Arcano 4. Semáforo en verde
Corrimos en busca del inesperado grito de Owen, no me podía imaginar lo que había sucedido para que nos asustara de tal modo. Cuando entramos a la cocina, lo primero que vimos fue a Owen con una lata en la mano, mirándolo con horror como si estuviera poseído, negaba con la cabeza para lanzar la lata a la basura y seguir viendo en las repisas.
- No, no, no. Todo está vencido. ¡Aquí todo, absolutamente todo, está vencido!
Ups...
Me acordé de que al otro día es que iría a hacer las compras. Pero ese grito no pudo ser de eso, ¿o sí?
- Tan dramático como siempre, Owen. ¿En verdad tenías que gritar así? – Xavier se acercó a la basura para tomar la lata que había tirado antes el rubio y leer la descripción.
- Sabes que con la comida no juego. Tengo hambre, quiero comer pasta y esta bruja tiene todo vencido aquí, con razón eres vampiro que no comes, con razón estas pálida, eres una...
En un algún momento de las rabietas dejé de escucharlo.
Lo que había sucedido con la comida era fácil de explicar. Acababa de llegar a la ciudad hacía menos de veinticuatro horas. El día anterior había aprovechado el tiempo para inscribirme en la universidad por la que me había decidido y en la mañana del día de hoy había ordenado algunas cajas, ni siquiera había desempacado nada.
Vengo de una pequeña ciudad muy poco conocida y cientos de kilómetros de donde estaba. Siempre tuve muy buenos recursos y, por lo tanto, mis padres siempre me dieron la libertad de estar donde quisiera cuando quisiera, si lo quería lo tenía. Así de sencillo.
Este apartamento es de mi padre, lo tenía en el abandono y por lo tanto todo lo que estaba ahí era más viejo que la edad misma. Si se me había olvidado desechar todo lo que estaba guardado porque era evidente que estaba vencido, pero no era mi culpa, lo iba a hacer mañana por la mañana.
- Se me había olvidado – Dije algo entretenida, intentando bajar un poco la tensión que había provocado Owen –. Hoy tenía pensado pedir algo en la calle y mañana hacer las compras.
- Eso no nada bueno – Comentó Xavier mostrando una leve preocupación, al parecer por mi alimentación –. Tengo una mejor idea. Haz como hacíamos cuando vivíamos aquí, nosotros-...
Su boca fue acallada de golpe por la mano de Owen que se impuso en la misma, se le vio tenso. Yo me quedé con aquello en mente: "Haz como hacíamos cuando vivíamos aquí", esa frase se repitió algunas veces, eso explica muchas cosas, pero comenzaba a abrir otras más. Cuando analicé la frase por cuarta vez, caí en cuenta de qué...
- ¡¿USTEDES VIVIAN AQUÍ?! – Grité sin controlar mi voz aguda.
- No. – Negó cortante Owen.
- Es lo que él acaba de decir.
- Escuchaste mal entonces.
- Claro que no.
- Sí.
- No.
- Sí.
- Pueden callarse los dos –. Interrumpió una nueva voz que vino desde la puerta, volteamos a ver y, en definitiva, era Augusto. – Ya le dijeron que vivíamos aquí, no vale de nada ya mentir. Livia, sí "vivíamos" aquí, pero duramos muy poco para ser sincero. – Esta vez hablo seriamente mirándome a mí.
- No entiendo –. Dije.
- ¿Qué no entiendes? – Cuestionó esta vez el pelinegro de ojos grises, alejándose del chico rubio.
- Se supone que este apartamento es de mi padre. ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? O sea, es simplemente... Me hacen preguntas, esta tarde una llamada y.... – Llevé la mano a mi cabeza aún más perdida que antes.
Ellos se miraron unos a los otros, como si ocultaran algo. El rubio se cruzó de brazos mirando alrededor, el castaño recién llegado sacó su celular y comenzó a mirarlo, y el pelinegro se quedó mirando el piso. Me estaban...
... me estaban ignorando.
Idiotas.
Miré al que aparentaba más joven de los tres, Xavier, no sé por qué, pero algo me decía que era el más débil, así que me dirigí a él.
- Xavier –. El levantó la mirada rígidamente, los otros dos se detuvieron en lo que estaban haciendo y lo miraron – Quiero que me expliques, que está pasando, por favor. – Terminé con algo de dulzura, intentando parecer lo que no soy, sé que la actuación me iba pésimo, pero quise intentarlo.
