Arcano 9. Debí ser yo
Años atrás.
Comencé a correr bajo la lluvia mientras veía como mi uniforme se mojaba en mi primer día de clases de secundaria, tenía algunos catorce años cuando eso pasó. Llegué a la casa empapada, tiritando de frío y con la cara roja de correr, sin contar que tenía un raspón en la rodilla por una caída que había tenido de cuando comenzó a llover y me resbalé.
Juliethe, mi nana, al verme en esa condición no tardó en traerme una toalla para abrigarme, calentarme el baño para ducharme y ayudarme a cambiarme luego de lo último. Le dio atención a mi rodilla herida y me dio cierto reproche por no llamarla para mandar uno de los autos de la casa a buscarme. Sí, Juliethe era hasta mis ojos en todo momento. Ella era una chica joven que supongo estuvo conmigo desde mi nacimiento, mis padres siempre han estado en la política, así que tampoco lo dudo.
- Señorita. – Susurró ella con cuidado cerca de mi odio mientras arreglaba mi blusa en un tono ridículamente rosa. – Sus padres llegaron esta mañana.
La miré de golpe, ella sabía que significaba esa sonrisa. Y me la devolvió, salí corriendo por el pasillo solo escuchando detrás de mí el "Señorita, espere". Corrí como si no estuviera cansada de hacerlo para llegar a casa. Los busqué por la cocina y no los vi, corrí por las escaleras encontrándome con la encargada de lavandería.
- ¡Señorita Livia! No corra por las- ¡Wow! – Le pasé en bola de humo por el lado, haciendo que casi se le cayera la ropa blanca y limpia que llevaba en manos. Le pediría perdón, pero estaba muy ocupada buscando a mis padres como para hacerlo.
Tenía más de un nueve meses que no los veía a ninguno de los dos, los extrañaba muchísimo, quería contarles todo lo que me había pasado en el semestre pasado y lo que esperaba para esta nueva etapa de mi vida a mi padre. A mi madre quería darle la gran noticia de que ya no era más una niña, que aunque no estuviera conmigo pude aprender a sobrellevar mi primera menstruación, era algo vergonzoso de mujeres pero quería que ella lo supiera. Quería verlos orgullosos de mí por todo lo que tenía por contarles.
Los busqué en las habitaciones, en las antesalas, en los jardines aunque estuviera lloviendo, hasta en la lavandería por si acaso, donde me volví a encontrar con la encargada y le pedí perdón por lo pasado en las escaleras, pero de paso quise saber si ella había visto a mis padres.
- Señorita, ¿acaso se le olvidó que cada vez que vienen se quedan en la oficina?
Era cierto, ¿cómo pude ser tan torpe y despistada?
Volví a correr, y subiendo las escaleras nuevamente, llegué a la oficina. Y allí estaban.
Papá hablando algo por el teléfono casi a los gritos no sé con quién, llevaba un traje azul satinado que le quedaba muy bien junto con una camisa blanca y una corbata roja. Su pelo castaño estaba bañado en gelatina se veía brillante y reluciente, tan perfecto como lo era él. Sus cejas lucían fruncidas al estar hablando más fuerte de lo normal y escuchando al de la otra línea, sentado en aquel imponente escritorio de madera con una librería gigante detrás.
Por otro lado, mi madre lucía un traje en un color crema amarillento de falda y chaqueta muy precioso al contraste de su piel bronceada y su pelo rubio natural recogido en un perfecto moño alto, tenía unos tacones altos de punta fina que resonaban de aquí para allá al caminar con nervios de un lado a otro a la vez que hablaba por su celular personal, parecía estar resolviendo algo muy importante.
Me detuve unos segundos en la puerta a ver si notaban mi presencia, pero al no hacerlo decidí entrometerme.
- Hola papá, hola mamá. – Ni se inmutaron. - ¡Hola! – Subí algo más el tono y ahí mi madre me miró sin despegar el teléfono de su oreja.
- Mi amor, ¿Cómo estás? ¿Cuánto has crecido? Estas herm-... No es a ti Carol, ponte a hacer esos panfletos rápido o no respondo por lo que le pase a tu lugar de trabajo. – Tosí para volver a llamar su atención y ella volvió a mirar con sus ojos tan oscuros como la noche. – Si, pero... Espera, espera. – Cubrió unos segundos la bocina de su celular para darme atención. – Amor, espera un momento, esta llamada si es algo importante. ¿Sí? – Y volvió a conectarse al aparato. Suspiré frustrada.
