Arcano 32. Rumbo a lo desconocido


Hacía un frío increíble, y no importaba todo lo que llevara puesto, la brisa de la primavera acercándose se colaba por mis huesos de forma tan cruel que no podía evitar temblar en el lugar que estaba sentada. ¿Y cómo no iba a hacer frío? Si eran las cinco de la mañana y me encontraba en ese momento sola, esperando el primer autobús que saliera de la ciudad.

Sí, cómo acaban de adivinar, decidí irme y cumplir con lo que dijo Celia.

Mis ojos se aguaban de solo imaginar el cómo sería cuando ellos se despertaran en la mañana y no me encontraran. Estaba tan asustada, no sabía en qué pensaba exactamente, porque a veces me arrepentía y quería volver, pero me quedaba inmóvil y me convencía de que lo mejor era hacer lo que Celia dijera. Quería protegerlos de que pudiera hacerles Zabrina y esa bruja era a mí que quería, si yo estaba lejos de ellos los iba a proteger, los iba a mantener a salvo, ¿no?

El autobús se detuvo en la parada, lo analicé en los segundos que la puerta se abrió, pero tras un impulso comencé a subir las escaleras hasta que estuve completamente dentro. Me detuve y me giré hacia fuera.

Solo unos segundos, eso bastó para observar lo que dejaba detrás, todo lo que había pasado desde ese otoño hasta ese invierno gélido, como la primavera se asomaba entre la duda y la angustia de permanecer cerca de a quienes quería solo porque la amenaza me seguía donde estuviese. Y después, vi como la puerta se cerraba automáticamente detrás de mí, dejando todos esos pensamientos detrás del vidrio.

No era hora de ver hacia atrás y arrepentirse, era hora de que esta niña de joyitas y diamantitos se convirtiera en una chica normal, y no diría que en mujer porque sabía que me faltaría mucho para eso. El autobús se comenzó a remover y yo caminé hacia sus adentros al terminar de pagar el pasaje correspondiente, si era obvio que debía tener el suficiente dinero para ir a un lugar desconocido.

Me senté en una de las sillas vacías cerca de una ventana. Allí solo estábamos un señor mayor que estaba acostado en el último asiento y yo.

Si les dijera que sabía cuál era el rumbo que tenía mentiría, ante la primera pista de Celia "al horizonte", tomé una ruta que diera a las montañas, justo donde se recostaba toda luz que existiese en aquella ciudad.

Me dediqué a mirar sobre el cristal todo lo que se movía, y cuando me mareaba miraba a otros lados para intentar disipar la confusión de mi cabeza, algunas veces imaginaba que pasaría si me hubiera quedado en la calidez de mi familia, de quienes eran mi familia ahora. Entre mis pensamientos, una línea de sol se posó sobre mi ojo y percató mi atención a algo más.

Nunca había visto el sol surgir de esa forma entre las montañas, nunca imaginé verlo tan impotente levantarse de aquellos hombros de tierra que sobresalían de lo llano. Era simplemente magnifico ver que tantas veces dije que yo le había enseñado al sol el cómo brillar; y en ese momento, aquel astro de luz único en su espacio conocido para nuestros ojos me enseñó a mi cómo en verdad se brillaba. Como se mostraba la calidez, como se mostraba ser único sin ayuda de nada y de nadie.

Así dio paso al día, y aquellas cálidas líneas de luz que se escapaban de las cordilleras mostraban todo lo que la sombra había ocultado durante la noche. Las casas se vistieron de vida y las personas comenzaron a circular entre el nuevo movimiento de vida que empezaba.

Sonreí al notar la nueva inquietud de los seres al que no estaba acostumbrada a ver, a través del cristal pude apreciar la simpleza de la vida.

Era emociónate ver como el autobús se detenía y las persona subían sin apreciar lo lindamente pintoresco que se había vuelto la vida para mí. Tomé mi celular y lo traté de enfocar en todo aquello que me llamara la atención, capturándolo en la pantalla. Pero no tardé en darme cuenta que, a pesar de toda esa resolución que tenía mi caro teléfono, no era suficiente para captar aquella magia que se marcaba en cada objeto y ser viviente que pasaba por mi lado o veía.

