LII | El Vuelo del Quetzal | Final |
| Música de Multimedia: Unlasting - LiSA |
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"IN LAK'ECH."
"Yo soy tú, tú eres yo"
Frase traducida y usada por los mayas para presentarse o despedirse—.
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Sebastián exhaló con fuerza mientras daba media vuelta ante la voz de Emma, soltó la bolsa de explosivos remotos sobre la plataforma metálica y confrontó a su subordinada; ella se sostenía con dificultad sobre su planta de oxígeno movible con una mano mientras que, con la otra, sostenía uno de los pocos parches de velocidad que le quedaban y clavaba su espada en el acero.
Detrás de ella se encontraba Seth, Héctor, Alec y Gabriel usando sus respectivas espadas como bastones.
—No lo hagas —pidió Artemisa, observando directo a los ojos del Dios, buscando una pista de alguna emoción ajena a la venganza—. No cometas una locura, si nos dejas...
—Esto se acabó, Emma —musitó Mixcóatl, cerrando los ojos y llevando su mano dominante al mango de su propia Espada Sagrada. La Diosa a pesar de sentir un puñal clavándose en su corazón, dio un paso enfrente con la cabeza en alto—. No intentes detenerme.
Al igual que su líder de escuadrón, los demás Dioses fueron heridos físicamente y en su orgullo. Todos querían matar a los Arcángeles y a la General de la Federación. La muerte de Sofía había golpeado demasiado a la moral de los Dioses.
—Por la mañana —rogó la Diosa, intentando encontrar palabras para calmar el corazón herido del Dios. Los demás comenzaron a rodearlo con lentitud—. Podemos trazar un plan. —Empuñó su Espada Sagrada por precaución, quería evitar usarla contra él—. Juntos podemos...
—Ustedes no son asesinos...
—¿Y tú sí? —cuestionó nuevamente, dando otro paso. Tragó en seco, tenía que buscar una debilidad, eso le habían enseñado—. ¿Y qué será de Emmanuel?
Sebastián cerró los ojos. Su confidente había dado en el clavo. Sofía se había llevado una parte de su órgano vital mientras que su sobrino, al verlo llorar, gemir y sufrir, era algo insoportable. Él tenía la obligación de matar al asesino de su hermana mayor.
Tenía que ser un hombre. Era lo que le había enseñado su acaecido mejor amigo Ray Ferrel.
—¡No lo entiendes! —estalló con rabia, intentando alejarlos con la presencia que emanaba de su Regalo Divino. Detenerlos. No quería levantar su espada contra ellos, contra ella. Por su lado, Emma no se inmutaba ante el grito colérico de su pareja, necesitaba estar cerca de él. Sebastián cerró sus puños y las lágrimas comenzaron a brotar—. ¡La perdí! ¡Perdí a a la única mujer que le importaba en la vida! ¿Cómo no quieres que intente matar a Montserrat? ¡Eso acabaría con la guerra y las muertes! Yo... yo... no pude protegerla...
—Te equivocas...
—¿Ah, sí? —cuestionó el Dios, Emma activó el parche de velocidad con su pie. Ella debía detenerlo—. Detente, Emma. No quiero hacerte daño. A ti no...
Artemisa se percató de la quebrada voz de su superior, había encontrado el punto. No quería atacar sus sentimientos porque ella, aunque no lo reconociera por completo, sentía algo por Mixcóatl. Había crecido algo lentamente sin darse cuenta.
—Me importas a mí —confesó Emma, estirando su mano izquierda, apelando a su sentir, señalando a sus compañeros que estaban cerca del Dios, casi podían tocarlo—. Y a Gabriel, a Héctor, a Seth, a Alec y, lo más importante, a Emmanuel. A todos nos importas demasiado, nos dolió la pérdida de Sofía tanto como a ti, ¡hasta tenemos una parte de ella en nuestro interior! Pero no es motivo para que...
—¿Para buscar una venganza estúpida? —Sebastián cerró los ojos y relajó sus músculos—. Acabaré con la guerra para que todos sean felices. Para que tú vivas como quieras.
—Entonces tendremos que detenerte...
