| Epílogo Terrenal |

Musica de Multimedia: Abyss - YUNGBLUD |

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"Un héroe es todo aquel que hace lo que puede".

Romain Rolland—.

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Un año y cinco meses después.

"Lamento fallarle a él..."

El eco de aquella lejana voz y el súbito encendido de las luces de la barraca lo despertaron de golpe. Cayéndose de la litera y asustando a su compañero de cama.

—¿Estás bien? —preguntó un escuálido y larguirucho joven de catorce años, girando lo suficiente para observarlo con intriga. Él se encontraba masajeando su cabeza, había caído directo en una barra—. ¿Las pesadillas volvieron?

—Te he dicho que no son pesadillas —respondió él, levantándose mientras se arreglaba la camiseta verde del uniforme—. Son recuerdos, dolosos recuerdos.

Él mintió, aunque confiaba en su compañero de cama, tenía miedo de que lo tomara por loco y fuera reportado a sus superiores y caer en baja por salud.

Él quería ser militar para honrar la memoria de su padre y madre caídos en la guerra. Ahora como el futuro de la recién formada Unión Humanitaria de Acción Espacial, UHAE, por sus siglas.

Además, tenía que demostrar que ya no era un niño.

—¿Hoy es tu cumpleaños, no? —recordó su compañero de litera, bajando de un salto al piso mientras sostenía una cajita que le tendió a él—. Feliz cumpleaños, Emmanuel.

Emmanuel Ferrel tomó la cajita y la observó con atención, era verdad, aquel doce de febrero cumplía catorce años y era el primero lejos de su madre.

El primer cumpleaños que pasaba solo.
Emmanuel abrió la cajita y dentro contenía un colgante de forma elipsoidal, el adolescente lo apretó por un lado y este se abrió, dejando ver un compartimento para dos fotografías pequeñas y digitales.

—Gracias por el colgante, Rodri —agradeció Emmanuel con una ligera sonrisa triste. Durante el reclutamiento, aquel chico larguirucho lo ayudó a entrar, falsificando la hoja de reclutamiento diciendo que era su primo—. Te lo agradezco.

—No es nada, Manu —respondió Rodrigo, sacando las botas de combate de ambos y tendiéndoselas—. Vamos, que se nos hace tarde y si no...

—¡Atención!

Un Sargento un tanto mayor entró gritando con voz autoritaria, llamando la atención de los reclutas. Emmanuel se puso en la posición de firmes, llevaba ya un año en el pelotón.

«—¿Quieres que haga los honores? —preguntó Ray en la mente del adolescente mientras él Sargento empezaba a dar las instrucciones del día—. Sé qué fotos poner».

En otro momento, Emmanuel hubiera pegado un brinco al escuchar una voz en su cabeza pero desde que su tío renunció a su Regalo Divino, este había pasado a ser parte de él.

Ser su otra mitad, decía el androide.

«—Por favor —pidió Emmanuel, manteniendo la mirada hacia enfrente cuando el Sargento pasó a su lado—. Me harías ese enorme favor».

El Sargento los puso en descanso y los dejó terminar de cambiarse con un limitado tiempo, este los abandonó y todos comenzaron a vestirse. Emmanuel y Rodrigo no volvieron a intercambiar palabras debido a la falta de tiempo.

El pequeño héroe del Sol se terminó de vestir y, antes de salir de la barraca, observó las fotos: de un lado estaba la constante de Sofía y Ray, sus padres, sonriendo y abrazados, mientras que del otro lado, aparecían los seis Dioses que habían desaparecido hacía un año, dejándolo solo en la vida.

Aunque en el fondo sabía que gracias a ellos, él se encontraba en la vida militar a tan temprana edad.

Emmanuel se colgó el colgante y salió disparado de la barraca, tenía que convertirse en un mejor soldado por su madre.

Se tenía que ganar su identificador: Huitzilopochtli, el héroe del Sol.

—¡Eh, Márquez! —exclamó un guardia tras abrir la puerta de la celda—. Tienes una visita antes de tu traslado.