- No sé de qué me hablas, Livia –. Se hizo el desentendido fingiendo una sonrisa algo dudosa, estaba bajo la atenta mirada de los tres, sus ojos buscaban fugarse en algo que lo distrajera o lo salvara, se veía más que nervioso al llevar su mano a la nuca para acariciarla.
Bingo.
- ¿Qué no? Creo que aún no captas el mensaje Xavi –. Hice su nombre algo diminutivo y él tragó saliva. – Entonces quiero que te pongas en mis zapatos. Primero una vieja gitana me robó diez dólares de una sesión donde según ella me iba a decir lo que quería saber; segundo, cuando estaba en una cafetería tuve una llamada desconocida de un hombre que me miraba desde algún punto, pero yo no lo veía que por cierto en este país se llama acoso. Tercero, me topo con ustedes bola de estúpidos, – digo mientras se me subía la molestia poco a poco. – donde quedé con mi pantalón favorito hecho estropeado y donde un ricitos de oro me ofende sin razón aparente y que ahora, esos mismos tres inútiles están, ¡En mi casa! ¡Sin mi permiso! ¡y me dicen que ya vivieron aquí!
Cuando terminé de hablar todos se quedaron mirándome sorprendidos mientras yo intentaba relajarme, no sé si por las palabras, si por las ofensas o por hablar demasiado rápido a medida que me iba subiendo la rabia. Sin embargo, me tomó de sorpresa que no fuera Xavier el que tomaría la palabra.
- Bien – Suspiró Owen –, te lo diremos entonces, solo cálmate, ¿quieres?
Los otros dos se voltearon de golpe hacia él, y en ese momento, las luces parpadearon y todo quedó en oscuridad. ¿Acaso es que no habían pagado la luz o algo así?
Ah. Era yo que debía pagar.
- Comenzando por eso – Habló de nuevo Owen –. Vamos a enseñarte el cómo la casa funciona. – Escuché unos pasos y luego unos golpes en la oscuridad, fueron un tanto fuertes y la luz encendió, lo vi a él cerca de la pared –. El zócalo siempre ha tenido problemas desde que una vez Xavier intentó poner una bombilla y casi muere electrocutado, cuando pase eso de nuevo le das unos buenos golpes en esta parte y encenderá.
Ladeé la cabeza incrédula, ¿qué cábala tan grande era esa? Sin embargo, él miró sin una chispa de chiste y después continuó caminando por el salón.
- Lo primero, aunque ya me presenté, vuelvo a hacerlo. Soy Owen Villareal, él es mi primo Xavier Belov y él mi medio hermano Augusto Villareal – Comentó tranquilo mientras señalaba a los otros dos.
- Eso quiere decir que...
- Alto ahí loca – Soltó Augusto –. Deja que siga.
- Gracias. Como decía, si somos hijos de diferentes madres, pero nos une la familia de nuestros padres. Así que crecimos juntos siempre y estuvimos aquí por un tiempo.
- Cuando llegamos aquí, este departamento estaba abandonado, éramos unos adolescentes – Comenzó el primo sin hacerle caso a lo último que dijo el otro –. En sí no vivíamos aquí, simplemente veníamos cuando estaba abandonado y en construcción, nunca creímos que tuviera dueño hasta que volvimos de unas vacaciones y vimos que ya estaba listo. Aun así, no vivía nadie, así que hasta que viniera alguien a reclamarlo nos quedábamos de vez en cuando – Agregó Xavier –. Siempre fuimos muy cercanos ante todo ya que nuestras familias viven una muy cerca una de la otra, así que veníamos juntos.
- Pero - Continuó Augusto –, un día llegó un señor con un saco elegante diciendo que estábamos invadiendo propiedad privada, así que abandonamos esto antes de tener un problema con nuestros padres o alguien más.
- No fuimos de familia pudiente – volvió a retomar la palabra Xavier –, por lo que te imaginas el miedo que tuvimos en aquellos tiempos de que nos castigaran con algo monetario o relacionado a eso, claro que cuando eso tener diez dólares en nuestro bolsillo era mucho. Pero hace poco ya eso cambió – Mostró una gran sonrisa –. Ya que Augusto es un conductor de for-...
