CAPÍTULO 20


Pasa el tiempo sin que ningún mercenario se acerque a las jaulas. La luz es escasa en la cavidad pero aun así puedo distinguir los rostros asustados de las otras personas que comparten espacio con nosotras. Veo que entre ellas hay niños de corta edad que dormitan acurrucados y alguno de ellos, solloza en sueños. Mi alma se encoge, no solo de ver la situación sino al entender que lo que les espera no es mejor que esto.

Puedo entender que estos tipos se dediquen al contrabando de material por pura supervivencia pero que trafiquen con personas y ni siquiera tengan remordimientos por tratar de esta manera a unos niños indefensos me resulta tremendo.

Noto movimiento a nuestro lado y veo que es la hermana de Jess que por fin despierta. Esta, al darse cuenta, se apresura a hablar.

—Kesia... ¿estás bien?

La chica se incorpora y nos observa, totalmente desconcertada. Cuando fija su mirada en Jess tarda en reconocerla, sin embargo al darse cuenta, su rostro se ilumina.

—¡Por todos los árboles! Estás viva...

Ambas se funden en un abrazo y por primera vez desde que la conozco, Jess llora abiertamente. Su hermana la acuna, intentando calmar su llanto, mientras ella murmura:

—Lo siento Kesia. Lo siento mucho. No debí alejarme. Te desobedecí y nunca me perdonaré haberlo hecho.

—Tranquila pequeña. Estás bien y eso es lo que importa. —La sujeta de los hombros y escruta su rostro—. Te he estado buscando desde el día que te llevaron de nuestro lado. Pensé que nunca podría encontrarte. No quiero ni pensar lo que habrás pasado durante todo este tiempo.

Inconscientemente me recuerda al momento en el que recuperamos a Dani en la otra realidad. Ese sueño cumplido, después de días y noches intentando encontrar la forma de llegar a él.

Jess le sonríe mientras seca sus lágrimas con el dorso de la mano.

—Ha sido toda una aventura pero he tenido la suerte de encontrar gente dispuesta a cuidar de mí.

La chica se percata entonces de mi presencia y su rostro se endurece de forma automática.

—¿Quién es ella? —pregunta con tono seco.

—Madre mía Jess, no me habías dicho que tu hermana era tan simpática —respondo de forma irónica.

Ella vuelve su mirada hacia la muchacha extrañada.

—¿Por qué te ha llamado Jess?

Ahora la asombrada soy yo. ¿Acaso no es ese su nombre?

—Es el nombre con el que se me conocía en la ciudad. Me hicieron pasar por chico para resultar invisible a los ojos de algunas personas —le explica.

No puedo pasar ni un minuto más sin formular la pregunta.

—¿Cuál es tu nombre entonces?

—¡Nala! —sueltan las dos a la vez.

—Oh vaya. Es... diferente... —Me gustaría saber por qué no nos lo ha dicho para que la llamáramos así, sin embargo, decido ir a temas más importantes—. ¿Cómo es que te han cogido esos hombres?

Kesia me mira todavía a la defensiva, pero al menos se digna a responder.

—Llevaba tiempo tras ellos. Después de hablar con contactos de varios poblados pequeños de la zona, me pusieron tras la pista de este grupo de traficantes.

—¿Tan difícil es dar con ellos?

La chica se mueve hasta apoyar la espalda contra los barrotes, acomodándose para dar su explicación.

—Verás. Los mercenarios tienen una guerra abierta por el territorio lo que les obliga a los diferentes grupos a ser nómadas. Por tanto no permanecen mucho tiempo en el mismo lugar. Buscan un asentamiento y pasan unas pocas semanas en la zona. El tiempo justo para llenar estas jaulas y entonces enviar una comitiva a la ciudad a canjear lo conseguido. Después cambian de lugar y así continuamente. Cuando dos bandas se encuentran, o llegan a un acuerdo o se enzarzan en una pelea por la zona de asentamiento. No hay más opciones.

—Entiendo...

En realidad es bastante lógico aunque también complicado ya que eso supone viajar con todas tus pertenencias a cuestas.

—¿Y vosotras? ¿Cómo demonios habéis llegado a este lugar?

Jess le hace a su hermana un breve resumen y esta guarda silencio hasta que termina de hablar.

