🌺; Quinto pétalo.

—Es una mierda, Mika —reclamó—. Se supone que lo harías de aquí hasta fin de año, imbécil.

   Cerró la puerta de su casillero con tal fuerza, que resonó en cada rincón del enorme vestidor. Se volteó, hecho una furia, a ver al tipo que lo reprendía por algo tan estúpido como renunciar a una apuesta absurda que no tenía pies ni cabeza. Desde que había confrontado a Yuu y todo había acabado peor de lo que estaba, sus días eran oscuros y deprimentes en mayor medida que antes, así que no pudo soportar más tiempo que sus "amigos" —los cuales estaba pronto a mandar al diablo—, continuaran agotando su paciencia con el mismo tema. Se sentía enfermo.

   Se lanzó a intentar encestarle un puñetazo en el rostro, inhábil de retener las cantidades bestiales de frustración dentro de su sistema. Y por más que la gente presenciando el encuentro lo detuvieron, sus puños picaban por descargar aquel molesto cúmulo de emociones con la cara del sujeto y borrarle la mueca mordaz que traía.

—Vamos, Mika —le murmuró su mejor amigo tomándolo por los hombros para retirarlo de aquel mar de tipos inútiles los cuales jamás había soportado.

   Ambos caminaron hacia los casilleros en completo silencio y, una vez duchados y vestidos, salieron juntos por las puertas del gimnasio, ignorando los insultos pululando a sus espaldas.

   Se sentía un pesado aire alrededor de ellos, envolviéndolos hasta que incluso respirar era dificultoso. El muchacho no sabía de qué manera animar a su amigo, el cual lucía extremadamente decaído desde que su extraña relación con el niño listo de gafas había concluido. Era lo mejor para los dos, pues era un fiel creyente de que una unión comenzada a base de mentiras, era la receta perfecta para el desastre, pero ver a Mikaela tan apagado, actuando como un completo autómata, era aún peor. Se sentía un poco culpable por haberlo presionado y necesitaba, de alguna forma, compensar el mal rato.

—¿Te parece si salimos a beber esta noche? —sonrió a duras penas—. Tú, yo y mi hermano. Como en los viejos tiempos. ¿Qué dices?

   Él, quien había pasado todo el camino con la vista agacha y las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, se lo pensó por varios segundos. Cuando estaba de malas, jugar al fútbol, el deporte que amaba con pasión, era lo que aplacaba ese sentimiento de vacío, pero ahora eso ya no parecía funcionar igual que antes. Descubrió que el mejor catalizador de sus emociones negativas, era el pequeño chico de los ojos verdes más hermosos que hubo visto. Necesitarlo era como ser alérgico al remedio que curaría su enfermedad. Realmente creyó que no le vendría mal alcoholizarse hasta no dilucidar ni siquiera su propio nombre y probar si aquello también funcionaba para borrar a Hyakuya Yuichiro de su mente, al menos, por unas horas.

   Recordó que cada viernes en la tarde, luego de salir de su entrenamiento semanal, se encontraban en la salida e iban juntos, tomados de las manos, hacia aquel solitario parque que quedaba cerca de su casa, donde perderían la noción del tiempo bajo su árbol especial, hablando, conociéndose y besándose indiscretamente. Ahora, hacían ya semanas desde que no lo visitaba y no se atrevía a siquiera intentarlo.

   Cerró los ojos y negó con la cabeza. Necesitaba olvidar con extrema urgencia.

—Claro —apenas sonrió—. ¿Pasan por mí?

   La mirada de su mejor amigo se iluminó y él pensó en que le debía esa salida; demás se sentirse un mal amigo por preocuparlo tanto con sus líos amorosos. No tenían una noche de compinches desde hacía un buen tiempo. Quizás pasar un rato de calidad con los hermanos que hubiese deseado tener, funcionaría también.

—Por supuesto, Mikaaa —bromeó su juguetón amigo con sus manos revolviendo los mechones rubios de su cabello.

