Arcano 21. La visita de dos sombras


Owen y yo seguíamos inmóviles en nuestro lugares sin querer participar de una pelea que de repente se convirtió de uno para uno de Guss con su primo.

Xavier se removió intentando soltarse del agarre de su primo mayor, parecía un pequeño cachorro agarrado en una trampa de vida o muerte. Owen obtuvo la oportunidad de deshacer el agarre de su medio hermano haciendo que el más pequeño de los tres se alejara, se agarró el cuello intentando respirar con comodidad, parecía haberse casi asfixiado en aquella trampa. Luego de unos segundos, me miró de golpe y sus ojos, de ese adorable tono gris metálico parecieron ser una tormenta al punto de llover.

Ya pasado el problema, un enfermero y una doctora entraron a la habitación por la queja de los demás pacientes por el ruido que se estaba haciendo, notaron que la situación no era la más favorable y no perdieron la oportunidad de acercarse al vendado para indicar que de tener que volver otra vez los sacarían del lugar sin derecho a visita tras dicha escena que supuso. 

La misma revisó tanto el suero y que todo estuviera en lugar junto con su acompañante mientras los otros tres permanecían en un silencio mortífero. Tras un momento de suspenso de pura revisión y llenado de papeleo por parte de los profesionales, estos salieron advirtiendo nuevamente en forma de reproche y así salieron cerrando la puerta detrás con suavidad.

La discusión pendiente no empezó de una vez, pero sí se esperó a que se alejaran tanto la doctora como el enfermero para seguir.

- ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo ibas a ocultar eso?

Insistió Guss y el pelinegro no contestó.

- ¡Responde maldita se-!

- No es tu problema Augusto. – Me volvió a mirar con una rabia acumulada que hizo desaparecer su lado dulce, tierno, infantil. En ese momento vi a Xavier como lo que era, un hombre –. Y tuyo tampoco Livia, ¿por qué vas de boca suelta a decirle a todos que tengo algo extraño en la cabeza? ¿Acaso te gustaría que te hiciera lo mismo con tus...?

Lo veía impactada apretando mis manos, si esperaría que se molestaría ante esa situación, pero no de tal manera.

- Ya Xavier, no la agobies con esta discusión, escuchaste a la doctora. – Se limitó a decir el rubio.

Así sin más el menor salió de la habitación, dejándome un sabor amargo. Pero no de esos que vienen a tu lengua de repente, sino de aquellos que están en lo interno de tus mejillas.

°°°

A los tres días me dieron de alta, sin ningún problema en la pierna más que una u otra cocedura, era cierto que me doliera un poco caminar, pero no era algo que no pudiera soportar. Cuando salí de la clínica Owen y Guss estuvieron ahí, pero Xavier nunca más lo vi, no sé por qué su enojo fue tanto cuando Guss descubrió los del metal cocido a su cabeza y porque como supo tan rápido que fui yo quien lo dijo, y aunque así fui yo, no sé por qué interpretó tan rápido que no pudo ser otra persona.

Caminaba despacio hasta el taxi que habían solicitado los hermanos, no era como que necesitaba apoyarme de algo o alguien, pero si tenía que caminar algo rígida por les pequeños dolores que me daban. Cuando entramos al auto para volver a la casa, Owen me llamó a la atención.

- Livia, no sé si esto para ti sería un problema, pero...

Me pasó un periódico de hace unos dos días, en la cabecera estaba mi nombre junto con el de mi presunto padre.

"Hija de Roberto Drusila tuvo aparatoso accidente: Livia Drusila, hija del gran político y Vicepresidente de Estado Roberto Drusila, tuvo un accidente en la mañana del pasado jueves cuando se disponía a salir de su hogar en compañía de un compañero conductor mientras se disponía a ir con sentido a su universidad".

¿Cómo había llegado esa información? Rápidamente miré a Owen y él se alzó de hombros mientras movía la cabeza en negación rotunda, él no sabía y al parecer Guss tampoco. Esto era extraño, ni siquiera mi madre me había llamado para...

Para...

Mi celular.

- Mi celular.

- Está en la casa, estaba descargado cuando se lo entregaron a  Guss, así que él mismo decidió dejarlo allá para que nadie te molestara con alguna llamada y pudieras descansar.

