CAPÍTULO 40
Las últimas palabras de Jess me hicieron pensar que no todo estaba perdido, aunque no pude averiguar a qué se refería, ya que Jamie apareció para pedirnos ayuda con las tareas. Por la tarde, nos reunimos y hablamos de nuestras opciones. Decidimos que ya era hora de irnos, sin embargo Shiro nos pidió un último favor antes de nuestra partida.
Apenas ha comenzado a clarear por el horizonte cuando Jamie, Neo, el propio Shiro y yo, nos ponemos en marcha en su antigua camioneta. En realidad es una pick up con motor eléctrico, con cuatro asientos en la parte delantera y una zona de carga en la trasera, ideal para una pequeña incursión en una planta de tratamiento de gas natural, abandonada.
—Es difícil encontrar gran parte de los materiales que necesito para tareas de mantenimiento —nos explica mientras conduce—. Hace tiempo descubrí este lugar y de vez en cuando me acerco para cargar mi camioneta.
Jamie y Neo eran los candidatos ideales para acompañarle. Después del tiempo que trabajaron para Jochen, son capaces de encontrarle utilidad hasta al más inservible de los objetos. Tuve que insistir para que me dejaran ir con ellos, y finalmente lo conseguí, eso sí, prometiendo que no abandonaría mi lugar en la camioneta en ningún momento.
—¿No te has topado con nadie allí?
Es lógico que Jamie tenga cierto temor a encontrarse con algún grupo o guerrilla en la fábrica. La experiencia nos ha demostrado que donde hay material útil, antes o después, habrá gente haciendo acopio de él.
—De momento no. Aunque no lo descarto. Lo cierto es que esta zona está bastante alejada de posibles focos de población. No sé quién se adentraría tan al este, a menos que como vosotros esté buscando algo concreto. En todo el tiempo que llevo en la desaladora, aún no he tenido ninguna visita inesperada. Aparte de vosotros, claro.
—Y nosotros llegamos a ti gracias a Jess y Kesia —aclara Neo—. Me extraña que por propia iniciativa hubiéramos encontrado el lugar.
—Todo es posible... —insiste Shiro—. Neo, necesitaré que me eches una mano para encontrar un ordenador. No funcionará, pero quiero que mires que sea posible repararlo, ¿de acuerdo? Quiero ampliar mi red en el laboratorio, así me será más fácil analizar las muestras...
En nuestra realidad estamos tan acostumbrados a la tecnología que no sé qué haríamos si tuviéramos que empezar prácticamente de cero. Todo informatizado, nuestros datos, nuestro dinero, nuestros servicios... una conectividad global que, de fallar, nos llevaría a retroceder cientos de años.
Continúo con mis pensamientos, sin prestar atención a su conversación. En el momento en el que se han puesto a hablar de circuitos electrónicos y placas base, he perdido todo mi interés.
Observo el árido paisaje. Las ondulaciones de las colinas, salpicadas aquí y allá por los restos de árboles, muertos muchos años atrás. Ni un ápice de verde, ni un solo pájaro sobrevolando nuestras cabezas. Nada...
Después de un viaje, de al menos dos horas, Jamie me toca el brazo para llamar mi atención, y señala al frente. Ante nosotros se alza la imponente planta, un complicado conjunto de tubos y conductos de acero conectados, formando un entramado que se eleva hasta donde mi vista alcanza. Atravesamos la verja, permanentemente abierta y avanzamos entre los edificios de las diferentes secciones.
Shiro lleva el vehículo hasta uno de los pabellones y lo detiene frente a la entrada.
—De acuerdo chicos, primero iremos a buscar algo de material para reparaciones.
Neo se gira sobre su asiento y me da un rápido beso, ajeno a mi cara de resignación.
—No tardaremos. Quédate aquí —insiste.
Por si no me había quedado claro. Ni siquiera he tenido oportunidad de protestar. Me cruzo de brazos un tanto molesta pues tenía la esperanza de convencerles, una vez aquí.
Me planteo la posibilidad de salir a echar un vistazo pero no tardo en esa idea de mi mente. Pueden surgir problemas inesperados y tengo claro que en esta ocasión, yo no quiero ser uno de ellos.
Tardan un rato en aparecer cargados con varias tuberías, cables y un montón de cosas más que no soy capaz distinguir. Lo cargan en la parte trasera y desaparecen de nuevo. Dos viajes más de material y se detienen a descansar. Aprovecho para salir de la furgoneta y estirar las piernas.
—¿Todo bien? —pregunto, aburrida de esperar.
Los tres asienten, mientras beben un poco y comen algo de fruta que hemos traído.
—Pasaremos por las oficinas a por algo de material informático —me informa Shiro, dispuesto a ponerse en marcha de nuevo.
Neo se detiene al ver mi gesto y se acerca de nuevo a mí.
—Oye... no te enfades. Aceptaste quedarte en la furgoneta. Aún no debes hacer grandes esfuerzos y lo sabes ¿verdad?