   Sonrió sinceramente, sorprendido por la repentina subida de energía que tenía su ánimo en aquel momento. Así que, aquello era lo que estaba necesitando, después de todo. Un ligero descanso mental luego de tanto estrés, sería bueno.










   La potencia con la que la música salía por los parlantes era tal, que sentía su pecho y oídos a punto de reventar por las ondas sonoras. Caminar entre tanta gente fuera de sí, le resultaba molesto, pero no quería amargarse la noche tan pronto con el mal humor que venía a erradicar. Las luces potentes eran fastidiosas, el aroma a alcohol, sudor y perfumes fuertes, era tan agobiante que sentía ganas de largarse. Suspiró, tratando de dejar de pensar tanto en ello y divertirse.

   Caminaron hacia el bar, dispuestos a pedir tragos suaves para comenzar con la noche.

—Un vaso de agua, nada más —respondió él, perdido en la figura de un chico pequeño que, desde muy lejos, se parecía a Yuu. Cerró los ojos, espantando el pensamiento.

   El barman lo vio extrañado, pero, aun así, se dio la vuelta para llenar uno de los recipientes en un movimiento digno de la maniobra de un experto. Se lo extendió sin cobrarle.

—¿Sólo eso? —espetó el hermano de su mejor amigo mientras tomaba asiento en una de las banquetas—. Oye, Mika, vinimos a olvidar las penas, el agua no ayudará en nada, lo sabes, ¿no?

   Gruñó, restregándose las palmas de sus manos sobre el rostro.

—Lo sé, Lacus. Dame tiempo, ¿sí?

   El muchacho asintió palmeándole la espalda. Sus dos amigos se retiraron a bailar en el centro de la pista, avisándole que no se irían muy lejos de allí y que cualquier cosa que ocurriera, estarían atentos a sus celulares. Ninguno podía irse sin avisar al resto.

   Mikaela se dedicó a beber vaso tras vaso hasta que perdió la cuenta. Su mirada yacía perdida y su cabeza navegaba hacia otra parte, donde un chico listo y con gafas aún lo observaba con amor. Se sentía patético por no ser capaz de sacarlo de su psique aún si se encontraba bebiendo en una discoteca, rechazando invitaciones de personas que se acercaron a él para incitarlo a despejar la mente en la pista.

   Yuichiro se había arraigado en extremo a su alma y él se sentía estancado en un mismo punto. No sabía cómo deshacerse de su recuerdo, de cada sonrisa, caricia y palabras bonitas. Desconocía la clave para eliminar de sus entrañas las sensaciones de su cuerpo colisionando contra el suyo entre las sábanas o sus labios danzando entre sí cuando ya no podían soportarlo. Volvería en el tiempo las veces que fuese necesario para jamás haber aceptado aquella tonta apuesta; si su destino era enamorarse tan perdidamente de él, pasaría de una manera u otra, pero nunca se perdonaría que hubiese sido así. Dolía demasiado.

—Hola —susurró alguien cerca de su oreja, espabilándolo de la nube de angustia y desesperanza en la que estaba flotando.

   Se giró para observar a una linda chica sonriéndole con coquetería. Bufó.

—Lo siento, no me apetece hacer nada —advirtió.

   Ella se rio, tomando asiento a su lado.

—Sí, la verdad es que se te nota muy deprimido. ¿Problemas?

   Bajó la mirada hacia la montaña de vasos vacíos en la mesada. Sí, un problema con nombre y apellido, que caminaba, respiraba, comía y tenía una de las sonrisas más hermosas de todas.

—Sí, amorosos. Ya sabes, los más estúpidos, pero al mismo tiempo, los más absorbentes.

   La fémina del cabello lila asintió.

—Estoy aquí por lo mismo, ¿sabes? —hizo algunos mechones hacia atrás y apoyó el mentón contra su mano—. El muy idiota me engañó. Me prometió el universo entero y sólo me usó para conquistar a otra tipa —la vio rodar sus ojos ambarinos con cansancio—. ¿Y tú? ¿Qué te hicieron que te tiene tan muerto en vida? Debe ser muy grave como para que estés así...