- ¿En serio? – En ese momento, algo no cuadró. Pero lo dejé pasar cuando miré a Guss y con sus ojos me dijo que era cierto. Me había dado cuenta que de alguna forma él y yo habíamos formado algún lazo secreto que no podría interpretar, así a veces pasaba con Owen, y aunque no lo entendía era una de esas uniones que era mejor dejarlas tranquilas.

El viaje fue silencioso, el chofer decidió cantar para sí mientras manejaba y de vez en cuando los tres nos reíamos para nosotros cuando en alguna nota desafinaba, él lo notaba pero aun así seguía cantando con todo el sentimiento posible. Para cuando llegamos, encontramos a al menos tres hombre vestidos de negro con unos lentes de sol junto con unos aparatos conectados con sus oídos. No se tenía que decir más, conocía a uno de esos seguridad y era de quién menos quería ver.

No me importaba que ellos estuvieran en ese momento resguardando la espalda del mismo vicepresidente de la republica que era mi "padre", a quién no quería ver era a aquel pelinegro de ojos oscuros que se dejaron ver cuando se quitó los lentes al notar la presencia del auto estacionarse.

Incluso no me importaba que estuvieran junto con Xavier en ese momento al que tenía días sin verle. Los dos chicos que estaban a lado parecieron confundidos ante la invasión, pero mi mirada se mantenía fija en aquella imponente figura varonil.

- Livia. – Mi atención se la robo aquel señor de elegante vestidura destacable –. ¿Me puedes decir porqué tu nombre está en todos los periódicos del país?

Hola padre, yo estoy bien, ¿Y tú? Yo también, te extrañé mucho. Pensé con sarcasmo dibujado una sonrisa sin mucha gracia.

- En verdad si lo supiera te lo diría – me alcé de hombros –, y en verdad, no lo sé.

- Por qué no comentaste sobre esto. Te dije que si pasaba algo...

- Sí, me voy a levantar del desmayo inducido que me tenían los médicos para llamarte y decirte que tuve un accidente de camino a la universidad.

Silencio. Él se vio incomodo, su ojos casi negros en los que me vi reflejada se vieron llenos de indignación con un toque de molestia. Yo lo miraba casi igual, y más que sabía lo que él me había ocultado durante años. Digo, tampoco lo iba a culpar, como ibas a sentarte a hablarle a alguien con quien no querías ni siquiera topar en ningún momento de tu vida ni porque fuera tu supuesta hija.

- Te dije que cuidaras tus pasos.

- Y ahora es mi culpa haber tenido un accidente – suspiré frustrada –. Esto es el colmo.

- No te dije eso.

- ¿Entonces qué quieres decir Roberto?

Sus ojos se abrieron como si se consumiera en la misma furia encarnada. Nunca en la vida había enfrentado a quien creía mi padre, nunca en la vida lo había llamado por su nombre, después de aquella noche en la que dijo muy tranquilo que yo era un problema no le miré a los ojos. Y ahora, estaba de frente a frente con la bestia, con una bestia que ya poco a poco no me intimidaba.

Hasta que lo vi caminar hacia mí con fuertes e impotentes pasos. No me pude mover, algo de mí se asustó tanto de lo que pudiera hacer que hasta mi respiración abandonó el sentido en automático, podía sentir me pecho llenarse de aire una y otra vez mientras mi corazón bombeaba la sangre a todo mi cuerpo. Y así lo tuve de frente, tomándome el brazo con arrebato y llevándome casi a rastras. Fui caminando con algo de dificultad por el problema de mi pierna pero aún así era a rastras.

Me quise imaginar que los demás no se interpusieron o por respeto o por miedo de lo que pudieran hacer los de seguridad. Entró a la casa junto conmigo, empujándome hacia dentro cerró la puerta con seguro y volvió a interponer su figura ante todo.

- ¿Qué crees que haces desafiando mi autoridad? – Rodee los ojos –. Te recuerdo que yo soy tu padre y vas hacer...

- ¿Padre? – Le interrumpí entre risas con una gran ironía –. ¿Acaso sabes lo que eso significa?

- Mira, no tengo tiempo para tus niñerías y malcriadezas.

