Capítulo 14


Me despierto y es muy temprano, apenas ha empezado a amanecer. Pienso en la Ari de aquí, en si le estaré quitando una pequeña parte de si vida por ocupar su lugar, pero desecho la idea. Lo importante es poderla ayudar.

Oigo ruido amortiguado en el piso de abajo, así que decido bajar. Antes de cerrar la puerta miro a David que duerme plácidamente. Abajo, en la cocina está mi madre.

—¿Te puedo ayudar?

Se sobresalta pero me mira y sonríe.

—Vaya, que madrugadora. Toma.

Me da unos platos y yo los voy colocando en la mesa mientras la observo con disimulo. ¿Qué pensaría mi madre si se viera así? El pelo largo y sin teñir, la cara limpia, sin maquillaje, la ropa sencilla... y ocupándose tranquilamente de las tareas de la casa. Pero sobre todo feliz. No digo que mi madre no lo sea, pero lo es de otra manera y aquí veo una felicidad más limpia y pura, sin artificios. Y eso me gusta.

Le ayudo a terminar de poner la mesa y lo hacemos en silencio. No siempre es necesario hablar.

Mientras mi madre prepara unas tortillas y yo hago el zumo, entra mi padre en la cocina. Me da un beso en la frente y a mi madre uno en los labios.

—Buenos días.

—Buenos días -respondo con una sonrisa.

Mi madre sirve la comida en los platos.

—Deberías ir a despertar a David, antes de que se enfríe el desayuno.

Subo las escaleras de dos en dos y entro en la habitación como un huracán. Esta claro que me han contagiado su buen humor. Sin pensarlo salto sobre él en la cama.

—Despierta dormilón. —Veo como empieza a desperezarse- nos espera un riquísimo desayuno. Despierta de una vez.

Me bajo de la cama y busco en el armario algo para ponerme. Elijo unos vaqueros, camiseta y zapatillas de loneta, aunque tampoco hay mucho más donde elegir. Aprovecho que todavía está adormilado para cambiarme y cuando me acerco al borde de la cama para atarme las zapatillas, le veo sentado frotándose los ojos. Hasta el pelo revuelto le queda bien.

—Espero que esta no sea tu forma habitual de despertar a la gente.

Me sonríe mientras rebusca entre una torre de ropa buscando qué ponerse. Cuando se quita la camiseta no puedo evitar fijarme en sus abdominales y su piel tersa y bronceada, pero aparto la vista antes de que me descubra observándole.

Bajo las escaleras trotando y él me sigue. Mis padres ya están sentados pero no han empezado a comer. Nos unimos a ellos y como con entusiasmo. David me mira de reojo y creo que no termina de entender por qué estoy tan contenta. Pero es así. Me gusta la idea de comer en familia, de compartir con ellos ese tiempo y poder charlar, aunque sea de las cosas más intrascendentes. No recuerdo la última vez que comí con mis padres. Siempre estábamos ocupados y nuestros horarios difícilmente coincidían. Tampoco le dábamos importancia a compartir un momento así. Ahora comprendo lo importante que es. Y me gusta cómo me siento.

—Chicos, Mathias os estará esperando para las tareas de hoy. —Mi padre termina su zumo de un trago—. Yo también me tengo que ir ya. Luego nos vemos.

Le da otro beso a mi madre antes de salir por la puerta de atrás.

—¿Quieres que te ayude? —me ofrezco. Y eso que no me gusta nada recoger.

—No, tu padre tiene razón. Tenéis cosas que hacer.

David se levanta.

—Gracias por el desayuno.

Mi madre le responde con una sonrisa.

Salimos por la puerta principal y Neo ya está esperándonos. Se me hace raro no verle vestido de negro y gris, parece otro.

—Hola Neo.

—Bien, veo que los tres seguimos aquí.

No sé cómo podía dudar de algo así.

—¿Cómo sabes que somos nosotros?

Resopla y se pasa la mano por el pelo corto.

