Arcano 12. Lo que quería
- Entonces... – suspiró el mayor digiriendo toda la información que le había dado –. Nos estás diciendo que toda tu infancia no fue bonita, y que por eso, ¿viniste a ver la psíquica para ver si tu futuro sería más bonito?
Sus ojos se filtraron en mí. Y era cierto, era la mejor forma de abreviar las cosas que le dije. Claro que, solté una que otras mentiritas piadosas y oculte una que otras informaciones que consideré no importantes. Por lo mismo, el me miraba con incredulidad, sé que había cosas que no encajaban, pero no era mi problema. Yo cuento lo que yo quiero.
Ellos querían información de mí y eso es lo que había dado. Sin embargo, no parecía ser lo que ellos creían.
- Me estás diciendo a mí, y a mis primos, ¿qué no fuiste feliz aunque tuvieras dinero y por eso fuiste a adivinar tu futuro? ¿A nosotros, que te hemos investigado tanto? – soltó esta vez el más pequeño negando con cierta faceta que no conocía de él, irritabilidad –. Nos estas tomando el pelo.
- Yo dije lo que viví. Tómenlo o déjenlo.
- No es eso, es que... – Owen se detuvo como si analizara sus palabras detenidamente –. Es simplemente extraño. Tú, Livia Drusila, hija del vicepresidente de la República Roberto Drusila y la presidenta de relaciones públicas del Estado, Nicole Bellnant de Drusila, que no fuiste feliz. Donde tus padres son multimillonarios y podían darte todo lo que quisieras con solo chasquear los dedos.
Bueno, les había obviado la parte de que ellos en cierta forma me evitaban. Así que de seguro creían que mis padres a pesar de ser personas de los medio muy influyentes podían detenerse a darme amor. No los culpaba, pero era obvio que esos seres apenas tenían tiempo para mirarse al espejo si tener una sola llamada que tuviera que ver con su reputación o la del Estado.
Los volví a mirar, ellos esperaban como una pizca de iluminación ante sus dudas, solo les había dicho que en mi infancia fui buena en la escuela, tuve una muy buena casa, que mis padres siempre fueron seres importantes y que de vez en cuando los veía. Nada de rencor, nada de muerte, nada de miedos, nada de llantos. Simplemente felicidad y dinero por todos los lados, eso era lo que pintaba.
- Bueno, sí. Eso es lo que quise decir. Saben que las niñas malcriadas como yo simplemente tenemos todo pero no nos conformamos con nada – solté sarcástica con una sonrisa algo arrogante y levantando el mentón con orgullo fingido, Xavier empezó a reír mientras que los otros dos se miraron entre ellos.
Guss se levantó y se acercó a mí lentamente, quedando a pocos centímetros. En verdad era alto, tuve que levantar la vista para poder enfrentarme detenidamente y por inercia echarme hacia atrás.
- ¿Por qué nos mientes? – cuestionó, muy seguro en susurro solo para mí.
- ¿Qué te hace pensar que lo hago?
- El llanto de ayer no fue de cualquier niña mimada – se me había olvidado, había llorado delante de él sin querer, pero eso no indicaba nada –. Además no mientes muy bien.
- Eso no indica nada. Solo me invadió la nostalgia de saber que no contaré con el dinero de papi para comprar lo que quiero.
Él frunció el ceño. Aún no estaba del todo convencido, pero pareció ceder. O eso creía.
- Livia. Necesitamos completamente la verdad. Sé que hay algo más que ocultas, algo que simplemente no quieres decir por alguna u otra razón.
Sus ojos, al igual que los de su hermano, eran de ese tono tan dulce y acaramelado que empalagaría a cualquiera. Se había clavado en mi como buscando respuestas en los míos, hurgaba detenidamente y sin apuro. Algo se removía en mi interior, me decía que se lo dijera, que él si debía saberlo, que él si tenía que saberlo, que era casi una obligación; algo me lo gritaba mientras sus ojos me dejaban en la sombra. Era tan irónico, unos ojos tan brillantes e iluminados como los de él me hacía sentir simplemente sumergida en la oscuridad y la desesperación de mi pasado.
Me doblegué.
- Mi hermana – suspiré.
Él se echó hacía atrás como si hubiera logrado lo que quería. Haciéndose a un lado hizo que los otros dos se acercaran de igual manera a mí, y ellos hicieron caso. Cuando estuvieron los tres uno al lado del otro, los observé nuevamente, a la derecha estaba Owen, en el medio Xavier y en la izquierda un muy curioso Guss.
- Mi hermana falleció cuando yo tenía seis. Ella tenía cuatro.
La cara de dolor por parte de los tres no se hizo esperar, como si fuera un tema prohibido pareció que se habían arrepentido de pedírmelo. Sin embargo, seguí.