—Sí —farfullo—. Lo sé.
Esboza una de sus cálidas sonrisas y así me cuesta estar enfadada con él.
—Eso no vale —digo mientras le doy un pequeño empujón.
—¿De qué hablas? ¿No he hecho nada? —Levanta las manos, demostrando su inocencia y después echa a correr para alcanzar a los otros.
Me subo al capó, decidida a permanecer fuera. No pienso pasar ni un minuto más encerrada en el interior, eso lo tengo claro.
No pasa mucho tiempo cuando Shiro regresa cargado con un ordenador completo. Parece encantado mientras lo deposita en la camioneta.
—¿Has visto? Tiene buena pinta, ¿verdad? Seguro que está frito, pero buscaré las piezas necesarias para repararlo y conseguiré que vaya de maravilla.
Yo también sonrío al ver lo feliz que puede ser con tan poco.
—¿Y los chicos?
—Pensaron que sería buena idea llevarse algún medidor de gas. Adaptado puede servir para medir casi cualquier cosa: voltaje, humedad, temperatura... No se me había ocurrido pero me vendrá genial para mi laboratorio.
Solo a ellos se les podía ocurrir un detalle como ese...
—Están acostumbrados a sacarle partido casi a cualquier cosa —le cuento a Shiro—. En la urbe, esa es la diferencia entre comer o pasar hambre.
Veo el gesto de extrañeza de Shiro y me doy cuenta de que igual que a nosotros nos sorprende su forma de vida, a él le costaría entender cómo funcionan las cosas en la urbe, y aún más en las cúpulas.
—Se nota que son chicos listos.
—Más que eso...
Me doy cuenta de que estoy orgullosa de ellos, quién hubiera dicho que serían capaces de afrontar cualquier problema o situación.
El tiempo trascurre y aunque no sé calcular exactamente cuántos minutos hace que regresó Shiro, comienzo a sentirme intranquila.
—Oye... ¿no están tardando mucho?
Dirige su mirada al camino por el que deberían aparecer y antes de que hable, ya sé que él también está preocupado.
—Sí... quizás debería regresar y asegurarme de que están bien.
—¡Te acompaño!
Veo su intención inicial de decir que no, pero se lo piensa un instante y finalmente asiente.
—Está bien.
—Deberíamos llevar la camioneta —le propongo—. Puede que se hayan encontrado con alguien...
Shiro sube, dispuesto a conducir y yo me apresuro a tomar asiento a su lado. Avanzamos entre los pabellones y apenas tiene que girar un par de veces, antes de detener el vehículo.
—Entraron en ese edificio de ahí. Esos medidores solo se encuentran en los tanques de almacenamiento.
Bajamos con precaución y yo no dudo en coger una de nuestras pistolas de la bolsa que está en el asiento de atrás. No quiero sorpresas. Reviso que está cargada y aunque le pongo el seguro, decido mantenerla entre mis manos.
Nos acercamos a la puerta, pero no se oye ruido alguno en el interior.
—¿Seguro que están aquí? —pregunto con dudas.
—A menos que hayan decidido ir en busca de algo más, sí.
Tomo aire y le hago una señal para que abra la puerta. Lo hace con cuidado, como si tuviera miedo de hacer ruido y llamar la atención de alguien. Eso es que, no descarta que haya algún visitante inesperado.
Me asomo empuñando el arma, pero en el primer vistazo no veo a nadie. Shiro me adelanta y da varios pasos en el interior del pabellón. Le sigo, atenta a cualquier movimiento extraño que pueda detectar, pero aquí dentro no se mueve ni una mota de polvo. Avanzamos entre tuberías, máquinas y tanques y en uno de los giros, vemos dos cuerpos en el suelo.
—¡Son ellos! —revela Shiro echando a correr.
El miedo me atenaza mientras me arrodillo junto a Neo. Le giro y siento su respiración agitada, como si...
—¡Se está asfixiando! —le grito a Shiro que inspecciona a Jamie.
—Tiene los mismos síntomas... —Se pone de pie de un salto y mira a su alrededor, asustado—. ¡Rápido! ¡Es una fuga! Tenemos que sacarles de aquí cuanto antes.
"Una fuga de gas" pienso mientras me pongo de pie, con intención de arrastrar a Neo al exterior. Shiro se acerca y me indica que me encargue de Jamie.
—Pesa menos, te será más fácil sacarle.
Asiento y sujeto a mi amigo por debajo de las axilas con intención de tirar de él. No sin esfuerzo, consigo arrastrarle, aunque no tan rápido como me gustaría. Miro hacia atrás y veo que Shiro casi ha alcanzado la puerta. Me concentro en mi tarea, dispuesta a sacar a Jamie como sea.
—Venga Jamie, ya no falta nada. Aguanta ¿vale? Ni se te ocurra morirte en esta realidad ¿me entiendes? Hace mucho que me prometí a mí misma que no dejaría que un amigo volviera a morir. Así que, pónmelo fácil.