«—Incremento total —ordenó Sebastián a su Espectro, este lo obedeció sin rechistar, aún conociendo el dolor que embriagaba a su Huésped».
Emma desenvainó su Espada Sagrada y antes de que pudiera tirar del parche de velocidad, Sebastián se había acercado, deteniendo su Espada Sagrada con gracia y tomándola con su mano derecha por la cintura. Sus rostros estaban a centímetros del otro, la Diosa sentía la respiración cálida del Dios. El mundo se había detenido a su alrededor, los demás Dioses se encontraban desenvainando muy lento, había creado una momentánea burbuja de tiempo.
—No lo harás —susurró Mixcóatl, acercando aún más el cuerpo de la Diosa al suyo, ella lo observó directo a los ojos, no cedería ante su tacto. Le quitó la Espada Sagrada de un movimiento y acercó su cabeza a la suya, el contacto era inminente.
—Sebs...
—Te voy a nombrar la Capitana y dueña sustituta de mi Regalo Divino —musitó Sebastián, acercándose al oído de Emma, sin rastro de sentimiento alguno—. Ahora, di lo siguiente, es una orden...
—Pero, Sebs... —La Diosa lo alejó precipitadamente, quedando a un metro de distancia. Necesitaba el control de la situación—. Yo no...
—Eres la más capacitada, soportaste dos Regalos Divinos en pleno combate y eres la mejor de nosotros —declaró Sebastián, tomándola de la mano—. Desde la primera vez que te vi supe que eras la mejor, tendrías muchísimo impacto en el equipo y te volviste la segunda al mando, es momento de que seas la Capitana de los Dioses y, en mi ausencia, cuides de Ray y Emmanuel.
—Pero...
—Es una orden —sentenció el Dios, callando a la Diosa. Odiaba que usara su posición para frenar sus acciones, ya que él odiaba que lo trataran como su superior—. Ahora, repite después de mí.
«—No lo hagas —rogó Ray, apareciendo en su visión. Sebastián ignoraba su corazón».
—Yo, Emma Dankworth Castillo, Identificador: Artemisa, con el Rango de Teniente... —comenzó a citar el Dios.
—Yo, Emma Dankworth Castillo, Identificador: Artemisa, con el Rango de Teniente...
—Acepto ser la nueva Huésped del Espectro, Regalo Divino del décimo tercer equipo de Élite de la Federación, en ausencia del actual Huésped, el Capitán Sebastián Márquez Ortega, Identificador: Mixcóatl, y el Huésped sucesor Emmanuel Ferrel Márquez —continuó el Capitán.
—Acepto ser la nueva Huésped del Espectro, Regalo Divino del décimo tercer equipo de Élite de la Federación, en ausencia del actual Huésped, el Capitán Sebastián Márquez Ortega, Identificador: Mixcóatl, y el Huésped sucesor Emmanuel Ferrel Márquez.
Sebastián le tomó la mano y depositó un frío beso en sus nudillos, sellando el traslado.
—En cuanto diga una oración, Ray te obedecerá en las misiones, tendrás todo el acceso a él y podrás monitorear lo que quieras. Eres una Diosa excepcional y él te ayudará a completar el plan, serás la nueva Capitán —explicó Sebastián, masajeando la palma de Emma. Ella quería moverse pero algo ajeno se lo impedía—. No te podrás mover hasta que yo me vaya. Ninguno lo podrá hacer
Sebastián soltó la mano de Emma y dio media vuelta, la Diosa lo observó con impotencia, internamente estaba en una lucha contra la imposición del androide, necesitaba detener a Sebastián.
—¡No lo hagas! —gritó la Diosa, su voz hizo eco a lo largo del crucero. La Nebulosa iluminó su faz, tenía miedo, no quería perder a su Capitán, no quería que su pareja desapareciera en combate. El Dios colocó los explosivos remotos sobre su hombro y tomó su Espada Divina, comenzó a caminar sin mirar atrás mientras a cada paso, un dolor punzante se clavaba en su corazón, se estaba odiando a él mismo.