- Un día. Mi padre, que había llegado de una campaña para el puesto que está ocupando dijo que iría a llevarnos a comer un helado – una sonrisa amarga apareció en mis labios recordando el momento, la herida seguía de cierta forma latente, pero quería hacerme la fuerte, no me iba a derrumbar delante de estos tres estúpidos, ya lo había hecho con uno sin darme cuenta, no quería volver a caer –. Fuimos a la heladería. Ella y yo estábamos comiendo un postre junto a mi madre, mientras mi padre había salido para tomar una llamada que, según él, era importante. – Como todas las demás, por el resto de su vida, pensé –. Mi hermana dijo que quería ir con mi padre, y aunque mi madre se negó al final tuvo que ceder ante su insistencia.
Me detuve unos segundos buscando la respiración para seguir, no me había dado de cuenta que mientras recordaba había agachado la cabeza. Al observarlos, ellos se veían intrigados, incluso Owen tenía la boca abierta sin darse cuenta al parecer. Proseguí.
- Mi madre, al ver a mi padre a través del vidrio de la puerta de salida, la dejó ir con él. La estaba supervisando, así que no había problema.
Abrí los ojos ante el recuerdo que llegaba de golpe.
- Lo que no esperábamos, era que mi padre había decido cruzar la calle cuando ya ella se estaba acercando a él.
El bombardeo de imágenes me dio una abofeteada, sentía los mismos gritos a mi oídos como aquella vez, mis ojos se sentía quemar y mi respiración agitarse ante la película que se reproducía.
- Livia. Tranquila – esa voz de desesperación que provenía de Owen no me la veía venir, sentir unos brazos sostenerme mientras yo me sumía de nuevo en el dolor que intentaba evitar. No quería llorar, no quería ser así, no quería... ¡Maldita sea! ¡Si quería llorar! A pesar de todos esos años, el dolor seguía intacto de la misma forma. No importaba que que hubiese pasado trece años de eso, aun ardía.
Sentía los mismo brazos que me rodeaban abrazarme, ser como un abrigo ante la fría nevada de sufrimiento que me daba el amargo sabor de la memoria a simplemente el haberla visto así.
Su vestido...
Su cabello...
Sus dedos salpicados...
Los gritos...
El rojo.
Caí.
Me dejé caer ante la debilidad psicológica. Sin embargo, no sentí suelo porque fui sostenida con más fuerza, el llanto quería manifestarse aunque no quería dejarlo salir. Unas voces pasaban por mí alrededor pero no las escuchaba del todo.
Luego de unos segundos intenté bloquear los pensamientos como antes para restablecerme, conseguir mi compostura nuevamente aunque ante ellos ya de alguna forma estaba destruida. Volví en sí, y apoyando mis pies fielmente sobre la tierra intenté establecerme como minutos atrás hasta que lo logré.
Cuando volví a enfocar mis ojos, quien me tenía en sus brazos era Owen, y no me importó que se viera más preocupado de lo que había estado antes, que Xavier me miraba desde atrás del rubio con cierto miedo y que el mayor venía por la puerta, que se había detenido en pleno camino con un frasco plástico con un líquido transparente.
Me intenté separar pero el agarre de él fue algo más fuerte, lo miré indicándole que me soltara y él casi a regañadientes lo hizo. Medité para prepararme a decir lo que seguía.
- Livia, si no quieres seguir, está bien, nosotros comprend-...
- No, está bien. Quiero que entiendan a lo que quiero llegar – miré a Xavier que era el que estaba por detenerme, y cuando lo interrumpí hizo una mueca de no estar de acuerdo. Aun así, me hizo una seña para que continuara –. Cuando mi padre cruzó la calle, no se percató de que ella iba atrás. Así que cuando ella lo siguió...
- Fue atropellada – fui atajada por Owen. Yo asentí con un nudo en la garganta.
Ellos suspiraron, Guss se cruzó de brazos apoyándose de la pared mirando a la nada.
- Sin embargo – todos me volvieron a mirar de golpe –, eso no fue lo que nos separó por completo.
- ¿Qué?
- Nunca la pudimos enterrar.
Ellos se quedaron boquiabiertos, sé que lo habían asociado directamente con la madre de Owen.
- Nunca la pudimos enterrar porque teníamos que cuidar la reputación de mi padre. Nunca vimos su cuerpo, nunca...
Me quedé sin aliento por un momento, las lágrimas amenazaban de nuevo pero volví a retenerlas. Preferí dejar el tema ahí y aunque no lo quisiera, me moví por la habitación pasándole por el lado a los tres. Me abrí paso por la sala y salí de la casa cerrando la puerta detrás de mí. Decidí ir a la acera y sentarme para volver a sentir el aire frío. Tenía tiempo que no hablaba de ese tema, pensaba no volverlo hacer.
Cerré mis ojos y volví a ver su cara angelical, su cabello era como hilos cobrizo que llegaban a su pequeña figura de cadera. Su sonrisa tan resplandeciente y sus ojos tan parecidos a los de mi padre, era tan inocente, tan dulce, tan libre.
