I need you here to stay

—Queda en tus manos, compañero.

El ruido ensordecedor martillea sus oídos con ímpetu aturdidora, sin embargo, ésta acaba de golpe en un solo segundo. Siente una presión que se arraiga a su cráneo. Luego ya no siente nada.

El ambiente da un giro abrupto. No puede verlo, pero lo percibe. Es cálido, tranquilizante. Un calor que lo abraza y lo envuelve en un alivio relajante cuya sensación ya había dejado atrás hace mucho. Siente que sus extremidades flotan en medio de un vacío desconocido, pero no le preocupa, le reconforta; le da la sensación de seguridad que tanto añoró en antaño. No puede recordar ningún suceso anterior y tampoco puede sentirse atormentado por eso. Sus ojos no pueden abrirse, pero está bien. Toma suaves bocanadas de aire y aspira el aroma de algún recuerdo fantasmal que se cuela furtivamente entre los rincones olvidados de su memoria.

Sus mejores años. Las épocas favoritas de su vida y sus mejores recuerdos. Todos pasan en su cabeza en ascenso y descenso como una película en repetición perpetua. Visualiza a los personajes con una nitidez nostálgica, rememorando los momentos proyectados y distinguiendo su propia silueta y sus propias expresiones en ellas. Allí están sus amigos, su madre, sus gatos; todos reviviendo su recuerdo con tanta exactitud que incluso se siente vívido. Alguien destaca entre ellos y sonríe ante el reconocimiento.

"Incluso si yo muero, tú continuas viviendo en mis recuerdos"

Uno de los recuerdos es elegido para ser repasado nuevamente: el día que conoció a Baji Keisuke.

Aún recuerda con nitidez suficiente como para que el pecho se le encogiera con cada rememoración y una sonrisa avinagrada acompañara al escozor de sus ojos.

La cantidad ridícula de gel que presionaba su cabello contra su cráneo, la impecabilidad de su uniforme, los enormes lentes que le cubrían media cara y, desde luego, los errores gramaticales garrafales de la carta que estaba escribiendo. Al principio creyó que solamente se trataba de un friki cualquiera con el que logró entablar una simpatía nacida de un sentimiento de burla y compasión.

Luego, se convirtió en su más grande admiración.

A Chifuyu le hacían falta palabras para describir la magnificencia que Baji Keisuke hacia estallar en su pecho. Desde el primer momento que atestiguó ese fulgor de altanería orbitando en sus ojos, resplandeciendo con efusividad ante los momentos de cercanía de ambos. Su gran corazón cubierto de una imagen rebelde que usaba de coraza; una que Chifuyu logró fragmentar hasta romper, hasta lograr obtener sus mejores facetas.

Primero, la fachada altiva, cargada de petulancia y un semblante autoritario que imponía poder en cualquier lugar que pisara. Luego estaba el carácter revoltoso y burlesco que predominaba cerca de la gente que le importaba, con quienes se permitía retozar con vigor y sacar a flote su personalidad juguetona (Chifuyu atestiguó esa naturaleza más veces de las que puede contar con sus dedos). Y luego estaba la de ese muchacho de catorce años con un corazón tan benevolente que albergaba gatos callejeros en su departamento y se gastaba sus mesadas en comida para gatos.

Chifuyu amó cada una de sus facetas.

Las conoció cada una de ellas, lenta y profundamente. Poco a poco se enamoró de todas.

Baji. Baji. Baji. Baji. ¿Algún día podrás mirarme como algo más que tu amigo?

La posibilidad sonaba tan distante como cruel. Su tierno e infantil corazón solo se resignó a aceptar el papel que le correspondía a su lado, a asumir su lugar detrás de él, únicamente con el panorama de su espalda y su recto caminar, imponiendo su presencia en su alrededor. Tan perfecto a su manera.

La escena cambia súbitamente. Su sonrisa se extingue y siente sus uñas clavarse en sus palmas. Ese trágico día se alza frente a sus ojos y se reproduce con crueldad, con su propia voz enmudeciendo en gritos y llantos desgarradores que retumban en sus oídos en ecos demasiado nítidos para su propia salud mental.

"Gracias, Chifuyu"

La frase se repitió en su cabeza durante muchas noches posteriores a esa. Siempre con la misma voz queda, el susurro sibilante y desganado, delatando como su vida abandonaba su cuerpo poco a poco, aún por más que Chifuyu intentó apresarlo entre sus brazos para preservarlo a su lado.

Pero, Baji se fue. Se fue y lo dejó solo.

La penumbra lo invadió durante muchas noches. Se castigó planteándose tantos hubiera, creando escenarios en su cabeza, imaginando como su vida seguiría su rumbo natural si Baji aun perteneciera a ella.

Con el tiempo, Chifuyu procesó que los hubiera no existen, y se empeñó en creer que el tiempo había sanado su aflicción y había logrado convivir sin él con un éxito que meritaba un par de palmaditas en la cabeza. Merezco que me palmees la cabeza, eh, Baji. Merezco que volvamos a compartir un envase de peyoung yakisoba. Merezco que vuelvas a sonreírme con aliento.

