CAPÍTULO 6

Uno, dos, tres. Abro los ojos. Trago aire en medio de un ahogo imaginario. No hay gas inoloro. Me observo, giro mientras me ubico en mí mismo. Claro está, no estoy encerrado en un espacio raquítico sino, ¿En medio de un pasillo...? ¿Cómo llegué aquí?

Observo mi muñeca izquierda esperando encontrar algo. Presiono varios botones de manera aleatoria obviando las lecciones que todavía no hemos tenido. Finalmente, el rastreador proyecta el fuerte permitiéndome leer mi posición, un vacío cruzado de manera intermitente en medio de Áreas comunes: Área restringida.

Alguien sale de una puerta provocándome un salto. En dos pasos reversos logro esconderme detrás de una columna. Aguardo. Definitivamente, no sé como llegué aquí, pero ¿quién le cree al novato? La persona se gira y entonces la reconozco. Es la doctora Kressler.

De no estar distraída observando su carpeta, ya me habría encontrado. ¿Que habría pasado entonces? Mierda. Desaparece al final del pasillo y suspiro en alto antes de girarme para observar la puerta...¿entre abierta?

Me detengo un segundo y me obligo a razonar. Ésta es la primera puerta que no es de cristal y eso quiere decir que lo que sea que esté del otro lado, no es para cualquiera. Solo los mentores tienen permitido su acceso en esta área, por lo tanto eso respuestas que busco pueden estar allí, o al menos sería un buen lugar para comenzar. Eso si, si me atrapan, estoy muerto. Pero si no...

Camino sigilosamente hasta llegar al rectángulo de metal y sin dar lugar a dudas, ingreso en el espacio oscuro. Como había pasado antes en el área de hibernación, algunas luces bajas con sensor se encienden a medida que camino. No siento frío pero si una sensación de vacío que me perturba bastante, como si mi entorno se crease a medida que lo transito. Justo cuando estoy comenzando a considerar la opción de buscar otro camino, doy con algo. Un mueble justo unos metros más adelante. Una pantalla de holograma de un símbolo se proyecta encima: Es un círculo con dos líneas opuestas cruzándolo. Ésta, ilumina todo lo que yace sobre el mueble. Carpetas de metal, selladas una sobre la otra, botones, pantallas más pequeñas, cables, una caja negra. Avanzo incrédulo, pasando mi mano por encima y sin tocarlos como deseando absorberlo todo. Mi mirada se detiene en una pequeña insignia de metal que dibuja el mismo símbolo proyectado. ¿Qué quiere decir esto?

Voces retumban a lo lejos y me doy la vuelta. No pueden verme aquí. Tomo el círculo cruzado entre mis manos y me largo a correr hacia el lado opuesto de las voces en plena negrura. Pronto la sensación gélida de la insignia comienza a quemarme los dedos.

La dejo resbalar sin poder aguantar el dolor. Las voces ahora retumban acompañadas de pasos, que cada vez se vuelven más cercanos. Siento mi cabeza contraerse dentro mí mientras entiendo que debo abandonar este sitio lo antes posible.

Tres, dos, uno. Abro los ojos.

—Buen día, letrado.

La cápsula está abierta y un tío me espera del otro lado.

—No quieres llegar tarde al desayuno— dice con una sonrisa demasiado forzada para ser real. Su tez perfecta y dientes impecables denotan su naturaleza. Otro androide.

Extrae un dispositivo de mi cápsula y presiona unos botones. ¿Qué acaso lo he soñado?

No me lo creo.

Los demás letrados forman fila para abandonar el área de hibernación. Me uno a paso automático pensando en la única persona a quién le puedo confiar mi experiencia.

No me es difícil encontrar a Iwin desayunando en una de las mesas. Su altura y voz lo hacen fácil. Conversa animadamente con letrados mayores, de esos que intimidan. Me acerco con mi bandeja preparada sin quitarle los ojos de encima. Una vez cerca, entre risas bromas, nota mi presencia.

—¿Qué haces aquí fisgón?

—Necesito hablar contigo.— convengo.

—Si es una pregunta ni lo intentes.

Los demás hasta se ríen pero Iwin nota mis pocas ganas de sonreír. No hace falta conocer mucho a alguien para ser perceptivo.

—No lo es.

Observa a sus compañeros con una seña y estos nos dan espacio mientras continúan su conversación aparte. Me siento en frente suyo.

—¿Y bien...?

El derredor es el típico, letrados por todos lados. Busco mentores con mis ojos y los que están, están demasiado lejos. No supone peligro. Observo mis manos sobre la mesa y las contraigo en dos puños. Hay algo de Iwin que me hace jurar que podría compartirlo con él. No sé si fue la conversación de anoche o la impresión que nos fuimos creando, pero pareciera que ya me conoce.

—Me estas asustando. Habla.

