(A) 1- Perspectiva Femenina

Cronología:
Antes de los sucesos del 
primer capítulo de
"Mientras te observo".

Octubre 2020.

La mujer cepillaba el cabello a su hija. Era tan rubio y lacio..., muy diferente al suyo, que era de un color chocolate con muchas ondas. Isabella se parecía a su padre, de pies a cabeza.

Lástima que ese padre las hubiera abandonado.

—No quiero ir a la escuela hoy, mami.

—Debes ir Isa, de otra forma ¿cómo aprenderás lo que necesitas para conseguir un buen trabajo cuando seas adulta?

—Pero es que hay un niño muy malo que me molesta mucho. Se burla de mi ropa y mis coletas. ¡Me haló una coleta una vez!

Maggie terminó de esponjarle los mechones de cabello que salían de las dos coletas que acaba de hacerle a la niña.

—¿Se lo has dicho a la maestra?

—Sí, y lo regaña, pero no funciona. Él sigue siendo muy malo conmigo.

Maggie se agachó a la altura de su hija, mirándola de frente con cariño mientras reposaba una de sus manos en la rosácea piel de su carita.

—¿Te digo qué es lo que pienso? Que le gustas a ese niño, pero él no sabe cómo lidiar con eso.

—No mami, cuando las personas se gustan hacen cosas diferentes. Lo sé.

Maggie alzó las cejas y sonrió sorprendida.

—¿Lo sabes?

—Sí. Como cuando mirabas a papá y le hablabas. Te gustaba mucho. —La niña hizo una pausa y Maggie suspiró, recordando viejos tiempos—. Y después que papá se fue, todos tus amigos que han venido. Les gustas mami, les gustas a todos ellos.

—¡Isabella! —La mujer agarró a su hija por los hombros—. Eso no significaba nada, ¿de acuerdo? Solo eran amigos de mami que nos ayudaron a pagar la renta algunos meses. No pienses...

—Pero yo vi cómo ellos...

—Olvídate de lo que viste.

Isabella asintió.

—Vale. Pero sé cuándo a una persona le gusta mucho otra. Y yo a Jhon no le gustó nada.

Maggie inspiró hondo, todavía afectada por las declaraciones de su hija de seis años sobre los "amigos" que desgraciadamente habían visitado el apartamento. Debía estar más pendiente de las cosas que oía y veía Isabella, pues aunque fingiera estar dibujando, seguía prestando atención a lo que pasaba a su alrededor.

—Escucha Isa, sobre ese niño malo de tu grado, Jhon, solo se detendrá si te tiene miedo.

—Una vez lo golpeé.

—No, No Isa. Las mujeres no necesitamos golpear —le dijo ella alcanzando desde su baja posición el envase de colonia para untar su líquido en la ropa de la nena—. Nosotras tenemos lo que se llama "Poder de seducción".

—¿Poder de seducción? —preguntó Isabella haciendo una mueca.

—Sí. Conocemos nuestros puntos fuertes, nuestra belleza, y la usamos como un arma. Así que la próxima vez que veas a Jhon, te acercarás a él y le dirás que se ve muy bien en ese día. Luego lo saludarás amablemente y te irás después de guiñarle un ojo.

—¿Y eso funcionará?

—Créeme Isa, siempre funciona.

^*^

No es que Maggie hubiese planeado exactamente cómo ocurriría, pero era su única oportunidad en meses y debía aprovecharla.

Su trabajo en Mansión Fortress había comenzado en esas vacaciones de verano mientras los señores Kane estaban en su casa estacional de Costa Azul, en Mónaco. La había contratado el señor Jackson a nombre de Arthur, el encargado de mediar directamente con los que trabajarían en la Fortaleza. Jackson tenía potestad para hacer y deshacer en muchos asuntos a nombre de Arthur, y cuando contrató a Maggie lo hizo por un breve contrato de seis meses.

