CAT USUARIO/FRONTERA_ARCADIA/REPRODUCIR_RECUERDO MADRE


Abro los ojos. Me vuelvo al desconcierto devolviéndole el alma a mi propio cuerpo; es como despertar o volverse a dormir. Hace frío pero mis extremidades expuestas se abrigan entre el calor que quedó retenido en el cemento y el resto de día que nos queda. Busco cobija en ella. El perfume a ropa vieja me abraza desde las entrañas de su abrigo queriendo hacerme hueco. No me hace falta verle el rostro para comprobarlo. Mis dedos abrazan los suyos con más fuerza, como si advertirla me diese la tranquilidad que ansío.

Respiro, cuento. Por primera vez, soy consciente de mi pequeñez en medio del apabullado gentío. Diez, veinte, cincuenta personas amontonadas entre el pánico y el silencio. Nos rodean los edificios altos, montones de ellos pero nadie quita la vista del cielo.

Entre medio de una tensión espectral, una avalancha de sonidos estruendosos cruzan el cielo. Pareciera que los estuviésemos esperando en vigilia. Sin despegar las miradas del cielo, intentamos localizar el repiqueteo. Un bufido fuerte hace vibrar el cimiento mientras las hélices convierten el aire en viento obligándonos a reparar la cercanía. Todos aguardan, sin cerrar los ojos. El espacio entre la duda y el miedo desaparece, provocando una que la tensión espectral se vuelva avasallante.

Se abrazan, lloran, aprietan sus cuerpos. Somos muchos.

Ahora sí, aparecen. Unos gigantescos manchones avanzan por el cielo contra el sol ensombreciendo nuestros cuerpos, dejando que el frío se asiente de manera definitiva. Algunas cabezas se asoman detrás de las ventanas más altas, con vistas hacia las sombras de acero que avanzan intrépidas sobre nosotros. Porque no son una, ni dos...son tres, cinco, diez. Un círculo gigante de sombras de pájaros negros oscureciendo no solo esta esquina, sino todas ellas. Una vez en el centro de la bocacalle, quedan suspendidos en el aire. Entrecierro mis ojos y por encima de sus sombras y entre los espectadores supinos, la encuentro a ella. Una niña, la única de mi tamaño, allí lejos. Lleva puesto un vestido de invierno, abrigo y calzado. Algo me dice que hace mucho no veía a otro niño. Semanas, quizá meses. Es una sensación tan extraña que me incita a no quitarle los ojos de encima, como si la razón se me pudiese revelar en un dos por tres. Quizá también sea la sombra en su rostro, no saber de quién se trata. ¿Dónde están todos los demás?

Un sonido de quizá dos notas superpuestas inunda la espera, pitando de manera dominante. El reflejo entre un pájaro negro y el sol, revelan por fin, la máscara siniestra de la niña. Rápidamente, unas manos adultas la encierran dentro, desapareciendo del balcón, ellos y todos los demás. Pronto, ya no queda ni un solo espectador delante de los cristales, solo detrás.

Su mano presiona la mía entre el empuje inquieto del gentío pero aún así no puedo observarla. Su calor es lo único que me brinda la idea de seguridad que ansío. El pitido rugiente, el viento febril, todo se sincroniza. Las compuertas se abren de entre cada una de las sombras dejando caer esferas negras y brillantes, de a una, todas juntas, de manera sistemática. En medio de la caída libre, muchos despiertan, corren, gritan, tropiezan. Otros se quedan quietos, como anonadados, pero tarde o temprano todos observan desde su lugar, las esferas quedar suspendidas en el aire. Ella me arrastra consigo y como si adivinara lo sucedido me tapa la nariz dentro de su colcha, la única que nos quedaba. Tiene miedo, como todos los demás. Se siente en el aire.

En medio del pánico y el arrastre, puedo divisar las esferas explotar suspendidas, largando una sustancia gaseosa incolora que rápidamente se esparce en red.

De alguna manera puedo sentir también el subterráneo invadido de gas y puedo imaginar el lamento. Hogares, plazas, prisiones, hospitales. Se me despiertan emociones, crujen los recuerdos tapados dentro de mi mente. No los puedo encontrar pero sé que están ahí. Aún encerrado en el niño, levanto la mirada pero soy demasiado pequeño y su mano no me deja ir muy lejos. Los cuerpos colapsan entre nuestra corrida. Por atrás, por adelante; muchos se apagan. Trato de hablarle, pero los gritos desesperados tapan mis intentos, tanta agonía me obnubila. Su mano se vuelve fría. Escucho su llanto en eco, lejos de aquí. No es su mano la que estoy tomando, ¿dónde está ella?

La mano fría se convierte en una textura gomosa, que me arrastra hacia arriba. La manta que me abrigaba ahora me cubre el rostro y lucho por quitármela de encima. Su llanto continúa pero de a poco pierdo su eco, el pitido es más fuerte. La visión se me nubla, no puedo discernir, no puedo ubicarme entre la nada. Todo se vuelve frío y oscuro como las sombras de los pájaros negros. Mis lágrimas y gritos se entremezclan con los pitidos superpuestos. Ya no puedo oír ni al gentío, ni a mi madre, ni mi propio desconcierto; solo una voz grave y sonriente que se asoma desde adentro, como si me arrancase toda una vida.

—El sueño terminó, Asis. Bienvenido a Arcadia.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top