CAPÍTULO 24


Me giro hacia David y Caleb, que son quienes mejor conocen de qué es capaz nuestro transporte. El mayor de los hermanos abre mucho los ojos al darse cuenta de lo que pretendo. Niega resignado mientras suelta una carcajada.

—Ari... a por ellos.

No espero a saber si los demás han entendido lo que pretendo y comienzo a dar marcha atrás muy despacio, para que crean que el miedo nos hace recular, en vez de que estoy agrandando la distancia para poder coger mayor velocidad. Cuando veo que ya no tengo más margen, me detengo, solo un segundo, antes de arrancar y pisar el acelerador.

—¿Qué estás haciendo? —grita Jess asustada.

—¿Tú qué crees? —Cambio de marcha y presiono el pedal a fondo —¡Agarraos fuerte!

No sé si los ocupantes de los vehículos son conscientes de lo que ocurre, lo que está claro es que no tienen margen para reaccionar. Nuestro furgón choca contra el morro de ambos sin ninguna impunidad y el impacto nos frena por un instante. Sin embargo, no me detengo, continúo apretando el acelerador mientras arrastro uno de los coches varios metros y veo por el retrovisor que el otro se ha quedado atrás, bastante mal parado. Giro el volante para deshacerme del otro, como si de un bicho aplastado contra el morro del camión se tratara y regreso a la carretera anterior.

Oigo vítores a mis espaldas e incluso alguna palmada en el hombro.

—No cantéis victoria tan pronto —masculla Neo.

Nunca mejor dicho, no tardo en ver por el retrovisor que el segundo vehículo nos sigue y no tengo ni idea de cómo salir de esta maldita ciudad. Continúo haciendo el camino a la inversa, hasta que, veo una calle abierta por la que circular. No tengo ni idea de qué dirección estoy tomando, lo único que intento es quitarme a nuestros perseguidores de encima y más cuando escucho el inconfundible sonido de las balas. Una de ellas, rebota en el retrovisor izquierdo y no puedo evitar sobresaltarme. "Por dónde, por dónde". Giro de nuevo por la siguiente calle que veo, incapaz de hacer nada más que esquivar los obstáculos que encuentro en el asfalto. El todoterreno nos sigue a pocos metros de distancia y juraría que cada vez le tenemos más encima.

Y de pronto, un ruido ensordecedor resuena a nuestras espaldas. Miro por el retrovisor y la sorpresa me hace frenar de golpe.

—¿Qué ha sido eso? —preguntan varias voces en la parte de atrás.

Soy incapaz de hablar, sin embargo, Neo también ha visto lo ocurrido.

—No me preguntéis de dónde ha salido, pero una furgoneta acaba de aplastar el vehículo.

Con cierto miedo, bajo la ventanilla y me asomo, pues necesito saber qué ha pasado exactamente.

—¿Qué haces? —Neo tira de mi brazo para que no me exponga, ya que no sabemos si hay algún riesgo fuera.

Sin embargo, he de confirmar mis sospechas. Miro hacia arriba y veo una red, colgando de uno de los edificios. Después observo la furgoneta y el todoterreno espachurrado debajo. De ahí no saldrá nadie vivo. Eso seguro.

Me siento de nuevo y subo la ventanilla. Durante unos segundos, se mantiene el silencio, pero la paciencia de los demás es, más bien escasa.

—¿Y bien? ¿Qué has visto? —pregunta Jamie ansioso.

—Alguien ha soltado la furgoneta.

Me giro un poco para observar las caras de asombro de todos.

—¿Soltado? ¿Cómo que soltado? —insiste David.

Asiento lentamente.

—Juraría que estaba sujeta por una red entre los dos edificios. No me preguntéis cómo la han subido ahí. De lo que no tengo duda es que nos vigilan desde las alturas.

—Pero, son amigos, ¿no? —apunta Caleb—. Nos han quitado a esos tipos de encima.

Neo se me adelanta en la respuesta y como siempre, me demuestra que es capaz de razonar más rápido que el resto.

—O se trata de otros que también quieren cazarnos. Está visto que en tierra de nadie, los trofeos son para el más listo. Lo que tenemos claro es que aquí no estamos seguros, será mejor que continuemos. ¿Qué tal si me dejas conducir?

Asiento, agradecida de quitarme al menos esa presión de encima y nos cambiamos de sitio.

—Continuemos, entonces —apremio—. A ver si somos capaces de salir de este lugar.

Neo se pone en marcha de nuevo y avanzamos por la calle sin bajar la guardia. En los dos siguientes cruces, no encontramos barricadas y básicamente echamos a suertes qué camino tomar. Por muy perdidos que estemos, en algún momento encontraremos una ruta de salida. Lo peor que nos puede pasar es que la carretera que tomemos sea la misma por la que entramos a la urbe y volvamos al punto inicial. Si conseguimos salir por cualquier otra zona, ya habrá sido un paso adelante.