—Vi el área restringida.— Suelto.

—¿¡Qué!? ¿¿Cuándo??

—Shh, ¡Anoche! ¿Cuándo te fuiste del área de hibernación? Te juro que no sé como pero después del gas, el himno, estaba allí; caminé por ese pasillo, hasta ingresé a una de las salas.

— ¿Cómo...? ¡¿Cómo lograste salir de la cápusla?!

—¡No! No salí de la cápsula, abrí los ojos y estaba ahí. Fue como un sueño pero...

—¿Pero qué?

Pero real, pienso para mis adentros. Cierro más los puños y trato de buscar las palabras correctas.

—¿Sabes qué? Olvídalo. —Bufo.

Iwin abre una de mis manos. Las marcas rojas en las yemas que sostenían la insignia...¡están allí! Inmediatamente la recuerdo cayendo por mis dedos, la sensación de fuego ardiendo en mi piel y como reflejo saco mi mano entre la suya.

—¡Letrados etapa cero, al área de entrenamiento! ¡Tienen diez minutos! ¡El resto, a clase!—Comenta un mentor cruzando el comedor con una pantalla de bordes invisible.—Enoch, hazme un favor y convoca dos alfa por brigada, ¿quieres?

Justo cuando me giro, Iwin no está.

A medida que avanzamos, nos dividimos entre los diferentes espacios guiados por letrados mayores, entre ellos Ray y Enoch. Me detengo entre las diferentes estaciones pero no creo hallarme en ninguna. Ni Estación Acuatíca, ni Resistencia Integral ni Competencia Propia. Al fin y al cabo, el área de entrenamiento es un espacio competitivo donde no se espera más que destreza, comparación entre pares y estado físico; todo eso que a pesar de desconocerme enormemente, no siento propio. Quizá sea solo agotamiento pasajero pero de todas formas me agrada conocerme un poco más a mí mismo—Al menos por mis propias reacciones.

Comienzo levantando unas pesas, intimidado por las miradas y cuerpos de los supuestos alfas. Parecen ser los que dominan el resto del colectivo letrado, los rodea un aura de popularidad. No me sorprende que Enoch y Ray sean de esos ¿Serán los puntos o el excesivo entrenamiento que llevan encima?

Al poco tiempo, me retiro al boxeo. No me molesta obviar las risas y cotilleos de entusiasmo hasta que encuentro a Enoch apoyado sobre la pared, clavándome su mirada. Decido salirme.

Una vez en La Estación De Resistencia Integral, encuentro un par de las bicicletas libres. Me subo a una y comienzo a estudiar el panel de holograma para dar comienzo.

—Solo tienes que darle cuerda.—Comenta Leah montándose a la bicicleta contigua a la mía. Comienza a pedalear y pronto una simulación nos cubre aislándonos del resto.

—Genial.— Acoto sin mucho entusiasmo y me uno a la pedaleada.

—Son cuatro.— Comenta mientras la simulación toma forma. Al parecer, nos encontramos en medio de un desierto. —Si son dos letrados por brigada eso quiere decir que hay cuatro brigadas.

—Eres rápida.—Le sonrío intentando mantener mis pies rodando sin desplomarme por el calor. Leah me devuelve la sonrisa. Inmediatamente recuerdo la situación de ayer, en el comedor.— ¿Quieres, um...hablar sobre eso? Quiero decir, ¿estás bien?

—Estoy bien, Asis. Es solo cuestión de adaptarse, ¿sabes?

La mirada oscura de Leah se centra en un punto fijo en medio de las dunas. Incómodo, me aclaro la garganta.

—Claro. Siempre y cuando estés bien...

—Lo estoy. —Responde.

Asiento. Parece honesta. De pronto, una tormenta de arena se gesta a lo lejos y unos granitos de arena se saltan del torbellino metiéndose en nuestros ojos.

—Joder, se siente muy real todo esto.— Comento haciendo muecas para evitar el contacto con ellos.

—Pero no lo es, ¿verdad? —Alza su dedo índice con un minúsculo grano de arena en él que se desvanece en un dos por tres, esclareciendo su naturaleza de partícula de holograma. Alzo la mirada para encontrarme con la suya y trago saliva al compás de las gotas de sudor que nos cruzan el rostro.

No deja de ser extraño, todo esto. Compartir con desconocidos, que nuestras memorias sean una compota de acero inaccesible y la energía tecnológica de este lugar en permanente cambio pero en algún punto lo que es real y lo que no, converge. El calor, el sudor, nuestras emociones, el aire pesado y cálido, nuestros miedos; todo eso está pero lo artificial de la simulación no deja de ser un escenario perfecto. Al fin y al cabo, no estamos subiendo una duna cuesta arriba, solo nos cube una burbuja de alta tecnología y eso, eso no es real.

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