-Verás, aquí no me llaman Neo. Mi nombre es Owen.

—Esto sí que es una sorpresa.

—¿Owen? —pregunta David.

—Sí, no pensaríais que de verdad me llamaba Neo, ¿no?

Se me escapa una risita.

—Llevo tantos días llamándote así, que no había pensado en ello. —Hago una pausa—. Así que Owen. Suena serio, pero me gusta.

—Pues a mí no, hace años que nadie me llamaba así. Y no es lo único que me he encontrado en esta realidad que no me gusta. Pero tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos ahora.

—Bueno la verdad es que no he indagado mucho en mis recuerdos, creo que ya sabéis el motivo.- no quería pensar en Beth.

—Yo tampoco —añade David—. El día de ayer no nos dio muchas oportunidades de analizar nada. Y por la noche el sueño pudo conmigo.

Neo nos sonríe.

—Así que el único que sabe lo que pasa aquí soy yo.

Se nota a la legua que le encanta saber más que nadie.

—Os lo resumiré mientras vamos a ver a Mathias. Esta sociedad está mucho más desarrollada que la nuestra. Aunque es el mismo año, los avances científicos y tecnológicos son mayores que los nuestros.

No puedo evitar mirar alrededor. David se me adelanta.

—Pero si no hay móviles, ni ordenadores, ni televisión. No hay tecnología.

—Te lo aclaro. No hay tecnología aquí, en el campo. En la ciudad tienen de todo. Pero es una zona restringida.

Tiene razón. Fragmentos de recuerdos me muestran una gran urbe llena de carteles holográficos, ordenadores de última generación...

—Al parecer hace unos cuarenta años las personas que gobiernan comenzaron a separar a la población con más recursos y nivel adquisitivo del resto. Al principio fue tan discreto que la mayor parte de la población no se dio cuenta de lo que pasaba hasta que ya nos habían dividido en dos grupos.

—¿Ricos y pobres? No me puedo creer que todavía haya lugares en los que sucedan cosas así. —Y sé que estaría igual de indignada aunque estuviera en el otro bando.

—Esto va más allá de ricos y pobres. Los primeros en instalarse en las ciudades fueron las personas con más dinero y poder. Ellos se encargaron de organizar el nuevo gobierno. Después dieron el segundo paso que fue dar trabajo en las ciudades a los máximos representantes en todos los campos y a todas las personas con un nivel intelectual por encima de la media. Para desarrollar una nueva sociedad, necesitaban a lo mejor de lo mejor para poder progresar. Al resto de las personas que vivían en las ciudades se las expulsó y se restringió el acceso a estas y a todos sus recursos. Los que viven en las grandes urbes lo tienen todo. Dinero, poder adquisitivo, tecnología, los mejores hospitales y colegios... Todo. Pero el principal problema no es ese. Hay algo peor.

—Explícate mejor. —David está preocupado.

—Veréis, hace unos veinte años la investigación médica hizo un descubrimiento sin precedentes. Al igual que en nuestra realidad, aquí el cáncer se convirtió en la principal causa de mortalidad y su erradicación era primordial. Pues bien, descubrieron que la sangre 0-, ya sabéis la de tipo universal, sirve para regenerar tejidos cancerosos, incluidos órganos, mediante un proceso que llaman Antax. Al principio decidieron utilizar donaciones de sangre, muy bien pagadas para comenzar a tratar a los enfermos y los resultados fueron asombrosos. Incluso vieron la posibilidad a largo plazo de encontrar una forma de ralentizar el proceso de envejecimiento natural del cuerpo.

—Increíble.

—El problema fue que en poco tiempo las reservas de 0- se agotaron. No sé si lo sabéis pero sólo un pequeño porcentaje de la población tiene este grupo sanguíneo. Pidieron voluntarios, pero la gente se negó ya que sólo se beneficiaban de este compuesto las personas que vivían en las urbes. Pura discriminación. Así que, ¿qué creéis que pasó entonces?

