CAPÍTULO 17



Cuando el tercer día nos levantamos con intención de comenzar nuestro viaje, me doy cuenta de lo rápidas que han pasado las últimas cuarenta y ocho horas. Neo se sorprendió cuando le conté sobre Jess y permaneció un buen rato en silencio, creo que intentando recordar si había notado algo sospechoso en ella. Después de repasar el tiempo que había estado con la muchacha, seguía pensando que su tapadera era perfecta, pues no se había dado cuenta de nada. Lo de Jamie le resultó de lo más divertido, que realmente se diera cuenta de que yo le llamaba Neo, y toda mi explicación sobre el apodo, facilitaba las cosas, pues, con contarle lo mismo a Jess, una vez fuera de la ciudad, todos podríamos llamarle así y no habría necesidad de utilizar su nombre real, ese que tan poco le gusta. Al fin y al cabo, David y Caleb ya se referían a él así, excepto cuando estábamos con el profesor.

Dedicamos nuestro tiempo libre a organizar lo que estaba en nuestras manos, conseguir las armas gracias a Wei Jun y algunas cosas más de contrabando a las que Martin no podía acceder. El último día, hablamos con Jochen, para contarle que no podíamos seguir trabajando para él. Su asombro fue mayor al saber que Jamie también nos acompañaría y no pude evitar sentirme mal por él, ya que iba a perder a dos de sus empleados de la noche a la mañana. Neo le dio las gracias por haberle ayudado tanto y Jochen le abrazó emocionado.

Hannah no se lo tomó tan bien. Sabía que estábamos preparando nuestra marcha, pero creo que no quería hacerse a la idea de que el momento se acercaba. Nos miró con el ceño fruncido, los labios apretados y los ojos encharcados de lágrimas. No dijo nada y nos esquivó el resto del día.

Y aquí estoy, sentada en el borde de la cama, mirando mis desgastadas botas mientras pienso si estoy preparada para afrontar lo que pueda haber ahí fuera.

—¿Estás bien?

Neo se acerca a mí y me abraza. Apoyo la cabeza contra su pecho mientras rodeo su cintura y suspiro sonoramente.

—No.

Me conoce. Sabe lo mal que llevo estas cosas. Sobre todo, en el primer momento. Por eso no insiste y se dedica a apretarme fuerte contra él durante unos minutos. Cuando se separa, pienso en lo corto que se me ha hecho. Preferiría poder quedarme toda la eternidad en esta habitación. En este momento soy consciente de lo poco que necesito. Solo un lugar en el que estar y él a mi lado. Nada más.

—Vamos —dice tirando de mí.

Remoloneo un poco antes de ponerme en pie y coger mi mochila. Antes de cerrar la puerta tras nosotros, echo un último vistazo a su interior. Quiero grabar la imagen en mi retina, aunque haya pasado apenas unos pocos días en ese cuarto, hay momentos que siempre estarán unidos a este lugar...

Bajamos al salón y para nuestra sorpresa, no solo están Jamie y Jess esperándonos. También Jochen y Hannah. Al parecer no querían perder la oportunidad de una última despedida.

Dejamos un momento nuestro escaso equipaje en el suelo y Hannah es la primera en acercarse. Me da un fuerte abrazo.

—Sabéis que me gustaría ir con vosotros —su voz suena afectada y sé que está intentando no llorar.

—Lo sé —respondo—. Pero Jochen nos perseguiría por todo el planeta, si nos lleváramos a la mitad de sus trabajadores así por las buenas. Tienes que cuidar de él y ¡del negocio!

Todos soltamos una carcajada con la que intentar rebajar la tensión del momento. Se acerca a Neo y le abraza también.

—No dejéis que os maten.

—Eso intentaremos —promete mientras le devuelve el abrazo.

Al soltarse, se dirige a toda prisa a las escaleras.

—Me voy antes de que esto se vuelva aún más incómodo.

Y desaparece.

Jochen se lo piensa un poco más, antes de acercarse a nosotros. Cuando lo hace, me tiende un libro y un pequeño objeto.

—Ten. Os vendrá bien cuando estéis ahí fuera.

Miro con atención lo que acaba de depositar en mis manos.

—Una brújula....

—Y un libro de mapas —me explica con una sonrisa—. Puede que en algún momento te sirva de ayuda.

Me emociona que haya pensado en un regalo tan útil.