   Mika, por momentos, se cuestionó qué tan decaído se veía últimamente como para que todo el mundo notase que algo estaba mal con él. Hace bastante tiempo que no se tomaba unos minutos para apreciar la imagen que reflejaba en el espejo, ni de asegurarse de haber utilizado todas sus cremas faciales al pie de la letra. Patético.

—En realidad, fui yo quien la cagó —rio sin gracia—. Me acerqué a él por una apuesta tonta, lo ilusioné, me enamoré, lo alejé, le rompí el corazón y fui un hijo de perra... —suspiró—. Creí que él me había engañado; bueno, todavía lo pienso, pero ya no estoy tan seguro. Y me consumió tanto la rabia, que lo traté como una puta... literalmente.

—Diablos, qué cabronazo... —espetó, lanzándole un vistazo que aniquilaría a cien hombres juntos si pudiera.

—Ya lo sé, joder —hundió la cabeza entre sus manos—. Pero juro que realmente lo amo. Me siento desorientado, dolido, triste, enfadado conmigo mismo y tantas cosas al mismo tiempo, que no podría describirlas todas. Quiero disculparme por todo —sus ojos picaban por liberar las lágrimas lastimeras que hace mucho luchaba por retener—. Estoy tan acabado...

   La primera se le escapó sin él poderlo evitar. Su visión se embadurnó de ellas, nublando su juicio y ahogando todas y cada una de las emociones allí palpables. La joven se compadeció, pues realmente se lo veía sufriendo por aquel chico, por más que sentía ganas de abofetearlo por ser tan idiota. Tomó su hombro e hizo que la mirara a los ojos.

—Ve por él.

   Su rostro, ahora empapado en las gotas de su aflicción, se torció en una mueca. No sabía qué tan buena idea sería visitarlo un viernes en la noche cuando podría no estar en casa o peor, pasando el rato con Yoichi. Se aterró, pues sabía que presenciar algo así y terminar de confirmar su sospecha, sería como permitir que otra estaca se le enterrara en su ya magullado corazón.

   Negó.

—No, no es lo mejor —murmuró—. Él... él... es probable que ya tenga a otra persona...

—Ey, la cagaste —ella tomó su rostro entre sus dedos, dispuesta a que no la perdiera de vista—, jugaste con él, lo ilusionaste y lo botaste, ¿no es así? —asintió desganadamente con la cabeza—. Pero aprendiste la lección, te arrepientes y ahora sólo quieres arreglar todo. Empezar desde cero, sin mentiras, apuestas, boberías ni nada, ¿correcto?

   Volvió a afirmar. Lo quería con todas sus fuerzas. Realmente necesitaba recomponer aquello que estaba hecho trizas entre los dos. Ni siquiera aspiraba a la idea de volver, sólo quería que estuvieran en paz y calmar la revolución en su interior.

—Sí... sí, así es.

—¡Entonces vamos! —exclamó, saltando del taburete y tomando su brazo para jalarlo de la alta silla—. Te llevaré con él y solucionarás el desastre que ocasionaste. Seguro también te echa mucho de menos —le brindó una sonrisa reconfortante.

   Mika le devolvió la sonrisa, aún si las lágrimas seguían cayendo desde sus ojos desamparados. No había nada más que quisiera hacer que remediar su relación con Yuu y volver a sentirlo entre sus brazos, pero sus fantasmas lo acechaban, transformando a aquel tipo seguro de sí mismo, en un cobarde que no tenía claro su camino a seguir. ¿Valdría la pena intentarlo aún si se enfrentaba a un corazón roto, esta vez, imposible de sanar?

—¡Mika! —lo llamó de un grito, para así hacerse oír entre la música y el murmullo, su mejor amigo, quien corría hacia él con su hermano a la siga—. ¿A dónde vas?

   Se les veía la confusión en sus rostros, pues su brazo seguía siendo tironeado por la mano de la chica de melena lila, rumbo a la salida de la discoteca. Ella le obsequió ánimos con la mirada.

   Sus ojos volvieron a brillar bajo los reflectores coloridos.

—Iré a hacerme cargo del lío que causé.
















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