Para cuando llegué a la última parada del autobús ya eran las ocho de la mañana con tantos minutos. No sabía dónde estaban mis pies detenidos, pero lo único que si sabía era que aquella brisa me decía en susurros lo afortunada que era de estar en ese lugar. Respiré profundo el aroma que salía de alguna parte que no sabía pero luego giré sobre mis talones para ver a mi alrededor, era una pequeña cafetería con un amargo olor a café, y en ese momento era lo más dulce que podía tener cerca.

Entré al local, me acomodé en un pequeño asiento y pedí un café. Dada la casualidad, en la cercanía de la cafetería escuché a un chico, él tocaba en violín una canción que no tardé en recordarla. Era Vivo por ella de Andrea Boccelli. Era obvio que no iba a cantarla igual que aquel aparente maestro, pero lo hacía de una forma tan dulce con esas notas tan delicadas que esa mañana junto con aquel café que acababa de llegar la hacían de alguna forma, perfecta.

No necesitaba lujos, no necesitaba fama, no necesitaba dramas. Solo necesitaba un poco de eso: Paz y armonía con un toque de nuevo amor a la vida.

Cuando terminé de beber aquella taza y pagar lo correspondiente, me puse en marcha para donde me había indicado Celia.

- "Ve hacia el horizonte, hasta donde tus ojos se pierden". – Interpreté eso de forma rápida, las montañas. Levanté la mirada hasta donde mis ojos podían y pude otar a la distancia aquellas protuberancias de tierra –. Mh, no está tan lejos. Creo que llegaré caminando sin importar lo tanto que me tarde. Total, no estoy tampoco desesperada por llegar. Si ni siquiera sé a donde tengo que llegar.

Y así me puse en marcha sobre un caminito de tierra, ya desde ese momento ese camino dejaba el asfalto atrás y solo había piedras apiladas entre sí para simular de la forma más cómoda y artesanal un camino rural.

Pasaron las horas y poco a poco el amor que tenía a la vida se había ido por el caño, estaba cansada, tenía sed, sudada, despeinada, llena de tierra, en pocas palabras: En un desastre. Saqué mi celular y vi la hora.

Las ocho y treinta.

Si había pasado quince minutos era mucho. Me apoyé de un poster que había en el camino y decidí descansar. Esto era ridículo, cuando comencé a caminar se veía que la vía iba directo para la montaña pero en los pocos minutos ya había doblado más de cuatro curvas, cojeado tres veces, me había picado un mosquito y la montaña se veía ahora más lejos que antes.

Maldita sea.

Ya quería dejarme morir ahí y no me importaba si me picaba un cuervo. Eso pensé antes de que un ave pareciera creer que el gancho que estuviera adornando mi cabello era un gusano y me saltara encima intentando quitármelo. Tuve que correr como si mi vida dependiera de ello, y en ese momento si lo hacía. La flojera y el no hacer educación física desde hace tiempo me estaba pasando factura sin contar con la gran mochila que llevaba en mi espalda que tal vez pesaba en ese momento más que yo, pero el ave no descansaba y la carrera fue bien larga. Tanto, que cuando volví a ver a la montaña, ya se veía un poco más cerca que antes. Pero todavía faltaba mucho. Agh.

Nada podía empeorar.

Trueno, trueno. Gotas, gotas.

Como si fuera una maldición, en ese momento llovió de golpe y tuve que correr a un lugar seco, era estúpido al solo analizar que ni se veía nublado. Más que cansada, agitada y empapada, llegué ponerme debajo de un árbol hasta que el aguacero pasara. Ahora me estaba congelando, temblando de más frío, sola, bajo un árbol de palmas pequeño que me protegía de la lluvia.

Estaba sentada en el tronco, así que para distraerme saqué mi celular. No había señal ni de llamada ni de internet. Era lo que me faltaba. 

Busqué mis audífonos y me dispuse a escuchar música mientras pensaba en mi muy corta travesía hasta ahora. Sé que si Owen hubiera estado aquí ya me habría jodido varias veces por mi condición física y mi estupidez.

