Arcano 24. Roberto
De acuerdo, ¿qué dirías si tras varios sucesos que en poco tiempo han cambiado tu vida, te dicen que lo que sabes no es lo que parece?
Eso fue lo que me sucedió al escuchar las palabras del imponente hombre a mi lado que jugaba con sus dedos en simbolismo de su posible nerviosismo. Entrecerré los ojos algo confundida por lo que había dicho y mis manos se sintieron sudar frío ante la repentina duda.
Los tres jóvenes en la habitaciones no parecían estar sorprendidos, al contrario, naturalizados por la aparente situación, se fueron acercando. El rubio de ojos claros se colocó a mi lado mientras que Guss se sentó al lado de Roberto y Xavier, al ver que no había otro lugar en el cual ubicarse, se sentó en el piso entre medio de nosotros sin pensarlo mucho. Y a decir verdad, aparentemente él se veía bastante cómodo en aquel lugar.
- Te voy a decir toda la verdad. Y antes que soltar todo, quiero que sepas que no sabes cuanto lamento cualquier cosa que hubiera hecho mal en el pasado como hombre, como padre y como humano, no espero que me perdones, pero sí que me entiendas – intenté responder a su palabra pero presentó su mano para acallarme –. No tienes que responderme ahora, sólo quiero que escuches.
- De... De acuerdo.
- Y también ustedes chicos – les miró a cada uno detenidamente mientras hablaba –. Se merecen saber la verdad... – Suspiró –. Bien. Digamos que todo empezó cuando tenía diez años.
Roberto
Apenas tenía diez años cuando conocí a mis dos amigas inseparables. Aquella niña rubia preciosa de ojos verde y muy larga estatura, la más alta y bonita del salón para ser sincero llamada Celia, era un ángel en la tierra, tan apegada a la naturaleza como una persona podría ser. Y luego, estaba Nicole, también una rubia de ojos tan oscuro como la noche, pero esta era de muy pequeña estatura, tan inteligente y dedicada, mecánica, única y simplemente la mejor amiga que se podría tener.
Se podía resumir en que Nicole era bastante rígida mientras que Celia demasiado fluida. Eran dos polos opuestos. Cuando Celia era dulce e inocente como una mariposa, Nicole podría ser tan ágil y estratégica como un ave domesticada.
Crecimos entre una sincera amistad de tres. Y al llegar a la adolescencia tuvimos que cruelmente darnos cuenta de que no sería eterno.
En secundaria la amistad creció tanto que era difícil que dos de nosotros pudieran estar unidos sin esperar al que faltaba. Pero las cosas se tornaron algo oscuras cuando pude percibir la belleza de Celia, cuando la astucia y ganas de poder de Nicole la envenenaron de forma silente. Y sumándole el que mis padres, tras cada año que pasaba, me intentaran doblegar a algo que yo no quería.
Sí, fui un resultado de algo que yo no quería ser, a partir de eso es que a mis quince años tuve que verme involucrado forzosamente en casos y cursos técnicos relacionados con política y economía del país. El tiempo que empezaba a durar con quien fueran mis mejores amigas se fue reduciendo cada vez más para solo dedicarme a mi futuro y la relación con ellas se fue deteriorando.
En la graduación de la secundaria mis padres decidieron que entrara a la carrera de derecho. Para suerte mía, Nicole se enlazó en la carrera de relaciones internacionales y publicidad, mientras que Celia cedió a no estudiar en la universidad, sino que tomar clases con su madre, Zabrina, sobre el tarot y rebajes medicinales. Ella insistía en mantener la rama viva de la familia y dedicarse a ello como lo había hecho todos sus antepasados.
En la juventud volvieron las reuniones y fiestas a las que asistía a escondida de mis padres, disfruté mucho de esos años con ellas y no me arrepiento ni un segundo de nada lo que viví hasta aquel momento. A pesar de todo, eso no era para siempre.
Las cosas volvieron a caer con el transcurso del tiempo, como si de un abismo se tratase al intentar entablar por lo menos una conversación con ellas. Cuando mis padres comenzaron a decidir que ya era hora de tener una pareja estable, alguien que fuera muy bien colocada para la posición de prometida perfecta a mi lado, me vi forzado a tener citas con personas que parecían tener el perfil idóneo.
Supe que el destino jugó de mala manera cuando me enamoré perdidamente de Celia y esta hizo lo mismo de mí. Un amor no aceptado por ambas familias fue lo que marcó un antes y un después entre nosotros.
Tras varias búsquedas, justo mi buena amiga Nicole iba a quedar a mi lado, estaba mucho más que preparada curricularmente para el "puesto" como futura señora de Drusila que Celia, ya la conocía, estudiaba carrera a fin de la política y su familia era adinerada, con eso fue suficiente para encantar a mis padres.