Mixcóatl subió a su nave y la encendió, viendo a Emma sollozar mientras cerraba los ojos, moviendo lentamente su pierna para intentar detenerlo mientras que, los demás Dioses comenzaron a reanudar su velocidad usual. Además de la sorpresa que le provocaba verla luchar contra la oposición forzada del androide, él sonrió con tristeza, no se estaba equivocando al dejarle la responsabilidad de los Dioses.
Una vez que los sistemas fueron comprobados por el Espectro, cerró la cabina y encendió la turbina del caza estelar. Cerró los ojos y respiró profundamente, se estaba despidiendo de su vida.
«—Cuidate, Emma —dijo Sebastián mientras la aeronave avanzaba por la solitaria pista. La Diosa abrió los ojos y sintió cómo su cuerpo se relajaba—. Te voy a extrañar».
Artemisa activó el parche de velocidad y comenzó a correr detrás de la estela del caza, debía pararlo con un ataque frontal de la espada. Desenvainó su Espada Sagrada y realizó un corte descendiente en el espacio, rezando para que la onda expansiva cortara el metal, sin embargo, Mixcóatl incrementó la velocidad de golpe, despegando de la pista y realizando el salto espacial dentro del espacio de la Nebulosa.
El golpe de la Diosa impactó en la compuerta de despegue, haciéndolo explotar y sonando las alarmas, despertando a toda la nave. Y mientras miles de patrullas con androides llegaban a apagar el fuego, Emma caía de rodillas sobre el metal con lágrimas brotando de sus ojos, apropiándose de su razón, sus compañeros se acercaron a apaciguarla.
—Todavía lo alcanzamos en una nave —dijo Gabriel, tomando a su melliza por los hombros, ella alzó la vista, sus ojos le transmitían calma—. ¡Preparen las naves, vamos tras...!
—No lo alcanzarán —dijo Wisconsin, con los brazos cruzados, pulsó su brazal y de este brotó una pantalla—. Desactivó el salto espacial por la siguiente hora.
Una fugaz idea cruzó por su mente. Quizás los Dioses no puedan hacer nada, pero su lado de espía puede que sí.
—Necesito una línea con la Nueva Tierra —dijo Emma, al cabo de unos segundos. Tenía la opción de proteger la vida de su pareja. Los técnicos la observaron con atención, Henry Garza hizo a un lado a los presentes y le entregó un auricular a la Diosa—. Gracias. —Pulsó su brazalete y cerró los ojos hasta esperar el timbrazo, cerró los ojos en búsqueda del tono correcto de voz—. ¡Camila, hola! Habla Dalia Mabarak , ¿todavía tienes el helicóptero en el noticiario? Te tengo una exclusiva...
El ambiente en el caza estelar de Sebastián era muy tenso, al punto de que el Espectro no había hablado con su Huésped. Todo estaba a punto de cambiar.
—¿Crees que me enojaré si hablas, Ray? —cuestionó Sebastián, vigilando la integridad de los ArmGravs, el salto espacial requería mucho de la protección. El androide se materializó sobre el tablero—. No lo haré, solo quiero terminar con esto.
—¿Estás seguro de lo que planeas hacer, Sebastián? —cuestionó el androide, flotando sobre el tablero de control—. Nada volverá a ser igual...
»¿Y crees que hacer menos a Artemisa va a darte la redención?
—¿Qué acabas de decir? —preguntó el Dios, observando al Espectro de un color distinto, su luz estaba apagada—. Tenía que hacerlo, ella tiene que vivir.
—Tú también.
—Necesito expiar mis pecados...
—¿Cuáles pecados?
—El Castillo de la Tormenta, las Dunas del Ocaso, el asalto a Kalem, la explosión de la Federación —enunció con los dedos—. ¿Tengo que dar más motivos? Todo es mi culpa.
—¿Y no crees que los Dioses...?
—Ellos estarán bien sin mí.
—¿Y tu familia? —Ray levitó enfrente de él, encarándolo. Era la primera vez que su voz no era robótica, era como si el verdadero lo estuviera cuestionando—. ¿Qué hay de Emmanuel y de mí? ¿Qué nos pasará?
