🌺; Tercer pétalo.

   Mikaela no podía evitar sentirse molesto por la constante presencia de Yoichi los días siguientes a aquel. Su mandíbula se presionaba y su corazón ardía de celos cuando el chico hacía reír a Yuu, cuando le daba cumplidos o le compraba las golosinas que tanto le gustaban.

—No me agrada cuando él está cerca de ti.

—Ay, Mikakkun —rio—. No seas celoso, amor —besó sus labios—. Él es sólo mi amigo. Tú eres mucho más que eso y el único que tiene mi corazón.

   Aunque muchas veces, él lo calmase con palabras como esas y besos dulces de por medio, sentía mucho miedo cuando Yoichi se aproximaba a ellos, con aquella sonrisa radiante y su novio inmediatamente la correspondía con una mucho más luminosa. Tenía miedo de ser dejado atrás por el chico de preciosos ojos radiantes. Le aterraba que, en cualquier momento, él decidiera irse con el castaño si le decía que todo había sido parte de una tonta apuesta. Pero Yuu iba a entenderlo, ¿cierto? Si era sincero y le decía que los sentimientos que había desarrollado por él, eran completamente reales, Yuu le creería porque era la verdad, ¿cierto?

   Su cabeza era un descontrol de dudas y su pecho uno de emociones. La angustia de saber que cabía la posibilidad de que el chico no le perdonase, era tal, que incluso su rendimiento en el deporte que practicaba con tanta devoción, se vio afectado.

—Shindo —lo llamó el entrenador, luego de notar que había fallado un penal por octava vez.

   Él, más frustrado que nunca, hizo volar hacia el cielo de una patada la pelota de fútbol, tan fuerte que aquella salió disparada afuera de la cancha. Algunos de sus compañeros le increparon, otros lo miraron con burla; incluso hubo unos cuantos a los que ni siquiera les interesó demasiado, pero todos sospechaban que sus días, últimamente, no eran los mejores. Vio a su mejor amigo echarle un vistazo de reproche.

—¿Pasa algo? —preguntó el hombre, arrimándolo a sentarse en una de las gradas del lugar, mientras los demás continuaban practicando y, de paso, observándolo con atención, ansiosos de descubrir qué rondaba por la mente del rubio.

—¿Algo como qué? —dijo con rudeza, suspirando al limpiar el sudor de su frente.

—¿Algo que te tenga tan ido? Si eres el capitán del equipo, no es precisamente por fallar ocho tiros libres...

   Frunció los labios en una mueca, negando con su cabeza y ahogando la frustración que ansiaba gruñir y maldecir sin decoro.

—No volverá a pasar.

—Eso has estado diciendo en la última semana, Shindo —recriminó—. ¿Qué es lo que causa que el jugador estrella no pueda ni siquiera marcar un gol tan simple? Debe ser bastante grave, considerando que ni siquiera prestas atención a lo que tienes delante —sentenció, señalando la gran marca enrojecida en su mejilla, cuando el balón se estrelló contra su rostro mientras su mente divagaba hacia otra parte, muy lejos de allí.

   Cerró los ojos y recostó la nuca contra el escalón superior.

—En realidad, es sólo una estupidez.

   Porque lo era. Ni siquiera comprendía por qué seguía dándole vueltas al mismo tema. Sentía que merecía lo que le estaba pasando por ser tan idiota; una suerte de situación derivada del karma.

—No creo que lo sea. Cuéntame, anda. Puedes confiar en mí, muchacho.

   Lo meditó bastante antes de abrir la boca. Quizás era bueno pedir la opinión de alguien ajeno al problema que no sea su paliducho mejor amigo que sólo se dignaba a regañarlo cada que el asunto salía a la luz. Necesitaba un consejo de un adulto, así que, luego de debatir consigo mismo, decidió contarle a su entrenador todo lo que estaba sucediendo sin profundizar tanto en detalles, desde la mentira que lo inició, pero que lo había orillado a desarrollar un amor honesto. Y aunque el hombre se burló de él e incluso lo sermoneó un poco, su mejor recomendación fue que le dijera la verdad y que el destino se encargase del resto. Si se querían tanto como él decía, entonces tendrían oportunidad de dejar esos errores en el pasado para continuar con una relación sana en el futuro. Y ahora sí, eso haría, sin importar nada.

