CAPÍTULO 25


Una mujer sale del edificio que tenemos a nuestra izquierda y llama en alto, mientras busca con la mirada. Al momento, uno de los pequeños, escapa de nuestro lado y echa a correr hacia ella. Esta le abraza con desesperación mientras se deshace en lágrimas.

El resto de las personas apostadas en los alrededores, salen de sus escondites y el niño que nos ha guiado hasta allí, me coge de la mano y tira de mí para que les sigamos.

—¿Tenemos que fiarnos? —insiste Caleb, siempre tan desconfiado.

—Se han cargado a los dos tipos que nos perseguían, ¿no? —contesta Neo, dispuesto a dar una oportunidad a esa gente.

Mientras sigo al niño, miro a mis compañeros y veo la duda asomar en sus rostros. Yo tampoco estoy convencida de que estemos a salvo, pero no veo qué más podemos hacer. Los pequeños nos llevan hasta la primera persona que apareció entre las sombras y cuando se descubre el rostro, descubro a un chico poco mayor que nosotros.

El niño le tira de la manga para que se agache y le susurra al oído una larga explicación. No reconozco ni una sola palabra de su dialecto, ni siquiera me resulta parecido a alguna otra lengua, puede que se trate de la mezcla de varias que hayan derivado en una nueva.

El chico levanta la cabeza y esboza una tranquilizadora sonrisa, se toca el pecho y después nos señala.

—Eiens... amigos.

Arqueo las cejas, sorprendida y después de mirar al resto y ver que tienen la misma cara de sorpresa que yo, asiento a la vez que sonrío.

El chico nos hace un gesto para que le sigamos y pronto estamos rodeados por varias personas más. Sin embargo, el comportamiento del resto es de lo más normal, van hablando de sus cosas y eso hace que nosotros también nos relajemos.

Llegamos a una calle en la que otro autobús hace de improvisada barricada. Tras él, un par de personas hacen un turno de vigilancia y después de saludar a nuestro guía, desenrollan una escalerilla que nos ayuda a escalar el lateral del vehículo. Una vez en el otro lado, veo que el grupo guarda sus armas, lo que nos confirma que estamos en territorio que ellos consideran seguro.

Según avanzamos, cada vez hay más gente en la calle y la actividad es mayor.

—Menos mal que pensábamos que la ciudad estaba abandonada —le digo a Neo en voz baja. No sé cuánto entienden de nuestro idioma y por si acaso, prefiero tener cuidado.

La sorpresa al cambiar de calle es tan grande, que me paro en seco. No soy la única, creo que la reacción es general.

—¿Estáis viendo lo mismo que yo? —pregunto con voz entrecortada.

Volvemos a estar en una avenida, pero a diferencia de la primera que atravesamos al entrar en la ciudad, esta es la imagen de un lugar vivo. Si ya es increíble ver tanta gente realizando sus actividades diarias como si nada, aún lo son más los propios edificios.

—Agricultura vertical —suelta Caleb a mi lado. Se nota por su tono que no se lo termina de creer.

Las fachadas de todas las construcciones, están cubiertas de verde, y personas con arnés, se desplazan en vertical, recolectando alimentos.

—¿Cómo lo han hecho? —pregunta Jamie.

—Seguramente con agricultura hidropónica. Es la única forma de que sea viable, utilizar una solución mineral mezclada con agua, en vez de tierra —le explico recordando las granjas flotantes de la otra realidad—. Es relativamente fácil. Solo hay que cubrir las fachadas con unos rieles y canalones donde se pone la solución con las semillas.

Realmente han sido muy inteligentes al utilizar sus limitados recursos de esa forma.

—¡Mirad! —Neo señala más arriba, unos toldos de material plastificado pero traslúcido, cubren gran parte de la avenida, sujetos por cuerdas a los edificios—. De esa forma filtran los rayos solares y generan un efecto similar a un invernadero...

Uno de nuestros acompañantes, se lleva a los niños y el pequeño que ha permanecido hasta ahora a mi lado, me da un rápido abrazo, antes de correr tras ellos.

