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Las cigarras y el calor la estaban volviendo loca. Era como si las desgraciadas estuvieran taladrando junto a su oreja con herramientas diminutas: trrrrrrrrr trrrrrrrr trrrrrrrrr durante horas. ¿Cómo es que la gente dormía en ese lugar? Ni siquiera dejaba de escucharlas con la ventana cerrada, y tampoco es que pudiera cerrarla porque esa habitación no tenía aire acondicionado y era un verdadero horno. ¿Por qué demonios había aceptado? ¡Odiaba los veranos de ese país! Bueno, por lo menos sabía que no iba a quedarse mucho, lo bueno de su trabajo era que siempre la mantenía en movimiento.

Se sentó en la cama y sopesó sus opciones: tomar píldoras para dormir, salir a cazar cigarras o resignarse y revisar el archivo otra vez. Por lo menos podía descartar la de las cigarras, no sabía cuántas había y pasar la noche haciendo algo tan absurdo sería ridículo.

Miró el frasco que se encontraba junto a la almohada, sus compañeras desde hacía años: píldoras para dormir. Solo las tomaba cuando el cansancio era superior a su rechazo por las pesadillas, cosa que ocurría con frecuencia, pero esa noche ambos estaban empatados. No estaba de humor para repetir ese odioso bucle de recuerdos que era incapaz de olvidar, tan solo pensar en revivir esos momentos sin ser capaz de despertar le revolvía el estómago.

—Vamos por ese archivo —se dijo en medio de un suspiro.

Dejó la cama y se sentó en la modesta silla que se encontraba frente al escritorio. La carpeta tenía la etiqueta «Archivo 3398B», la documentación era bastante escuálida, no le daba muchas pistas ni le permitía hacer grandes conjeturas; Okapi tampoco había sido precisamente clara con su descripción de los acontecimientos.

—¿En qué diablos te metiste ahora, Oriel? —se regañó a sí misma en un susurro, luego se mordió la lengua y miró alrededor muy alerta. «No digas tu nombre, ¡estúpida!», pensó irritada consigo misma. Seguro era la falta de sueño... Bajó la guardia cuando notó que, con el ruido de las cigarras, era imposible que alguien escuchara sus susurros.

Volvió a mirar la carpeta, tomó un par de documentos y los arrojó al escritorio de inmediato. «No tiene caso». Guardó los papeles otra vez, cerró el archivo, lo metió en su mochila y volvió a la cama. No tenía sentido darle más vueltas al asunto, era mejor esperar la llegada de Okapi para acompañarla al lugar de los hechos y revisar todo en terreno, como debía ser. Por algún motivo —a pesar de la escasa información— ese crimen le resultaba demasiado familiar para su gusto y, si su instinto estaba en lo correcto, era su deber involucrarse; además, no quería a esa chica enfrentándolo sola. Okapi era hábil, pero estaba «demasiado verde» en el campo como para dejarla a su suerte.

Suspiró y tomó el frasco con las píldoras. Sonrió con amargura, parecía ser la única opción para tener algo de descanso esa noche, si es que a eso se le podía llamar descanso... Se suponía que, cuando una persona era sometida al mismo estímulo una y otra vez, ocurría una especie de habituación que debería volverla insensible a dicho estímulo... Pero no importaba cuántas veces viera la sangre, las herramientas de tortura y las caras aterradas, tampoco cuántas veces escuchara los gritos, el llanto y las súplicas desesperadas; no podía habituarse ni dejar de sentir ante esa escena que había destruido su realidad hacía tantos años. Las cicatrices seguían allí y, de seguro, permanecerían de por vida. 

Gracias a ese grupo de enfermos, lo había perdido todo: familia, infancia, vida... Les había dado caza desde que dio por terminada su formación y aún no podía atraparlos, seguía viendo sus sonrisas macabras en esas jodidas pesadillas. No iba a quedarse tranquila hasta meterles una bala en la frente... y, si estaba en lo correcto, esta sería su oportunidad. Sonrió con esa idea. Tal vez si se dormía pensando en eso podría, por fin, conseguir que esas sombras del pasado dejaran de acosarla, por lo menos durante sus sueños.

—Más te vale que vengas a despertarme temprano —le dijo a una ausente Okapi, antes de suspirar resignada y tomar la píldora que la sumergiría en ese mundo de pesadillas.

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