   Deambuló por los pasillos al día siguiente, buscándolo entre el mar de gente, extrañado de no verlo en su banca habitual devorando alguna chuchería que más tarde haría doler su estómago. Llamar a su celular no era una opción cuando él casi siempre lo conservaba en silencio y sepultado en lo profundo de su mochila. Preguntar a los estudiantes, tampoco, pues luego de consultar con cinco personas aleatorias, nadie sabía siquiera de quién estaba él hablando.

—El chico de lentes que sale conmigo —explicó hastiado—. Vamos, soy el jodido capitán del equipo de fútbol, ¿cómo me dices que no sabes, si todo el mundo me ha visto con él?

   La chica que tenía en frente se encogió de hombros, rodeándolo y marchándose entre la muchedumbre. Rezongó, rastrillando sus manos en su rostro con fastidio. La situación lo estaba estresando más de lo que debería. Recorrió gran parte de los salones hasta los baños y no había rastro del chico por ningún lado. Acabó tomando aire, sentado en un alejado rincón del patio mientras se beneficiaba de la amplia vista panorámica que tenía desde allí, vislumbrando detenidamente a cada persona que pasase.

   Los nervios merodeando su pecho y el incesante latido acelerado de su corazón, no hacían nada para dejarlo tranquilo. Estaba tan tenso que sus propias uñas se enterraban en sus muslos sin él darse cuenta. Pensó en la posibilidad de abandonar la idea y dejar pasar el problema, hacer como que jamás había ocurrido aquella apuesta y continuar con la felicidad que le otorgaba el tener a Yuu a su lado. Pero, cuando iba a levantarse del suelo para huir nuevamente de su metida de pata, escuchó su dulce voz provenir de entre los árboles del fondo. Su risa. Era su risa. La reconocería hasta con sordera.

   Tragó pesado, aproximándose con excesiva cautela entre el pequeño bosquecito que había al final de la institución. Podía oírlo volver a reír y hablar escandalosamente con alguien más. No era capaz de identificar quién, pero hacerse a la idea, aceleró las palpitaciones de su órgano vital. Se sentía acalorado, de pronto aterrado por sea cual fuere la imagen que le esperaba una vez espiara por entre los árboles. Se acercó en completo silencio hacia un tronco gigantesco y, apoyándose en él, estiró el cuello para observar. Lo que vio lo dejó tan helado como el viento de esa mañana.

—¿Te gustaría entonces, —sonrió— que saliéramos?

Yuu asintió efusivamente, correspondiendo su mueca alegre con una de sus amplias sonrisas que lograban ocultar sus ojos. Mika sintió su corazón siendo aplastado.

—¡Me encantaría!

—¡Genial! —aplaudió Yoichi, acercándose a abrazarlo a pesar de la incómoda posición que tenían desde el césped.

   Su novio no tuvo reparos en aceptar la muestra de afecto con la misma intensidad. Se abrazaban con tal pasión, que sintió que su bilis iba a salir corriendo por su garganta. ¿Qué era eso? ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Yuu hacía algo como eso, sabiendo que estaba saliendo con él y que Yoichi no le caía para nada bien? Su juicio se hallaba tan nublado por los celos y la rabia, que se dijo a sí mismo que no necesitaba ver más nada, así que sólo se dio la vuelta, listo para fugarse envuelto en absoluta ira.

—Me alegra mucho que hayas hablado conmigo, Yoi —Mika frunció el ceño.

—Gracias por aceptarme.

—Oye, entre nosotros hay que apoyarnos —rio—. Entonces, como acordamos, aún no le diré nada a Mika.

   Antes de poder escuchar otra palabra, se alejó rápidamente del solitario lugar, vuelto una masa de fuego candente e inflamable que amenazaba con estallar. No daba crédito a lo que acababa de ver. Él le había mentido, sí, pero Yuichiro estaba engañándolo descaradamente con ese tipo que tanto le costaba soportar, lo cual, para él, era mil veces peor. Pero era consciente de que no tenía por qué reclamar tampoco, así que sólo le diría la verdad. Ya no tenía nada que perder, pensó con una sombría sonrisa rota.