—Esto no está a discusión. —Golpeó el tablero, empujando el cuerpo robótico del androide hacia el cristal de la cabina, quebrándola un poco. Las luces del Espectro cambiaron a amarillo—. Lo siento, Ray, no fue mi intención...
—¡Eres un idiota y un completo incompetente! —estalló el androide, Sebastián sintió las palabras de su mejor amigo ya fallecido—. Ante la incompetencia de tus actos, te revoco la autoriza...
—Activa el programa "Vuelo del Quetzal" —interrumpió Sebastián, observando el mapa estelar—. Cuando me despida de ti, todo habrá acabado. No me reconocerás como tu Huésped y no podrás sobrepasar mi autoridad. ¿Te quedó claro?
El androide se quedó estático por un momento. Su programación le impedía desobedecer una orden directa aún si esta comprometía al Huésped pero con la designación del código, era imposible que él hiciera algo.
—Claro, Capitán.
Ray desapareció justo al momento de que saltara una alerta en la cabina, estaban entrando en el espacio aéreo de la Base Central de la Federación. Era momento de culminar con todo el resentimiento acumulado.
Los sistemas del androide se conectaron con el planeta. No dejaría solo a su Huésped en la última cruzada.
«—Incremento total avanzado —ordenó Sebastián, al momento de activar la Piel de Iah y su armadura. Un aura dorada y roja lo rodeó, el aumento solo duraría unos minutos y él los aprovecharía».
Las alarmas habían saltado desde el momento en que se había detectado una fractura en el espacio controlado por la Base Espacial de la Federación; desde que Miguel tenía memoria, nadie había sido tan temerario para penetrar un perímetro tan controlado y fuertemente protegido.
Pero ahora, como si de un extraño cuerpo se tratara, un caza estelar avanzado se encontraba destruyendo con su armamento las defensas planetarias, todos estaban preocupados y ahora, Miguel veía la pantalla con los brazos cruzados.
Después de la batalla y adaptación de Hipólita, los Arcángeles se encontraban descansando y vigilando el departamento de la General. Una precaución básica que siempre realizaba tras asaltos masivos donde podía peligrar su vida. Se giró y confrontó a Montserrat, ella se veía nerviosa.
—Viene por su hermana —susurró Montserrat, jugando con su coleta—. Quiere terminar con la guerra.
—No lo dejaremos —declaró el Arcángel, tomando a su General por el brazo y pulsando su brazalete. Ariel II y Jofiel aparecieron tras la puerta, la mujer tenía la mirada perdida—. Protejan la puerta, por ningún motivo ella puede salir herida. Si no, ustedes sufrirán más que ella, ¿quedó claro?
—¡Sí, mi Coronel! —Miguel asintió y Montserrat fue escoltada por los guardias.
Jäger dio media vuelta y se aclaró la garganta, llamando la atención de los asustados sirvientes.
—Retírense. Es una orden.
Sin rechistar, todo mundo comenzó a correr despavorido. Un Dios se enfrentaría contra un ejército de Arcángeles.
El caza estelar de Sebastián se encontraba en las últimas, había conseguido penetrar la atmósfera y pronto se encontraría frente al edificio de viviendas de la Federación, usaría la propia aeronave como su llave de ingreso. Esta vez no habría escapatoria.
—¿Quieres que grabe unas últimas palabras? —cuestionó Ray, apareciendo por última vez en el visor del Dios, este asintió. Un pequeño círculo rojo apareció en su visión.
—Lamento demasiado todo el dolor que les he causado. Mis compañeros, mis amigos, mis camaradas, lamento profundamente la brecha que habrán causado mis acciones futuras, yo, Sebastián Márquez, estaré desaparecido en combate. Les pido perdón por ser un pésimo líder.—dijo el Dios, con la garganta cerrada—. Y, para ti, Emmanuel, lamento no haber sido el héroe que necesitaste, lamento mucho no haber salvado a tu madre. Ella merecía sonreír a tu lado mientras que yo, debía haber muerto hace tres años. ¡Sé un héroe, pequeño Emmanuel! Sonríe siempre, nunca dejes de hacerlo.
