CAPÍTULO 50
Observo el paisaje como si de un sueño se tratara. Los árboles luminiscentes se entremezclan con el resto de vegetación pero su resplandor ilumina todo el valle.
—¿Es por las algas? —pregunto, aunque después de ver el mismo brillo en la orilla del mar, sé que estoy en lo cierto.
—¡Claro! Utilizamos varias y algunas de ellas brillan gracias a la luciferasa. La noctiluca Scintillaris y la Pyrocistis fusiformis, por ejemplo. Lo cierto es que resultó toda una sorpresa, pues la intención nunca fue conseguir este resultado. Quienes se dedicaban al experimento en aquel momento, solo buscaban duplicar o triplicar la producción del oxígeno... nada más.
Otro motivo más para permanecer resguardados en el valle, rodeados de montañas. En una llanura, el resplandor se distinguiría a kilómetros de distancia...
Caminamos hasta uno de estos árboles y tanto Caleb como yo, palpamos la corteza con miedo, como si esperásemos sentir una corriente eléctrica o algo parecido. Sin embargo, no hay nada de eso, simplemente ese brillo azulado extendiéndose desde el tronco hasta las hojas. Nos miramos y no podemos evitar sonreír ahora que sabemos que por fin, después de un largo camino, estamos en el lugar correcto. Que tocamos la solución a nuestros problemas. Cientos de árboles tan bellos como ese, devolverán la vida al planeta.
—Estoy deseando contárselo al resto —comento.
—Yo no —suelta Caleb—. Prefiero no decir nada y ver sus caras cuando descubran esta maravilla.
Tiene razón. ¿Por qué perdernos la expresión de sorpresa de nuestros compañeros?
—Creo que por hoy ya habéis tenido suficientes emociones ¿me equivoco?
—Pues sí, tenemos mucho que asimilar —concuerdo mientras me froto las sienes.
—Vamos. Va siendo hora de que cenemos algo.
No tardamos en estar de nuevo en el comedor, e Hikari manda un aviso para que Orlena se una a nosotros durante la cena. No viene sola, sino que llega acompañada de Heiner.
Les observo, intentando averiguar si Heiner, después de nuestro interés por sus abejas, ya nos acepta. Es el primero en saludarnos y puedo considerar eso como una buena señal. Orlena le mira sorprendida y suelta una suave risa.
—Por lo que veo, os habéis ganado a este cascarrabias...
Heiner tiene intención de contestar, pero ella hace un gesto para que guarde silencio y recita una breve plegaria, antes de dejar que hable.
—Yo no he dicho que tenga nada en contra de ellos. Solo me preocupo por nuestra gente. No quiero que este lugar corra peligro. ¿Es tan difícil de entender?
—Para nada —afirmo—. Seguramente yo en vuestra posición, tendría las mismas reticencias. ¿Por qué confiar en nosotros?
—El problema no sois vosotros —manifiesta sin atisbo de duda—. Durante los primeros años del destello, hasta aquí llegó mucha gente, algunos de tierras muy lejanas, buscando un lugar en el que poder sobrevivir. Siempre se ayudó y dio cobijo a quien lo necesitó. Pero no todo el mundo es bueno, con el tiempo, cuando se comenzaron a organizar guerrillas, esos grupos no tenían miramientos a la hora de atacar y saquear todo lo que encontraban a su paso. Por eso decidimos aislarnos, era la única forma de proteger a los nuestros, aunque eso supusiera cerrar la puerta a los demás. Bloqueamos los dos accesos por carretera, ya que eran las rutas más directas hasta este lugar y comenzamos a vivir como si fuéramos los únicos habitantes del planeta. Y ya veis, tan mal no nos ha ido. ¿Por qué arriesgarnos? El mundo está lleno de gente mala dispuesta a hacer daño a los demás ¿por qué dejar que puedan llegar a nosotros?
Da un generoso bocado, dando por terminada su explicación y lo cierto es que no sé que contestar. ¿Acaso no protegería yo a los míos por encima de todo? Heiner no está diciendo nada descabellado y menos en unas circunstancias como estas. Ya hemos visto de qué son capaces las guerrillas... Sin embargo, dejar de lado al resto del mundo, teniendo la solución en sus manos, no me parece justo.
—Nadie perturbará la tranquilidad de este lugar —asevera Caleb—. Nos iremos de aquí con lo que necesitamos y si así lo queréis, no volveréis a saber de nosotros. Ni siquiera diremos cómo lo hemos conseguido. Aunque por otro lado, también podéis convertir esto en un intercambio, una colaboración. Todos saldríamos ganando. Y aun así, seguiríais estando seguros, ya que solo mantendríais contacto con nosotros.