Busco dentro de mi cabeza y no tardo en hallar la respuesta.

—Que cuando los que ostentan el poder no consiguen lo que quieren por las buenas, lo hacen por las malas.

—Exacto. Aprobaron leyes en las que se obligaba a entregar a todas las personas con grupo sanguíneo 0- a las autoridades. Incluso los niños a partir de tres años son separados de sus familias. Cada cierto tiempo las patrullas visitan los pueblos para realizar análisis a todos los habitantes. De nada sirve esconderse. Utilizan a estas personas para sus fines, aunque según ellos no es tan malo como parece. Es un premio, porque se pueden beneficiar de vivir en las urbes. Se les facilita alojamiento, se les da comida, medicinas, a los menores una educación y a los mayores un trabajo. Cubren los puestos obreros por toda la ciudad: en las fábricas, limpieza, construcción... "una vida perfecta".

—Sí, sería perfecto, si no fuera porque periódicamente les extraen sangre, porque les separan de sus familias para siempre... No tienen elección. —David aprieta los puños—. ¡No son obreros!¡Les utilizan como esclavos!

—Y cuando ya no resulta útiles, no les dejan volver con sus familias, simplemente se deshacen de ellos. Lo más curioso es que esta ley también afecta a los habitantes de la urbe, pero con ellos se hace de forma solapada. Cuando los bebes nacen se les analiza la sangre, si es 0-, no son entregados a los padres y estos deben hacer como que ese niño no ha existido nunca. Es "por el bien de la comunidad". Como las probabilidades de un cero nacido dentro de las urbes son mínimas, esta situación pasa desapercibida para la mayoría. Sólo en el exterior sabemos la realidad de lo que se está haciendo. - Neo golpea el suelo con la punta de la zapatilla y levanta una pequeña nube de polvo- Bien, vayamos al hangar. Mathias nos espera. Luego podremos seguir hablando.

Mientras caminamos en silencio, pienso en Dani. Ahora lo entiendo todo. Pudieron esconderle hasta que cayó enfermo y entonces Beth optó por entregarle a cambio de salvar su vida. Con lo que sé ahora, creo que fueron unos estúpidos al intentar recuperarle después de esa forma. Era un suicidio y me da rabia pensar que mi hermana murió en balde. Ese plan no tenía ninguna posibilidad. Tengo que pensar en una forma de llegar hasta Dani, aunque estoy tan perdida en estos momentos que no sé cómo llevarlo a cabo.

El hangar está cerca, aunque cuando llegamos lo que veo es un gran almacén que por supuesto no esconde ningún avión en su interior. Lo que hay dentro son los dos camiones de ayer y varias personas se afanan en apilar las cajas y sacos en el suelo.

Mathias es el mismo hombre que daba las órdenes ayer, lo que me confirma que es el cabecilla del grupo. Se acerca sonriente a saludarnos.

—Buenos días chicos. Espero que hayáis descansado bien porque hoy nos espera mucho trabajo. —Pone su mano en el hombro de David—. Mi mujer te espera en el hospital. Aprovecha para llevar esas dos cajas de ahí. Son los medicamentos que necesitaban.

David asiente y coge las cajas.

—Luego nos vemos.

Le veo irse sin dudar, así que debe haber recordado sin problemas el camino.

Es curioso ver cómo nuestros gustos y habilidades no parecen muy diferentes de una realidad a otra. Por lo que conozco a David no me extraña que se encargue de ayudar en el hospital. Es su vocación.

—Ari, ayuda a Lilian con las cajas. Owen, ven conmigo.

Me despido de él con la mano mientras veo cómo pone los ojos en blanco. Está claro que no le gusta que le llamen así.

Me acerco a Lilian, una chica de unos treinta años, de pelo cobrizo y cara salpicada de pecas.

—Hola Ari. Ven échame una mano con esto.