—Gracias. Estoy segura de que así será.

A Neo le tiende algo y veo como niega.

—No puedo aceptarlo Jochen.

—Sí puedes —insiste él—. Yo decido a quién le doy mis cosas.

Resignado estira la mano, aceptando el objeto. Cuando lo coge, veo que es un reloj.

—Es demasiado valioso... —insiste.

Jochen se ríe mientras le da una palmada.

—En cambio no dudasteis en cogerlo "prestado" el otro día, ¿verdad?

Neo y Jamie cruzan una mirada de asombro.

—¿Cómo...? —comienza a preguntar Jamie.

—No pensaréis que no sé lo que pasa en mi propia casa, ¿verdad?

Neo se coloca el reloj en la muñeca y le tiende la mano, que este estrecha con fuerza.

—Gracias por todo, Jochen.

—Cuidaos chicos, os quiero de vuelta.

Guardo el libro y la brújula en mi mochila mientras Jochen se despide de Jamie. Después me la cuelgo en la espalda mientras observo a Jess. Ha permanecido todo el tiempo a cierta distancia, escondida bajo varias capas de ropa. Apenas puedo ver su rostro, por lo que no tengo ni idea de lo que estará pensando en este momento. Jamie me ha contado que apenas ha hablado con él en estos dos días, ni siquiera cuando le dejó claro que sabía que podía hablar. ¿Seguirá desconfiando de nosotros? El tiempo nos lo dirá.

Salimos de la pensión y le hago un último gesto con la mano a Jochen como despedida. Realmente hemos tenido mucha suerte de encontrar a unas personas como él y Hannah. No hubiéramos llegado a este punto sin su ayuda.

Me acerco a Jess ya que apenas he estado con ella.

—¿Qué tal estás?

—Bien, supongo —dice en voz baja, encogiéndose de hombros.

Miro alrededor, pero es tan pronto que no hay nadie más que nosotros.

—Mira, ahora vamos a reunirnos con otros dos compañeros y la persona que nos ha ayudado a organizar todo. Será mejor que no hables, para que no sepan que eres una chica. Solo hasta que abandonemos la ciudad.

Me mira de refilón y puedo ver su ceño fruncido debajo de la capucha.

—¿Qué pasa? ¿No son de confianza?

Me sorprende su tono seco, incluso un poco borde y me pregunto si no nos causará problemas una vez estemos lejos de aquí.

—Lo son, pero no quiero que el profesor Martin sepa que nuestro guía es... —sopeso la posibilidad de utilizar la palabra niña pero rectifico sobre la marcha— una chica tan joven.

—¿Ibas a decir niña? —suelta dejando ver que me ha pillado.

No quiero ofenderla, además sé que cada día está más lejos de esa palabra.

—No creo que lo seas y espero no estar equivocada.

Con esa advertencia, alego a su responsabilidad. Si quiere que la tratemos como a una adulta, que lo demuestre.

—Vale —refunfuña.

—Es solo que quiero que Martin nos deje marchar. Que piense que sabemos lo que estamos haciendo. Hay gente que ha puesto dinero y recursos para que lleguemos al lugar donde vives.

Bajamos hasta pisar suelo firme y caminamos hacia el elevador que hemos utilizado otras veces. Allí hemos quedado con el resto. Los chicos se nos acercan y Jamie comenta animado:

—No penséis que Jochen no me ha hecho ningún regalo, mirad —dice mientras rebusca en el bolsillo del pantalón y saca un objeto—. Es solo que no tengo ni idea de lo que es.

No puedo evitar reírme. Típico de Jamie. ¿Por qué no le ha preguntado? Cojo el objeto y divertida se lo muestro a Neo.

Jamie nos mira y se cruza de brazos.

—¡Vamos! Ahora decidme que los dos sabéis lo que es...

—Es un pedernal... —comienzo.

—De magnesio —termina Neo.

Nos observa con cara de no entender. Se me olvida que estamos en otra realidad, que este chico no ha ido de acampada ni ha formado parte de ningún club de aventura...

—Sirve para hacer fuego —le aclaro.

Jamie se lo arrebata de las manos a Neo y lo mira como si de un objeto nuevo se tratara.

—Vaya... eso sí que es útil. Aunque necesitaré que me expliquéis cómo usarlo.

Seguro que tendremos más de una oportunidad para probarlo.