Sebastián cerró la transmisión y se concentró en maniobrar la nave. La enorme torre se alzaba por encima de la ciudad, detrás de ella se ocultaba la luna. Todo acabaría pronto.
El caza estelar de la Resistencia impactó en la última planta, rompiendo las enormes placas de titanio y vidrio reforzado; varios soldados rasos que se encontraban protegiendo la entrada más próxima a las escaleras se acercaron con precaución al accidente en búsqueda del terrorista.
El soldado más joven de su promoción, se acercó con fusil en alto y comenzó a observar de reojo la aeronave, esta se encontraba destruida y vacía; ni un alma se encontraba dentro. Este soltó un suspiro de alivio cuando un disparo de alto calibre impactó en su pecho, matándolo en el cato y cayendo de espaldas.
Mixcóatl saltó desde el agujero y los tiros no se hicieron esperar, todos los soldados rasos comenzaron a dispararle, sin embargo, Sebastián era muchísimo más rápido que ellos gracias a su Incremento Máximo Total. Con elegancia, esquivaba los tiros mientras vaciaba el cargador de su rifle personalizado dando en los soldados de la Federación, uno a uno caía muerto o gritando de dolor por el enorme calibre de la bala mientras el Dios pasaba con gracia hasta la siguiente puerta.
«—Es el momento de separarnos, viejo amigo —susurró Mixcóatl en su mente, la silueta de su mejor amigo apareció en el centro de su cerebro, en la cámara de Ray».
Sebastián activó las cargas de la tira de granadas y las empujó contra la puerta. La explosión derribó la losa de la estructura, revelando a los ocho Arcángeles custodiando el pasillo. Desenvainaron sus espadas y alzaron sus rifles, listos para la acción. Al final del enorme corredor, tras una puerta de madera, se encontraba Montserrat.
El Dios desenfundó su pistola personalizada y abrió fuego desde detrás de la pila de escombros. Su respiración agitada se mezclaba con el estruendo de los cargadores vaciándose en los Arcángeles. Recargó su espalda contra el concreto, los brazos sangrando por la anestesia que comenzaba a ceder.
«—No, por favor no, Sebastián —rogaba Ray, sintiendo la presión del Aumento Máximo Total, el cuerpo de su Huésped estaba en su punto límite—. Aún nos quedan muchas aventuras por vivir, por favor, no es muy tarde para regresar».
La cobertura del Dios se desintegraba bajo una nueva ráfaga de disparos. La piel de Iah no resistiría mucho más. Sebastián sacó otro cartucho de recambio para su fusil personalizado y disparó, rezando por impactar a alguno de sus enemigos. Pero el largo túnel dificultaba la visión.
«—Fuiste un enorme y gran aliado, viejo amigo».
Los latidos de su corazón iban en aumento, la presión sanguínea de sus brazos estaba a punto de explotar. Por breves segundos, había vuelto a aquel fatídico día en donde su mejor amigo había fallecido, el día en que se volvió un Dios de la Guerra.
«—Actívalo —ordenó Mixcoátl, agachando su cabeza para cubrirse de las ráfagas de balas que cada vez se acercaban más a su cabeza—. Necesito llegar hasta ella».
Sebastián lanzó las últimas dos cargas explosivas contra la puerta al final del pasillo. Esta se quebró, revelando a la General, cuyo semblante asustadizo apenas ocultaba su determinación.
«—Control Maestro Activado, inhibición del dolor activo. —Sus iris se platinaron, y el dolor de sus brazos se desvaneció como un mal recuerdo. El tiempo pareció detenerse mientras emergía de su cobertura, los vendajes de sus brazos cayendo al suelo como hojas secas—. Adelante, Mixcóatl»
Uno a uno, los Arcángeles se abalanzaron sobre él. Raziel, con su tajo vertical, fue fácilmente esquivado por Sebastián, quien contraatacó con un corte profundo en el vientre del ángel. Una tacleada dejó a Raziel fuera de combate por unos preciosos segundos.
Samael, el astuto, intentó un corte horizontal, pero Mixcóatl lo esquivó con gracia y partió la espada de su rival en dos. Samael cayó al suelo, la mandíbula partida por el impacto.