La ayudo a vaciar una de las cajas y apunto su contenido: sal. Siguiente caja, azúcar, siguiente, aceite, siguiente, chocolate... son alimentos que no podemos producir nosotros mismos. También hay papel higiénico, bombillas, herramientas, un par de ordenadores...

Ahora empiezo a entender por qué es tan necesario correr riesgos como los de ayer.

—Oye Ari, ¿estáis bien David y tú?

Me sorprende la pregunta, pero sé que ella es una de las personas con la que más confianza tengo aquí y por tanto es una de las primeras que puede sospechar algo. Me empiezan a sudar las manos.

—No, bueno...¿por qué lo preguntas?

Lilian me sonríe.

—Siempre te da un beso cuando se va. Siempre. Aunque sólo vaya a estar unos minutos sin verte. —Se les escapa una risita—. No puede evitar hacerlo.

Ay. No pensé en que aquí ellos podían tener una relación mucho más estable que la nuestra y que tenemos que tener más cuidado con sus costumbres. Está claro que no es suficiente con dormir en la misma habitación. Así que me invento una excusa.

—Verás está enfadado conmigo por empeñarme en ir a los almacenes ayer. —Hago una pausa—. Ya sabes cómo es de protector conmigo.

—Sí, es verdad. Siempre piensa que te puede pasar algo. Seguro que intentó persuadirte pero con lo cabezota que eres...

"¿Soy cabezota? Sí, supongo".

—Bueno, no pasó nada, así que no sé dónde está el problema.

Parece que la mentira ha funcionado.

—¿El problema? Ari, si hay que hacer algo arriesgado... tú siempre formas parte de ello. No eres capaz de quedarte al margen y seguro que él desearía que alguna vez fuera así.

Va a resultar que mi mentira, no lo ha sido tanto y ellos tienen un conflicto real con mi tendencia al riesgo. No me lo puedo creer, ¿yo valiente? Siempre me he considerado una cobarde, pero esta Ari me está sorprendiendo. Espero estar a la altura.

Pasamos las siguientes dos horas contando el resto de la mercancía y separándola por grupos. Una vez organizada así, Lilian saca una hoja con los nombres de las familias y su número de miembros y comenzamos a hacer un reparto igualitario de las provisiones. Sobra una parte destinada a su almacenaje para el fondo común que curiosamente se guardada en un agujero excavado en el suelo del almacén. La trampilla está tan bien disimulada que quien no lo sabe ni en cien años la encontraría.

Durante el resto de la mañana llevamos a cada casa la parte de suministros que le corresponde hasta que tachamos todo el listado de la hoja. Aunque estoy agotada, ha sido increíble ayudar así ya que todo el mundo agradecía tu trabajo, al recibir su parte.

Lilian se despide de mí para ir a su casa a comer pero lo que dice me descoloca.

—Hasta luego Ari. ¿Ya has pensado en tu clase de esta tarde? ¿De qué les vas a hablar hoy? No sabes lo que te echó de menos ayer Lucas. Dice que con Amelia es muy aburrido, ya me entiendes.

"¿Clase? ¿Qué clase?".

—Eh, bueno, no lo he pensado. Seguramente improvisaré. —Esbozo una sonrisa para resultar más creíble, pero se me ha formado un nudo en la garganta y no puedo ni tragar. "Piensa".

Me veo dando clase, en un aula con algo menos de veinte niños y chavales de diferentes edades. Les hablo de historia, libros, filosofía... veo sus caras de asombro y cómo prestan atención a cada una de mis palabras. "Dios mío. ¿Qué voy a hacer?".

Mientras camino de vuelta a casa cargada con el paquete que le corresponde a nuestra familia, David me alcanza y parece muy contento.

—Deja que te ayude. —Coge la caja antes de que pueda protestar—. ¿Qué tal la mañana?

—Muy ocupada, hemos repartido un paquete de estos a cada una de las familias del pueblo y te aseguro que son unas cuantas. -le miro de reojo- ¿Y tú? Pareces muy contento.