Continuamos caminando y al acercarnos al lugar de encuentro, hay unas figuras junto a una furgoneta. Dudo un instante hasta que uno de ellos se gira y veo que es David. Llegamos hasta ellos y la sorpresa se dibuja en su cara mientras observa fijamente a Jamie. En ese momento me doy cuenta de que, aunque quería hacerlo, no he tenido ocasión de explicarle que se trata del mismo chico que conocimos en la otra dimensión. Por suerte, no hace ningún comentario y desvía la mirada hacia mí.

—¿Todo bien? —me pregunta directamente.

Asiento y señalo la furgoneta.

—¿Y esto?

Esta vez es Martin quien contesta.

—La he pedido prestada para poder llevaros hasta el almacén en el que está vuestro vehículo.

—En marcha entonces —resuelve Neo.

Martin ocupa el asiento del conductor y el resto nos sentamos en los asientos de atrás.

—¿Y tú? —Caleb señala a Jess que mantiene la vista en el suelo para que la capucha le tape el rostro.

—Es Jess —suelto antes de que nadie se adelante—. Es quien nos va a llevar hasta los árboles.

Neo coloca su mano sobre mi pierna para que me relaje un poco.

—¿Eres de allí? ¿Perteneces a ese lugar? —insiste.

—¡No quieras saberlo todo tan pronto, Caleb! —exclamo mientras esbozo una sonrisa nerviosa—. Nos espera un largo camino y tendremos tiempo de sobra para escuchar todo lo que nos quiera contar...

Por algún absurdo motivo, resulto creíble y no insiste. Solo se encoge de hombros y desvía la mirada hacia el exterior.

Como apenas hay vehículos, el trayecto dura unos pocos minutos. Cuando bajamos de la furgoneta veo que estamos a las afueras de la ciudad frente a un almacén. No es el único. Hasta donde me alcanza la vista, almacenes y fábricas de distintos tamaños funcionan a pleno rendimiento. Chimeneas que expulsan humo de diferentes tonalidades, camiones que mueven la mercancía de un punto a otro y trabajadores en movimiento que se afanan en cumplir con sus tareas.

Deslizo la mirada hacia el cielo y no puedo evitar pensar en la contaminación. ¿Cómo pretendemos recuperar la calidad del aire, si las fábricas no vigilan sus propias emisiones? Tengo muy claro que ni un millón de bosques podrían solucionar el problema si no se toman medidas. Deberán buscar la forma de reducir los niveles si quieren ver resultados, si no, dará igual lo que consigamos nosotros...

El profesor busca a un operario y después de mostrar en su móvil un permiso, regresa a nuestro lado.

—Ahora traerán el camión. —Se estruja las manos nervioso y sé que no está muy convencido con todo esto—. No me quedo tranquilo dejando que os vayáis solos...

Su confesión me demuestra que es un buen hombre. Yo me sentiría igual en su situación, sin embargo sigo pensando que es algo que tenemos que hacer solos.

—Confíe en nosotros —insisto.

—Lo hago... pero no sé lo que os encontraréis ahí fuera. Y vosotros tampoco.

Tiene razón pero no nos podemos amedrentar pensando en posibilidades y no en realidades.

—Alguien tiene que ir y mientras, podrá ir recopilando apoyos para que, cuando regresemos, el Gobierno esté dispuesto a intentarlo.

Asiente con convencimiento ante mis palabras justo en el momento en el que un enorme camión se detiene a nuestro lado. No puedo evitar sentirme intimidada ante semejante monstruo de metal. No es muy largo, pero solo su altura y el blindaje que lo envuelve, impone.

—Hora de ponernos en marcha —apremia David.

Nos despedimos de Martin quien con gesto serio nos estrecha la mano a la vez que nos dedica unas últimas palabras.

Sin preguntar, Caleb sube en el puesto del conductor y David ocupa el otro asiento. El resto subimos a la parte trasera y nos distribuimos por el sofá de la zona de comedor. La pared que separa la cabina del habitáculo posterior, desciende, dejando así de estar aislados unos de otros.

—Mejor, ¿no? —dice Caleb echándonos un último vistazo antes de arrancar.

El camión comienza a moverse sin emitir el más mínimo ruido y nuestro conductor parece habituado a él. Después de varios giros, abandonamos la zona de almacenes y tomamos una polvorienta carretera.

—Vaya... para ser tan grande, parece que se te da bastante bien —confieso con cierta admiración.