—No sé si es buena idea llevarles hasta nuestras tierras Nala, ¿Cómo sabemos que van a respetar nuestra forma de vida? ¿Cómo confiar en que compartir nuestros avances con ellos no va a significar el fin de nuestra comunidad? Que no van a enviar a cientos como ellos a destrozar lo que hemos logrado...

Jess se encoge de hombros.

—Debería ser Orlena quien decida eso. Además, ellos se ofrecieron a cuidar de mí hasta que llegara a casa. Es lo menos que puedo hacer.

Kesia se cruza de brazos y juraría que está molesta.

—¿Cuidar? Si, ya veo qué bien te cuidan.

No me lo puedo creer. Solo me faltaba tener que lidiar con una chica así.

—¡La culpa de esta situación es mía no de Ari! Cuando te escuché gritar eché a correr sin tener en cuenta el riesgo. ¡Y ella fue tras de mí! Incluso se cargó a uno de los tipos. Pero es obvio que contra cuatro moles de semejantes dimensiones estábamos en desventaja.

La chica me mira de arriba a abajo como si tuviera dudas de mi capacidad para defenderme.

—Gracias por protegerla —masculla apretando los dientes.

Algo me dice que no está acostumbrada a ceder.

—Vamos a lo práctico. ¿Cómo podemos salir de aquí? —le pregunto, rezando porque ella tenga alguna solución a nuestro problema.

Kesia mira a su alrededor, evaluando la situación.

—Deberíamos esperar a que nos sacaran de las jaulas, ¿no? Yo me podré ocupar de unos cuantos sin problemas.

Abro la boca de puro asombro por su comentario, pues veo que está muy convencida de sus habilidades.

—¿Igual de bien que te estabas ocupando ahí afuera?

Sé que he sido puñetera pero se lo merecía por lo de antes. En contra de lo que hubiera considerado su reacción lógica, Kesia me sonríe abiertamente por primera vez.

—Me caes bien.

No puedo evitar sonreír de vuelta y de pronto tengo la sensación de que las dos nos podemos llevar genial.

—Tenemos que salir de aquí cuanto antes. Ari es una persona destacada socialmente en las urbes y si estos tipos lo descubren, se la llevarán. Es muy valiosa para ellos. No pueden descubrirlo.

—Vale. Entonces tendremos que buscar la forma de llamar su atención para que vengan.

Me quedo mirando la cerradura de apertura electrónica y sé que no será suficiente con que se acerquen, necesitamos que ellos la abran y para eso, hay que montar un verdadero follón.

—¿Te has fijado en cómo funciona la cerradura? —le pregunto a Jess. Para mi desgracia, yo no.

—Me ha parecido que usaban una tarjeta.

Eso me anima un poco. El hecho de que no vaya por código significa que necesitamos el objeto, no la persona.

—Bien. Entonces tendremos que armar bronca.

Ambas me miran sorprendidas, pero la sonrisa que aparece en el rostro de Kesia, me confirma que sabe por dónde voy.

—Estás pensando en simular una pelea...

—Eso es. Si montamos suficiente escándalo, vendrán. Y que yo sepa, les interesamos con los menos rasguños posibles, por lo que entrarán a separarnos. Será nuestra única oportunidad.

Sé que tengo ante mí a dos chicas guerreras, más que yo seguramente, pero no creo que todo vaya a resultar tan fácil. Sin embargo, lo que no estoy dispuesta es a quedarme de brazos cruzados, ni esperar a que el resto venga a rescatarnos. Suerte tendremos si conseguimos encontrarnos con ellos de nuevo...

—¿Cómo lo hacemos? —pregunta Kesia.

—Tú y yo, nos enzarzaremos simulando la pelea y Jess gritará a pleno pulmón para llamar su atención. Cuando alguno de ellos entre a separarnos, intentaremos arrebatarle el arma que lleve encima. Si va desarmado, habrá que ser más rápidas y atacar a alguno de los de fuera. No sé, espero que se os dé bien la improvisación. ¿Listas?

Jess no se lo piensa y comienza a gritar a través de los barrotes.

—¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Se van a matar! ¡Que venga alguien por favor!

Mientras nosotras nos zarandeamos y de reojo veo cómo los ocupantes de otras jaulas se apiñan atentos a la escena. De primeras no pasa nada, por lo que decido aumentar el dramatismo.

—¡Estás loca! ¡Te voy a matar! ¡No pararé hasta acabar contigo!

