Capítulo 29
Oscuridad.
La más absoluta oscuridad. Me he despertado, sobresaltada y durante los primeros minutos, he boqueado desesperada, recordando cómo el gas se colaba en mis pulmones y me impedía respirar. Después de varias inspiraciones entrecortadas, he conseguido calmarme, sin embargo la falta de luz, el verme carente de un sentido tan importante como es la visión, me ha puesto en alerta al instante.
No sé dónde estoy. Me incorporo sobre lo que a mi tacto parece un colchón y palpo la superficie intentando situar los límites del espacio. Al sacar un pié más allá del borde, descubro que está colocado sobre el suelo. Alargo la mano y palpo una superficie fría y rugosa, seguramente cemento.
—¿Hay alguien aquí? —pregunto a media voz.
Nadie responde. Decidida a obtener toda la información posible sobre el lugar en el que me encuentro, me pongo de pie junto al colchón con la mano derecha apoyada en la pared y la izquierda situada frente a mí. Con mucho cuidado, voy dando pasos, mientras arrastro los pies para asegurarme de no tropezar. El lugar es pequeño, apenas un hueco de tres por dos aproximadamente. Después de palpar las cuatro paredes, para mi propia desolación descubro que no hay nada aparte del colchón y las mantas. En la pared de enfrente, se intuye el contorno de una puerta, pero ni siquiera tiene manilla que intentar manipular.
Me siento de nuevo en el colchón, con las piernas recogidas y la frente apoyada sobre mis rodillas. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? Y más importante aún, ¿dónde están mis compañeros? No entiendo nada de esta situación, no sé si esto ha sido una trampa organizada por Diya o es parte del plan que nos ayudará deshacernos del chip. No tengo respuestas y estar aquí sentada, dando vueltas a todo esto, puede volverme loca del todo. Solo espero que el resto se encuentren bien, no soportaría saber que les he llevado directamente a un callejón sin salida.
Pasan los minutos y mis nervios van en aumento. No se oye absolutamente nada, como si la habitación estuviera aislada, pero, ¿con qué fin? Me acerco a la puerta y la aporreo con toda la fuerza que soy capaz de reunir.
—¿Me oye alguien? Chicos, ¿me oís? ¿Estáis bien? —grito a pleno pulmón.
Me apoyo frustrada contra la puerta al ver que no obtengo ninguna respuesta. Sea quien sea quien nos retiene aquí, ¿cuánto tiempo pretende mantenernos aislados?
—¡No sé que pretenden al encerrarme aquí!¡Ni sé quién es el responsable!¡Pero quiero hablar con esa persona!
Durante varios minutos no sucede nada y cuando ya estoy dispuesta a gritar de nuevo, oigo el ruido de un cerrojo al otro lado de la puerta. Me separo sobresaltada y la luz que inunda el habitáculo me deslumbra, obligándome a apartar la vista. Pongo mi mano a modo de visera y apenas tengo tiempo de distinguir a dos hombres que se acercan a mí precipitadamente. Uno de ellos me coloca una capucha y acto seguido me sacan del lugar, sujetándome cada uno por un brazo. Camino a trompicones, en parte por la falta de visión, en parte porque no estoy dispuesta a ponerles las cosas fáciles. El trayecto no es largo, apenas unos pocos metros y oigo el ruido de otra puerta. Una vez allí, me sientan en una silla y después de sujetarme con correas, me quitan la capucha y salen de allí. La luz es tan intensa que me lloran los ojos y tardo varios minutos en acostumbrarme a ella. Cuando por fin consigo enfocar la vista, los únicos objetos de la habitación, aparte de la silla en la que estoy sentada, llaman mi atención. Frente a mí hay una pantalla sobre una mesa metálica tipo escritorio. La observo, esperando que se encienda por arte de magia, pero no, permanece apagada. Me remuevo sobre el asiento, poniendo a prueba la resistencia de las correas, sin embargo, solo consigo hacerme daño.
La puerta se abre con un molesto chirrido, confirmando tal y como yo creía, que es de hierro y de inmediato evalúo al hombre que la atraviesa. Según mis cálculos no llegará a los cuarenta y es lo suficientemente fornido como para que pueda tumbarme de un solo golpe. Lleva vaqueros, botas de cordones y una camisa de cuadros remangada. Sin embargo todo eso pierde importancia en el momento en que veo la jeringuilla que lleva en la mano derecha.