Un fuerte golpe en el estómago lo detuvo, me quedé pasmada llevando mis manos a la boca al ver como Xavier se dejaba caer entregado al dolor y que Augusto, que fue el mismo que le pegó lo detuvo con una cara algo molesta.
- Como siempre, hablando de más querido primo.
- ¿Eres conductor? – Volví a ladear la cabeza ante la sorpresa –, pero ¿conductor de qué?
Silencio.
Ninguno de los dos quiso responder, evidentemente Xavier no iba a poder porque estaba casi arrinconado del dolor de estómago. En lo que ellos se debatían en no decirme, prefería en ir a Xavier y ayudarlo a sostenerse, luego busqué una silla para que se sentara y cuando lo hizo, vi como con la mirada me daba una gratitud mezclada con quejidos de dolor.
Luego de un largo momento de que nadie decidía decir algo, mi estómago volvió a rugir recordándome que seguía con hambre, Augusto suspiró.
- Vamos a comer algo, yo conduzco. – Se dirigió a la salida, al igual que Owen que le ayudó a Xavier a levantarse para salir, luego me miraron como si preguntaran algo.
- ¿No vas? Si eres tú la que estás hambrienta, desde aquí te veo los huesos. – Comentó Owen con el brazo de Xavier tendido sobre sus hombros al sostener su muñeca y costado para que no se caiga.
- ¿Eh? Pero si yo...
- No nos conoces. Sí, pero ya estamos en un buen lío juntos, así que lo mejor será que estemos juntos el mayor tiempo posible – contestó desde el pasillo Augusto.
- Por cierto, aún no me han comentado nada de ese lío – Me crucé de brazos y Owen rodó sus ojos para terminar dándome la espalda mientras ayudaba a su primo.
- Te lo contaremos en el camino. – Augusto terminó por salir y más detrás los otros dos.
Al fin y al cabo, ¿que perdía?
Aun con la duda a flor de piel caminé detrás de ellos. Cerca de la puerta que daba a la calle tomé mi chaqueta que estaba en el piso y con la llave de la casa, la cerré por fuera.
- ¿Vas a dejar la luz encendida? – Preguntó Owen al ver las luces desde la ventana.
- Sí, así creerán que hay gente en la casa y nadie se va a meter – Dije con una sonrisa astuta poniendo el dedo señalando a mi cabeza –. Se llama estrategia.
- Cómo es evidente que nunca has pagado luz en tu vida. – Negó con la cabeza como reproche y siguió caminando.
Cuando me volteé para ver en donde nos iríamos, juraba que mi mandíbula se iba a despegar de mi cara. Estaba viendo frente a mis ojos una Ford Ranger Raptor cuatro por cuatro, ¡Roja! de este mismo año. Lo sabía no porque fuera una experta en vehículos, sino porque era la bendita camioneta que yo quería comprar para mi cumpleaños. Y estaba ahí, frente a mí, sin ser mía. Ay...
Caminé lentamente hasta ella, apreciándola y deseándola, sentía como si estuviera una película y que había encontrado al amor de mi vida mientras todo se puso en cámara lenta, yo me acercaba a ella y me llenaba un poquito de felicidad, era feliz, yo...
- ¿Vas a dejar de babear por mi camioneta en algún momento? – Dijo Augusto, sentí como se iba cortando el rollo detrás de mí. Él se apoyó en la camioneta con cierta altanería cruzándose de brazos.
- Es muy costosa. Incluso yo, que mi padre si tiene los buenos recursos para comprarla, se negó por lo cara que es. – Él alzó una ceja con cierta gracia.
- ¿Disculpa? ¿Dónde está la humildad? – Soltó una pequeña risa sarcástica –. Sé que tu padre está en una muy buena posición del Estado, pero tampoco era para alardear.
- No estoy alardeando.
- Ni istii ilirdiindi – Se burló él.
- Infantil – Rodeé los ojos y caminé hacia la puerta trasera de la camioneta, pero me detuvo.
- Primero que nada, infantil eres tú. Y segundo, irás delante.
- ¿Eh? ¿Y yo por qué?
- Porque es mi camioneta y se me antoja –. Dijo con una sonrisa socarrona dirigiéndose al lado del conductor, yo solo entrecerré los ojos para ver si había algún chiste, pero terminó por montarse y al parecer hablaba la verdad. Decidí subirme en el lado del copiloto como él había indicado, cerré la puerta y abroché mi cinturón.