Miro a Caleb boquiabierta, sus palabras acaban de demostrarme por qué era la persona ideal para bajar al valle. Ha apostado todo a este plan cuando él tenía una posición muy cómoda en las cúpulas y perfectamente podía haber mirado hacia otro lado y seguir con su vida como si nada. Y para colmo, es capaz de entender que esta comunidad valora su anonimato por encima de cualquier otra cosa. Pero tiene razón, Orlena y su gente, pueden colaborar con las urbes y sacar a cambio, lo que sea que necesiten, sin dejar al descubierto su ubicación. Será suficiente con que nosotros sepamos llegar a ellos.
Hikari es consciente de las posibilidades al momento. Se nota que su juventud le hace estar más abierta a los cambios.
—Orlena, podríamos conseguir medicinas, material médico y de investigación, algunos compuestos químicos... avanzaríamos mucho más rápido.
La mujer en cambio, no se deja llevar por el entusiasmo, sus gestos comedidos son los de una líder que se ha enfrentado a muchas decisiones a lo largo de estos años. La de ahora es una más.
—Tranquila Hikari. Habrá tiempo para pensar en todo ello. La precipitación no es buena y menos aún tratándose de algo así de importante. De momento, les daremos lo que necesitan. Y más adelante... ya veremos —reflexiona.
Estoy tumbada, con la mirada fija en el techo, analizando todo lo que ha ocurrido hoy.
—No está nada mal el sitio este ¿verdad? —dice Caleb desde la otra cama.
Nos han asignado un par de camas en una de las habitaciones comunes del hospital que permanece vacía. Se me hace raro estar los dos solos en un lugar tan grande, con una veintena de camas, sin embargo, para pasar una sola noche es más que suficiente.
—Sí, no está mal... —respondo sin mostrar mucho interés.
Está claro que a él le extraña mi actitud, pues se sienta de un salto y me mira fijamente.
—¿A qué le estás dando vueltas?
—No es nada —le resto importancia—. Es solo que... estoy pensando en todo lo que nos han contado hoy. También en lo que nos han contado Jess, Kesia y su familia. No puedo evitar pensar en mi realidad.
Frunce ligeramente el ceño y sé que no me entiende.
—¿A qué te refieres?
No sé muy bien cómo explicárselo ya que Caleb no conoce de dónde vengo.
—Verás, vivo en un lugar en el que la calidad de vida es buena. Tenemos todo lo que necesitamos, no nos falta de nada. Hemos avanzado en infraestructuras y tecnología. Nuestras sociedades son modernas e igualitarias. Pero a mi país llega gente de tierras lejanas, en muchos casos, huyendo de conflictos y guerras. En otros, porque el hambre y la falta de recursos te obliga a dejar todo lo que conoces atrás. Una situación límite, muy similar a la de Eren, Afra y su clan.
—¿Y cuál es el problema?
Yo también me siento y dedico un momento a mirar al chico que espera mi respuesta. Caleb es demasiado bueno como para entender que la gente no siempre hace lo correcto.
—Pues que los gobiernos son reacios a acoger a esas personas. En realidad, no solo los gobiernos, mucha gente como tú y como yo, está en contra de darles cobijo. ¿Sabes lo que dicen? "Mira, si vienen con sus móviles y con ropa buena. Se quieren aprovechar de nosotros".
—¿Es así?
—¡No! Es decir, yo siempre me pongo en la situación. Imagínate que estás en tu casa, estás estudiando, sales con tus amigos... y de pronto, de un día para otro, estalla un guerra, un conflicto civil, lo que sea. Ves cómo mueren tus amigos, algunos familiares. Saquean las casas, estallan bombas, la mitad de tu ciudad está en ruinas. Ya no puedes estudiar, no hay electricidad, escasea la comida... No tienes medios para enfrentarte a quienes te atacan porque estás desarmado. ¿Qué harías? Ves cómo la gente que conoces huye del lugar y tú decides hacerlo mismo. Coges cuatro cosas, las más valiosas claro, por si te hace falta hacer un intercambio. Y te llevas el móvil, para intentar contactar con alguno de los tuyos más adelante. Abandonas tu ciudad, sabiendo que quizás no vuelvas nunca y rezas para que en ese lugar al que te diriges, haya espacio para ti. Para ti y para las miles de personas que como tú, huyen cada día.
La mirada de Caleb denota tristeza y le entiendo. En la calidez de la cúpula, es muy difícil pensar en lo que hay más allá. No digamos ya si hablamos de otras dimensiones. Él ha sido un privilegiado en este mundo al igual que yo en el mío.
—Entiendo...
—Así que, cuando veo que los gobiernos cada vez son más restrictivos con las entradas y que algunos incluso están dispuestos a levantar muros, hay un pensamiento que siempre viene a mi mente: por favor, que nunca seamos nosotros los que nos encontremos en esa situación, porque entonces, el resto del mundo estará en su derecho de darnos con la puerta en las narices.
