X | El Mensajero de Dios |

| Música de Multimedia: Girei - Takanashi Yasuharu | 

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"Al verlo, Zacarías se turbó, y el temor se apoderó de él"

Lucas 1:12—.

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La lejana Prisión del Clima de la Federación era uno de los lugares más hostiles dentro de los territorios humanos, destinados para aquellas personas que cometieron crímenes de terrorismo en contra de la humanidad y como única excepción, ahí se encontraba uno de los miembros de los Jinetes, separado del resto y esperando una sentencia.

—Veo que has venido a verme —mencionó Disputa cansado, incorporándose con dolor y recargándose en los grilletes—. ¿Acaso quieres un besito, mi amado Arcángel?

—Revisión de rutina —respondió Miguel de forma seca, se cruzó de brazos mientras reducía sus latidos, quería mantener el calor consigo—. Vigilo que no vuelvas a escapar ya que la última vez... —señaló la mano del Jinete y este la ocultó detrás de él, los vendajes estaban ensangrentados—. Perdiste una mano. Yo te dejé completo en esta prisión.

—Debiste haber llegado antes, Jäger —reclamó Dorian, golpeando los barrotes con su pie, de este, comenzó a salir humo a causa de la infernal temperatura—. Podrías saber que el que me salvó fue uno de los tuyos...

—¿A qué te refieres? —cuestionó Miguel, acercándose al límite de la zona de seguridad, el Jinete sonrió con maldad

—¿No lo sabías? —Dorian se llevó su única mano al pecho—. Aquí se encuentra uno de tus Tenientes Coronel, el mensajero. —Hizo una pausa y miró hacia Hipólita—. Tú debes ser la nueva criada de los Arcángeles, dime, ¿ya te reclutó para asesinar a tu subordinada?

Jäger bajó sus manos lentamente y puso sus manos en su cinturón, de ahí, surgieron sus Partículas y estas atentaron directamente contra el prisionero. Dorian retrocedió asustado al saber que ese Regalo Divino era el único que podía aumentar el dolor.

Debido al Despertar.

—Discúlpate con la Capitán —ordenó el Arcángel, deteniendo las partículas a centímetros de Disputa. Este tragó—. Y dime, ¿dónde está el mensajero?

—Pe... perdón, Hipólita —clamó Disputa, agachando la mano. Desde que sintió el poder destructivo de las Partículas de Miguel—. Los malos hábitos del mensajero se me pegaron.

Tamara no entendió nada de lo que estaba pasando, la conversación entre aquellos hombres. Se sentía incómoda.

—Disculpa aceptada —espetó por educación más que por estar ofendida—. ¿Quién es el mensajero?

Antes de que Jinete y Arcángel pudiesen responder, una pequeña risa seca y cortada los interrumpió, los tres voltearon al fondo de la celda y ahí se encontraba una figura masculina de brazos cruzados, tenía la cabeza agachada y el único vestigio del calor de la prisión, eran unas cuantas gotas de sudor cayendo directo al piso.

—Así que por fin vienes por mí, mi Comandante —dijo aquella figura con una voz misteriosa y sin sentimientos—. Tardaste más de lo que deberías, ser el perro faldero de la Federación te ha hecho lento, Miguel.

—Debería decir lo mismo de ti, Gabriel. —La silueta masculina se incorporó y caminó lentamente hacia los barrotes, colocándose a un lado del Jinete, sujetó los barrotes calientes sin titubear ni mostrar emociones—. ¿Traes a una mujer a este lugar? Parece demasiado débil.

Hipólita se sintió ofendida profundamente, dio un paso y se plantó frente al enorme individuo.

—¿Cómo es que un prisionero tan lamentable como tú se atreve a hablarme a un miembro de Élite? —cuestionó Tamara con altanería, llevó sus manos atrás de su espalda y alzó la—. ¿Quién crees que eres?