—Se ha terminado el plazo de seis meses del servicio de limpieza anterior y el señor Arthur ha decidido no abrir nuevamente los contratos. Formará parte de este nuevo grupo hasta diciembre, señora Smith, cuando se decidirá si se le renueva el contrato o no. Por favor, firme en los campos correspondientes.

Estas habían sido las palabras de Jackson y Maggie había firmado los papeles, consciente que a los seis meses se despediría de la Fortaleza para siempre. A ninguno de los trabajadores 'reemplazables' se les renovaba el contrato. Nadie sabía a ciencia cierta el porqué. Los Kane eran personas raras y muy estrictas con la privacidad, por lo que se rumoreaba que su capricho de contratos cortos y temporales era un medio para que ninguna persona con tareas "menores" supiera demasiado de ellos, su mansión y sus secretos. Los únicos contratos fijos en la Fortaleza eran los de seguridad, los del equipo de mantenimiento técnico para los innumerables aparatos tecnológicos que había en los alrededores y la servidumbre interna que tenía acceso a las áreas más restringidas, como los dormitorios de los millonarios y la cocina donde se elaboraba el alimento. Estos miembros internos incluso dormían dentro de los muros de la Fortaleza y se especulaba que sus contratos y acuerdos de confidencialidad exponían cápsulas de torturas sobre el individuo que divulgara información.

Claro, estos eran rumores, y a Maggie no le importaban. Solo sabía que ella no era de las que se quedaría como también sabía que aunque el pago por seis meses de trabajo no era una cifra fabulosa, tener en su currículum haber trabajado para semejantes personajes sería muy ventajoso. No quería recordar lo que tuvo que soportar para conseguir una entrevista con Eddy Campell, que era el que le facilitaba los currículos de aspirantes a Jackson, que los revisaba minuciosamente antes de mostrárselos a su señor Arthur Kane. Maggie había tenido que engatusar al primo de Eddy, un ser asqueroso, extremadamente gordo y fumador de marihuana, para que este le pidiera a su primo que la considerara al puesto. Eddy accedió porque Maggie era «guapa» según dijo, pero aseguró que las demás evaluaciones no dependían de él.

Maggie se alegraba que Jackson le hubiese dado la oportunidad sin ella haber tenido que concederle favores...

Durante el primer mes en su nuevo trabajo Maggie se sintió realmente bien. Había que trabajar duro sí, pero el pago era mejor que lo que ofrecían normalmente por una empleada de limpieza en Los Ángeles. Muchas de sus conocidas cobraban apenas catorce dólares la hora durante seis días a la semana, mientras que ella se las arreglaría muy bien con su pago mensual en Mansión Fortress. El primer pago se hacía en la primera quincena, y el resto de pagos siempre serían después de finalizar el mes. Usándolo sabiamente y con lo extra que pudiera conseguir para comer, porque en la mansión se botaban diariamente kilogramos de comida, Maggie descansó en la idea que tenía resuelta la vida durante seis meses.

Era sofocante, por supuesto, tener la presión de pagar las cuentas y mantener a una niña pequeña, más cuando el padre había desaparecido y ni siquiera se preocupaba por si comían o no. ¿Qué sería de Billie? ¿Qué estaría haciendo por sabría Dios dónde mientras ella tenía que contarle mentiras a Isabella sobre su padre para que esta no muriera del sufrimiento?

Se decidió a no atormentarse por su esposo, estuviera donde estuviera, ella tenía una vida actual en la que luchar y comida que poner en la mesa, una carga bastante pesada teniendo en cuenta que sus ascendencias latinas le creaban bastante rechazo en los buenos lugares. Sus padres habían emigrado de Venezuela buscando un futuro mejor..., cosa que no lograron precisamente, porque una Maggie adolescente había pasado carencias en ese trance de residir ilegal en California, aprender el idioma inglés y abrirse camino. Pero al final, las puertas de Estados Unidos llegaban abrirse de un modo u otro y la chica había escalado usando su encanto, un matrimonio que le dio la ciudadanía y cierta estabilidad, Cambió su nombre de Maggira a Maggie y todo parecía ir encajando. Hasta que conoció al que sería el padre de su hija: Billie Smith, un gringo rubio de ojos azules que no tenía mucho dinero más que el recibido de una tienda familiar pero que sabía usar las palabras para conquistar a una joven impresionable.