Los extrañaba mucho, ya me había acostumbrado a sus estupideces, a la tierna sonrisa de Xavier junto con sus comentarios inoportunos, a las deliciosas comidas de Owen mezclado con sus sarcasmos e insultos. Y a las bromas de Guss bajo su estricto deseo de control ante toda situación. Extrañaba a mi padre llamándome y a mi madre escribiéndome solo para saber cómo me encontraba. Era injusto que ahora que hallaba algo de felicidad tenía que dejarlo por seguridad, porque en esta familia esas dos cosas no podían ir juntas.

Durante mis pensamientos divisé dos figuras frente a mí acercarse, ya a unos metros de distancias elevé la mirada. Eran dos chicos, estaban todo cubiertos y empapados a excepción de sus ojos, uno de ellos tenía los ojos grises y era más bajo que su compañero que los tenía de un verde ambarino, miraban hacia abajo con cierta prepotencia y sentimiento de poder que expiraban con solo verlos.

- Oye – dijo el más pequeño –. ¿No se te parece a alguien?

- Yah – la voz del más alto era ronca, esa acentuación me era muy conocida, sin embargo tenía un toque diferente –. Me parece haberla visto en alguna parte – se llevó la mano a su mentón y entrecerró los ojos como si intentara recordar.

- Hey, chica – miré al que me llamaba la atención con cierto cuidado. Era obvio que tendría algo de miedo con esos dos –. ¿Cómo te llamas?

Yo negué con la cabeza.

- ¿No tienes nombre? – Alternó la mirada entre mí y su compañero –. ¿Escuchaste eso bro? No tiene nombre.

- Yah – volvió a responder al otro viendo de forma cansina a su compañero.

- Ella tiene cara de Elizabeth. O de Ester – se cruzó de brazos el más pequeño y frunció el ceño como si le diera mucho empeño al tema.

- O Rudelys – dijo el otro con su acento.

- ¿Rudelys? – Soltó sus brazos el más bajo –. ¿Qué clase de nombre es ese?

- Es lindo – comentó seco el de ojos ambarinos mirando a otro lado –. O Marielys.

- En serio amigo, ¿dónde consigues esos nombres?

- ¿Alba? Es algo india como el sol.

- ¡¿Desde cuando el sol es indio?! – El alto se alzó de hombros despreocupado. Y luego lo miró de golpe.

- ¿Ashlyana?

- ¿Qué mierda?

- ¡Livia! ¡Mi nombre es Livia!

Me miraron de golpe y luego el de ojos grises me señaló mirando a su compañero.

- ¿Ves? ¿Ese es un nombre normal?

- Alba lo es.

- ¿Pueden callarse? Ustedes hablan más que... bueno, ni sé con qué compararlos.

- ¿Cotorras? – Habló el pequeño.

- Creo que se refiere a lo que aquí le llaman "perricanos".

- Hermano – el pequeño se quitó el cubre bocas mirando al otro confundido – ¿Desde cuando has visto a un pelicano hablando?

- ¿Por qué no?

- ¡Porque los animales no hablan!

- Pero acabas de decir las cotorras si lo hacen.

- Ehm... ¿chicos?

- Esos animales son diferentes, ellos copian lo que dices hermano. No hablan, solo copian.

- Pero si copian es porque están hablando.

- Chicos...

- No hermano, es como cuando grabas lo que dices, la grabadora no habla, solo repite lo que dices.

- Sí, pero la grabadora es una máquina y las cotorras un animal.

- ¡Chicos! – Me miraron de golpe de nuevo –. Si quieren robarme o hacer algo, háganlo, pero ya cállense.

- Ah, no, no – el ojo grises se acomodó el cubre bocas debajo de la mandíbula dejando ver mejor su piel pálida, su nariz fina y alargada, y sus labios finos acompañados de un mentón fuerte y marcado –. Estábamos pasando por aquí y te vimos ahí tirada mirando a la nada, y quisimos ver si estabas perdida o algo por el estilo. Bueno, ¿lo estás o no lo estás?

- No. Bueno, sí. Mira, caminé desde el pueblo hasta acá y estoy súper cansada.

- ¿Cansada? Pero si la entrada de la calle no está tan lejos de aquí, caminamos por aquí casi todos los días.

- Como verás, mi condición física no es la mejor.

- Es verdad, estás muy plana – soltó el otro mientras me miraba y se cruzaba de brazos.