—¿Quienes son ustedes? ¿Dónde están mis compañeros?
Se detiene y me observa con gesto serio, evidentemente molesto.
—Tus preguntas serán contestadas a su debido momento. Mientras, te recomiendo que colabores. Por tu propio bien.
Me fastidia su actitud. ¿Quién se cree que es?
—No sé qué hago aquí. Diya dijo que podía ayudarnos. ¿Era una trampa? ¿Van a matarnos? —insisto.
—No vamos a mataros. —Esboza una sonrisa torcida que me pone la carne de gallina—. Al menos de momento.
Da un par de pasos hacia mí con la jeringuilla en alto y yo me revuelvo en la silla, como si con ese simple forcejeo pudiera escapar.
—¿Qué es? No voy a dejar que me pinche eso sin pelear...
El hombre se detiene de nuevo y frunce el ceño contrariado.
—No sé si te das cuenta de que te encuentras en clara desventaja.
En eso tiene razón.
—Al menos dígame si mis amigos están bien. Por favor —suplico.
—Están bien —murmura mientras me clava la jeringuilla en el cuello sin ningún miramiento. Noto el líquido entrando en mi organismo y siento un momentáneo atontamiento.
No puedo evitar preguntar.
—¿Para qué es lo que me ha inyectado?
—Es un estimulador neuronal. Relájate. —Coloca dos pequeñas placas redondas que parecen sensores, a cada lado de mi frente—. Esto medirá tu actividad cerebral. Bien. Durante un rato, vas a ver diferentes imágenes en esa pantalla. No debes hacer nada, unicamente, mantenerte despierta.
Sin más, se da la vuelta y me deja de nuevo sola. No puedo evitar pensar en la sed que siento ahora mismo, parece que el estimulador, la ha potenciado y noto la boca seca y la lengua áspera. En realidad, no sé cuanto tiempo hace que perdí el conocimiento por culpa del gas. Puede que hayan pasado dos horas o veinte. Es imposible calcularlo.
La pantalla se enciende con un zumbido y yo, inconscientemente, me siento más erguida. Por la pantalla comienzan a sucederse imágenes de todo tipo en intervalos de apenas dos segundos. Hay momentos en los que el hecho de fijarme en una, hace que no vea la siguiente. No sé lo que pretenden con este experimento, solo sé que se me hace eterno, aunque curiosamente mi atención no disminuye, seguramente la estimulación ha funcionado mejor que diez tazas de café. Cuando por fin la pantalla se queda en negro, suspiro aliviada. No solo me duele la cabeza, además tengo el cuello agarrotado de mantener la atención durante tanto tiempo sin poder cambiar de postura.
Unos minutos después, el mismo hombre de antes, entra en el cuarto, me quita los sensores y sin mediar palabra se dirige a la puerta.
—¡Tengo sed! —suelto de golpe—. Y... hambre.
Sin girarse me mira de soslayo.
—Tendrás comida en tu habitación cuando regreses.
—Y necesito usar el baño —añado precipitadamente.
Él apenas hace un gesto de asentimiento con la cabeza. Sin embargo antes de que abandone la habitación he de hacerle una nueva pregunta.
—¿Cuándo podré ver a mis amigos?
No obtengo más respuesta que el chirrido de la puerta al cerrarse y de nuevo estoy sola en el cuarto.
Al rato entran a buscarme un par de hombres y me imagino que son los mismos que antes me han llevado hasta ahí. Realmente no hay nada en ellos reseñable, nada que ayude a recordarles con facilidad. Son dos tipos del montón que en una calle transitada pasarían totalmente desapercibidos. De nuevo me colocan la capucha y una vez me han soltado las correas, entre ambos me sacan de la habitación.
—Necesito ir al baño —les digo por si su "jefe" no les ha dicho nada al respecto.
Sin mediar palabra me llevan hasta un pequeño cubículo con un inodoro en su interior. Tengo la suerte de que me dejen un poco de intimidad y para no abusar de su confianza, tardo lo menos posible. Cuando aviso de que ya he terminado, me colocan de nuevo la capucha y me llevan de vuelta a la habitación oscura. Justo antes de cerrar la puerta, uno de ellos habla por primera vez.
—Tienes la comida al lado izquierdo del colchón.
