CAPÍTULO 48
La votación se saldó a nuestro favor, aunque estuvo más que ajustada. Orlena, Alain e Hikari nos dieron su beneplácito, Heiner y Jenell se mostraron en contra de prestarnos su ayuda, aunque esta última dejó claro que sí decidíamos quedarnos ella estaría de acuerdo. Una vez terminada la audiencia, solo Orlena se quedó con nosotros, el resto del consejo regresó a sus tareas diarias. Eren también se ausentó, aprovechando la visita para hacer algunas gestiones.
—No os toméis a mal la opinión de algunos miembros —nos ruega Orlena—. Es lo que ocurre cuando te aseguras de crear un consejo variado y plural. Tienes que atenerte a que las opiniones también serán diversas.
Es totalmente lógico. Por otro lado, creo que ella ha sabido muy bien buscar a sus compañeros.
—Lo entendemos. No todos tienen que comulgar con nuestras intenciones...
Nos invita a abandonar el edificio y dar un paseo por la ciudad. Aceptamos encantados, pues creo que Caleb tiene la misma curiosidad que yo por ver más de este lugar.
—Por lo que me habéis contado, esto es muy diferente del lugar del que venís...
—Lo es, de la urbe, que resiste bajo un cielo contaminado. En cambio, se parece al interior de las cúpulas... —le explico.
Ella se queda pensativa durante un momento y lo que nos pregunta a continuación, me descoloca.
—Si dentro de esas cúpulas, hay árboles, ¿por qué no los han usado para el exterior?
Tiene mucha razón. La urbe podía haber intentado desarrollar el mismo habitat en el exterior, pero las condiciones no son las adecuadas.
—Creo que con los niveles de contaminación, la lluvia ácida y la incidencia del sol, es imposible que unos árboles normales sobrevivan —confiesa Caleb con preocupación.
Nos alejamos del centro y Orlena se desvía hacia un pequeño parque, donde tomamos asiento en la hierba, bajo la sombra de unos manzanos. Observo cada detalle a mi alrededor, sería tan fácil creer por un instante que estoy de vuelta en mi realidad...
—Eren nos contó que fueron tus padres los que comenzaron con esta comunidad —apunto, queriendo saber más sobre ello. Me parece interesante conocer cómo llegaron a esto.
La mujer nos lanza una rápida mirada y sonríe.
—Así es. Cuando la gran mayoría solo pensó en huir, ellos decidieron quedarse. Siempre quisieron dar una oportunidad a este lugar, por eso se dijeron "Esperemos. Si las cosas no resultan, siempre quedará la opción de marcharnos. Si funciona, ¿dónde estaremos mejor que en casa?". Y así ha sido hasta el día de hoy. Hubo quien confió en ellos, en su idea, en las posibilidades y poco a poco se fue conformando nuestra comunidad. Con el tiempo, llegó gente de tierras lejanas, a quienes se acogió, pasando a formar parte de nuestra ciudad también. Durante estas décadas, hemos conseguido avanzar tecnológicamente y sobre todo en biología y genética, que es donde centramos nuestros esfuerzos.
En una situación similar, yo también preferiría quedarme en el lugar que considero mi hogar. Intento pensar en lo complicado de salir adelante y una pregunta se formula en mi cabeza.
—¿Cómo hicisteis para empezar de nuevo? Por lo que sé, un pulso electromagnético no solo deja un lugar sin suministro, sino que cualquier aparato electrónico queda frito. ¿De dónde sacasteis el material necesario para cambiar el cableado y restaurar los ordenadores y otros sistemas?
—La respuesta es más fácil de lo que imagináis. En la antigua ciudad, en el subsuelo del ayuntamiento, había construido un bunker, pero no uno cualquiera, uno con las mismas características que una jaula de Faraday. ¿Sabéis lo que es?
Caleb se apresura a contestar, como un alumno aventajado que conoce a la perfección la respuesta.
—La Jaula de Faraday es lo único capaz de anular el efecto de los campos externos. Y por tanto todo lo que está dentro de ella, no se ve afectado por un pulso electromagnético.
Orlena sonríe con satisfacción ante la explicación de mi compañero.
—Pero, ¿por qué construir un lugar con esas características?
—Muchas veces, que algo no salga a la luz, no significa que no esté ahí. Aunque la información no apareciera en las noticias, era por los gobiernos conocido que los países más desarrollados armamentísticamente, habían realizado pruebas con bombas nucleares en el espacio. Esas bombas al explosionar tenían asociado un pulso electromagnético y en algunos lugares del planeta se pudo comprobar qué ocurría al recibir parte del impacto de ese pulso. Por eso, muchos países, ante este peligro, decidieron crear lugares protegidos, donde guardar una mínima cantidad de material para poder salir adelante en caso de un ataque de este tipo. Lo que nunca imaginaron es que sería un peligro llegado del exterior el que estuviera a punto de acabar con nosotros. De todas formas pensé que lo sabíais, ¿cómo creéis que salieron adelante en el lugar del que venís?