- Oye – miró sobre su hombro el otro susurrándole para entre ellos –, eso no se les dice a las chicas de aquí, ¿bien? Es algo ofensivo – me volvió a ver e hizo una mueca –. Pero si estás algo... tss. Pero de que puedes hacer algo, puedes hacerlo.

Bufé. Había escapado de unos idiotas para estar con unos peores.

- El maldito punto es... – dije intentando controlarme luego de todo lo dicho –, que quiero llegar a la montaña, y aun está muy lejos.

- ¿A la montaña? ¿Para qué?

- Discúlpame pero eso no es de tu incumbencia.

- Si me dices podré... – levantó su dedo que mostraba una llave de un auto –, llevarte a tu destino – canturreo lo último.

Lo miré. Era obvio que no me iba a vender de esa forma, era obvio que...

ººº

- Entonces me dices que una bruja te está siguiendo, ¿para matarte? – Resumió en una línea todo lo que yo había explicado al de ojos grises que ahora mismo conducía una pequeña camionetita de dos asientos que parecía que le faltaba poco para que le llegara la hora. Estaba en medio de los dos chicos y lo único bueno de ese momento era que estaba calentito adentro. Livia es que no puedes callarte y hacer tus cosas tú sola, sin ayuda. 

Pero, ¿qué podía hacer? 

Estaba cansada, no tenía deseos de caminar más, completamente empapada, con el cabello desastroso, toda sucia de tierra y lista para dejar todo eso de ir a lo desconocido. Sin embargo, algo o alguien decidió darme auxiliarme en la nada con el mismo rumbo desconocido.

- Sí, en resumen es así.

- ¿Pero porqué tus padres simplemente no te mandaron para otro país? – Preguntó el chico que estaba en el lado del copiloto y que me había contado, era de nacionalidad rusa y que tenía varias semanas en ese lugar.

Ese chico de ojos extrañamente ambarinos se había quitado también el tapabocas y este era más blanco que el conductor, era de cara perfilada con ojos algo rasgados, tenía un mechón de pelo rubio que salía del gorro negro. De nariz y mandíbula bastante marcada con sus labios encarnados en un color pálido al punto de casi aparentar enfermizo, llevaba una barba algo copiosa que parecía dejada al leve descuido, pero no se le veía nada mal.

- No sé, ¿tal vez para no estar lejos de mí?

- Pero ahora lo estás – comentó con ironía el conductor.

- Sí, pero no lo sabe. Bueno, si debe saberlo porque ya no estoy allá.

- ¿Te escapaste?

- Bueno...

- Está bien, está bien, entendemos. No te preocupes.

Luego de eso, nos quedamos en un cómodo silencio en el que veíamos hacia adelante el camino junto a la lluvia caer, el diminuto automóvil se movía de un lado a otro con recelo de las piedras en el camino haciéndonos removernos de igual manera.

- Por cierto Livia, soy Boris. Y mi hermano se llama Vladimir.

- ¿O sea que tú también eres ruso?

- Sí, solo que tengo más tiempo viviendo aquí. Algunos siete u ocho años, por eso mi ruso ya no es tan marcado como antes.

- Oh, eso es interesante.

Volvimos al silencio cómodo mientras el auto seguía por la irregularidad de la pista, busqué mi celular en el bulto delantero de mi mochila y lo encendí. Apenas eran las doce de la tarde, las señales de red mantenían sin punto alguno, ¿qué estarían pensando o haciendo los chicos a esta hora? ¿Me habrían llamado ya a este número que por el momento era inútil?

- ¿Ustedes viven por aquí?

- Cerca de la falda de la montaña, así que tal vez lleguemos a tiempo para que aproveches la luz del día y puedas llegar a tu destino.

- ¿La luz del día?

- La montaña no queda tan cerca como creías, si seguías a pies podía que te hubiera muerto de hambre o por un animal rabioso antes de que llegaras – empezó a reír por lo que dijo aunque yo no le vi ningún chiste a mi muerte – Bueno, vamos a... ¡Wow!

El auto soltó un sonido de golpe muy fuerte y de repente se puso a tambalearse a los lados hasta que en un momento Boris se orilló en la carretera y, apagando del auto, se bajó del mismo y miró las gomas. Solo pude ver como se llevó las manos a la cabeza y gritó.

-       ¡¿Chto za khren'?! (¿Qué mierda?)

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