Todavía me acuerdo de lo difícil que fue conducir aquel otro camión cuando estábamos atravesando las dos puertas que separaban la urbe del resto del mundo. Aunque claro, las circunstancias eran diferentes y la presión mucho mayor.

—He practicado —suelta como sin nada.

Miro a ambos esperando una explicación más larga.

—El profesor nos dejó dar unas vueltas con él, para acostumbrarnos y eso —explica David sin entrar en detalles.

—Aun así, habrá que hacer turnos. No vais a conducir solo vosotros —aclara Neo—. Nos queda un largo camino que hacer.

Tiene razón. Según pasen las horas, el cansancio irá haciendo mella en todos nosotros.

—Y bien, vosotros diréis ¿cuál es nuestra ruta? —pregunta Caleb.

Nos miramos entre nosotros y finalmente, todos dirigimos la vista hacia Jess.

—Este.

Una palabra, solo una y Caleb clava el pie en el freno, haciendo que el camión se detenga bruscamente. Se gira hacia nosotros con los ojos muy abiertos y la señala con el dedo.

—¿Es una niña? —exclama visiblemente alterado.

—¡No soy una niña! —grita Jess de vuelta. Se quita la capucha y puedo ver la mirada despectiva que le lanza a Caleb—. Tengo doce años.

Este agita las manos en alto como respuesta.

—¡Vaya, doce! ¡Qué mayor! —ríe—. ¿Me vais a decir en serio, que estamos en manos de una cría?

Y a mí que me preocupaba la reacción de Martin. Con esto no contaba.

—Ella nos llevará hasta el lugar —explico—. Es su hogar. Lo siento, os lo deberíamos haber contado, pero pensé que si el profesor se enteraba sería aún más reacio a dejarnos marchar...

—Ari tiene razón —coincide David—. ¿Qué tal si sigues conduciendo y que nos cuenten lo que no sabemos?

Caleb arranca de nuevo y mientras hablamos, él permanece en silencio. No pregunta nada sobre Jess y ella también permanece callada en el rincón más alejado del sofá. Espero que este encontronazo haya sido puntual y no signifique el principio de una mala relación. En esto, más nos vale permanecer unidos.

Cuando se cumplen ya varias horas de viaje, veo a David manipular la pantalla del camión. Su gesto de preocupación hace que no pueda evitar preguntar:

—¿Algún problema?

—No sé, la pantalla no refleja ninguna imagen...

Intento pensar qué puede estar fallando, sin embargo, Jamie se adelanta.

—Seguramente estemos fuera del alcance de la ciudad y por tanto ya no recibiremos datos.

Neo y yo cruzamos una mirada. No habíamos pensado en ese detalle pero Jamie tiene razón. Los datos de geolocalización no pueden llegarnos vía satélite ya que todos quedaron fritos en el momento de la explosión de rayos gamma. Al alejarnos de la urbe, dejamos de recibir información de ella.

—¿Y entonces? ¿Cómo sabremos que vamos en la dirección correcta? —protesta Caleb.

En ese momento me doy cuenta. Jochen me hizo el mejor regalo posible. Revuelvo el interior de mi mochila hasta encontrar lo que busco y se lo muestro al resto.

—Con esto —la pequeña brújula brilla en la palma de mi mano.

—Jochen es un genio —afirma Neo sonriente.

—Bien, ¿qué os parece? Hacemos una parada y mientras preparáis algo para comer, Jess y yo echamos un vistazo a los mapas para intentar marcar la ruta. Así será más fácil orientarnos.

Nos desviamos de la carretera principal y detenemos el camión junto a una fábrica abandonada. No hemos visto a nadie desde que nos hemos alejado de la ciudad, pero aun así, es mejor permanecer lo más resguardados posible.

Abro el libro de mapas y no tardo en encontrar el lugar en el que está ubicada la ciudad. La marco con un rotulador y a partir de ahí, busco la carretera que estamos siguiendo, señalando la ruta.

—¿Sabes cómo volver a tu casa? —pregunto a Jess, que a mi lado, observa las hojas con interés.

—Está al Este —repite, igual que la vez anterior.

Espero que pueda decirme algo más que eso.

—Necesito que me cuentes todos los detalles que recuerdes, ¿vale? Cualquier cosa, carreteras, ríos, montañas... lo que sea.