- ¡Entonces lárgateeeee! – Señalé la puerta abriéndole los ojos con molestia mientras alargué lo último dicho –. Lárgate y no vuelvas, punto. Nunca estuviste para mí, así que ahora mismo no me importaría mucho que lo hicieras.

- ¿Qué dices? Te compré todo lo que querías. Tus deseos y caprichos, todo lo que me pedias te lo daba, ¿qué más querías Livia?

- ¿Amor?

- Ahora es esta estupidez, ¿qué sigue? ¿Ponis alados? – Eso. Eso me dolió como ni se imaginan. Sentí que de alguna forma, aun sabiendo que él en verdad no era mi padre me dolía porque me críe viendo esa figura paterna, lo vi como un héroe alguna vez, lo vi como alguien importante a pesar de que no me apreciaba como era debido. Y a este punto de todo lo que había pasado, ya tampoco me interesaba. Con los ojos aguados lo miré fijamente por unos segundo hasta que se percató de que había dicho algo que no debía, terminé por observarlo de abajo hacia arriba por lo que creía sería la última vez.

- Tienes razón. Es una estupidez – lo rodee con algo de torpeza por mi pierna para llegar a la puerta y quitarle el seguro –. Ahora tiene sentido eso de que no eres mi padre, no sé si es verdad y ni me interesa averiguarlo, prefiero ser huérfana que ser hija tuya.

- ¿De qué estás...? Livia, mira, cualquier tontería que hayas leído o escuchado...

- Te dije que te vayas – espeté con una rabia que ni yo misma pensaba que iba a expresar o que al menos podía tener, ese enojo me quemaba las venas, tenía unos grandes deseos de partirle la cara en ese momento. Intentó hablar pero yo lo atajé –. Y no te preocupes por todas tus mierdas de dinero o patrimonio que yo tenga, te los devolveré solo con la condición de que te vayas al diablo y no vuelvas a...

- ¡LIVIA MALDITA SEA, CALLATE!

Callé de golpe pero mi mirada seguía fija en él, llena de impotencia, quería comérmelo vivo y dejarlo tan destruido como acababa de dejarme a mí solo por su ineptitud.

- ¡Dios! Eres idéntica a tu madre de terca. No sé quién mierda y tampoco me interesa quien te dijo que no eres mi hija. Si lo eres, lo eres y no me importa que no lo seas de sangre, pero lo eres.

- Entonces lo sabías.

- Siempre lo supe, solo que... después de la muerte de... No podía quedarme así y... No sé.

Mi cabeza se iluminó, se iluminó de golpe porqué entendí el por qué aun el seguía llamándome su hija aunque no lo fuera.

- Fui un reemplazo – primero fue una repetición de lo que mi cerebro aclaró –. ¿Fui un reemplazo? – Después fue una duda sin entender –. ¡Fui un reemplazo! – Lo último ya fue la mezcla de rabia y tristeza.

- No, déjame...

- ¡CALLATE! ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Que te calles! – Me cubrí los oídos con las manos con una gran rabia y a los gritos chillones, volví a cerrar la puerta y me empecé alejar hasta la habitación. No me importaba si me gritaba que volviera a donde estaba.

Me estaba hartando de esta situación de la bruja Zabrina, de la inútil Zanahoria mal hervida de Helly y los tres pedazos de idiotas de Guss, Owen y Xavier. Estaba harta de Celia aunque nunca la conocí, de mis padres, de absolutamente todo. Roberto quiso agarrarme de nuevo del brazo pero no lo dejé, no quería que me tocaran, no quería verlos, no quería nada. Sé que estaba siendo malcriada y mimada, pero es lo que soy, es lo que me importa, directamente me encerré tras también azotar aquella puerta con toda la fuerza posible. Y cuando me vi en el silencio de aquel lugar, lloré.

Lloré por rabia, lloré por odio, lloré por rencor, lloré por cansancio, lloré por impotencia, lloré por todo y también por nada.

Simplemente lloré.

Quería liberar todo lo que tenía encerrado y quería liberarme de la única manera que podía. Pero unas pisadas me sacaron de mi angustia, entre las lágrimas que fluían como torrente por mis mejillas fijé mis ojos en donde provenía el sonido y ahí lo vi a él.

- Hola chocolatito.

Mis ojos se abrieron a más no poder.

Ay no.

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