Me detengo un segundo para coger aire y entonces recuerdo que no es oxígeno lo que está entrando en mis pulmones. Sin embargo la necesidad de respirar es inevitable. Justo en ese momento, Shiro llega a mi lado y me ayuda a tirar de Jamie.
—Vamos, ya casi estamos fuera.
Doy un traspiés al salir al exterior y quedo sentada en el suelo. Shiro aprovecha para cargarse a Jamie a la espalda y subirle al asiento trasero de la camioneta.
—¡Cierra la puerta! —me grita.
Entiendo que eso no va a impedir que el gas siga saliendo, pero sí que se filtrará más lentamente al exterior. Obedezco y entonces me doy la vuelta para mirar a Neo y Jamie, aún inconscientes.
—¿Y ahora?
—Primero nos alejaremos de este pabellón —me indica mientras sube a la camioneta—. Vamos a la oficina de control que hay junto a la entrada. Seguro que allí hay tanques de oxígeno para utilizar en caso de emergencia y estaremos lejos de la fuga.
Subo al asiento del copiloto de un salto y dejo que nos lleve hasta el lugar, mientras observo a uno y otro, preocupada porque su estado empeore.
Cuando llegamos, Shiro me hace un gesto para que me quede en la camioneta con ellos, por suerte no tarda en aparecer con un par de tanques portátiles y yo respiro aliviada.
—Siéntate con ellos en el asiento de atrás —me indica.
Una vez entre ambos, les ato el cinturón de seguridad y Shiro me pasa los tanques para que pueda colocarles la mascarilla a cada uno. Él regula el flujo de oxígeno y regresa al edificio del que regresa con otros dos tanques más. Uno me lo da y el otro lo carga en la parte trasera. Después se sube a la camioneta y emprende el camino de vuelta.
—Vigila de vez en cuando su ritmo cardíaco, asegúrate que no decaen las pulsaciones. Si eso ocurre, me avisas de inmediato.
Veo su gesto serio, totalmente concentrado en acortar la distancia que nos separa de la desaladora.
—De acuerdo.
Echo un vistazo a los indicadores del adhesivo biométrico que llevan en el antebrazo y las constantes son normales.
—Deberías ponerte el oxígeno —Señala el tercer tanque—. Apenas hemos estado tiempo dentro del pabellón pero no te vendrá mal.
Me acerco la mascarilla a la boca y giro el regulador de flujo, dejando que el oxígeno me llene los pulmones. Después de varias inhalaciones, me bajo la mascarilla.
—Tú también deberías usar el tanque... —decido.
—Tranquila. Más tarde.
Una pregunta me lleva rondando desde el primer momento.
—Shiro... ¿cómo has sabido que había una fuga?
—Tú lo has dicho. Sus síntomas eran de asfixia. En un lugar como ese, era la posibilidad más obvia.
Así dicho parece lógico.
—Pero ellos... ¿no se dieron cuenta?
—Piénsalo un momento —me explica—. ¿Notaste algún olor extraño cuando entramos en el pabellón?
Intento volver a ese instante, pero lo cierto es que no noté el típico olor a gas.
—No y no lo entiendo. Cuando hay un escape, el olor es característico.
—Excepto por el hecho de que ese olor es algo que añaden al final del proceso —me aclara.
Ahora sí que estoy perdida.
—¿Al final?
—Así es. El gas natural, es una mezcla de hidrocarburos. Son inodoros y precisamente se les añadía el olor después para que la gente fuera capaz de detectar una fuga.
Aún tengo más preguntas.
—Pero sí es así, ¿cómo detectan las fugas en las fábricas?
—Pues precisamente verificando cada uno de los medidores de gas. Sus indicadores avisan si hay una fuga. Pero claro, ahora no funcionan y ellos solo iban a coger uno para adaptar, no tenían ningún motivo para pensar en una fuga.
Entonces todo ha sido un cúmulo de casualidades.
—Vaya, ha resultado un golpe de mala suerte...
—Seguramente se dieron cuenta cuando comenzaron a notar que les faltaba el aire, pero ya les fue imposible salir antes de perder el conocimiento.
Miro a ambos y por fin me atrevo a hacer la pregunta que he estado evitando.
—Shiro... ¿se pondrán bien?
Me lanza una rápida mirada a través del retrovisor y no me gusta lo que sus veo en sus ojos.
—Ojalá tuviera la respuesta, Ari.
¡Hola gente estupenda!
Ay, ay, ay... lo sé... ¡cómo se me ocurre escribir un capítulo así! Bueno, hacía falta un poco de tensión que las cosas últimamente estaban bastante tranquilas. Pero no os preocupéis, no voy a ser tan mala como para dejaros así, sin saber qué pasa a continuación. Es lo bueno de tener la novela entera escrita, jajaja
¡Venga! Pasad al siguiente capítulo antes de que os dé un infarto...
*Se agradecen votos y comentarios*
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