Jess comienza a describir lugares que vio antes de llegar a la ciudad, de forma que poco a poco vamos descifrando el camino. Todo encaja cuando localizamos una zona de costa y más arriba, en una cordillera de montañas, está su hogar.

—Es más lejos de lo que imaginaba... —murmuro, mientras termino de marcar el camino.

Señalo también los lugares en los que hay agua, ya que no llevamos suficiente para todo el trayecto y tendremos que recoger y potabilizar la que necesitemos. A menos que llueva y podamos recargar el depósito, claro.

Mientras comemos, les explico a los demás la ruta. Quiero que todos la tengamos clara por lo que pueda pasar. Aunque nuestra intención sea permanecer juntos en todo momento, no sería la primera vez que las circunstancias nos obligan a separarnos y necesito asegurarme de que tenemos claro el camino.

Apenas he de responder un par de preguntas, por lo que no alargamos más la sobremesa. Recogemos las cosas dispuestos a retomar nuestro camino. Esta vez, se pone David al volante y yo le enseño el mapa.

—Deberíamos llegar aquí al final del día. Cerca hay un río y quizás podamos utilizar su agua.

—Genial.

Caleb toma asiento a su lado y David arranca. Apenas hemos recorrido unos metros cuando ambos se sobresaltan.

—¡Nos siguen! —grita David mientras desliza su vista de la carretera al espejo retrovisor.

Me asomo para mirar y veo un par de vehículos que se acercan a gran velocidad. No son muy grandes, parecen todoterrenos a los que les han añadido un burdo blindaje a base de chapas mal cortadas, soldadas sobre la estructura de cualquier manera.

Varios ruidos secos, nos anuncian que nos están disparando y nuestro nerviosismo aumenta. David pisa el acelerador mientras el camión rebota sobre el escarpado terreno de tierra. Aún estamos lejos de la carretera, donde quizás nos sea más fácil conseguir ventaja.

Neo llega a mi lado con un par de fusiles, aunque creo que poca utilidad tienen en estos momentos.

—No podemos disparar sin exponernos —resuelvo.

—Lo sé, pero las cosas se pueden poner peor —me confiesa en tono grave—. Es mejor tenerlas a mano.

Me doy cuenta de que está yendo un paso más allá. Si por algún motivo, consiguen detener el camión...

Giramos bruscamente y veo cómo Jamie sujeta a Jess para que no se golpee con la mesa de comedor. Unos cinturones de seguridad no nos vendrían nada mal, pienso mientras se recomponen sobre sus asientos.

Un golpe brusco hace que el camión se frene ligeramente y de nuevo dirijo mi mirada hacia la parte delantera.

—¡Madición! —exclama David mientras aprieta los dientes.

—¿Qué ocurre?—pregunto.

—Mira —Caleb me señala el retrovisor y veo sujeto a él, un gancho de cuatro puntas que nos une al vehículo de la izquierda por un grueso alambre.

El coche comienza a recoger el cable y aunque el camión es mucho mayor, notamos cómo nos frena ligeramente.

—Tenemos que cortarlo —apremio.

Caleb salta por encima del asiento y se dirige a la zona de almacenaje de la parte trasera. Neo y yo corremos junto a él para ayudarle a buscar.

—Dime que hay una cizalla o algo parecido —ruega Neo.

—Debería... —Ni siquiera se molesta en acabar la frase pues está demasiado ocupado revolviendo los armarios.

Un nuevo tirón y ahora la velocidad desciende considerablemente.

—¡Se han anclado al otro lado también! —grita David.

Los nervios hacen que me palpiten las sientes pero no tengo más remedio que dejar de lado esa incómoda sensación y seguir buscando.

Caleb se da la vuelta triunfante con una cizalla en la mano y nos apresuramos a regresar a la parte delantera. Jamie permanece en su asiento, ocupándose de nuestra chica, que nos mira con gesto asustado.

Caleb salta al asiento y yo me sitúo a su lado.

—¿Vas a hacerlo tú? —pregunto. Él asiente—. De acuerdo, prepárate. Yo te bajaré la ventanilla.

—Espera —decide Neo. Lleva una de las pistolas y no sé cuándo la ha cogido. Quita el seguro y se encarama al respaldo del asiento —. Te cubriré.

Por un instante, pienso en protestar, pero no sería justo. Si fuera al revés, me gustaría que alguien estuviera dispuesto a protegerle a él.