Y dicho esto, me dejan sola. Me muevo en línea recta para llegar a la cama y a tientas busco la comida. No tardo en encontrar un plato con algo que huele a estofado, un pedazo de pan y una botella de agua. Sin pensarlo dos veces, doy un largo trago y la sensación del líquido refrescando mi reseca garganta resulta increíble. Y eso, después de unas pocas horas sin beber. Doy buena cuenta de la ración, sin embargo decido reservar el pan y gran parte del agua, ya que no sé el tiempo que tendré que permanecer aquí, ni cuando dispondré de más alimento.
Resignada, me tumbo de nuevo en el colchón y pienso en mis compañeros, en si ellos estarán pasando lo mismo que yo. Como siempre, no puedo evitar sentirme responsable del resto. Pienso en Neo, en las últimas palabras que hemos intercambiado y desearía que no hubiera sido así. Siento que le necesito aún más que antes y ahora nuestras discusiones me parecen absurdas. Una pérdida de tiempo. Me fastidia haber necesitado una situación así para darme cuenta y esta vez he decidido, que seré clara con él. Todo lo clara que no he sido hasta ahora. Solo espero que aún esté dispuesto a escucharme.
Cierro los ojos e intento imaginar que estoy en otro lugar. Que esto no es una celda, sino que estoy en mi habitación, la de mi realidad, la del pequeño apartamento que comparto con May. Imagino que es por la mañana y aún no ha amanecido, pienso en la jornada que tengo por delante, en las clases... y sin querer, caigo en un ligero sueño.
No sé cuántas horas llevo encerrada aquí, aunque sé que ya ha pasado más de un día completo. Desperté a una hora imprecisa y ya que no recibí más comida, me contenté con comer el pan que sabiamente había guardado. De nuevo dosifiqué el agua para no correr el riesgo de deshidratarme. Después de eso, volví a dormir, a falta de otra cosa que hacer, lo mejor era matar el tiempo así y de paso reponer fuerzas.
Al igual que el día anterior, vinieron a buscarme y se repitió la rutina: los mismos hombres, la misma sala, la misma inyección y de nuevo una retahíla de imágenes inconexas. Le formulé mis preguntas al tipo de la camisa de cuadros y como era de esperar, no obtuve respuesta. Cuando regresé al cuarto, encontré un plato de comida que racioné, visto que solo recibía provisiones una vez al día.
Resignada comienzo a trazar un plan que incluya salir de este lugar de una vez por todas. No puedo quedarme de brazos cruzados esperando que nuestra situación se resuelva cuando quizás su resolución pase por matarnos a todos. Sin embargo ellos no saben que no dejaré que decidan por mí.
Palpo la cuchara de la comida, la sopeso entre mis dedos mientras me sorprende la idea que cruza mi mente. Para su error, no han pensado en el riesgo que supone, dejar en manos de una persona recluida algo de metal... aunque no se trate de un cuchillo, la empuñadura fácilmente se puede clavar en el cuello de otro si se ejerce suficiente fuerza. La cuestión es... ¿Seré capaz de hacerlo? Un escalofrío me recorre todo el cuerpo pues esto sería traspasar una línea, sobrepasar los propios límites morales que me he impuesto, que me hacen ser persona, que me permiten estar conforme conmigo misma. Si hago esto... aunque sea en mi propia defensa, ¿podré vivir con ello?
El ruido de la puerta me sobresalta y suelto la cuchara de golpe sobre la bandeja mientras centro mi atención en la delgada figura que asoma por ella.
—Por favor, coloca tus manos detrás de la cabeza —ordena una suave voz.
Obedezco, a sabiendas de que no tengo otra opción. Uno de los tipos sin nombre, entra y se encarga de colocar mis brazos hacia atrás y ponerme unas esposas. Después se coloca a un lado de la puerta y la chica a la que pertenece la agradable voz, entra en la estancia con una lámpara linterna como las que se utilizan en las acampadas. Se sienta frente a mí y la deja entre ambas. Dedico unos minutos a observarla. Tiene una expresión inteligente y su actitud es cercana. Lleva el pelo corto y viste ropa sencilla, sin adornos, a excepción de unas pulseras de cuerda que asoman por debajo de la manga. Saca de su bolsillo un móvil y busca en él algún tipo de información. Cuando parece que ya la ha encontrado, levanta la vista y esboza una sonrisa que parece sincera.
—Me llamo Claire. ¿Y tú?
Se me escapa una carcajada.