Los miré a los dos y volvieron a su mundo gris y de papeleos, ahí fue que mis cables hicieron cortocircuito en mi cabeza. Hice mis manos puños y sentí como mi sangre se calentaba a medida que los escuchaba cada vez más hablando de su estúpida política.
- ¡YA BASTA! ¡MALDITA SEA! – Acababa de decir una mala palabra. Yo, Livia Drusila, a sus cortos catorce años, acababa de decir su primera mala palabra ante la rabia del momento. Todo se detuvo, los dos dejaron de hablar para quedarse mirándome. Me iban a reprochar, por primera vez me iba a reprochar y yo de cierta forma me sentía feliz. Me iban a prestar atención ante mis modales, iban a decirme que no estaba bien y que...
- A tu habitación, Livia. Estamos en algo importante. – Dijo con voz neutra mi padre. Fue lo único que habló antes de volver al teléfono, al igual que mi madre, retomado el mismo ritmo de nuevo.
- Claro. Nunca fui algo importante para ustedes. – Me dije a mi misma saliendo del lugar. No sé por qué me impresiona, si al final casi siempre sucedía lo mismo. Solo me prestaban atención cuando había que hacerse fotos familiares para mostrar lo muy perfecta que es nuestra familia.
Un adorno y nada más.
°°°
Esa misma noche iba a ducharme en el baño de visitas y luego ir a dormir. El agua fría de la ducha en mi habitación no funcionaba, así que mientras tanto usaba esa. Le dije a Juliethe que me avisara cuando estuviera listo y así hizo.
Cuando iba a entrar escuché la voz de mi madre salir de la pared. Al lado estaba su habitación, era cierto, pero era una coincidencia que ellos decidieran hablar justo cuando iba a bañarme. Entré en la ducha y me empecé a mojar del agua fría que caía hacia mi cuerpo, quería distraerme de mis padres por un momento y no escuchar ni siquiera sus voces, sé que sonaba como un capricho más de una niña malcriada pero el tener la vida resulta en todos los sentidos sin amor verdadero no tiene sentido.
Pero la voz de mi padre me sacó de la tranquilidad de nuevo.
- Livia me está sacando de quicio. – Lo escuché hablar y fruncí el ceño, ¿a qué se refería? – Después de la muerte de Belén se ha vuelto insoportable. Me gustaba más cuando estaba metida en su mundo y no opinaba nada.
- Roberto... – Reprendió mi madre con algo de suavidad, apenas se escuchó.
- Roberto nada, Nicole. Sabes que es cierto. Siempre con una carta, siempre con algo nuevo, nunca entiende lo ocupado que estamos, no sabe que nosotros hacemos esto para mí...
- Nuestro bien. – Dijo cortante mi madre.
- Si, "nuestro". – Acentuó él. – Habrá que ver que haremos con ella, porque de verdad... – Suspiró.
- No sé de qué hablas, no podemos pedirle más a Livia, no molesta, es muy dulce, inteligente, sus notas siempre al buen margen. Sé que casi no tenemos tiempo para ella, pero no creo que sea bueno pedirle más.
- ¿Acaso no escuchaste lo que dijo? Por si no lo recuerdas, fue "maldita sea".
- Más de las que tú dices en un solo día.
- ¿De qué lado estas? – Levantó un poco más la voz.
- No estoy de ningún lado, solo digo lo que pienso.
Escuché que interrumpieron la conversación cuando tocaron la puerta del baño, ya ni había sentido que el liquido aun estaba cayendo.
Desde ese día, a mis padres no los vi de la misma manera. En sí verdad, no los volví a ver en la casa ya que no fuera para esa maldita foto de navidad de todos los años.
No le digo que los odiaba, los apreciaba y todo, creía en ellos como hija, pero nada era como antes. Desde ese día, no los volví a ver frente a frente al menos que fuera para algo de suma urgencia. Apenas llegó la luz del alba, despegaron de la casa y yo, ese mismo día me hice una promesa en la soledad del desayuno que me recibía todos los días.
No volví a emocionarme por su llegada, estaba siempre en algo importante de la escuela.
No hubo preguntas, ni cartas, ni saludos.
Las palabras que nos dábamos al año por teléfono se contaban con los dedos y de estos sobraban.
El amor, es una mierda en todos sus sentidos. Y en mi ecuación, el amor es sinónimo de debilidad.
Mientras a las afueras de la gran mansión llovía con gran fiereza, yo desayunaba en el silencio a la vez de que me repetía en mi cabeza:
Debí ser yo y no ella.
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