No tengo ni idea de a dónde nos dirigimos, solo espero que no surjan complicaciones. Creo que por hoy, hemos tenido suficiente. Avanzamos por la calle, prestando atención a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Hay puestos que ofrecen diferentes objetos y veo cómo quien muestra interés por alguno de ellos, ofrece algo a cambio. Un sistema de trueque en toda regla.

Un grupo de niños cruza la calle corriendo y sus risas sobresalen entre el resto de los sonidos de la ajetreada avenida. Niños... ¿cómo puede ser que haya tantos? Es decir, en las cúpulas, ni siquiera los Shaendum somos capaces de procrear sin ayuda médica. La natalidad, cayó en picado durante la última década, por culpa de la falta de oxígeno y los niveles de contaminación. Incluso nosotros, siendo los más puros genéticamente, ya pertenecemos a una generación defectuosa que paga las consecuencias del estallido. Y sin embargo aquí... ¿tantos niños pequeños? Cada vez estoy más segura de que nos acercamos a una zona en la que la capa de ozono se ha recuperado. Puede que después de todo, no sea tan complicado recuperar una vida como la de antes.

El chico se detiene y eso me saca de mis pensamientos. Veo cómo se acerca a una mujer de unos treinta que se dedica a dar indicaciones a una brigada de trabajadores. El muchacho comienza a hablar, pero ella, le frena con un simple movimiento de su mano. Termina de hablar con el grupo de hombres y mujeres, y cuando estos se dispersan, dispuestos a cumplir con sus tareas, entonces ella se gira dispuesta a escuchar.

Nuestro acompañante, se afana en darle un montón de explicaciones en ese idioma desconocido, que adorna con un montón de gesto con los que enfatiza sus palabras. La mujer en cambio, no parece estar muy interesada en su narración, es más, estoy convencida de que mientras él habla, ella nos está haciendo un minucioso análisis visual. De nuevo, un gesto de muñeca y el muchacho detiene su discurso.

La mujer avanza hasta que se detiene a un par de pasos de nosotros.

—¿Entendéis mis palabras? ¿Es este el antiguo idioma que utilizáis?

Miro a Neo, que permanece a mi lado y veo que está igual de sorprendido que nosotros.

—Así es —confirmo.

—Galen me ha contado que habéis ayudado a un grupo de nuestros niños. —Hace un leve gesto de inclinación—. Os debemos la vida entonces. Para nosotros no hay nada más importante que los pequeños. Son nuestro futuro.

En eso he de darle la razón. ¿Qué sería de una comunidad sin nuevas generaciones que le den continuidad?

—Soy Ari —me presento y dedico un momento a señalar a cada uno de mis compañeros y nombrarlos.

—Mi nombre es Elora y hasta el día de hoy, soy la responsable de todas las personas que aquí veis.

Al separar los brazos para abarcar lo que hay a su alrededor, me fijo en que lleva una túnica como si de una sacerdotisa se tratara. Está elaborada con retales de diferentes materiales y colores, pero aunque resulte algo tosca, le infiere un aura de misticismo.

—Gracias por la ayuda que nos habéis prestado —continúa Neo—. Me gustaría que comunicaras a Galen nuestro agradecimiento, por lo de antes.

Ella se gira hacia él y le dirige unas palabras como un susurro. El chico esboza entonces una amplia sonrisa hacia nosotros y al igual que Elora, realiza un leve gesto de cabeza, antes de retirarse.

—Seguro que tenéis hambre, ¿verdad? —Comienza a andar a sabiendas de que la seguiremos—. Vamos. Os habéis ganado la comida de hoy...

No nos lleva muy lejos, apenas un par de edificios más adelante. En la puerta, sus hombres nos echan un rápido vistazo mientras la pequeña comitiva entra en el interior. No puedo evitar mirar hacia atrás al resto del grupo pues la experiencia ya me ha hecho desconfiada y aunque esta gente parece de fiar, no lo son más, que otros que nos hemos encontrado por el camino y con quienes luego nos hemos llevado sorpresas.