—¿De verdad? Llevo no sé cuantas horas aquí encerrada y de pronto llegas tú y me hablas como... ¿si nos acabáramos de conocer en un bar tomando unas cervezas? ¿Vas en serio?
Su gesto cambia durante los pocos segundos que tarda en apuntar algo en su teléfono y al acabar de nuevo me sonríe.
—Entiendo que todo esto es difícil para ti, pero estoy aquí para facilitarte las cosas. Colabora conmigo y todo saldrá bien.
Eso ya lo he oído antes.
—Tu "amigo" también me dijo eso antes de clavarme una jeringuilla pero no veo que mi situación haya mejorado en absoluto.
Ella entrecierra un poco los ojos, lo que me confirma que me está analizando, cosa que no soporto que hagan.
—¿Qué quieres? ¿Saber si tus amigos están bien? Lo están, te doy mi palabra. Y casi diría que están colaborando mejor que tú, excepto, ese chico... Neo. Tiene una actitud muy parecida a la tuya.
Oír su nombre hace que no pueda evitar preocuparme.
—¿A qué te refieres?
—A que no se prestó a nada hasta que pudo confirmar que tú estabas bien, Ari.
Doy un respingo al oírla.
—Sabes mi nombre. ¿Por qué me lo has preguntado entonces?
—Solo estaba comprobando tu actitud. Quería ver si eras amigable o estabas en un nivel de alerta alto. Está claro que es lo segundo —responde divertida.
Yo en cambio, no le encuentro la gracia.
—Puedo resultar muy amigable, te lo aseguro, pero creo que las circunstancias no son las idóneas. Para empezar lo de las esposas no ayuda.
—Entenderás que hemos de tomar ciertas precauciones. Bien, he de hacerte unas preguntas y te recomiendo que seas todo lo sincera que puedas. Si no respondes la verdad, puede resultar muy perjudicial para ti.
—¿Me puedo negar?
Por intentarlo que no quede.
—No. Si no lo haces por las buenas, tendremos que endurecer tu situación. Esto es un mero trámite, Ari. Colabora y saldrás ganando, te lo aseguro.
Esboza una enigmática sonrisa y sin esperar mi conformidad, comienza a enunciar las preguntas. Cuando he contestado a varias de ellas, me doy cuenta de qué se trata. Sin embargo, no acabo de entender el motivo de realizar esta evaluación.
Después de contestar a la última pregunta, ella se levanta y se acerca a la puerta dispuesta a irse.
—¿Y ya está? —pregunto.
Claire se da la vuelta y me mira.
—¿Qué quieres? ¿Que te dé las gracias?
—No. Quiero saber por qué me acabas de realizar el Test de Robert Hare.
—¿Cómo dices?
Sin embargo, sé que sabe perfectamente de lo que le estoy hablando.
—La escala para la evaluación de la psicopatía.
Claire deja la linterna un momento en el suelo y me aplaude.
—¡Bravo! Realmente eres una chica lista. Diré que te pongan doble ración mañana.
—¡Espera! Por favor, solo quiero saber que me has dicho la verdad y que todos están bien. Que Neo y David están bien —Se me hace un nudo en el estómago solo de pensar que pueda haberme mentido.
Su gesto cambia, sabe que se lo estoy pidiendo en serio.
—No te preocupes por ellos.
Recuerdo lo mal que llevó David el viaje en furgoneta, por estar en un espacio tan reducido.
—David... tiene claustrofobia. ¿Está en una habitación como esta? No es justo que tenga que pasar por esto, para él supone un problema añadido. Por favor, asegúrate que está bien, ¿de acuerdo? Colaboraré en todo, pero prométeme que te ocuparás de que mis amigos estén bien. Neo, Jamie, Mikael, Set, María. Todos.
—Te va haciendo falta una ducha. Te conseguiré algo de ropa limpia.
Sale de la habitación y el tipo que hasta ahora ha esperado junto a la puerta, me quita las esposas y se va sin dedicarme ni una mirada.
A oscuras de nuevo, aporreo la puerta rabiosa.
—No voy a permitir que les pase nada, ¿me oyes Claire? Haré lo que sea necesario, ¡lo que sea! ¡No les abandonaré a su suerte!
