—. Las princesas llevan vestidos elegantes.
—Pero yo quiero una capa. Como una heroína.
—Hagamos algo. Mamá después te coserá el vestido con capa más alucinante de la historia —dijo Maggie evitando la palabra comprar. Si a Aaron le quedaba un poco de raciocinio en su mente nublada de deseo, tal vez captara la indirecta—. Pero ahora estoy ocupada. Y no es educado interrumpir cuando los mayores hablan, Isa.
La niña se acercó al muchacho, escudriñándolo con interés. Maggie sabía que para Isabella, Aaron Kane era totalmente diferente a los hombres que había conocido.
—¿Eres un príncipe?
Aaron rio por la ocurrencia, y Maggie también.
«Sí Isabella, ese es el príncipe que nos sacará de la miseria»
Aaron entabló una conversación con Isa en la que ambos participaron animados. Él logró relajarse y la niña se veía a gusto. Las cosas seguían encajando maravillosamente en el tablero de juegos de Maggie.
—Isabella, estás incomodando al visitante —regañó Maggie al ver el sonrojo de Aaron y que su hija no pensaba detenerse—. Ve al cuarto y espérame allí.
—Adiós Aaron.
—Adiós Isabella, me ha encantado conocerte.
—A mí también ¿Vendrás de nuevo? Quiero enseñarte un castillo que mamá me compró en Walmart.
Maggie volvió a intervenir. ¡La niña se cargaría todo su plan!
—Vamos Isa. —Tenía que sacarla rápido de allí. La llevó al dormitorio y cerró la puerta—. Nunca viene nadie y ella se emociona —se disculpó con Aaron, esperando que no se hubiese espantado por la inesperada invitación de la niña de volver a visitarlas.
—Es encantadora —contestó Aaron en confianza—. Es una niña muy bonita, como tú.
Y entonces el aire se condensó de una forma vertiginosa, como si un componente externo y poderoso hubiera arremolinado las brisas fuera del efficiency trayéndolas al espacio donde ellos estaban parados, uno frente al otro, cerca, y a un paso de la puerta de salida.
Maggie no pudo disfrazar la mirada de estafador que se ha hecho con todas las fichas de la mesa de poker. Ahí estaba la clara señal de que había reemplazado a Lucina Millers. Oh sí, ella, una latina que no tenía estatus social se había empeñado en seducir a un chico de dieciocho años y había ganado.
«Son dieciocho años, Maggie.»
«Eso no te ha frenado antes, ¿cierto? Es muy tarde para ser conciencia correcta. Aquí la ley de supervivencia es la que guía».
—Em... espero que no te ofenda mi...
Aaron estaba balbuceando de nuevo, el nerviosismo se había apoderado de él y Maggie no podía dejar que se llevara un disgusto, todo lo contrario.
—Para nada. Es un honor que alguien como tú considere eso, simplemente me ha sorprendido, es todo.
Sonrió y trató de dedicarle una mirada tranquila, pero la emoción de haber ganado era tan fuerte que le costaba mantener a raya su verdadera esencia de leona.
—Debería i-irme... —soltó Aaron decidido a marcharse, corriendo por las escaleras sin mirar atrás.
¡Ni siquiera habían intercambiado números telefónicos! Pero si Maggie le inquiría al respecto quedaría demasiado forzado.
—¡Gracias! —gritó esperando que él se volteara, pero prácticamente había volado escaleras abajo, desapareciendo del campo visual de Maggie.
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