Arcano 3. Secuestro en casa


Abrí los ojos bostezando un poco, que mal sueño había tenido, una vieja me estafó con unas cartas, me llamó alguien que me acosa y que no conozco, me encontré con tres patanes y caí en un charco de agua sucia. De seguro por el cansancio me tiré en la cama y me dormí, tal vez...

¿Eh?

Espera, ¿Por qué tengo las manos...?

Y mis pies...

Es una broma o parezco un cerdo listo para ser cortado en cualquier momento. Amordazado con unas sogas bien gruesas de brazos, piernas, pies, pecho...

Me intenté moverme con dichosas sogas sobre casi todo mi cuerpo. Es increíblemente incomodo, pero lo logré, cuando terminé de girarme vi unos ojos miel observarme.

El estúpido rubio de la tarde.

El muy idiota estaba ahí, sentado, mirándome fijamente, con las manos siendo apoyadas en su mentón y mientras estaba algo inclinado hacia delante de la silla sus codos descansaban en sus rodillas. Me quedé inmóvil, esos ojos sobre mí, sobre mi cuerpo analizándome... pero no se movía, ¿acaso no se dio cuenta de que me estaba moviendo? ¿O estaba soñando?

Volví a mirar al de ojos claros, y este seguía en su misma posición. Entonces decidí intentar algo a lo que le llaman: Sobrevivir. Como un miserable gusano, me comencé a arrastrar sobre el piso, bajo la mirada extraña e inmutable de él... que estaba en mi casa, sin aparentemente haber robado nada o algo por el estilo.

Me detuve con ese pensamiento. Lo volví a mirar y seguía sin inmutarse.

- Oye. – Sí, sé que tal vez cavaba mi propia tumba, pero en verdad me estaba dando más miedo esa mirada que estar amarrada. Pero a pesar de intentar llamar su atención, no se movió. – ¿Hola?

Volví a llamar y en cierto momento, se vio un brillo en sus ojos, que decía que estaba vivo, pero perdido en su interior. Luego de unos largos segundos, fijó sus verdes con atención en mí.

- No he dejado de verte. – Susurró. – Sólo que quería verte despertar y arrastrarte como gusano. – Soltó sarcástico.

Lo miré de arriba hacia abajo, evidentemente ofendida. Me moví con mi vergüenza a flor de piel, y me puse en posición de verlo de mejor forma.

- No me he equivocado, meas sola, te mueves sola, jodes sola. Insisto, serías increíble como muñeca. – Se enderezó divertido, mostrando sus blancos dientes en una increíble sonrisa, muy coqueta, por cierto. – Seguro te preguntas el cómo llegué aquí.

- En verdad no te conozco. ¿Quién eres? – Lo miré con aire de ironía en mis palabras, y el dejó una risa leve salir.

- Soy Owen. Mucho gusto, Livia.

- ¿Cómo...?

- ¿...Sé tú nombre? – Levantó los hombros con desdén, pero no respondió.

- Acaso tú... – Comencé, ahora acordándome de la extraña llamada de la cafetería. –...Tú fuiste el que me llamaste.

Me salió más como una confirmación que una pregunta, sin embargo, frunció su ceño en forma de duda. Su mirada me dijo que no entendía de lo que hablaba, ¿o se estaba haciendo el inocente? Cuando iba a seguir hablando, otra sombra se adentró al espacio y tomando otra silla que acercó hasta estar al lado del rubio, colocó el espaldar hacia delante para sentarse con las piernas abiertas y apoyar su mentón en la curvatura superior del asiento de madera, era Xavier.

Los grises y pardos se clavaron en mí, tragué saliva de forma fuerte por la insistente atención de ambos jóvenes. Miré hacia atrás por si venía otro de los tres.