Siguiente día. Esta vez, Claire es la primera en visitarme, lleva un montón de ropa bajo el brazo y se apoya en el marco de la puerta mientras los dos hombres, a los que ya he bautizado como Tim y Tom, me colocan la capucha y me sacan sin mucho cuidado al pasillo. No tardo en darme cuenta de que el camino que recorremos es más largo de lo habitual pero aun así, sé que continuamos en el mismo edificio.
Cuando me retiran la tela, descubro que estoy en unos amplios baños con varias duchas al fondo. Las paredes son de cemento, igual que el resto de las habitaciones y esto me hace pensar en barracones, quizás incluso un búnker.
Tim y Tom salen dejándonos a Claire y a mí a solas.
—No se te ocurra ninguna tontería —dice sacando una pistola de la cinturilla de su pantalón—, me fastidiaría mucho tener que usarla.
Me lanza la ropa y una bolsa de tela.
—¿Qué es? —pregunto.
—Algo de jabón, pasta de dientes y un cepillo. No podrás quedarte nada de eso, pero te vendrá bien utilizarlo. Date prisa, ¿de acuerdo?
Me acerco a una de las duchas y veo una toalla colgada en su interior. Hago un montón con mi ropa sin prestar atención a si ella me está mirando. Encuentro una pastilla de jabón en la bolsa y la cojo antes de meterme bajo el chorro de agua. Aprieto los dientes, pues aunque no está fría, tampoco todo lo caliente que me gustaría y sin embargo, mi cuerpo agradece notar el agua resbalando por él. Me apresuro a frotar cada centímetro de mi piel con la pastilla y a enjabonar mi enmarañado pelo. Hace días que no me veo en un espejo pero imagino que mi aspecto debía ser espantoso.
Al acabar, me envuelvo en la toalla y busco entre las prendas. Hay ropa interior, que prefiero no saber a quién pertenece. Un buzo de aspecto militar color arena y unas zapatillas de lona, sin cordones. Me visto con todo ello y por último me acerco a los lavabos. No hay espejos, así que desenredo mi pelo y a falta de cepillo de dientes, deposito un poco de pasta en mi dedo y froto mis dientes. Cuando me aclaro la boca, me doy cuenta de cuánto necesitaba todo esto y miro a Claire agradecida.
Le entrego la bolsa de vuelta y mi montón de ropa sucia. De nuevo mis guardaespaldas personales me colocan la capucha, solo que, en vez de llevarme de vuelta a mi "celda", en cuanto me sientan y noto las correas sujetar mis brazos, sé que estoy en la que llamo, sala de observación. El jefe, entra de nuevo, con su camisa de cuadros y su aire de hombre serio, solo que esta vez no lleva una jeringuilla en la mano, sino un aparato que coloca en la mesa frente a mí.
—¿Me va a decir de qué se trata esta vez? ¿O le gusta hacerse el interesante conmigo?
Veo como una media sonrisa aparece en su rostro, pero no tarda en borrarla de él.
—Todo a su debido tiempo.
—Eso dijo ayer y antes de ayer.
Sin añadir más, pulsa un botón del dispositivo y abandona la sala. Unos minutos después, nuevas imágenes aparecen en la pantalla, solo que esta vez se tratan de escenas de mayor duración, momentos históricos, grandes victorias, escenas de guerra, sucesos terribles... no puedo mostrarme indiferente a lo que mis ojos ven, paso por todos los estados, alegría, tristeza, dolor, amor, indignación... En ese momento caigo en la cuenta. De golpe todo encaja. Todas estas pruebas... estaban midiendo mi nivel emocional. Dejo de mirar las imágenes y observo el aparato, ¿Qué puede ser? El estimulador y los sensores, seguro que sirvieron para medir mi actividad emocional cerebral. El test fue para descartar una psicopatía y esto...
Cuando el hombre regresa, le suelto de buenas a primeras:
—¿Una cámara termográfica?
Pulsa el mismo botón de antes, para detener el aparato y me observa durante unos segundos con el ceño fruncido.
—¿Hasta dónde has sido capaz de atar cabos? —pregunta interesado.
—¿Ahora es usted el que hace preguntas? Interesante...
Puedo ver como mi tono impertinente le molesta, sin embargo, él se lo ha buscado. Abandona la habitación y minutos después me encuentro de nuevo en la mía, dando buena cuenta de la comida que me han dejado. Al acabar, me tumbo en el colchón e intento organizar toda la información que tengo hasta el momento. No sé cuanto tiempo pasa, y mi conclusión final me preocupa. Aunque lo que estemos pasando sea una mera evaluación para decidir si somos empáticos, no termino de conocer sus intenciones, ni me gusta su forma de hacer las cosas. Además, esta situación se está alargando y no tengo ninguna prueba de que mis compañeros se encuentran bien. Cuanto más pienso en eso, más convencida estoy de que tengo que actuar lo antes posible. Por lo menos, llegar hasta ellos y asegurarme.