La miro extrañada.
—¿Estás diciendo que en nuestra urbe también había un bunker de esas características?
No lo había pensado y por el gesto de extrañeza de Caleb, él tampoco.
—¡Por supuesto! Estoy segura de ello. ¿De qué manera pudieron comenzar si no? Si nada funciona, ni siquiera puedes producir lo que necesitas. Es como volver varios siglos atrás. Lo que había en el bunker, nos dio la posibilidad de empezar, poco a poco, hasta llegar a esto que veis. La lista de material era interminable: generadores portátiles, baterías, pilas, cable, herramientas eléctricas, ordenadores, chips... Pero no solo eso, también un banco genético de animales y plantas para recuperar al menos una parte de lo perdido.
—Hay algo que no entiendo —analiza Caleb—. Fueron tus padres los que comenzaron esto. ¿Por qué no el gobernador de la ciudad? O alguno de los dirigentes...
Orlena se encoge de hombros.
—Todos huyeron. Creo que les resultó impensable hacerse cargo de lo que quedaba de la ciudad. Mis padres eran personas relevantes en la ciudad por eso conocían la existencia del bunker. Se organizaron junto con las personas que decidieron quedarse y durante los primeros meses, se dedicaron a hacer acopio de todo objeto o alimento, existente en la ciudad. Se establecieron ocupando unos pocos edificios alrededor del Ayuntamiento y allí almacenaron todo lo encontrado. Hicieron listados de material, organizaron grupos y turnos para las tareas y comenzaron a trabajar, dispuestos a salir adelante con sus propios medios. Todo, fruto de una fuerza de voluntad inquebrantable.
Ni siquiera conozco a esas personas y las admiro. Tomar las riendas de su destino y dejar bien claro que ellos decidían qué vida querían vivir. Toco la hierba con la palma de la mano, está fresca y me hace cosquillas. No puedo dejar de pensar en lo impresionante que es todo esto, parece un verdadero Edén. Es lo que han conseguido. A base de esfuerzo y trabajo.
—Es increíble —murmuro.
—A esas personas, les debemos lo que ahora tenemos.
—Pero ¿no os preocupa que pueda volver a ocurrir? —pregunta Caleb con cierta preocupación—. Lo del destello...
Orlena se pone de pie y estira los brazos, como intentando abarcar todo lo que hay a su alrededor.
—¿Ves lo que yo veo? Si mañana el mundo se acaba, yo moriré feliz de haber vivido cada día en este paraíso... La incertidumbre siempre va a estar ahí. ¿Y si en vez de un destello es una fractura del núcleo terrestre? ¿De qué servirán vuestras cúpulas entonces? No podemos protegernos de todo, solo tener fe y aprovechar cada minuto en este universo. Y ahora, acompañadme. Es una buena hora para comer...
Deshacemos el camino andado, aunque esta vez nos acercamos a otro edificio, en el centro neurálgico de la ciudad. Es un pabellón grande, hecho de adobe y cubierto de plantas, hasta el último centímetro. Atravesamos las puertas de entrada y nuestras sorpresa es aún mayor al ver el interior. Las paredes también están cubiertas de vegetación y la luz entra por la cúpula de cristal que cierra la parte superior del edificio.
—Todas las construcciones están realizadas con materiales naturales —explica nuestra anfitriona—. Únicamente los cristales y las puertas han sido traídas de la antigua ciudad.
—¿Es un comedor comunitario? —pregunta Caleb.
—Así es —Orlena nos acompaña hasta una mesa y tomamos asiento junto a otras personas que nos saludan con un gesto de cabeza—. Nos gusta compartir estos momentos con los nuestros. Además es una forma más fácil de controlar el uso de los alimentos. Nos acostumbramos así desde un principio y así lo hemos mantenido.
Depositan frente a cada uno de nosotros, la ración que nos corresponde y que en este caso está compuesta de un panecillo, guisantes con patatas y una manzana. Caleb, sentado a mi lado, está a punto de dar un bocado, pero yo le doy un codazo para que espere, pues la inclinación de cabeza de Orlena, me indica que su intención es bendecir la mesa.
—Gracias Kishar —comienza, y la oración me recuerda a las palabras de Afra— madre de toda vida, creadora de la energía que mueve cada partícula del inmenso universo. Gracias por un día más.
Terminada la plegaria, levanta la vista y nos hace un pequeño gesto que Caleb aprovecha para dar un generoso bocado al contenido de su plato. A mí, sin embargo, más que el hambre, me puede la curiosidad.
—Rendís culto a esa diosa... ¿Kishar? Tenía la impresión de que las religiones habían sido desterradas en los nuevos tiempos...
Orlena analiza mi rostro, como intentando averiguar hasta dónde llega mi interés.