- Augusto no va a venir, tiene cosas más importantes que hacer. Tal vez se nos una después. Sé que ya lo extrañabas, pero él todavía tiene muy fresca la patada que le hiciste hace rato. – Comentó con una gran sonrisa de boca cerrada sin malicia el de apariencia más pueril.

- Entrando en tema. – Intervino el ya instalado rubio, recostándose en la silla. – Estamos aquí, en este humilde hogar de esta chica que acabamos de conocer y que seguimos para ver si tenía algo de valor para robar.

- ¿Qué? – Me asusté ante su muy tranquilo comentario que fue intervenido por su compañero.

- No le creas, no fue para robar. – Desmintió Xavier. – Estamos aquí por ciertas sospechas que tenemos de ti.

- ¿Son policías?

- No.

- ¿Detectives?

- No.

- ¿Policías encubiertos?

- Creo que ese tipo va dentro de policías en general, así que no.

- ¿SWAT?

- Ya quisiéramos. – Soltó esta vez el rubio riendo con desgana.

- Entonces no tengo que decirles para comprobar ninguna sospecha y si llamo a la policía para decirle que ustedes están...

- Sí, sí, secuestro. Blah, blah, blah. Como sea. – Interrumpió haciendo una mueca de disgusto evidente llevándose una mirada de reproche por parte de Xavier, a lo que continuó él.

- Livia. Estamos aquí no por ninguna situación que te haría daño.

- Por ahora. – Volvió a interrumpir el de ojos miel.

- Exacto, por ahora. Así que necesitamos que nos ayudes. Es por el bien de todos nosotros. Y créenos, si no colaboras te va a pesar muy caro.

Los miré alternando el enfoque sobre los dos chicos y lo medité. Primero que nada, estaba esa situación de una llamada anónima sin rastros, luego el choque que terminó en pelea, y ahora dos de ellos me habían seguido para sabrá Dios qué cosa.

Bueno, si no me hacía daño creo que podría ayudarlos, pero con esa soga sobre mi cuerpo me daba cierta desconfianza en el supuesto intento de ayuda al que aparentaban ofrecer.

Suspiré.

- Está bien. Suéltenme y les respondo lo que quieran saber. – Los chicos se miraron entre ellos algo sorprendidos.

- Bueno. – Se levantó Xavier para ayudarme a quitarme las sogas. – Creímos que teníamos que negociar o algo así. Fue bastante fácil.

- No tenemos que llegar a eso, si somos personas civilizadas no tenemos que amarrar a la gente ni obligarla a decir cosas.

- Quién la oye... – Dijo el rubio ahora cruzándose de brazos con más sarcasmo, en verdad lo empezaba a detestar.

- Bien. – Dije ignorándolo. – ¿Qué quieren saber? – Me senté en el piso en lo que Xavier volvía a sentarse en la misma posición en la silla. El otro comenzó.

- ¿Cuánto sexo tienes al día?

- ¿Eh?

- ¿Cuáles son tus posiciones favoritas?

- Espera, yo...

- ¿A qué edad perdiste tu virginidad? – Soltó de golpe esta vez Xavier.

- ¡¿Qué malditas sospechas son esas?! – Espeté con la cara encendida en calor por la vergüenza a la que me sometía con dichas preguntas al azar.

- Solo eran pruebas para saber si mientes. – Respondió el rubio de forma neutral.

- ¡Eso es si es un detector de mentiras, idiota!

- Ah, es cierto. – Susurró sonriendo con ternura un más relajado y divertido Xavier mientras acariciaba su cabello. – Lo sentimos, nos precipitamos.

- En verdad. Queremos saber qué hacías donde Zabrina.

- ¿Zabrina? – Dudé.

- La bruja de porquería a la que fuiste. – Casi escupió el más serio de los dos como si estaba a punto de perder la paciencia. ¡Uy! Pero que temperamental.

- Esa idiota me estafó. Le pedí que leyera mi futuro y...

- ¿En serio crees en esa mierda? Te creería más fácil que fuiste a buscar drogas.