«—Integridad de los brazos: 30%».
Al caer, Sebastián esquivó la carga de Uriel, quien se estrelló contra un montículo de concreto. Dos cortes precisos en los talones de Aquiles dejaron al mensajero de Dios momentáneamente inmovilizado. Mixcóatl alzó la vista con desdén; estos Arcángeles eran insignificantes para él.
Raphael, el sádico, fue más astuto. En un intercambio de golpes de espada, Mixcóatl utilizó la técnica de la doble espada de Muerte para desequilibrar al Arcángel. La garganta de Raphael fue cortada, y cayó al suelo.
«—Integridad del brazo derecho: 5%. Integridad del brazo izquierdo: 25%».
Sebastián cambió la espada a su brazo funcional y continuó el ataque contra Uriel. El Arcángel se abalanzó hacia su brazo, pero Mixcóatl se deslizó con agilidad y perfiló un corte ascendente sobre el torso de Uriel, dejándolo tirado en el suelo.
Sebastián alzó la vista y observó a los tres Arcángeles restantes. Jofiel, con su rifle, disparó a escasos metros de él. Sin titubear, Sebastián contraatacó, alzando el filo de su espada y partiendo la bala en dos. Giró el metal y la devolvió a Jofiel.
La bala impactó directamente en el corazón de Jofiel, quien cayó al suelo con un gemido. Pero antes de desplomarse, arrancó el inútil brazo derecho de Sebastián.
«—El brazo derecho ha sido perdido, se recomienda parar el Control Maestro. Integridad del brazo izquierdo: 20%».
La última defensa era Ariel II. Tiró de su chaqueta del Vacío, igualando la velocidad de Sebastián. Comenzaron un intercambio frenético, pero el Dios había previsto esto. Cerró los ojos y desplegó la técnica de la espada quebrada de Hambre, partiendo su propia espada y reconstruyendo los átomos para hacer las estocadas más letales.
La antigua amazona no pudo resistir por mucho tiempo. Realizó una sucesión de cortes imposibles de esquivar contra el brazo izquierdo del Dios, desgarrando sus músculos y tendones. La sangre brotaba, pero Sebastián se negó a detenerse.
«—Integridad del brazo izquierdo: 5%. Por favor, detente, Sebastián»..
La General estaba a pocos metros. Podía acabar con todo ahí. Sin embargo, ahí se encontraba Miguel Jäger
El escenario se volvía más oscuro para Sebastián. Sus brazos, una vez poderosos, ahora yacían inútiles a lo largo del estrecho pasillo. La espada, su única conexión con la victoria, reposaba en el suelo, fuera de su alcance. Miguel, el astuto Arcángel, no cometería el mismo error que sus compañeros. No subestimaría por tercera vez al Dios caído.
La sala resonaba con la tensión de un duelo épico. Sebastián, despojado de su fuerza y habilidades, se aferraba a la voluntad de hierro que lo había llevado hasta aquí. Su mirada, feroz y desafiante, se encontró con la de Miguel. El Arcángel sonrió, sabiendo que tenía la ventaja.
Sin previo aviso, Miguel avanzó. No con su espada, sino con una estrategia más sutil. Una patada precisa en las rodillas de Sebastián hizo que estas se doblaran, y el Dios cayó al suelo con un estruendo. El dolor se disparó por su cuerpo, pero no podía permitirse flaquear.
La espada, ahora a centímetros de su boca, era su única esperanza. Sebastián la agarró con los dientes, sintiendo el frío metal contra su lengua. La sangre manaba de sus muñones, pero su determinación ardía más fuerte que nunca.
Miguel se acercó, su mirada implacable. No había piedad en sus ojos. Sabía que debía acabar con Sebastián antes de que este encontrara una forma de contraatacar. Pero el Dios de la guerra no se rendiría tan fácilmente.
Con un último esfuerzo, Sebastián se impulsó hacia adelante, la espada en su boca. Miguel bloqueó el ataque con su propia espada, el choque resonando como un trueno. El cristal del salón se resquebrajó, y el mundo pareció detenerse.