Una figura atravesando la calle a la carrera capta mi atención.

—Cuidado, allí hay alguien. Ha desaparecido por la izquierda.

Según nos acercamos al cruce, Neo reduce la velocidad. Miramos en la dirección por la que ha desaparecido la persona, pero no se ve a nadie. Sin embargo, al mirar hacia la derecha, veo que no estamos solos.

—Espera... —sujeto su brazo para que se detenga, sin apartar la vista la calle.

Me cuesta distinguir bien la situación, pero hay varias personas forcejeando. Una de ellas cae al suelo y al levantarse de nuevo para intentar huir me doy cuenta...

—Son... —comienza Neo.

—¡Niños!

Justo en ese momento el grito de uno de los pequeños al ser pillado por un tipo diez veces más grande que él, confirma que estamos en lo cierto. Neo y yo nos miramos un segundo y sin pensar, bajamos del vehículo. Cargo la pistola mientras escucho a Caleb, gritar a mi espalda.

—¡Espera! ¿Qué hacéis?

—¡Son niños! —insisto sin dejar de andar. Neo llega a mi lado y veo que también tiene su arma en la mano, preparado para disparar.

Miro de reojo hacia atrás y confirmo que mi frase ha surtido efecto. Todos están bajando, dispuestos a tomar parte en lo que sea que está pasando.

—¡Eh! —grita Neo a los tipos que están intentando llevarse a los críos.

Uno de ellos levanta la cabeza y nos mira extrañado. Creo que esto es lo último que se esperaba. Tiene a una niña de unos seis años bajo del brazo, como si cargara un saco. La pequeña patalea en un intento de soltarse, pero el hombre no está por la labor.

—¡Déjala en el suelo! —grito apuntando con mi arma.

Los otros tres tipos se detienen al escuchar mi voz pero veo desconocimiento en sus rostros.

—Creo que no te entienden —me aclara Caleb a mi lado. Él hace un gesto con su arma, señalando a la niña y luego al suelo—. ¡Suéltala!

El hombre, se ríe y hace el gesto de ir a sacar su arma de la cinturilla del pantalón. Escucho un disparo y al tipo se le corta la risa de golpe. Suelta a la niña que cae contra el asfalto, y echa la mano por instinto a la herida del brazo, que sangra abundantemente. Miro a mi alrededor confusa, hasta que veo a Kesia bajar el arma y sé que es ella la que le ha disparado.

—Esta gente solo entiende las cosas de una manera —dice apretando los dientes.

Hace un gesto con el arma para que los otros tres suelten a los niños que tienen cogidos, un total de cuatro, mas la niña que llora en el suelo. Obedecen, y después les indicamos que se aparten de ellos.

Me acerco a la pequeña que, ahora sentada, se mira un raspón en la rodilla.

—¿Te duele? —pregunto en tono suave para no asustarla. Al ver que no me entiende, señalo la herida y ella asiente. Miro alrededor, consciente de que no la podemos dejar ahí. Ni a ella ni al resto. Le hago un gesto con los brazos y se deja levantar. Me doy la vuelta y miro al resto—. ¿Y ahora qué hacemos?

El sonido de unos neumáticos nos sobresalta y todos nos giramos al ver llegar un vehículo. Se detiene junto a nuestro furgón y de él bajan otros dos tipos armados, que no dudan en disparar, incluso a riesgo de herir a uno de los suyos. Porque están todos en el mismo bando, ¿no?

Caleb se acerca y me pide que le pase a la niña.

—Me será más fácil a mí cargar con ella.

Veo cómo mis compañeros comienzan a disparar, pero perder nuestra posición de poder significa que los tipos que están junto a nosotros, ya no tienen por qué quedarse al margen. Uno de ellos se abalanza sobre Kesia y aunque esta le pega con la pistola en la boca y durante un segundo él recula, no tarda en tenerlo encima de nuevo. Pienso en ir a ayudar, pero antes de que dé un paso en esa dirección veo que David le golpea en la cabeza con su fusil, dejándolo inconsciente.

Los niños lloran asustados y Jess me ayuda a juntarlos, para que no se quede ninguno atrás.

—¿Qué podemos hacer? —pregunta Jamie al llegar a mi lado.

—Huir —razono, consciente de que, en estos momentos, tenemos que poner distancia entre ellos y nosotros—. ¡Vamos!

Comienzo a correr, sujetando a uno de los pequeños de la mano.

—¿Y el camión? —grita Neo, mientras mira hacia atrás.

—No podemos llegar a él con esos tíos en medio. Intentaremos recuperarlo más tarde.