La silueta masculina sonrió siniestramente y apretó fuertemente las barras de metal hasta deformarlas, haciendo el espacio entre el metal más grande al punto de permitirle cruzar con suma facilidad, Hipólita retrocedió ante el impacto de rebeldía del prisionero mientras las alarmas se dispararon en todos lados. El mensajero no se inmutó ante el cambio extremo de temperatura en su cuerpo.

Un gas verde salió del techo, sofocando a Disputa y la mayoría de reclusos, excepto al mensajero; este caminó y cruzó la barrera térmica mientras Tamara tragaba en seco y se ponía en guardia. Era la primera vez en toda su vida militar que se sentía amenazada por una enorme figura.

—Me tienes ante ti, Capitán —citó la enorme figura masculina, Tamara podía jurar que medía más de dos metros. Ella guardó silencio y llevó su mano a la guarda de su pistola de oficial—. ¿Acaso la nueva perra de la Federación se ha quedado sin palabras?

Las facciones de su caucásico rostro apenas eran reconocibles, varias cicatrices recorrían su faz pero el rasgo más identificable era una enorme marca que cruzaba en la parte izquierda desde su prominente mentón hasta la parte superior de su cráneo, pasando un ojo completamente blanco y sin emociones.

Su sonrisa recorría de oreja a oreja, mostrando las caries que había acumulado por el descuido dental, añadiendo a eso una enorme y desviada nariz nubia con un único iris de color carmesí.

—A... atrás... —dudó Hipólita, intentando retroceder—. Atrás, recluso. No sabes con quién te metes...

—Eres la Capitán Tamara Murdock, Identificador: Hipólita —respondió con seguridad el mensajero, se cruzó de brazos. La Amazona observó sus definidos músculos—. Líder del onceavo equipo de Élite de la Federación, las Amazonas. Un escuadrón de peleles bajo el mandato de una figura de autoridad con complejo de Dios.

Dorian se llevó la mano a su garganta y comenzó a toser de forma desesperada, buscando aire limpio, Miguel, que estaba esperando de brazos cruzados, se percató y usó sus Partículas para crear una máscara de aire para el prisionero. Todo esto mientras los ojos de Tamara temblaban por el miedo; el hombre frente a él transmitía demasiado poder.

—¿Esto es todo lo que planeas hacer? —cuestionó el mensajero y mientras la Amazona parpadeó, este se puso en su espalda, deteniendo el pobre intento de defensa—. Los equipos de Élite han decaído bastante si tú eres una de sus líderes...

Tamara fue incapaz de gesticular una palabra, sentía su brazo oprimido por el enorme hombre, quería gritar del dolor que le provocaba la presión pero era imposible, nada salía de su boca. Sus ojos buscaron de forma desesperada al Arcángel, este asintió y comprendió, soltó un suspiro y relajó sus brazos.

—Suficiente, Teniente Coronel —ordenó Jäger, observando de forma tajante al individuo. Este sonrió y soltó a la Amazona, dejándola caer muerta de miedo sobre el piso—. Vuelve a tu celda, Gabriel.

El Teniente Coronel Gabriel Santamaría Alcántara comenzó a reír de forma sonora mientras varios guardias de la prisión se acercaban para contenerlo, el Comandante alzó las manos y los detuvo. Él sabía más que nadie que era imposible detener al viejo Arcángel Gabriel, el mensajero de Dios.

—Y bien, mi Comandante —Gabriel dejó caer su rodilla derecha al piso y agachó la cabeza, esperando órdenes de su superior—. ¿Me vas a liberar? He oído todo lo que ocurrió con tu amada General —Hizo una pausa y alzó la cabeza—. ¿Reunirás a la banda después de muchos años?—Se aclaró la garganta y escupió directo al piso—. Supongo que no vienes solo para ver a mi compañero. —Observó a Dorian, este se encontraba hecho un ovillo encima de la cama de la celda, tenía miedo del gas—. ¿O me quieres decir que esta patética mujer es uno de nuestros reemplazos?