Sebastián Márquez alzó la cabeza y exhaló con cansancio, su único contacto con el mundo exterior había sido el Arcángel Miguel que tomó la costumbre por visitarlo cada semana.

Con él entrenaba el esgrima y estaba acostumbrándose a sus nuevos brazos robóticos.

—Gracias, oficial Rivero —dijo el acaecido Dios, incorporándose y sintiendo pesadas sus extremidades robóticas. Caminó con lentitud mientras las corrientes gélidas de la prisión golpeaban su torso desnudo y cicatrizado—. ¿Esta vez qué quiere el Comandante?

—Oh, no, Márquez, el Comandante no viene hoy —respondió el oficial Rivero, anotando algo en su brazal—. Te viene a visitar una mujer, creo es periodista.

Un brillo de esperanza se vislumbró en los ojos de Sebastián, ¿sería posible?

—¿Una periodista? —preguntó Sebastián, deteniéndose a unos centímetros del guardia con las manos en la espalda. Este le puso las esposas especiales e inmediatamente sus brazos se sintieron más pesados—. ¿Por qué?

—Eso no lo sé —dijo el oficial Rivero, colocando su mano en la espalda del Dios—. Ahora, camina, no tenemos mucho tiempo antes de tu traslado a tu nuevo hogar.

Después de haber sido encontrado por los medios, la vida de Sebastián fue perdonada en ese instante y, en consecuencia, llevaba casi dieciocho meses encerrado en la misma cárcel en la que tuvieron encerrado a Gabriel días antes de que se conocieron, esperando su sentencia.

Esto debido a que el antiguo Capitán Sebastián Márquez se convirtió en un mártir y símbolo del yugo de la Federación. Gracias a eso, muchas colonias humanas se habían rebelado, fundando la UHAE que retomaba algunos conceptos de la antigua Resistencia y la actual Federación.

Al cabo de unos minutos, Sebastián se encontraba sentado en una silla de madera, esperando su visita bajo la atenta mirada de un guardia.

Antes de que pudiera hablar, la puerta se abrió de golpe y una figura femenina se hizo presente. Sebastián la observó de pies a cabeza, era una mujer alta rubia con un saco y falta recta pegada a sus curvas, ambas de color gris aperlado y unos lentes de sol. Ella le sonrió y caminó de forma erótica hacia la silla de la misma mesa.

—¡No lo puedo creer! —exclamó la periodista con un exagerado tono dulce. Sebastián la identificó de inmediato, era ella, su compañera y pareja de escuadrón—. ¡Por fin pude dar contigo, símbolo de lucha!
—¿Símbolo de lucha? —cuestionó Sebastián con extrañeza.

—Oh, puede retirarse, guardia —dijo la mujer, dejando una carpeta sobre la mesa y cruzándose de brazos, realzando el escote de su busto. El guardia me puso mala cara—. Tengo derecho a hablar con mi fuente de forma privada, ¿o quiere que traiga a nuestros abogados y lo...? —El guardia gruñó y salió de la sala, cerró la puerta y la mujer se sentó en la silla, convirtiéndose en la mujer que el Dios había conocido—. Perdón por no venir a verte antes, Sebs, ha sido un caos desde...

—Desde que la cagué.

—Sí y bastante —respondió Emma, adoptando su voz natural. Abrió la carpeta y en ella había seis fotografías—. Wisconsin y los Maestros Divinos tuvieron la idea de aprovechar está situación para desestabilizar aún más la Federación. Gracias a Dalia Marabak, tu servidora, sigues con vida.

—Perdóname por...

—Vamos a rescatarte y sacarte de aquí. —Lo interrumpió, sacando una grabadora del interior de su saco y dejándola en la mesa—. Pero supimos que te transladarán con Guerra, los sacaremos a ambos pero, Sebs, necesito que hagas un sacrificio.

—¿Cuál?

—Esperanos unos años —respondió Emma, cambiando las fotografías por unas que mostraban cuatro planetas de diferente geología y uno de una academia militar—. Los demás decidieron hacer un autoexilio para entrenar y prepararse mejor, yo estaba incluida pero me tuve que quedar para ayudarlo a él.

Sebastián tomó una foto y palideció al ver a Emmanuel vestido como recluta militar.