Giramos en el siguiente cruce a la izquierda y rezo para no encontrarnos con una barricada.

Escucho tiros tras nosotros, lo que deja claro que no han cejado su empeño.

—¡Tenemos que seguir! —insisto, intentando que ningún pequeño se quede atrás.

—Solo son dos —nos indica David.

Echo un vistazo hacia atrás y veo que está en lo cierto.

—¿Y el resto? —pregunto extrañada. Espero que no se trate de un encerrona.

—Se han enzarzado en su propia pelea. Creo que pertenecen a guerrillas rivales y a ambas les interesa la zona.

Seguimos corriendo, pero no resulta fácil librarse de ellos. Uno de los niños tropieza y cae, quedándose atrás por un momento. Neo se detiene para levantarlo y David no duda en cubrirle, mientras este consigue cogerlo en brazos.

Avanzamos entre obstáculos y escombros. No sé los demás, pero la fatiga empieza a hacer mella en mí. Si no conseguimos despistarlos, no tendremos más remedio que enfrentarnos a ellos. Vale que estamos armados, pero sigue sin gustarme la idea de matar a otra persona, aunque sean dos mercenarios dispuestos a acabar con nosotros. Además en un enfrentamiento directo, alguno de nosotros puede salir malparado.

Me detengo de golpe al ver que más adelante, el sol se proyecta directamente sobre la calle. No hemos tenido oportunidad de comprobar cuánta exposición solar puede soportar nuestra piel y no crea que sea el mejor momento para hacerlo.

—No podemos seguir por aquí —informo al resto.

Todos miramos las calles adyacentes, sabiendo que no debemos entretenernos, sin embargo, un silbido llega hasta nosotros y veo reconocimiento en el rostro del niño que está conmigo. Este me mira un instante, antes de tirar de mí, indicándome que le siga. No estamos en disposición de detenernos a valorar nuestras opciones con dos tipos armados tras nosotros, así que, decido confiar en el pequeño. El resto nos siguen como pueden. Sé que algunos aún se detienen de vez en cuando para disparar, yo sin embargo, solo puedo pensar en seguir corriendo.

La calle desemboca en una enorme plaza y al avanzar hasta el centro, de nuevo nos encontramos con el mismo problema: a partir de ese punto, los rayos de sol inciden directamente contra los adoquines que dibujan un llamativo mosaico en el suelo. No podemos ir más allá.

Miro sorprendida a los niños pues no me puedo creer que nos hayan traído hasta aquí si no hay forma de continuar. Y regresar no es una opción. Para colmo, excepto unos antiguos maceteros que en otros tiempos contendrían algún que otro arbusto, no hay lugar en el que parapetarse.

Los tipos llegan a la plaza y cruzan entre ellos una mirada de satisfacción al ver que no tenemos escapatoria. No sé por qué se creen con tantas posibilidades, cuando somos más y también estamos armados, pero el caso es que se comportan como si tuvieran el trabajo hecho.

Caleb levanta su arma, dispuesto a utilizarla, pero cuando oímos el primer disparo y uno de ellos cae, sé que no hemos sido ninguno de nosotros. El otro tipo, mira a su alrededor desconcertado y ni siquiera tiene tiempo de esconderse antes de que una segunda bala, le atraviese el cerebro y desperdigue sus sesos por doquier.

Una náusea trepa por mi garganta, pero consigo controlarla. Observo a los niños, sin embargo ellos no parecen asustados. Algo me dice que no es la primera vez que ven morir a alguien...

—¿Qué acaba de pasar? —pregunta Jamie incrédulo.

Todos escudriñamos los edificios que hay a nuestro alrededor. Quien lo haya hecho, está en alguna de las muchas ventanas, e igual que les ha disparado a ellos, puede acabar con nosotros cuando quiera.

De nuevo escuchamos un silbido y vemos asomar en un ventanal una figura con el rostro cubierto y un fusil en la mano. No es la única persona. A la llamada, comienzan a asomar otras, escondidas a la espera de una señal.

—¿Y ahora? ¿Estos son amigos o enemigos?

Ojalá tuviera la respuesta, sin embargo a estas alturas, me espero cualquier cosa.


Y ahora es cuando decís... ¡pero si nos has dejado igual! Jajjaaja. ¡Sorry! Pero es que es genial acabar los capítulos así. 

Vale y ahora pregunto, qué os mosquea más, ¿las furgonetas que caen del cielo o toda esa gente que ahora rodea al grupo? Ay, estas realidades paralelas son de los más entretenidas. 

Bueno, os dejo pensando en todo lo ocurrido y os dejo que hagáis vuestras propias interpretaciones. Si me lo contáis en un comentario ¡genial! Yo encantada de leeros... 

La siguiente actualización será a finales de la próxima semana. Besitosssss

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