Y así fue como Maggie terminó casada por segunda vez con el hombre que empeñó la tienda apostando y desapareció un día para buscar "fortuna". Maggie se sentía más frustrada que al principio, porque de la noche a la mañana enfrentó deudas y cuentas que no se pagarían solas. Una cosa llevó a otra, y quiso la casualidad que se enterara de las captaciones en Mansión Fortress y diera con el primo de uno de los internos permanentes para probar suerte.

El segundo mes en la Fortaleza corrió más agitado, porque llegarían los Kane de sus vacaciones para el inicio escolar en la prestigiosa Academia Howlland. Maggie los había visto en la tele, en revistas, en fotos de la mansión, pero verlos en persona fue una experiencia que no pudo describirle nunca a nadie con palabras.

Fue extraño, y... único: La manera como el aire se cortó alrededor de ella y se condensó entre las figuras masculinas, como venerándolos, la forma en que caminaban con elegancia y supremacía hasta sin darse cuenta, el brillo de la piel, el aroma que desprendían a metros de distancia, el aroma del éxito.

Ver a los Kane, aunque fuera de lejos, tuvo un impacto tan estremecedor en Maggie Smith que esta se convenció que no podían existir humanos iguales en toda la Tierra. Similares, quizás; iguales, nunca. Esos ojos grises eran de otro mundo, esos andares eran los de reyes, esa proyección era la de las estrellas...

Entraron a la casa por la puerta principal y Eddy y Jackson ayudaron con las maletas mientras Maggie observaba desde la terraza, curiosa y expectante.

—Supremo, ¿verdad?

Maggie pegó un brinco al escuchar eso. Era la encargada de enseñarle a las contratas temporales cómo hacer su trabajo, una mujer mayor que ella, adentrada en los cincuenta años.

—Señora —respondió Maggie bajando la cabeza.

—Que no te vuelva a ver mirando a los señores de ese modo.

—No volverá a suceder, señora.

—No puedes mirarles o estar cerca de ellos. No puedes pasar por delante de ellos. Si alguno viene caminando a tu encuentro, te desvías y sigues por otro lado. Eres invisible.

—Lo entiendo, señora. —Maggie continuó con la cabeza gacha.

—Y nunca, absolutamente nunca, les dirijas la palabra.

Al escuchar eso, Maggie alzó la cabeza. Los ojos de la mujer mayor que le hablaba destilaban un temor y severidad en una insólita combinación.

—Sobretodo al hijo primogénito, Arthur. Es una prohibición de la que depende tu permanencia en esta casa y de ser desobedecida... Bueno, ya te puedes imaginar.

—Entendido todo, señora.

—Recuerda: no eres nadie, eres menos que nada.

Y después de desvalorizarla como Maggie estaba acostumbrada, aquella señora se marchó.

«No soy menos que nada, vieja seca» respondió la venezolana para sus adentros.

^*^

Después de aquel primer impacto de haber visto en carne y hueso a los famosos Kane, se podía decir que Maggie se había acostumbrado, aunque siempre quedaba aquella venita estremecida bajo el poderoso yugo de los ojos grises, o la radiante incandescencia del sonido de cualquiera de las voces. Tanto Alioth, Arthur y Aaron tenían voces viriles y distintas al resto de hombres que los volvían el doble de inalcanzables. Aunque de los tres, al que más curiosidad le representaba a Maggie era el menor. Era un chico introvertido, de mirada tímida, que generalmente pasaba sus días entre la Academia y su dormitorio. A diferencia de su padre o su hermano mayor que se la pasaban entrando y saliendo de la Fortaleza.