- Solo quería intentar y ver si en verdad...

- Tan básica e ingenua como siempre.

Eso me descuadró un poco ¿"como siempre"? ¿A qué se refería con siempre? Lo miré a punto de cuestionarle directamente a lo que se refería, pero antes de hacerlo Xavier me interrumpió.

- Livia. – Atrajo mi atención con suavidad y yo atendí. – Esa señora no es buena. Y no digo que sea mala en el sentido de estafar, o algo por el estilo.

- Que hizo algo peor. – Volvió a interrumpir cortante, de verdad ya me estaba incomodando.

- Bueno, sí lo hizo. Pero lo que quiero que entiendas es que te has metido en un peligro sin darte cuenta.

- ¿A qué te refieres?

- Esa señora, digamos que es "traficante".

- ¿Drogas? – Levanté las cejas con sorpresas.

- Órganos, más bien. – Completó el incesante intruso de las oraciones, levantándose del lugar y fue hacia donde estaban las fotos de la pared mientras lo seguíamos con la mirada. – Seguro no te hizo nada por verte muerta de hambre y toda pálida.

- ¿En verdad no puedo patearle a él también? – Dije mirando a Xavier con cierta suplica mientras señalaba al inepto que estaba de espaldas, el pelinegro negó algo inocente mientras volvía a acariciar sus hebras en cierto punto de la cabeza.

- Te acostumbraras. Ahora es como un cactus, pero verás que es un amor. – Me susurró con cierta dulzura como si quisiera que entendiera las cosas de apoco con un aura de dulzura, lo miré algo desconcertada y giré mi cabeza nuevamente al rubio, este levantaba el dedo corazón hacia nosotros como si escuchó todo lo que dijimos. En verdad que era un completo estúpido.

- Bueno. Pero volviendo al tema, – Xavier tomó la silla y se levantó para luego sentarse en el piso frente a mí con las piernas recogidas. – ¿Por qué fuiste a donde una adivina?

- Nos hemos dado la libertad de investigarte un poco, y sabemos que tu familia es muy devota a la cristiandad. O algo así. – Susurró el otro. – ¿O es solo para los anuncios?

- ¿Qué dijiste?

- El punto es... – Xavier volvió a llamarme. –...que es extraño que una chica nacida en una familia tan particular como tú decida adivinar su futuro cuando es casi evidente que en la mayoría de los casos está planeado.

Suspiré por segunda vez.

En verdad era que nunca fui muy religiosa que digamos, no les diría que fumo porque no lo hago, tampoco tomo licor. Nada de tatuajes y solo perforaciones para mis pendientes. Y tampoco era como si mi vida tuviera un rumbo fijo en realidad, mis padres no planeaban algo exacto, me daban la libertad de elegir lo que quisiera mientras no los afectara. Sin embargo, la curiosidad en otras cosas que no sea la cristiandad o la rama de mis padres me estaba matando. Y tenía muchas dudas en mi vida, el futuro, y... ¿A quién engaño? Al final me rendí ante el deseo banal de querer saber mi futuro.

Volviendo a la escena presente, noté que Xavier estaba con sus ojos grises, analizándome detenidamente en espera de una respuesta a su duda, incluso sentí la mirada del amigo rubio en mi espalda también con la misma intriga.

Me removí en mi lugar.

- Tengo unas cuantas dudas sobre mi vida en el futuro. Mi carrera, mi vida amorosa, y...

- De seguro querías hacerle un amarre a un chico que no te hace caso por fea. – Voltee a ver al que habló y él seguía mirando las dichosas fotos determinadamente.

- Sí, claro. Puedes dejar de ver mis fotos familiares, me hacen sentir algo incómoda que veas cosas de mi casa sin antes haberte invitado desde el principio. – Levantó las manos como si fuera en son de paz y se alejó de ellas para volver a sentarse en una de las sillas.