Me siento en el colchón decidida a tomar cartas en el asunto. Cojo la cuchara y la bandeja de la comida, ahora ya vacía y me acerco a la puerta.
—¡Necesito ir al baño! —grito, recordando que después de la sala de observación, no me han llevado.
Me coloco al lado del marco y me preparo, con la bandeja en alto, las piernas separadas y los músculos en tensión. Cuando se abre la puerta y uno de los hombres, no sé si Tim o Tom, asoma por ella, le pego con la bandeja en la cara con todas mis fuerzas. Este cae hacia atrás atontado mientras echa mano a su nariz.
—Esta niñata me ha roto el tabique.
Antes de que a su compañero le de tiempo a reaccionar, suelto la bandeja y me abalanzo sobre él, empuñando la cuchara, sin embargo no soy lo suficientemente rápida y antes de clavársela en el cuello, él me sujeta por la muñeca y me gira, inmovilizandome contra su cuerpo. Aun así tengo oportunidad de morder su mano y el alarido de dolor que escapa por su garganta me taladra los oídos. El problema es que no afloja su agarre y de un empujón me lanza dentro del cuarto otra vez y cierra la puerta. Sin respiración por el esfuerzo, con los músculos doloridos y frustrada por no haber conseguido mi propósito, rompo a llorar.
Apenas pasan unos minutos, cuando la puerta se abre y en vez de mis guardaespaldas, veo en el umbral, una camisa de cuadros que me resulta más que familiar.
—Acompáñame.
Me paso las manos por la cara para arrastrar con ellas los restos de mi llanto y me pongo de pie de un salto, al ver que esta vez no hay capuchas, ni esposas, ni nada más por medio. Por primera vez desde mi reclusión, salgo al pasillo pudiendo ver lo que hay a mi alrededor. Una luz amarillenta, que proviene de los focos dispuestos a lo largo del pasillo, es toda la iluminación de la que dispone el lugar. El hombre echa a andar y no dudo en seguirle. Cualquier cosa con tal de abandonar mi encierro. Después de varios giros, e infinidad de puertas a ambos lados, subimos unas empinadas escaleras y salimos a un piso exterior, a lo que parece la parte baja de un gran almacén.
—Soy Víctor —me dice cuando me sitúo a su lado.
Le miro totalmente sorprendida, pues lo último que esperaba es que ahora se presentara, así por las buenas, como si nos acabáramos de conocer.
—De acuerdo Víctor, ¿ahora me vas a contar de qué va todo esto? —Aprovecho su cordialidad para tutearle.
—Es solo que en este lugar tenemos que estar muy seguros de que cada persona que llega aquí es apta. No queremos engaños, tenemos que comprobar que sois empáticos de verdad. Que vuestras emociones son reales y no fingidas.
Nunca había pensado que alguien fuera capaz de llegar hasta aquí con semejante engaño.
—Algo me dice que es la experiencia la que os ha llevado a hacer las cosas así, pero deberíais saber que vuestro método no es muy hospitalario que digamos.
—Normalmente la gente es más dada a colaborar, tú en cambio, acabas de romperle la nariz a uno de mis hombres.
Imagino que si él supiera una pequeña parte de todo lo que pasado durante los últimos meses, entendería mis reticencias. Pero no seré yo la que le explique nada de todo eso.
—Entiendo que si estoy aquí es porque he pasado la prueba, ¿no?
—Así es. Todos los exámenes que has realizado han sido más que satisfactorios. Ven, salgamos fuera.
La claridad del exterior me ciega y no tengo más remedio que entrecerrar los ojos. Antes de poder distinguir lo que hay frente a mí, el olor a salitre me lo adelanta. Mar.
Pestañeo varias veces para acostumbrar mi vista y lo primero que capto es su tono azul verdoso. La temperatura es agradable, apenas sopla una suave brisa y por la posición del sol, debe ser media tarde. Giro sobre mí misma y al momento entiendo dónde me encuentro. Es un puerto comercial, hay varios almacenes, grúas y sobre todo, cientos de contenedores de diferentes colores apilados.