—Hemos de subir por las escaleras —nos explica mientras se dirige hacia ellas—. Como entenderéis, no generamos suficiente electricidad como para desperdiciarla con un ascensor. Tenemos un elevador exterior que funciona mediante poleas, pero creo que en este caso, tratándose de un grupo tan numeroso, este resultará el camino más rápido.

Ascendemos piso tras piso, durante lo que parece una eternidad o mejor dicho, unas diez alturas. Una puerta doble, da paso a un ático de grandes dimensiones, decorado con buen gusto. Es como entrar en una nueva dimensión pues ese espacio parece totalmente fuera de lugar.

—Es... increíble —susurra Jamie a mis espaldas.

Un hombre de mediana edad aparece ante nosotros y realiza una marcada reverencia que mantiene hasta que Elora se dirige a él.

—Si eres tan amable, prepara la mesa de la terraza para nuestros invitados.

El hombre desaparece de nuevo y no puedo evitar pensar qué es lo más raro en esta situación, si encontrarnos en un salón estilo colonial o nuestro grupo, armado y vestido con ropa idéntica como si de un ejército se tratara.

La mujer nos invita a que la acompañemos al exterior, un enorme espacio cubierto, al igual que la calle por un toldo que evita así la incidencia directa del sol. No puedo evitar acercarme al borde y asomarme por la barandilla. A nuestro alrededor, edificios más altos, cubiertos de verde, impiden ver lo que se esconde tras ellos. Un bosque entre acero y cristal...

En la calle, el ajetreo continúa y el bullicio casi me hace olvidar, lo que hemos pasado apenas hace un rato. Me giro y veo que mis compañeros están tomando asiento alrededor de una enorme mesa de madera. Una chica joven, se afana a llenar nuestros vasos de agua. Mala tarea se ha buscado, la limitación de los últimos días, hace que el contenido desaparezca de un solo trago y la pobre muchacha se vea obligada a ir a por más.

—Nos habíamos quedado sin reservas —le explico a Elora que nos observa estupefacta, mientras apuro mi vaso. Notar el líquido resbalar por mi garganta, es una sensación increíble. ¿Cómo podemos olvidar lo afortunados que somos por disponer de algo tan necesario solo con abrir el grifo?

—Aquí, hubo que buscar agua subterránea, pues los ríos de la superficie, no tardaron en estar contaminados por culpa de la lluvia ácida y la falta de sistemas de potabilización, nos impidió hacer uso de ellos. Conectamos una línea de canalización directa a esta zona de la ciudad para disponer de ella pero nos cuidamos mucho de desperdiciar ni una sola gota. En los últimos años, las lluvias no son ácidas, aunque ocurren muy de vez en cuando. Por si acaso, tenemos tanques de recogida en las azoteas y usamos ese agua para los cultivos.

La chica regresa con dos jarras más, que esta vez coloca en la mesa para que nosotros nos sirvamos. Creo que ha entendido que si lo sigue haciendo ella, no podrá realizar ninguna tarea más.

Nuestra anfitriona nos observa en silencio con una enigmática sonrisa pintada en el rostro mientras saciamos nuestra sed. Varias personas aparecen con fuentes que distribuyen a lo largo de la mesa y en las que distingo diferentes frutas cortadas en dados, ensalada y algo que a simple vista parece un revuelto de huevos y verdura. Me sirvo una pequeña cantidad y antes de que pueda formular la pregunta, alguien se me adelanta:

—¿Tenéis gallinas? —Caleb no puede disimular su incredulidad.

—Así es —nos explica—. Llevamos años criándolas. Conseguimos varias en un intercambio y desde entonces las cuidamos con esmero para poder contar con lo que ellas nos ofrecen. Nuestros animales son un verdadero tesoro.

Doy un bocado y el sabor es realmente bueno. Está visto que han sido capaces de salir adelante sin importar que los recursos sean limitados.

—Contadme, ¿qué os ha traído hasta aquí?