Los tres asentimos y yo pulso el botón. El aire nos golpea en la cara como una bofetada y no puedo evitar apartar la vista. Cuando vuelvo a mirar, Caleb está ejerciendo toda su fuerza con la cizalla y con un último impulso, consigue que el alambre se rompa.

—¡Uno menos!

El camión adquiere algo de velocidad, ya que ahora con solo un vehículo, la resistencia es menor.

—David, tienes que dejarme hueco...

—Aunque me mueva, no quedará suficiente espacio para ti —masculla David con rabia.

Entiendo lo que quiere decir.

—Dame —extiendo la mano hacia la herramienta—. Lo intentaré yo.

—¡De eso nada! —protesta Neo.

No estoy dispuesta a comenzar una discusión, así que me cuelo por debajo de David hasta estar sobre su regazo orientada hacia el retrovisor. Caleb me pasa la cizalla y sin esperar un gesto por mi parte, pulsa el botón de la ventanilla. Cierro los ojos un segundo pero me obligo a abrirlos de nuevo. Acerco la herramienta al cable pero el movimiento del camión hace que me sea difícil colocarla alrededor de él. Siento a Neo ocupando parte de la ventanilla y no sé si está disparando o solo se está preocupando de hacer de escudo. Lo intento de nuevo pero cada vez me es más complicado pues los ojos me lloran y el pulso me tiembla. A la tercera lo consigo, aunque ahora queda cortarlo y mi postura no ayuda. David se da cuenta y desliza su mano izquierda fuera del volante, colocándola bajo mis costillas para darme más espacio y ayudarme. Me recoloco sobre él y poniendo en ello hasta la última pizca de voluntad, consigo cortarlo.

—¡Hecho! —grito sintiendo un enorme alivio.

Nos resguardamos de nuevo en el interior y Caleb se apresura a cerrar la ventanilla.

Caigo sobre el asiento y suelto un enorme suspiro de alivio.

—¡Muy bien! —me felicita Caleb.

Me paso al sofá donde Neo me envuelve en un prieto abrazo, mezcla de alivio y orgullo.

—Eres única —susurra en mi oído.

—Chicos, no cantemos victoria —suelta David—. Aún nos siguen.

Estamos de regreso en la carretera, sin embargo aún se mantienen a pocos metros de nosotros. La situación se alarga durante los siguientes kilómetros y por más que pienso, no se me ocurre cómo librarme de ellos.

—Mirad, ¡se van! —exclama Caleb.

Observamos como dan la vuelta, alejándose a toda velocidad.

—Qué raro... —no soy capaz de entender—. ¿Por que?

—Quizás... ¿por eso?

David señala con la barbilla hacia delante y todos miramos lo que hay frente a nosotros. De pronto, una nube de tierra nos envuelve.

—¿Qué es esto? —pregunta Neo—. ¿Una tormenta?

—Peor —aclara Caleb—. Es un tornado.


¡Hola a todxs! ¿Qué tal estáis? 

Espero que más relajados que yo, que siempre ando a la carrera. ¡Otra vez que he acabado el capítulo justito para publicar! Jajaja. No tengo remedio. 

Lo bueno es que hoy he tenido un momento de inspiración total y prácticamente he organizado toda la trama para lo que queda de historia.  

Bueno, espero que hayáis disfrutado del capítulo y que no os haya dado un ataque en la parte final. Ya iba tocando un poco de acción, ¿verdad? 

¿Y Jess? ¿Qué opináis? ¿Tendrá razón Caleb al desconfiar? Cada cosa a su tiempo... 

Como siempre, mil gracias por leerme. Si os habéis fijado, esta parte ya ha llegado a los 10k de lecturas y Árboles de ceniza ya ha pasado los 166k. Vamos, que no puedo quejarme.

 Por cierto, pocas veces suelo hacer publicidad de mis otras historias, pero por si a alguien le interesa, en mi perfil podéis encontrar "La vida de Ux", una historia juvenil, fresca y muy muy divertida. Es imposible no reírse con ella. Y "La vida vuelve", Young adult, una historia de amor realista, sobre cómo afrontar la vida. Si os animáis, ya sabéis. ¡Están completas! ¡Y en Wattpad leer es gratis! Jajaja, como publicista no tengo precio (es broma).

 Que os adoro, ya lo sabéis. Besitosss.

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