—Lo nuestro no es exactamente una religión. Simplemente agradecemos lo que tenemos y lo hacemos por medio de una figura como Kishar, que representa la vida en sí. Mi madre... era historiadora y antropóloga, una eminencia en esos campos. Cuando este lugar se convirtió en un maremagnum de culturas y gentes, decidieron instaurar su propias normas, evolucionar sobre una nueva base. Los árboles fueron los que salvaron nuestra comunidad y por tanto agradecemos a la naturaleza, esta segunda oportunidad. Mi madre se acordó de Kishar quien para la civilización sumeria, la primera del mundo, representaba a la diosa Tierra. Portadora de energía, creadora de vida. No hace falta creer en un Dios o una Diosa, basta con ser conscientes de la energía que fluye a nuestro alrededor, dentro de nosotros, en cada lugar, cada persona, cada ser... Esa energía también tiene un sentido y un orden, un motivo, un fin... Kishar representa todo eso.
Me doy por satisfecha con su respuesta. ¿Acaso no tiene sentido agradecer a la naturaleza por dejarnos sobrevivir un día más? Siempre nos hemos creído seres superiores, cuando podemos ser borrados de la faz de la Tierra de un solo plumazo.
Señalo las plantas que cubren la pared, con el tenedor.
—¿Todos los edificios están recubiertos así?
Caleb levanta la cabeza y mira a su alrededor, creo que se acaba de dar cuenta.
—La mayoría sí —contesta Orlena—. Aprovechamos para plantar hierbas aromáticas y de uso medicinal. Además la propia vegetación ayuda al aislamiento de las construcciones, así que en realidad, son todo ventajas.
Me pregunto cuántos años les llevó, encontrar solución a cada uno de los problemas que se les planteaban. Por más que lo intento, me cuesta imaginarlo. Si ocurriera algo similar en nuestra realidad... ¿por dónde comenzaríamos? ¿Qué se consideraría más importante?
Me sobresalto al notar la presencia de alguien a nuestro lado y al levantar la vista, me encuentro con los ojos rasgados de Hikari que me observan con atención.
—Orlena, dijiste que querías que les enseñara los campos y las instalaciones. ¿Es un buen momento ahora?
—¿Qué os parece? ¿Queréis acompañarla?
Ambos asentimos. Caleb, ya ha terminado su comida y yo me afano en vaciar mi plato a toda prisa. Cojo la manzana y me pongo de pie, dispuesta a seguir a Hikari.
—¿Nos veremos más tarde? —pregunto a Orlena.
—Sí, aún queda mucho que hablar. Le diré a Eren que pasaréis la noche aquí y ya mañana podréis regresar con vuestros compañeros.
Nos despedimos de ella y salimos a toda prisa tras Hikari que nos lleva varios pasos de ventaja. Fuera del edificio nos espera un vehículo todoterreno sin cubierta, en el que la joven monta de un salto. Tomamos asiento a su lado y al momento arranca y enfila la carretera que lleva a los campos.
Al alejarnos del centro de la ciudad, los grandes edificios desaparecen y estos son de nuevo sustituidos por pequeñas viviendas que se mimetizan con el terreno y la vegetación. Los árboles crecen por doquier y pronto comenzamos a ver plantaciones de todo tipo: árboles y arbustos frutales, trigo, verduras, patatas... Descubro que no solo los habitantes trabajan en los cultivos, drones de diferentes tamaños realizan tareas de control, riego, recolección y un largo etcétera.
Hikari se detiene a un lado de la carretera y toma una pequeña tablet entre sus manos. Teclea varios comandos y verifica los datos que aparecen en su pantalla.
—Ya veis que todo funciona a la perfección. Realmente estas revisiones que yo hago, son innecesarias pues los drones de control, nos avisan cuando hay la más mínima incidencia.
Noto un cosquilleo en la mano y al mirar, veo una abeja posada en ella. Caleb a mi lado se asusta y levanta el brazo dispuesto a darle un manotazo, pero yo le detengo al instante.
—¡Espera! No la mates.
Sin embargo, justo al terminar de hablar, algo en su movimiento me resulta extraño y acerco mi mano hasta que tengo una mejor visión de ella.
—¡No puede ser!
¡Hola! ¿Qué tal estáis?
¿Habéis respirado tranquilos al ver que la votación salió a favor? Ya veis, de vez en cuando les salen las cosas bien...
¿Y qué pensáis de lo que dice Orlena? Yo creo que tiene mucha razón al decir que estamos rodeados de peligros y no todo en esta vida se puede controlar. ¡Ay! Aprovechad cada día... ¡por si acaso! Bueno, ¡contadme que os ha parecido el capítulo! ¿Qué os parece ese nuevo lugar?
Aprovecho para daros las gracias a quienes os pasasteis por el aviso que publiqué en Árboles de ceniza, si alguien aún no se ha pasado o tiene pensado echarme una mano pero aún no lo ha hecho... ¡está a tiempo! Toda ayuda es poca para llamar la atención de los editores hoy en día. ¡Gracias de nuevo! ¡Sois gente estupenda!
Pronto un nuevo capítulo. Muxussssssss
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