Aunque disimula su interés, sé que aún no confía en nosotros. Es lógico. Nos movemos en un terreno en el que los enemigos abundan.

—Nada en realidad —respondo, intentando sonar despreocupada—. Solo estamos de paso. Ni siquiera era nuestra intención entrar en la ciudad, pero el tiempo corría en nuestra contra al no contar ya con reservas de agua y pensamos que rodear la urbe, nos retrasaría aún más. Contábamos con que estaría desierta y solo pretendíamos atravesarla y seguir nuestro camino.

Elora asiente con tranquilidad.

—La gente no suele llegar hasta nosotros. En todos estos años, hemos ideado un sistema que, digamos nos mantiene apartados del resto del mundo.

—El laberinto —suelta David.

Ella le mira y suelta una suave carcajada, mientras mordisquea un trozo de fruta.

—Y las trampas —añade Neo.

—Sí que habéis estado atentos... —determina.

—Aunque no lo entiendo —comienzo—. Nadie puede llegar a esta avenida, pero entonces ¿qué hacían los niños fuera?

La mujer se alisa la túnica sobre su regazo, sin prisa por contestar. Finalmente levanta la vista y dice sin más.

—Son niños. Así de simple. Juegan, corren, no tienen ataduras... ni límites. Se cuelan por cualquier sitio y sobre todo... no entienden de riesgos. Da igual que les digamos una y mil veces que salir ahí fuera puede ser peligroso, que hay gente mala que se los quiere llevar. Ellos ni siquiera son conscientes de que traspasan las fronteras de esta comunidad. Y a veces... a veces pasan estas cosas.

No puede ser más cierto lo que dice. Es imposible frenar la curiosidad infantil. Pueden dar gracias de que no se han llevado a ninguno...

—Por suerte, os encontrabais cerca —continúa—. Es más que habitual que en las zonas deshabitadas de la ciudad, guerrillas peleen por conseguir algo con lo que traficar. Como agradecimiento, os ofrezco cobijo bajo mi protección durante los días que sean necesarios hasta que estéis en condiciones de retomar vuestro camino.

Eso me hace recordar una cuestión.

—¡El camión! Puede que esos tipos se lo hayan llevado.

La carcajada de Caleb me descoloca por completo. ¿Cómo un asunto tan serio le hace gracia?

—Tranquila Ari. Te aseguro que nuestro vehículo nos está esperando en el mismo lugar.



¡Hola! ¿Qué tal por ahí? Espero que estéis estupendamente y hayáis echado un poquito de menos esta historia... 

Bueno, ¡sorpresa! lo que parecía una ciudad abandonada, ha resultado al final todo lo contrario. Como veis vuelve a salir la agricultura hidropónica al igual que en la segunda parte, pero eso es, porque en unas circunstancias similares, sería la opción más lógica (no porque me haya quedado sin ideas, jajaja). 

Y digo yo ¿qué pensáis de los nuevos personajes? Galen, Elora... ¿amigos o enemigos? Ya a estas alturas, y con todo lo ocurrido, creo que todos somos desconfiados... 

Como dato, os diré que estamos más o menos a mitad de libro. Os lo cuento para que os hagáis a la idea de que aún faltan unas cuantas cosas por pasar. Pensé que esta parte sería más corta que las dos anteriores pero me ha ocurrido lo de siempre, que al final me paso de páginas. ¡Qué le vamos a hacer! Intentaré hacer dos publicaciones por semana, una a mitad y otra los domingos, lo digo para que estéis atentos los que queráis seguir el ritmo del libro.

 De todas formas, tal y como dicen otras compañeras escritoras, yo también tengo la sensación de que ha decaído mucho la actividad de la página. Se nota en el número de lecturas y también en los comentarios. Por eso os agradezco muchísimo a todos los que estáis aquí y a quienes os animáis a comentar aún más. Valoro enormemente vuestros comentarios. 

Siempre lo he dicho, esta historia es lo que es, gracias a vosotros. 

¡Os adoro! Besitossss

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