No perdimos el tiempo y arrancamos, había un silencio algo cómodo. Pero eso no iba a evitar que siguiéramos con el tema a pesar del hambre. Aun así, antes de seguir me detuve a pensar algo.
Tenía apenas dos días en una ciudad, andaba con chicos desconocidos, chicos fuertes y que sabían dónde yo vivía en menos de tres horas, ¡Demonios!, fue como si hiciera lo que exactamente te dice tu madre que no vayas a hacer. Pueden ser unos dioses de cara y cuerpo, pero eso no quita que sea la única mujer sentada en el lado del copiloto, era como un pequeño chonchito en un corral de lobos jóvenes muertos de hambre.
Como si mi nerviosismo se notara; Xavier, que estaba atrás de mí decidió susurrarme algo cerca de mi asiento.
- Tranquila. No somos los malos, te estamos defendiendo de ellos – Él parecía ser el más dulce y adorable de los tres, y poco a poco se había notado, giré un poco la cabeza para verlo de reojo y estaba sonriendo levemente, sus ojos estaban algo achinados por cómo se desplegaban sus comisuras. Era muy tierno a pesar de su estatura y porte de chico maduro y a pesar de la oscuridad que empezaba a caer de la noche, podía ver un brillo de compresión en sus ojos. Le devolví la sonrisa y de nuevo miré hacia delante.
Luego de unos segundos de silencio, escuché mi celular sonar, pero no lo sentí en mi bolsillo. Entré en pánico y no sé por qué, pero empecé a buscarlo en todos mis bolsillos en los que creía que podía estar como si fuera un millón de dólares. ¿Acaso se me cayó por alguna ranura del auto sin darme cuenta?
Cuando de repente lo vi ser sostenido por una mano que venía desde el asiento de atrás, no dejaba de sonar, no vi quien lo tenía solo que lo tomé sin pensarlo mucho y vi quién era, desconocido por segunda vez en el día. Lentamente fui mirando a Augusto, él observó de reojo por una milésima de segundo para volver su vista a la mirada de la vía y entendió que esa llamada no era de nada grata. Lo puse en alta voz.
- Aló. – Contesté algo agitada.
- ¿Con que andas con el caballero, el colgado y el emperador? – Esa voz retumbó en el auto. Era la misma de esta tarde. El silencio se hizo presente en mí sin darme cuenta.
- Ey, ¿Acaso "El diablo" te mordió la lengua? – Me tensé. Entendí esa referencia. Owen y Xavier se acercaron lentamente para ver la pantalla donde se veía el número, pero en vez de eso solo había una palabra: "privado" y en lo que miraban, yo contesté.
- No, te escucho perfectamente – Murmuré como si fuera para mí.
- No te escuchas muy feliz, ¿Acaso te doy miedo? Es como si no te acordaras de mí.
- Creo que es obvia mi respuesta.
- Oh, dulce muñequita. Con tus botones de chocolate y tus labios de gomas dulces – Empezó a tararear como una canción, miré la cara de los chicos con cierta intriga y ellos me devolvían la misma –. Con su piel muy clara y pelo de lana, estoy detrás de ti, de ti, ti...
Me quedé esperando a que siguiera, pero de repente cortó la llamada. El silencio se hizo pesado, y como hice en la cafetería, intenté buscar el número en el historial, pero nada.
- Owen – Rompió el silencio Augusto cuando detuvo el andar del auto a la hora de que nos tocó un semáforo en rojo –. Entendiste la referencia, ¿No?
- No es hora de memes, esto es algo serio – Espeté.
- No, no habla de memes Livia – Susurró con cuidado Owen al ver cómo me alteré en el momento y luego se dirigió al castaño –. Claro que entendí. El caballero, el colgado y el emperador son cartas de alcanos mayores en el tarot.
- Exacto – Concordó Augusto.
- Eso quiere decir – Comentó pensativo Owen luego de tanto tiempo de silencio –, que quien sea que esté detrás de Livia, debe saber que fue al Tarot y sabe que le salió esas cartas.
- Sé que es extraño, pero... esas no fueron las cartas que salieron – Hablé, interponiéndome en la conversación de los chicos –. Me salió una dama, una torre y luego un demonio – Ellos me miraron con incredulidad, hasta que unos pitidos detrás de nosotros nos llamaron la atención, ya el semáforo estaba en verde.
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