Estamos en una zona de atraque de grandes barcos y Víctor se acerca al borde, me hace un gesto para que le acompañe, sin embargo no me siento nada segura, ya que el mar se encuentra a varios metros por debajo de nosotros. Me detengo a más de un metro de distancia y miro el agua con cierto temor.
—¡Ah, sí! Tienes vértigo...
Le miro extrañada ya que yo no se lo he contado y aún así lo sabe.
—¿Cómo...?
—Esos exámenes nos han dado mucha información sobre cada uno de vosotros. Tu reacción ante ciertas imágenes fue muy clara.
De golpe me siento expuesta, como si hubieran mirado en mi cabeza sin permiso.
—¿Mis compañeros están bien? ¿Siguen recluidos?
—Tranquila —Esboza una sonrisa que no me resulta tranquilizadora—, según vayan finalizando las pruebas, determinaremos qué haremos con ellos.
Una alarma salta en mi interior.
—¿Determinaréis? ¿Qué ocurre si alguno de ellos no supera las pruebas satisfactoriamente para vosotros?
—Ahora mismo lo vas a ver.
Me hace un gesto con la cabeza y yo me giro con temor, pues no sé si quiero saber a qué se refiere. A varios metros, de otro almacén, salen dos hombres sosteniendo a otro, maniatado. No puedo ver de quién se trata pues lleva la cabeza tapada, sin embargo, al fijarme en su jersey, mi corazón se acelera.
—Neo, no. ¿Qué van a hacer con él? —le grito a Victor asustada —. Es imposible que sus pruebas no hayan salido bien.
—No podemos mantener aquí a gente que no encaja dentro de nuestros parámetros y tampoco podemos dejar que se vayan sin más. Entiéndelo, si alguien contara dónde estamos... sería nuestro fin.
Me giro de nuevo, sin terminar de entender lo que está ocurriendo. Los dos hombres le quitan la capucha y veo cómo pestañea, intentando enfocar la vista.
—¡Neo! —grito desesperada. Echo a correr hacia él pero Víctor me detiene y aunque forcejeo, no soy capaz de soltarme.
Neo reacciona al oír mi voz y aunque intenta llamarme, la mordaza sobre su boca, se lo impide. Los tipos le acercan al borde y yo peleo por librarme del abrazo de Víctor. Veo cómo Neo niega, como si quisiera decirme que no luche, que no hay nada que hacer. Sin embargo yo no estoy dispuesta a aceptar este final. De un empujón, Neo es lanzado al agua, atado de manos, a sabiendas de lo que eso supone.
—¡No!— El chillido desgarrado que brota de mi garganta se pierde en la inmensidad del mar.
Victor me suelta, al notar que mi forcejeo desaparece, sin embargo, yo no me he dado por vencida. Con los latidos de mi corazón resonando en mis oídos echo a correr. Ellos no lo entienden, con Neo las cosas siempre son o todo o nada. Y ahora mismo estoy tomando esa decisión. O todo o nada.
No pienso más.
Y salto.
¡Tachaaaan! Y ahora es cuando me decís que os ha dado un ataque de nervios con el final del capítulo...
Bueno, para empezar, ¡hola a todxs! y Feliz Navidad para lxs que os gustan estas fiestas, para lxs que no... espero que no se os hagan muy largos estos días.
Siento haber tardado en actualizar, ando con los horarios del revés, pero espero que haya merecido la pena.
¿Qué os ha parecido el capítulo? Nuevos personajes por si os parecía que teníamos pocos, jajaja
En fin, espero que me perdonéis el dejaros con la historia en semejante momento crítico, pero así podéis hacer cábalas sobre lo que creéis que sucederá después.
Y aún quedan más sorpresas... No voy a contar más, espero que tengáis paciencia porque no tengo escrita ni una línea del siguiente capítulo, ¡voy sobre la marcha!
Os recomiendo que escuchéis la canción del multimedia "Héroes" de Sôber, me parece que la letra tiene mucho que ver con el capítulo y es una canción genial.
Como siempre, mil gracias por leerme, por vuestros votos y sobre todo por vuestros comentarios, de verdad que me hace mucha ilusión ver cómo vivís la historia, con tanto entusiasmo. Tenéis un pedacito de mi corazón. Que lo sepáis.
¡¡¡Millones de besos!!!
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