Esto sumado a los gritos de Jess, genera mayor tensión en el ambiente y algunos de los que observan, comienzan a chillar también. El eco de las voces, resuena en el pequeño espacio y estoy convencida de que no tardarán en venir a ver qué pasa.

Dicho y hecho. Veo a un par de tipos asomar en la cavidad y entonces aprovecho para abalanzarme sobre Kesia para resultar más creíble.

—¿Qué pasa ahí? —pregunta uno acercándose a nuestra jaula.

—Ayúdame por favor, van a matarse. Me acabarán haciendo daño a mí también. ¡Sácame de aquí!

Casi me tengo que aguantar la risa al escuchar el tono de súplica de Jess. Podría jurar que incluso ha dejado escapar una lagrimita.

—Mierda, hay que ver qué trabajo dais.

Oigo el clic de la cerradura al abrirse y Jess se apresura salir de la jaula. Cuando el tipo entra en el habitáculo, Kesia y yo, como si estuviéramos sincronizadas, nos abalanzamos sobre él y le arrebatamos el arma que lleva sujeta en la cinturilla. Ella no duda y le pega con la culata en toda la cara dejándole inconsciente y salimos a toda prisa dispuestas a inmovilizar al otro hombre, pero para nuestras sorpresa, Jess ya se ha hecho cargo de él.

El tipo está en el suelo encogido, sujetándose la entrepierna mientras ella le apunta con su arma a la cabeza. Antes de que le preguntemos, ella nos da una explicación de lo más simple.

—Mientras estos tipos no aprendan a tomarnos en serio, siempre va a ser fácil pillarles con la guardia baja.

De todas formas, no podemos cantar victoria. Salir de la jaula solo era el primer paso. Aún tenemos que escapar de la cueva y alejarnos de ellos. Miro al resto de personas recluidas que ahora ya no gritan sino que permanecen expectantes y sé qué debemos hacer.

Rebusco entre la ropa del primer hombre hasta encontrar la tarjeta y después obligamos al segundo a entrar en la jaula con él. Una vez encerrados y con todas sus armas en nuestras manos, me dedico a pasar la tarjeta por todos los lectores de las jaulas hasta que las puertas están abiertas. Algunas de las personas nos hacen gestos de agradecimiento y otras nos dicen palabras en algún idioma que no entiendo. Me quedo una pistola y reparto el resto de las armas entre esa gente, no es que sea gran cosa, pero será mejor que no tener con qué defenderse. Me apena pensar que, sacarles de ellas no es garantía de libertad, que ahora viene lo más difícil. Lo único bueno, es que en una huida masiva, es más sencillo jugar al despiste, pues por muchos hombres que formen esta guerrilla, no van a poder echarnos mano a todos.

Algunas personas ni se lo piensan y salen corriendo hacia la salida, otras en cambio, permanecen desorientadas, quizás debido al tiempo que llevan encerradas.

—Vamos, no podemos demorarnos demasiado. En cuanto den la voz de alarma, será más difícil abandonar la zona.

Salimos a un angosto pasadizo, al fondo se oye jaleo, propiciado seguramente por las personas que ya han llegado allí. Aunque nos encontramos con un par de bifurcaciones, el sonido de los disparos y las voces nos indica el camino a seguir y no tardamos en llegar a la gruta principal.

—Esperad —les hago un gesto a ambas para que se detengan a mi espalda y cargo mi arma antes de asomarme a mirar.

Lo que me encuentro es el caos. Los contrabandistas están disparando a diestro y siniestro mientras algunos de los rehenes, les atizan con lo primero que pillan, intentando acabar con ellos. Veo que varios vehículos salen en persecución de los que han salido huyendo y decido que quizás sea más fácil avanzar por el flanco derecho, ya que las cajas de suministro nos pueden hacer de parapeto gran parte del camino hasta la salida de la cueva. Les hago un gesto de nuevo y avanzamos, siguiendo el recorrido que había pensado. Nos detenemos de nuevo antes de salir al exterior y echo un último vistazo a lo que ocurre a nuestro alrededor. Para mi sorpresa, en este momento, los mercenarios que se han quedado están en inferioridad numérica, viéndose acorralados por una multitud rabiosa.

—Salgamos. Aquí no hay nada que ver.