- Por cierto, ¿Qué se supone que es esto? – Dijo mirando a los lados. – ¿Una cocina? ¿Una sala?

- No te salgas del tema, Owen. – Susurró el pelinegro con nuevo reproche a su amigo.

- Es mi casa y pongo lo que yo quiera como yo lo quiera.

- Ahora que lo pienso, sí que parece un reflejo de ti. – Dijo Owen con sorna cargada en sus palabras. – La estufa está casi junta con la cama de seguro y la nevera está en el baño.

- Owen, cállate. – Volvió a hablar con suavidad el que estaba frente a mí, intentando hacer que el otro dejara de hablar estupideces. Ya él me está cayendo algo bien. Todavía no tanto porque no lo conozco, y eso se le incluye a que no sabía cómo entraron a mi casa todavía.

"¿Cómo era posible que me siguieran si cuando entré ya estaban allí?"

Saliendo de mis pensamientos fijé mis orbes con algo de desconfianza intentando recordar poco a poco lo que había pasado antes de despertar. Me acordé cuando entré, cuando tomé el libro, las risas en la cocina, cuando me alejé lentamente para llamar a la policía por mi celular, y después de eso, oscuridad. ¿Acaso ellos me habrían pegado? Eran algo atléticos, no creo que me hayan pegado sin matarme sin querer.

Luego de unos minutos en los que ellos discutían y yo meditaba, hubo un sonido, algo parecido a un corto rugido que vino desde mi estómago. Tenía hambre.

Ellos me miraron con desconcierto, ¿ese sonido había salido de mí? ¿De la linda, adorable y casi sensual Livia? Si señores, soy humana y no he comido nada desde la mañana además de esa tacita de chocolate, así que no era mi culpa.

Owen se levantó y con poco interés me miró cruzándose de brazos, ahora notaba que su vestimenta era la misma con el que lo había conocido, un pantalón jean con un abrigo de un tono esperanza de tala holgada y que le quedaba más debajo de la talla con un corte en triangulo, unas zapatillas que en algún momento fueron blancas ante la suciedad que tenían y unas cuanta pulsas que decoraban su muñeca diestra.

- Voy a cocinar, y no por ti fea, es que ahora por tu culpa también tengo hambre.

- Que mal chico lindo, a las feas también nos da hambre. – Me levanté moviendo mi cabello como si fuera un anuncio de una línea acondicionadora de pelo. Él soltó un bufido algo gracioso restándole importancia al gesto.

- Parece que no porque te estas desapareciendo. – Una risa de victoria se apareció en su rostro mientras buscaba con la vista algo. – En verdad, Livia, ¿Dónde está la verdadera cocina? No voy a ir a tu baño a cocinar algo y ni loco usaré el lavamanos como fregadero.

- En la segunda puerta a la derecha. – Admito que la casa en verdad está hecha patas arriba, pero no me culpen, mis visitas no son tan entrometidas como estos dos y al menos esperan a que los inviten. Él salió en dicha dirección, y luego de un momento me di cuenta de que me había quedado a solas con Xavier, que ahora que notaba, también estaba mirando las fotos en mi pared.

- Esta eres tú de pequeña. – Insinuó al ver una niña pequeña en el retrato con pelo castaño largo montada en una bicicleta mientras reía a carcajadas. Yo me acerqué y a ver la imagen, negué con la cabeza.

- Era mi hermana menor.

- ¿Era? – Me miró sorprendido, le di una mirada donde su gesto de sorpresa se volvió de incomodidad y vergüenza que fácilmente se leía en sus ojos. – Oh, yo... lo siento.

- No importa, eso fue hace años.

Él siguió mirando. Yo iba detrás de él por si le desataba otra duda, pero cuando él iba a articular de nuevo, escuchamos un grito salir de los pasillos.

- ¡Owen! – Gritamos al unísono. Y salimos corriendo detrás del sonido.


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