«—¡Fin del Control Maestro! Integridad del Huésped, crítica, se recomienda...».
«—No».
Sebastián volvió a abrir los ojos, el dolor desapareció y la paz se instauró en su ser, se encontraba en una enorme planicie acuática frente a una persona fantasmal, la versión humana del androide, Ray Ferrel.
—Creo que es el fin —dijo Sebastián, alzando sus brazos, alrededor de estos había una bruma blanca, símbolo de su ausencia. El fantasma soltó una pequeña lágrima—. Sabías que algún día tendría que ocurrir.
—Pero no así, tenías que vivir una larga y...
—Somos soldados, Ray, nuestro trabajo es pelear en guerras e intentar sobrevivir. No vivir hasta los cien años.
—¡Pero podrías!
—No, Ray, no —interrumpió Sebastián, caminando hacia el horizonte, la planicie sin fin parecía convertirse en piso metálico—. Bien sabemos cuál sería el fin.
—Aún hay tiempo de salvarte —refutó el androide mientras observaba horrorizado cómo se manifestaba una hacha en las manos de su Huésped—. Si tan solo me dejas hacer los cálculos yo...
—No puedes —señaló el Dios hacia la holopantalla que mostraba su realidad, Miguel estaba frente a él, debatiéndose en qué hacer—. No hay tiempo.
—Pero, tú y yo...
—"IN LAK'ECH."
El androide se acercó hacia su Huésped y lo abrazó, los sentimientos humanos que estaba generando por culpa del desbloqueo del Control Maestro lo estaban afectando. Lógicamente tenía sentido la decisión de Sebastián, pero su corazón, si es que podía decirse que tenía corazón, le decía que no, que debía pelear con su otra mitad.
—Tú y yo somos uno —recordó el androide, adoptando su forma robótica. Orbitó frente a él—. Somos la fuerza que nace del corazón del otro.
—Por eso, Ray, te libero. —Sebastián alzó el hacha y la dejó caer sobre la consola de su cerebro.
El androide tuvo que cerrar su ojo robótico para no observar la masacre que el Dios estaba haciendo; cortaba su conexión neuronal para que él fuese libre de él.
Por su lado, a cada hachazo, Sebastián sentía cómo una parte de él se resquebrajaba y su mente se partía. Dolía, dolía mucho.
La destrucción de la unión duró unos cuantos segundos más hasta que el androide no pudo soportarlo.
—¡No lo hagas! —volvía a pedir Ray, caminando y arrodillándose frente la figura del Dios, este estaba cansado y llorando, por dentro estaba destrozado.
—Es momento de avanzar, de reunirme con ella.
Sebastián tiró el hacha y se acercó al androide, lo tomó entre sus palmas y lo llevó hasta su corazón.
—Protegelo de todo, mi quetzal, protege a Emmanuel como yo no pude hacerlo —susurró Sebastián, las luces del androide se tornaron arcoíris—. Vuela alto, mi querido quetzal, ve con tu nuevo huésped.
—Te estaré agradecido por ser mi otra mitad...
Montserrat observó cómo Miguel alzaba la espada a la altura del cuello de Sebastián, este alzó la mirada y su iris volvió a tornarse café. Su mentón descansó en la punta de la espada del Arcángel.
La General se incorporó, dispuesta a tomar el Regalo Divino del traidor cuando un fogonazo de luz salió desprendido del individuo, cegandolos unos justos momentos en los cuales un enorme helicóptero aparecía frente a su ventana para contemplar la escena.
—Vuela alto, mi quetzal... —La voz de Sebastián fue más que un susurro apenas pecertible para el Arcángel, el cual, bajó la espada al ver cómo se desplomaba el cuerpo del Dios ante la mirada de los medios—. Lamento fallarle a él.
Ahí, en la torre de la General de la Federación, un veintitrés de septiembre, el Capitán Sebastián Márquez, Identificador: Mixcóatl, caía derrotado y como un mártir por los medios ante el Comandante de la Federación, Miguel Jäger.
Ese día, la Federación había ganado la guerra contra la extinta Resistencia.
FIN DEL SEGUNDO LIBRO
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