Una situación que a Celia y a mí, además de matarnos por dentro, nos mató casi como seres humanos, más a mí que a ella. Tuvimos la idea de convencer a Nicole de que dejara aquella falsa para que Celia y yo pudiésemos vivir un romance a pesar de los percances. La sorpresa vino cuando esta se negó y nos amenazó rotundamente de nunca dejarnos ser felices ya que ella estaba enamorada de mí. Un golpe más bajo para nuestra amistad y el amor prohibido.
A causa de esto, quien más pagó los platos rotos fui yo, ya que de un momento a otro simplemente Celia desapareció sin dejar rastro alguno, sin alguna nota o rastro que me llevara a ella. Diría que el dolor era devastador, pero les estaría mintiendo. Ya que no sabía lo que me esperaba.
Para mis veintiséis años ya estaba comprometido con Nicole por un matrimonio arreglado por ambas familiar, por el lado de Nicole esto fue un sueño de princesa mimada por una familia altamente pudiente que se hizo realidad; pero para mí, para mí era más que una pesadilla, el mismo infierno en la tierra que me consumía peor que cualquier muerte conocida. Era un castigo con el que siempre iba a cargar sin tener alguna culpa.
Días después de la publicación del compromiso, Celia volvió a la ciudad, se apareció en la puerta de mi casa y no pude explicar el sentimiento de infantilismo y felicidad que vino a mi ser, vi lo mismo en el brillo de sus ojos con cierto rubor en sus mejillas.
Fue mi siguiente error. El primero fue nunca haberle dicho la verdad a mis padres por miedo a su reacción y a lo que pudiera pasar a mi familia si a esa altura del caso rechazaba la mano de Nicole o lo que esta pudiese inventar por su supuesto amor conmigo. Y el segundo fue creerle a Celia, y no solo creerle; sino hacer lo que ella quiso a pesar de mi deber como parte de la familia Drusila. Pero no me arrepentí.
No me arrepentí que aquel mismo día que la vi en mi puerta para huir con ella sin pensar que dejaba a una mujer que dejaba atrás. Tampoco me arrepentí de casarme por la iglesia a escondidas ese mismo día con ella y menos me arrepentí cuando me entregué a ella en cuerpo y alma de tal forma como lo hizo ella.
Nunca me arrepentí y tampoco lo haré, por más daño que hiciese a quien me escuchara, menos lo haría ahora a pesar de sonar egoísta.
Semanas después volví a una realidad en la que se celebró la boda arreglada con Nicole, esa boda tan blanca y pura ante las cámaras de la prensa y los ojos de todos los que nos vieran. Nuestras sonrisas resplandecían de forma tan amplia como la perfecta pareja que éramos. Pero mi tercer y peor error fue el gran detonante del problema que estaba pasando ahora.
Nunca le dije a Celia sobre este compromiso.
Fue mi culpa no hablar de eso con ella por entender que ya había visto todo, había visto todos los noticieros que anunciaban nuestra falsa boda. Pero a pesar de todo, pareció haberlo visto pero no comprender bien, y era obvio. Cuando habíamos decidido Nicole y yo salir de la fiesta de celebración de la boda para subirnos al auto que nos llevaría para el hotel a nuestra luna de miel, allí la vi.
Sus ojos gritaban ayuda, gritaban una explicación entre el bullicio de la gente alegre por el compromiso que de pronto dejé de oír. Sus ojos tan verdes como el pasto de la libertad se disfrazaron de un tenue como las hojas marchitarse, pero no pude detenerme, no pude ir hacia donde estaba ella. Cuando subí al auto sus ojos se quedaron marcados en mi mente cada vez que dejaba caer mis parpados, nunca se lo confesaría a nadie pero aún era el día en el que esos ojos estaban reflejados en mi memoria cada vez que hacía algo mal.
Esa noche de luna de miel tuve que emborracharme como nunca lo había hecho, lo primero para enamorarme por el "amor de mi vida" y lo segundo para cumplir con mi compromiso familiar. Ese apellido siempre me ató a lo que no quise. A estudiar lo que no quise, a casarme con quien no quise, y a alejarme de lo que verdaderamente quería.
Pasaron los meses, y ya era un hombre hecho y derecho que empezaba a involucrarse en la política de forma rápida y explosiva. Era joven, fresco y prometedor ante el futuro de un pueblo que quería un nuevo cambio. Tenía una esposa perfecta, enamorada con el fruto en su vientre de nuestro "amor". La llamamos Livia así como se llamó mi madre alguna vez, y en su honor su nombre se vio reflejada en aquella muy pequeña criatura de tono rosado que nació.