Maggie había escuchado la voz de Aaron de casualidad, una tarde cuando le había pedido a una de las sirvientes de la cocina que le dieran la gelatina de los sábados un viernes. El primer impulso de Maggie, que estaba desempolvando los adornos del comedor, fue reírse. ¿Quién narices tenía días para comer gelatina? Ciertamente los millonarios contaban con excentricidades que consideraban normales.

Sin embargo, después se quedó meditando en lo gentil de la petición del chico, no trataba a los demás como cucarachas, justo como su hermano mayor solía hacer. Aaron era dócil, como un cachorrito asustado dentro de su propia casa.

«Manipulable»

Pero Maggie conoció lo más íntimo de Aaron aquella tarde que la señora Lucinda Miller y su sobrina Tara habían visitado la mansión con motivos comerciales. Lucinda era una mujer capaz que había triunfado en el negocio inmobiliario por su cuenta. Tras dos matrimonios fallidos, la señora Miller se veía genial a sus treinta y dos años. Por supuesto, todas las millonarias californianas se veían bien a cualquier edad, pero Lucinda sin dudas estaba entre las primeras de las maduras.

Después de hablar de negocios, habían cenado con los Kane en la terraza, y aunque Maggie no les había servido la mesa, había tenido que ir y venir por otras tareas, escuchando en el proceso fracciones de la conversación, donde Lucinda le decía a Aaron lo guapo que era mientras su sobrina Tara se sonrojaba. Tara había estado toda la cena mirando a Aaron embobada, tratando de iniciar conversación sin mucho éxito. Era obvio que la voz cantante de la reunión era su tía, que trataba de resaltar las buenas cualidades de los dos adolescentes con ánimos de volvernos más unidos. Al terminar el encuentro, y cuando estaban por marcharse, Aaron había insistido en acompañar a la señora Miller a recoger una botella de vino francés de la bodega del piso bajo, regalo de los Kane.

Maggie sabía que no debía seguirlos, que estaba expresamente mal, pero había algo en la proyección de Aaron diferente a todos los días en que ella lo había visto, algo despierto, inquieto... Y lo comprobó al ir a limpiar, o fingir limpiar, un despacho pequeño y casi inutilizado que quedaba al frente de esa primera bodega de la mansión. Fue una bendita casualidad que Aaron hubiese acudido a esa y no a la que estaba en la planta alta, porque de ninguna manera Maggie los hubiese podido perseguir por las escaleras.

Fue allí cuando estaban solos, y Aaron creía que nadie miraba a través de la puerta entreabierta de la bodega, que el nerviosismo lo cubrió con una capa gruesa y la aceleración de su respiración obtuvo una evidencia tan visual que Maggie juró que podía escuchar la inhalación y exhalación descontrolada desde el otro lado del estrecho pasillo.

Lucinda apreciaba la selección de vinos con entusiasmos mientras Aaron la seguía con una expresión lobuna que nunca antes había mostrado.

—Oh por dios ¡tienen el Massandra del 75!

—Ese le costó a mi padre buena parte de nuestra fortuna. Adquirió la botella en una subasta —informó Aaron con una voz tan ronca que podía enturbiar todo el ambiente.

Lucina se había acercado a ese estante específico para admirar la botella de cerca, Aaron permanecía detrás de ella, observándola de pies a cabeza. Sin cambiar de posición, extendió su mano para coger el regalo de la empresaria, inclinándose al estante de arriba. Ella se movió al acto, saliendo del espacio personal del chico.

—Aquí tiene, señora Miller —le dijo él extendiendo la botella.

—Gracias Aaron, eres muy dulce.

Pero ni siquiera los ojos de Aaron tenían algo dulce, habían dejado de ser dulces desde que había entrado en aquella estancia solitaria con Lucinda Miller.

—Yo quería preguntarle si... —El chico pareció dudar, mirando abajo, buscando entre el suelo arcilloso las fuerzas para continuar—. En fin, si tiene pensado visitarnos a menudo.