—Y lo estoy. Te parecerá absurdo, pero por primera vez me he sentido útil. He podido ayudar y estoy satisfecho. —Respira hondo—. Verás, Olivia, la mujer de Mathias es cirujana y se encarga del hospital. Bueno, por llamarlo de alguna manera. Es tan pequeño que a duras penas cubre las necesidades de la zona, porque también vienen de los alrededores buscando ayuda. Además los recursos son tan limitados... no tenemos acceso a las medicinas excepto las que nos llevamos por la fuerza como ayer, así que en ese aspecto es un poco frustrante.

Jamás le había visto hablar de nada con tanto entusiasmo.

—¿Y recordabas cómo hacer las cosas?

—Sí, es muy curioso. Yo nunca había puesto una vía o extraído sangre, pero hoy lo he hecho sin problemas, porque en esta realidad sé hacerlo. Es como si primara el instinto y la intuición por encima del pensamiento.

Me pregunto si hay alguna posibilidad de que me pase lo mismo esta tarde.

—Estás muy pensativa, ¿qué te preocupa?

—Estoy metida en un buen lío. Resulta que algunas tardes, doy clase a los niños del pueblo.

David me sonríe y me da un pequeño codazo.

—Bueno, ¿no es eso lo que siempre has querido?

Claro, como él está entusiasmado con su trabajo en el hospital, lo ve todo muy fácil.

—Sí, pero después de una carrera universitaria, con un poco más de experiencia... no sé de qué les voy a hablar, ¡no sé qué enseñarles!

—Enséñales a pensar.

Su frase me demuestra que me escuchó el día que hablamos subidos en el árbol. Parece que han pasado siglos desde aquel día. De acuerdo, les enseñaré a pensar.

Llegamos a casa y mi madre se muestra entusiasmada al ver el contenido de la caja. Está claro que hacía tiempo que no tenían algunas de las cosas.

—Azúcar, aceite, ¡chocolate! —Se acerca la pequeña tableta a la nariz para inspirar su olor—. Haré un bizcocho. ¡Sal! Menos mal, ya casi no me quedaba. Y habéis conseguido conservas. Dios mío, ese almacén contenía verdaderos tesoros.

—Sí, pero a ese ya no podrán volver. —Mi padre acaba de llegar—. Ahora estará más vigilado.

—Elegiremos otro. —David se frota la barbilla, pensativo—. No tardaremos en hacer otra incursión. Olivia necesita más medicamentos y material para el hospital.

No me lo creo. No llevamos ni un día y David ya se comporta como si ésta fuera su vida real. Me parece increíble que alguien como él tan tranquilo y precavido se esté implicando así. Ya no es por mí, lo hace por sí mismo. Y me alegro porque no quiero ser yo el motivo que dicte sus actos.

—Es una suerte que no puedan almacenar todos los suministros dentro de la ciudad —añade mi madre—. No sé qué sería de nosotros si no pudiéramos conseguir ciertas cosas, sobre todo los medicamentos. Carecer de algunos alimentos es una cosa, pero no poder cubrir las necesidades del hospital... eso es lo peor.

Cuando obtienes las cosas fácilmente, yendo al supermercado o a la farmacia, no se te pasa por la cabeza lo que puede suponer, no tenerlas. Oyendo a mi madre comienzo a entender la verdadera envergadura de su situación. Es tan injusto...

Comemos puré de patatas con guisantes y carne estofada y he de decir que mi madre es una gran cocinera.

Después David y yo recogemos la mesa y fregamos los platos, es lo menos que podemos hacer. Me relaja hacerlo y me ayuda a no pensar en lo que viene a continuación.



¿Qué os ha parecido el capítulo? Poco a poco vamos conociendo los secretos que se esconden en esta dimensión, pero todo es más complicado de lo que creían. Esta realidad poco tiene que ver con la suya y aún no saben lo peligroso que es lo que se traen entre manos. ¿Serán capaces de encontrar la forma de llegar hasta Dani?

¡Gracias por leerme!


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