No les voy a mentir, a pesar de todo si amé y seguí amando a esa niña cuando la vi en mis brazos, fue fruto de nuestra supuesta unión. Y aunque supe tiempo después que no era mi hija, no me importó. No me interesó. Y tras eso, nunca supe de Celia, el verdadero amor de mi vida.
Hasta que un día...
A nuestra casa llegó una carta, no la abrí hasta que llegué a mi escritorio en el trabajo. Lejos de mi actual esposa que se desempeñaba en una empresa publicitaria y mi "hija" de algunos tres años. En su interior había varias hojas escritas con una tinta roja y otra carta que de un repente me trajo un recuerdo muy profundo en mí. Era la carta del tarot donde se veía pintada "el juicio final". Rápidamente leí y allí había un número, un número de teléfono y en la última hoja una foto.
Me quedé paralizado en ese momento cuando vi aquella foto, cuando vi a aquella chica que ahora era toda una mujer, que figuraba en la imagen con una bebe en brazos mientras ella estaba conectada a los sueros del hospital. No tardé en llamar, y luego de los tres timbrazos la voz de Celia acunó mi corazón como el cantar de un ruiseñor en la mañana a sus flores.
Ella fue rápida y me contó, su madre no quería que estuviera acerca de ella luego de todo lo que había pasado. Y la entendía, la entendía completamente. Hasta yo lo hubiera prohibido si se trataba de mi hija.
Luego de eso me explicó que al finalizar del parto que había tenido comenzó a tener problemas cardiaco, y para la alegría nueva de mi corazón, supe que era mi hija. Esa niña era fruto de un verdadero amor, que era lo que sentíamos Celia y yo. Luego de ese día, fue muy difícil no hablar todos los días y las noches con ella a escondidas de Nicole, que poco a poco empezó a sospechar. Aun así nunca exigió alguna explicación, hasta que yo se lo conté.
Livia me había preguntado mientras contaba la historia que si Celia no fue alguna vez mi secretaria. No sé de donde sacaste eso cariño, Celia siempre se vio fuera de esto y creo que fue eso lo que me hizo amarla más. Ella me sacaba de ese mundo de problemas y falsedades, ella me alejaba de ese mundo de odio y mentiras, ella fue mi paz y mi roca, lo que Nicole nunca pudo ser para mí, Celia lo fue todo.
Pasaron los años y comenzamos a vernos, si le ayudé con la manutención de nuestra hija y si la ayudé con sus gastos médicos. Después de esto, ella me confesó que había decidido estar con otro hombre, y a pesar de mi dolor de que ella estuviera con alguien que no fuera yo, lo comprendí, lo comprendí porque sabía que ella no lo amaba como me amaba a mí al igual que yo no amaba a Nicole como la amaba a ella.
Y así tuvo dos hijos más. Sí Livia, no solo tuvo a Owen, del cual su presencia no me enteré hasta mucho tiempo después. También tuvo a tu pequeña hermana, Belén.
Sí Livia, no fue hija de tu madre, pero si fue criada por mí las veces que Celia tenía que ir al médico junto con su madre para chequear su corazón que cada vez estaba peor. Aquella enfermedad y supuesta muerte nunca me la perdonaría, ni esperaba que tú ni Owen lo quieran hacer, mucho menos Nicole, que a pesar de aquella infidelidad se molestó pero aceptó cuidar a esa niña como si fuera suya a escondidas del Estado desde que inició la enfermedad.
Ese fue el último detonante de esta guerra. Zabrina no me perdonó la muerte de su pequeña nieta, y aunque lo entiendo, todo se salió de control. Celia cada vez empezó a empeorar en su estado, así que en medida drástica me obligó a mí a través de la culpabilidad de la muerte de nuestra pequeña hija a buscar personas que estuvieran cerca de la muerte para donar su corazón a Celia.
Pero no era tan fácil, ni por mis propias fuentes fue tan fácil. Y así fue como todo el plan comenzó a tornarse más complejo, riguroso, sin lógica y retorcido. Zabrina haría hasta lo imposible para esto, y lo seguiría haciendo.
La cara de duda que tenían todos ante lo último que confesé fue increíble, parecieron no entenderlo. O por lo menos, no le parecía posible lo que escuchaban. Y allí decidí revelar uno de mis grandes secretos.
- Celia, no está muerta.
Un rayo que cayó en alguna parte del bosque se reflejó por la ventana dejando entrar el suspenso por su abertura. Pero ni eso era tan fuerte como lo que acaba de revelar.
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