—Por supuesto Aaron, al parecer tu padre y yo nos hemos entendido muy bien en los negocios.

—Ya... pero, yo me refería de manera más... personal.

—¿Personal?

—Si vendrá a cenar con nosotros en el futuro.

A Lucinda se le cruzó algún fugaz pensamiento por la cabeza que le tensó el rostro, pero luego se relajó y sonrió y se cruzó de brazos, tratando de seguir la línea de pensamientos del chico y no sus propias imaginaciones.

—¿Te refieres si volveré a venir con Tara? Sería maravilloso aceptar, si me invitan. Ella se moría por conocer a los Kane desde...

—No estaba pensando en Tara —cortó Aaron, provocando de nuevo una tensión en su acompañante.

Lucinda se quedó tan rígida como seria. Aaron se acercó más, extendiendo uno de sus brazos hacia delante, al lado de la cara de ella, y apoyándolo en el estante de arriba. Esa mano se afincó a la madera como si le urgiera afincarse, los dedos quedaron blancos por la presión.

—Verá, señora Miller, me alegraría mucho si volviera a venir. —Se inclinó para hablar mas bajo—: Sola.

Maggie estaba tan inmóvil observando la escena que una piedra y ella no hubiesen tenido diferencias. Lucinda igual, a pesar que su expresión facial denotaba disgusto, no podía apartarse. O no quería... Durante segundos fue difuso identificarlo. Pero al fin el anonadamiento se esfumó y la empresaria recuperó la compostura.  Se separó del menor de los Kane, sujetando con fuerza contra su pecho la botella que acababa de entregarle.

—Dime, ¿qué edad tienes tú? —lanzó con inquina en el umbral de la puerta.

—¿Qué? —Aaron salió de su burbuja de fantasía para enfrentar la expresión despreciativa que le dedicaban.

—Lo que oíste. Por cómo mi sobrina habla de ti, deduzco que tengan casi la misma edad, ¿cierto?

—Soy mayor de edad —escogió Aaron en vista que parecía tener más peso la cuestión legal y no la cantidad de años que sonarían insuficientes frente a una empresaria de treinta y dos.

Lucinda soltó una carcajada, como si la mayoría de edad estipulada fuera el menor de los problemas de los deseos de Aaron Kane.

—Haremos una cosa, chico. Fingiremos que esta conversación nunca tuvo lugar, y en cambio, no volverás a decirme nada parecido. Si puedes cumplir eso, entonces aceptaré la cortesía de tu padre y las cenas que vengan en un futuro. Si crees que no eres lo bastante adulto para hacerlo, entonces me temo que será la última vez que pise Mansión Fortress.

Una juego de palabras, una amenaza agazapada detrás de un ágil movimiento que solo una empresaria madura podría realizar. Si Aaron se negaba por su orgullo herido, entonces demostraría que no tenía ni siquiera la madurez para procesar un rechazo.

«Si crees que no eres lo bastante adulto para hacerlo.»

Inteligente, cruel.

Y hacer lo contrario era impensable. Porque, ¿no demostraría falta de madurez conseguir que una socia de su padre no volviera a poner un pie en la Fortaleza por sus propios caprichos no correspondidos?

—Buena tarde, señora Miller —fue la respuesta de Aaron.

Igual de inteligente y astuta que el movimiento de Lucinda, que podía tomarlo como le apeteciera. Es más, a Aaron le importaba un rábano el cómo Lucinda se lo tomara: No quería volver a hablar con ella y mucho menos ver a su sofocante sobrina.

Sin decir más, atravesó el umbral de la bodega pasando por el lado de la empresaria como un cohete extragaláctico. Maggie se agazapó detrás de la puerta del despacho para que no la viera, aunque pudo escuchar la voz alta de Lucinda que recorrió el pasillo.

—Que tengas buena tarde, Aaron Kane.

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