En el exterior no queda ni un vehículo de toda la flota, por lo que sabemos que, unos cuantos mercenarios han salido de caza, dispuestos a recuperar a una parte de sus presas. Quienes abandonan el lugar al igual que nosotras, corren despavoridos sin rumbo fijo, con la única idea de alejarse de su prisión. Hacemos igual que ellos, pero en cuanto avanzamos unos pasos, nos engulle la noche.

—No se ve nada —protesto. Lo malo de que las nubes no dejen ver el sol, es que tampoco dejan ver la luna y las estrellas.

—Espera, puedo solucionarlo —afirma Kesia—. Esos idiotas no me han registrado a fondo.

Saca de un bolsillo interior del pantalón una pequeña pieza que coloca sobre la palma de su mano. Un instante después oigo un ligero zumbido y el rectángulo se trasforma.

—¿Un dron? —pregunto asombrada.

—Para incursiones nocturnas. Práctico, ¿verdad? ¡Luz — El aparato toma cierta altura y una pequeña luz aparece sobre nuestras cabezas.

No sé por qué cuando Jess me explicó que en su clan eran guardianes, me imaginé una tribu milenaria y no un ejército con alta tecnología.

—¡Adelante! —grita—. El pequeño dron se sitúa tres pasos por delante de nosotras.

—Vaya, es... genial.

—Obedece tus órdenes y se encarga de no perderte como referencia.

Avanzamos, dejándonos guiar por el robot, aunque sé que supone un peligro añadido pues es como llevar una diana sobre nuestras cabezas. Cruzo los dedos para que los vehículos hayan tomado otras direcciones y poder avanzar lo suficiente como para que nos pierdan la pista.

Seguimos andando un buen rato y comienzo a notar el cansancio por el estrés acumulado.

—Quizás deberíamos buscar algún recoveco o casa abandonada donde escondernos durante unas horas —sugiero, sabiendo que mi cuerpo no podrá dar mucho más de sí.

Justo en ese instante, escuchamos un ruido a nuestras espaldas y descubro para mi desgracia, el inconfundible sonido de las ruedas deslizándose sobre la grava. Ellas también se dan cuenta y las tres nos giramos mientras yo apunto con el arma en esa dirección.

—¡Dron, altura!

El pequeño aparato se eleva sobre nuestras cabezas, aumentando con su luz, el campo de visión. Cuando estoy a punto de distinguir lo que se acerca hacia nosotras, los focos del propio vehículo me deslumbran, aunque no por eso dejo de apuntar al frente.

—¡Ey! —grita una voz familiar—. Espero que tu intención no sea dispararnos.

Bajo el arma aliviada al darme cuenta de que se trata de Caleb y ante de que pueda avanzar hacia ellos, unos brazos me envuelve con fuerza.

—¿Estás bien? —me pregunta Neo con desesperación. Revisa mi rostro—. Dime que toda esa sangre no es tuya.

Entonces recuerdo que aún debo tener la cara salpicada de la sangre del tipo que me atacó.

—Tranquilo, estoy perfectamente.

—Pensé... pensé que... —Ni siquiera es capaz de terminar la frase. Sentir su abrazo me hace ser consciente de la verdadera gravedad del asunto. El desenlace podría haber sido otro muy distinto.

Cuando me suelta, hago un gesto a Kesia y Jess para subir al camión cuanto antes y alejarnos del lugar. Mientras permanezcamos en la zona, no estaremos a salvo.


¡Holaaaa! 

Aquí estoy de nuevo. ¿Qué tal estáis?

 Ya veis que he cumplido, ni una semana y aquí tenéis un nuevo capítulo. Bueno, ¿qué tal la primera impresión con Kesia? Jajjaja, una chica de armas tomar, sin duda alguna... 

Para quienes estéis pensando... ¡esto parece Mad Max! , bueno un poco sí, pero es lógico, ¿no? Es lo que tienen los escenarios post-apocalítpticos que tienen sus similitudes. 

Por si alguien se pregunta cómo los chicos han sido capaces de encontrarlas, lo explico al principio del próximo capítulo, no penséis que me lo he sacado de la manga, jajaja. 

Y ahora pregunto yo... ¿cuánto tardarán en meterse en otro lío? ¿Cómo van a sobrevivir si apenas les queda agua? 

¡Pronto sabréis más! Gracias por pasaros por aquí. 

¡Os adoro! Besitossss

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