Y me dejó atrás. Se fue dejándome muy atrás, dejándome atada a su recuerdo y con remordimiento, porque a pesar de todo, también sentía un poco de culpa por ese suceso. Eso cambió todo de mí, cambió mis sueños, mis anhelos, ya no quería ser su heroína o simplemente su ejemplo, quería que ella volviera conmigo y jugar como antes.
Estaba sentada en la acera con las piernas flexionadas, lleve mis codos en las rodillas y apoyé mi cara en mis manos, quería recuperarme y volver a estar acorde.
Pero simplemente no podía.
Detestaba ser débil, no quería fingir. De por sí era mala en el teatro.
Mientras me invadía en el dolor nuevamente, vi una sombra asomarse a mis espaldas, me voltee y a quien vi es al que menos quería.
Owen.
No sé qué intentaba este, pero en verdad no quería ni tenerlo cerca con su falsa compasión. Él se sentó a mi lado respetando con algo de distancia, se acomodó en el frío piso observando hacia el frente despreocupadamente.
- Puedes ser una malcriada y mimada hija de dos personas asquerosamente ahogadas con dinero que al final de todo son unos idiotas.
- Gracias – sonreí con sarcasmo algo incomoda. Lindo momento que usó para molestar.
- Pero – continuó llamado mi atención –, eso no quita el hecho de que al parecer has pasado demasiado, además de esto. De verdad lo sentimos por insistirte tanto. No creíamos que tenías una hermana menor, siempre te investigamos y te veíamos en todos lados como hija única.
- Sí, no importa.
- Si quieres, para compensar este mal momento, te cuento un poco de mi vida.
Abrí los ojos de golpe por la sorpresa y lo miré con ellos bien abiertos. Él también con una sonrisa que parecía un intento de compasión pero a la vez jugarreta. Duramos unos segundos así y luego comenzó.
- Nací un veinte de mayo, a las salidas de esta ciudad. Ya te imaginarías por qué.
Asentí, la infidelidad del padre de él y Guss con su madre.
- Bueno. Fui escondido por unos años, veía a mi padre apenas dos veces por la semana, y era de esa forma que duró hasta mis siete. Cuando fue que la madre de Guss descubrió a nuestro padre junto con mi madre y otras cosas más que se le agregaron. Luego de eso ella se fue de la casa y nuestro padre decidió que viviéramos todos juntos.
- Así que tú y Guss están juntos desde muy pequeños.
- Sí. Guss y yo somos muy unidos, más que hermanos somos amigos, mejores amigos en verdad. Sin excluir a Xavier. No es por nada pero él es más distante de los tres.
- ¿Distante?
- Sí, se porta siempre algo extraño. Él y su hermana siempre están en confrontaciones, siempre tiene que hacer algo y nunca dice de qué o por qué. Ha sido así siempre. Y- ... Por cierto, ¿No te dije que no le dijeras Guss a mi hermano? – cortó el hilo algo irritado de golpe. ¡Uy! Lo bipolar viene de familia.
- Él me dio autorización para decirle como quiera, así que será Guss.
- Augusto para ti.
- Guss – canturreé. Él chasqueó la lengua y giró los ojos.
- Como decía, Xavier, Guss y yo somos muy unidos, experiencias nos han acercado más que la sangre. Sin embargo, cada uno tiene su historia muy "particular".
- Como por ejemplo, la tuya.
- Exacto – se mantuvo en silencio por unos segundos –. Por cierto, ahora que hablo contigo, he notado que no eres tan hija de puta como he creído, aunque no dudo que tu madre... – dejó el comentario en el aire.
Ahí está. Fue bueno mientras duró.
- Deja a mi madre en paz.
- ¿Por qué debería? Si eres como un terroncito de azúcar con centro de limón.
- Okey, gracias por ese alago – sarcasmo ever.
- Aun así...
- ¿Mh? – se levantó dándose la vuelta lentamente.
- Eres muy linda para haber sufrido tanto como dices. No quiero volverte a ver así – lo miré impactada, algo de lo que dijo me dejó la mente en blanco. Pero para cuando quise decir algo ya él estaba de espalda marchándose, solo me pude percatar de sus pulseras campanear en un compás muy suave mientras caminaba, cuando me vine a salir del ensueño, ya había entrado.
¿Qué fue eso?
"Eres muy linda para haber sufrido tanto como dices. No quiero volverte a ver así".
Se reprodujo en mi cabeza una y otra vez como un cd al punto de rayarse. Acaso... ¿Me dijo linda? Tenemos un par de días conociéndonos y no sé cómo lo logró, pero en ese pequeño intervalo pudo hacer enojar al punto de casi odiarlo, y ahora me sale con esto.
No sabía si estar confundida, más molesta, triste por el recuerdo o quedarme en el vacío.
Sin embargo, preferí entrar. Ya el frío lo estaba notando de a poco a pesar de tener algo bien caliente puesto.
Esperaba que a partir de ahora las cosas se tranquilizaran, ya había tenido suficientes cosas extrañas.
Eso era lo que quería.
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