   Hizo de todo por esquivarlo en las siguientes horas, camuflándose por entre la multitud y evitando los lugares que él solía frecuentar. Estaba demasiado dolido y enfurecido. Ni siquiera verlo tan sereno y hermoso como siempre, sentado en una esquina del banco para que la parte continua fuera ocupada por él, ablandó su frío corazón. Se acercó despreocupado, con el semblante altanero que había perdido desde que comenzó a andar con él. Yuu lo recibió con una sonrisa preciosa. Sonrisa que se desvaneció apenas cuando lo vio tomar asiento enfrente y ser testigo de su rostro serio, el cual jamás había sido dirigido hacia él.

—Mikakkun, hola —mordió su labio inferior con nerviosismo—. Lo siento por no haberte buscado hoy. Estaba haciendo otras cosas importantes y no me dio tiempo para avisarte.

   Se carcajeó sin gracia, negando con la cabeza.

—Sí, ya me imagino qué habrás estado haciendo... —murmuró.

—¿Qué?

—Nada importante. —sentenció, mirándolo tan filosamente que sintió un escalofrío desagradable en su columna. Mika lo escudriñaba de una manera inusual y aquello le estaba poniendo los vellos de punta.

—¿Pasa algo, Mika? ¿Estás enojado por eso? Lo sie...

—Fuiste una apuesta, Hyakuya —dictaminó sin pelos en la lengua. Estaba tan enojado, que le daba igual ser cruel. En su cabeza, Yuichiro se lo merecía—. Una simple y absurda apuesta que acepté porque estaba aburrido.

   Su acompañante se quedó petrificado en su lugar, con los ojos tan abiertos que parecía que saldrían disparados de sus cuencas. Vio el dolor y la decepción chispear en su mirada, pero no se detuvo.

—E-Es... ¿Es en serio?

—¿Nunca te cuestionaste por qué alguien como yo, saldría con un don nadie como tú? —se encogió de hombros—. Puedo tener a quien yo quiera, ¿por qué serías especial si tengo como pretendienta a una chica como Chess?

   Mencionar a la chica que se le insinuó frente a Yuu y él le había dejado muy en claro que no le interesaba y que su corazón solo le pertenecía a él, había sido demasiado bajo y despiadado, pero no podía detenerse. Quería que su, ahora ex novio, se sintiera tan miserable como él se estaba sintiendo.

—Ni siquiera has sido de mis mejores apuestas. He seducido a chicos más calientes...

   El rostro antes desconsolado de Yuu, ahora era una máscara endurecida e inexpresiva. Sus ojos estaban tan apagados que parecían negros en vez de verdes. Su luminosidad yacía esfumada. No caían lágrimas de ellos, pero verlos, era como estar en presencia de dos pozos completamente profundos, en los que caerías para ya nunca apreciar la luz del día. Su alma estaba tan quebrada, que sólo pudo parpadear para, al menos, lubricarlos. El último brillo que se mantenía encendido a pesar de todo, se rindió ante la decepción.

—Así que, eso era todo. Aunque dudo que me extrañes mucho —ironizó, recordando el rostro del tipejo que tanto destetaba—. Antes de irme, quiero recomendarte que, antes de acostarte con tu amiguito, le adviertas que eres un ruidoso de mierda y que ni siquiera lo haces bien. Pero, aun así, se agradecen tus servicios.

   Se levantó del banco ante la mirada opaca del chico que amaba y, posteriormente, sacó unos cuantos billetes que tenía en los bolsillos de sus jeans negros y los dejó sobre la mesa de mármol. Le propinó su última sonrisa socarrona y se largó de allí con sus manos hechas puños, sintiéndose descargado, pero aún dolido. Yuu no dijo ni una palabra, hizo ningún movimiento, ni ejecutó alguna expresión durante el transcurso, lo cual le extrañaba un poco, pero tampoco le interesaba. Sólo siguió caminando, apartándose cada vez más de la fuente de su felicidad, la cual se encontraba tan vacía y destruida en su interior, allí en el solitario banco donde todo comenzó. Mikaela le había dado el golpe final y, más que ganas de llorar, sólo quería tirarse en su cama a dormir para jamás volver a despertar. 



















No tengo excusa para haber demorado dos años en actualizar, pero prometo que ahora sólo quedan actualizaciones constantes porque tengo esta historia terminada. Miles de disculpas, aaaaaahhhhh 🤧🤧🤧 y voy a tratar de ponerme al día con las que tengo publicadas.




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