—Cuando comenzamos con la investigación de los saltos—me cuenta—, me autoconvencí de que cualquier realidad era mejor que esta. Ahora veo, que todas esconden secretos y vergüenzas.
Justo eso es lo que estaba pensando.
—Vivo en una dimensión en la que no ha sido necesario un destello para destruir el planeta. Lo hemos hecho nosotros mismos, con la propia acción del ser humano. ¿Qué hay más descorazonador que eso?
Caleb suelta una carcajada que me descoloca.
—Vamos, que estarás deseando regresar.
Así es, pero no por el motivo que él imagina.
—Me guste o no, es mi realidad. Mira, nunca pensé que tendría la oportunidad de realizar estos viajes, de vivir estas aventuras. Pero va siendo hora de dejar todo esto atrás. Me espera mi vida. La de verdad. Además Neo...
Me callo al darme cuenta de lo que estoy a punto de decir.
—¿Qué ocurre con él?
Cojo aire para infundirme valor.
—Se muere, Caleb.
Su cuerpo se mueve ligeramente hacia atrás, como si mis palabras le hubieran golpeado. Su gesto es una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Lo sabía... —murmura—. Algo me decía que no estaba bien...
—Son sus pulmones. No dan para más —le explico.
Se levanta y pasea por la enorme habitación, cuando se acerca de nuevo, se sienta junto a mí.
—¿No se puede hacer nada?
Me encojo de hombros.
—Ya era grave antes de salir de la urbe. Ha estado aguantando para llegar hasta aquí, pero creo que lo que ocurrió en la planta de tratamiento de gas, ha empeorado su estado.
El nudo en la garganta, como un bocado a medio tragar, me impide seguir hablando. Caleb se da cuenta y me rodea con el brazo para atraerme hacia él.
—Lo siento mucho por el Owen de esta realidad, pero has de pensar que Neo regresará y podréis seguir adelante con vuestros planes.
—Ojalá sea así. Hay tanto que escapa a nuestro control que no puedo quitarme la preocupación de encima. Si su cuerpo muere y él aún no ha abandonado esta dimensión, ¿qué garantías tenemos de que podrá regresar? ¿Y si muere en esta realidad?
Caleb me abraza con más fuerza como respuesta.
—Eso no lo sabremos hasta que llegue el momento, Ari. Por cierto, ¿crees que ella se comportará de manera diferente cuando ya no estés ocupando su cuerpo?
Una gran pregunta.
—No lo sé. Pienso que nada de lo que ha hecho respecto al estudio ha sido con mala intención y seguramente vivir esta aventura, le habrá ayudado a ver algunas cosas de otra manera. Al menos es lo que quiero creer...
Me separa un poco, lo justo para mirarme a los ojos.
—Tú tranquila porque no lo vas a saber. Si sigues siendo una arpía, seremos los demás los que tendremos que tragar con ello —suelta entre risas.
Le doy un codazo en las costillas y él se aparta, dispuesto a regresar a su cama. Nos tumbamos de nuevo y durante un momento, ninguno de los dos dice nada.
—Gracias Caleb —concedo.
—Ari... ¿en tu realidad nos conocemos?
Me parece curioso que me haga esa pregunta.
—Lo cierto es que no.
—Prométeme que cuando regreses, nos conoceremos.
Me giro para observarle, pero él mantiene la vista fija en el techo. Nunca hubiera esperado una petición así por su parte.
—No sé si debería hacer eso. Si estamos destinados, ocurrirá.
—No esperes a que ocurra, ¿qué puede pasar? Ya has visto que hay personas que se repiten en todas las realidades, has confirmado que son parte de esas uniones inquebrantables del destino. ¿Qué problema hay en que adelantes un poco algo que de todas a todas va a ocurrir?
En eso tiene razón.
—De acuerdo, lo haré.
—Gracias. No quiero que mi otro yo, se pierda la oportunidad de tenerte como amiga.
¡Hola soñadores!
Bienvenidos al maratón final de Árboles de vida. Tal y como anuncié, podréis leer lo que queda de historia del tirón...
Y bien, ¿qué opináis de lo que cuenta Heiner? Aislarse del resto del mundo les ha dado seguridad, pero ¿consideráis justo dejar de lado al resto del planeta? ¿No preocuparse de lo que ocurre más allá de los límites del valle?
Y bueno, lo que Ari le cuenta a Caleb... vivimos en una sociedad en la que nos encanta levantar fronteras. ¿Dónde queda nuestra solidaridad hacia los demás? ¡Quiero opiniones! Dejadme vuestros comentarios porfiiiiii.
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