Tamara comenzó a respirar de forma rápida y sin control. Todo el entrenamiento que había recibido en la Academia y del que tanto se enorgullecía para mantener la calma en batalla se había ido. Todo ante la temible e imponente presencia de Gabriel. Cerró sus ojos con fuerza para impedir que las lágrimas abandonaran sus globos oculares pero fue imposible.

Hipólita llevó su frente al piso y lloró. Liberó todo el llanto guardado desde la operación conjunta Dunas del Ocaso, sus lágrimas eran de rabia por la traición de una de las suyas. Quería vengarse de Emma Dankworth.

Golpeó fuertemente el piso, quebrándose por completo los huesos de la mano, soltó un enorme grito desgarrador a causa del dolor y observó a Miguel, este estaba inmutado ante tal gesto.

—Déjame unirme a ti—pidió, levantándose y acercándose mientras la sangre salía de su cuerpo y caía en el piso. Sus metatarsos salían de su piel—. Entrenaré todo lo que pueda para asesinar a la traidora, ya que, un Capitán siempre tiene que hacer pagar por los crímenes a sus subordinados.

Gabriel sonrió ligeramente y tomó la mano de la Amazona, acomodándola de un movimiento mientras Miguel llevaba sus partículas para reparar su extremidad.

—Veo que tiene agallas la perra de la Federación —dijo el mensajero en tono burlón—. ¿Entonces la vas a usar para reponer al equipo?

Jäger no respondió, se acercó lentamente a los barrotes y usando su Brazo Mecánico arregló los barrotes sin mucho problema. Observó por última vez a Dorian y este le sostuvo la mirada, por unos breves segundos pudo observar el coraje perdido de Disputa.

El Arcángel dio media vuelta y se dirigió hacia lo guardias de seguridad, tomó su Espada Divina y la clavó en el piso.

—Por órdenes oficiales de la General Montserrat, líder suprema de la Federación, exijo la inmediata liberación del Teniente Coronel Gabriel Santamaría —declaró Miguel, retando con la mirada a los guardias del penal—. La existencia de este prisionero será borrada del historial y cualquiera que revele la existencia de Gabriel, será acusado de traición y se le llevará a cabo el juicio del Arcángel. —Hizo una pausa, respiró profundamente—. ¡¿Dudas?!

—¡Ninguna, mi Comandante! —exclamaron todos los guardias, haciendo inmediatamente el saludo militar.

Jäger volvió a guardar su espada y volteó a ver a sus compañeros, Tamara estaba expectante ante sus palabras y Gabriel sonreía maléficamente.

—Vámonos —ordenó Miguel a los dos. Le tendió la mano a la Amazona—. Si quieres ser parte de nosotros, tenemos que encontrar a los demás. —Hipólita tomó la mano de su Comandante y los tres comenzaron a recorrer el pasillo, no sin antes, Jäger se detuvo y volvió a la celda—. Quiero informarte que Hambre escapó. —Disputa abrió los ojos y como si fuera una bendición divina, se acercó a los barrotes con rabia—. Y que está vivo tu querido noviecito.

Miguel dio media vuelta mientras Dorian comenzó a golpear el metal, intentando escapar. Ante esa respuesta, Gabriel Santamaría comenzó a reír.

—¡Cuídate, Disputa! —exclamó el mensajero de Dios con sarcasmo—. Disfruta pudrirte en este lugar el resto de tu vida.

Y esas fueron las últimas palabras que el Jinete escuchó antes de que un gas diferente lo rodease y quedara inconsciente.

Todo eso mientras Arcángel Gabriel, el mensajero de Dios salía impune de sus crímenes por su conexión con el Comandante de la Federación de la lejana Prisión del Clima. 

N. de A.

Oh por Dios... Por fin puedo presentarles al segundo Arcángel.

Les presento a Gabriel, el mensajero de Dios. 

No me queda más que decir que a partir de este año vendrán muchas más actualizaciones y, quizás, solo quizás, terminemos esta historia. 

¡Se vienen más secretos! Porque quedan más Arcángeles que presentar.


Espero les haya gustado y nada, os leo en comentarios y pronto sabrán más sobre el segundo Arcángel.


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¡Farewell!

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