—¿Por qué dejaron?

—Su tutor legal está en la cárcel y logró tener su propia custodia —añadió Artemisa, masajeandose la sien—. Tuvo ayuda de Ray y no pudimos hacer nada, la ley lo protege...

—Pueden romperla para...

—No, es su decisión y tendrá que enfrentarla.

—Es solo un niño.

—Pero lo tiene a él. ¿Crees que no intentamos detenerlo? ¿Crees que no intentamos hacer que deserte? —Emma tenía los ojos brillosos—. Sin éxito solo nos quedó apoyarlo, dejarle que avance en su camino y que deje de ser un niño.

»Por favor, Sebastián, esperanos unos años. Aprende de Miguel, hazte el líder de esa prisión. Ahí tienen a todos los potenciales peligros de la Federación, te encontraremos y te sacaremos.

Emma se incorporó, no sin antes, tocar la mano de Sebastián por unos segundos.

«—No te voy a dejar, Sebastián —dijo la voz robótica de Ray en su cabeza—. Tú y yo somos uno, no voy a descansar hasta volver contigo».

Emma volvió a colocarse los lentes mientras adoptaba la sonrisa coqueta de su alter ego y tomaba la grabadora.

—¡Fue un gusto la breve entrevista, Mixcoatl! —exclamó Dalia, guardando la grabadora y entregándole un collar—. Me pidieron que le diera esto y que no lo pierda. Le ayudará algún día.

Dalia dio media vuelta, caminó hacia la salida meneando la cadera y golpeó la puerta. Giró brevemente y los ojos de ambos Dioses se toparon. En la mirada de Sebastián había arrepentimiento mientras que, del lado de Emma, había dolor.

—¡Espero nos volvamos a ver, Capitán! —exclamó Dalia con su tono exagerado de voz cuando la puerta se abrió—. ¡Haremos el ruido que se merece por ser un peón para la Federación! —El guardia no se apartaba de la salida, Dalia giró y lo escaneó con repulsión de pies a cabeza—. Mueve, igualado, si me haces algo ten por seguro que vas a sufrir.

El guardia se hizo a un lado y Dalia salió de la habitación, no sin antes, lanzarle un beso a Sebastián. Dejándolo anonadado y viendo un collar elipsoidal que tenía la foto de su hermana y sobrino por un lado y del otro, tenía una foto de los seis Dioses.

Sebastián no fue consciente del tiempo que había pasado en el transporte espacial hasta que la figura de Miguel abrió la compuerta y lo obligó a pararse. Salió y observó el terreno, una enorme y solitaria isla rodeada de un mar profundo verde con un campo rocoso donde se veían presos sembrar y cultivar. Alzó la vista y podía ver la negrura del espacio junto con una lejana estrella que apenas daba la sensación del día.

Miguel lo empujó, obligándolo a caminar y este siguió. Siguió el sendero y entró al enorme complejo con forma hexagonal y en cúpula, con dos enormes pasillos ubicados en extremos diferentes de los vértices, donde fue revisado y matriculado. El Arcángel se quedó lo justo para arreglar el papeleo y se retiró con la amenaza de que volvería cada semana a su entretenimiento.

Esto le importaba poco o nada a Sebastián, él solo se dedicaba a asentir y a seguir órdenes, quería cumplir su sentencia de cadena perpetua en paz. Al menos, hasta que los Dioses lo fuesen a rescatar.

Fue conducido por el pabellón de reos hasta su celda, una apartada donde, según los guardias compartiría con alguien muy especial.

—¡Disfruta tu estancia en el Abismo de Thanatos! —exclamó el guardia, empujandolo hacia la oscura celda.

Sebastián cayó de bruces e,inmediatamente al cerrar las puertas, las esposas desaparecieron. El antiguo Dios alzó la mirada al sentir la presencia de alguien más.

—Vaya, vaya, vaya —dijo una voz rasposa. Esta se acercó al hilo de luz, dejando ver el rostro del último Jinete encarcelado: Guerra. El cual, se incorporó y le tendió la mano con una sonrisa—. Bienvenido, Capitán, lo estábamos esperando.

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