Ya aprendí a vivir sin ti, ¿aún no es suficiente?

Por favor regresa y dime que ya es suficiente, que ya acabó todo.

Chifuyu tuvo miles de cosas en qué ensimismarse para evitar encerrarse en su propio suplicio. Otros tormentos los cuales encontraba más llevaderos: los horribles asuntos de ToMan y su vano intento de redención, lo cual resultó totalmente infructífero y concluyó con un desastroso final, perdiendo y desmeritando todo lo que había intentado por él.

"¿Hasta cuándo piensas perseguir la sombra de Baji?"

Todo lo que me quede de vida.

Claro, ahora recuerda con lucidez lo que pasó. La bala que se incrustó en su frente y le arrebató la vida. La paz que lo invadió un parpadeo después. Comprende todo en un microsegundo, pero no tiene miedo. La película de su vida ha acabado y Chifuyu se pregunta si estará en una especie de limbo o algo por el estilo. El pensamiento intruso no perdura más de tres segundos y luego solo lo abandona. Se deja llevar el cosquilleo que siente en la piel y deja que la somnolencia lo arrastre a cualquiera fuera el lugar que le correspondiese.

Un jadeo alarmado se acopla al respingo de su cuerpo cuando finalmente vuelve a la consciencia. Su memoria ha sufrido una catarsis y se ha desprovisto de casi todos sus recuerdos.

Sabe que se llama Chifuyu. Sabe que tuvo padres y seres queridos, pero instantáneamente su mente arroja el pensamiento a un segundo plano y se le priva de cavilar mucho en ello. También sabe que ha muerto, pero algún nuevo sistema en un cerebro le permite pensar en aquello como algo tan banal, igual que sentarse a ver las noticias por la mañana mientras desayuna; no tiene ningún peso en él y es clasificado una cotidianeidad serena.

Repara en que está recostado sobre áspero pasto y que una ligera brisa le golpea las extremidades. Un bostezo escapa sin permiso de sus labios, como si finalmente hubiera conseguido librarse de un largo letargo y los ojos aun le pesaran con vestigios de sueño. Se incorpora lentamente, incluso con pereza y nota su entorno:

Un campo nunca antes contemplado. Un panorama totalmente verde salpicado de puntos coloridos y una manta azul alzándose majestuosa en el cielo, profanada solamente por las translucidas manchas blancas de las nubes. El clima es cálido, sin exceso de calor o de frío y le hace cosquillas en la piel de los brazos y las mejillas. Alza la cabeza para admirar el cielo un par de segundos, sin poder pensar en nada exacto. Da un par de inhalaciones. Se da cuenta que está ataviado con un aburrido conjunto de un blanco impío que consta solo de un pantalón y una camisa. Da otro par de inhalaciones. Nota que está solo.

Oh, no, no está solo.

Hay alguien a quién tiene que ver; pero, mira a ambos lados a su alrededor y solo se encuentra con más árboles, flores y pasto. Aún hay algo que continúa insistiendo que hay alguien y que debe levantarse a buscarlo. Una búsqueda a ciegas guiada únicamente por una intuición de veracidad incierta.

No tiene nada que perder, piensa.

Se levanta de su lugar sintiendo el cuerpo ligero y empieza a caminar en línea recta hacia algún lugar sin exactitud. Solo camina y observa en silencio, acompañado por los sutiles silbidos del viento chocando contra los árboles y la corriente lejana de algún río que corre impávido a cierta distancia.

En cierto punto empezó a notar a más personas a la distancia, todos vestidos con los mismos insulsos conjuntos de un pulcro blanco. No se acercó a nadie y tampoco nadie se había molestado en acercarse a él. No eran prioridad en ese instante y su cabeza nuevamente parecía arrojar esos datos a alguna base recóndita clasificada como "Para más tarde" para mantenerse enfocado en su tarea actual, aun si está ejecutando una actividad sin instrucciones exactas.

Sigue caminando.

Nota la actitud vigorosa de la gente que va dejando atrás. Algunos están en pareja, otros en grupo; pero todos parecen poseer la misma actitud efusiva que impregna de vibras positivas el lugar y lo llena de paz.

La ligereza que acompaña a su cuerpo logra captar su curiosidad. Mira nuevamente sus brazos y aunque en primera instancia no nota nada fuera de lo normal, después de unos cortos segundos de concentración logra percatarse de una pequeña alteración, casi imperceptible.

"Mis manos... son más pequeñas"

Desvía su camino momentáneamente para caminar hasta el río que desemboca a un par de pasos de su camino. Se arrodilla en el borde, inclinando su torso lo suficiente para reflejarse en el agua cristalina que ondeaba en corrientes suaves. El distorsionado reflejo de su yo de trece años lo saluda y por un momento se detiene a procesar la situación con una minuciosidad que no tiene permitido avanzar más allá de lo que debería, por lo que el pensamiento no se desarrolla y vuelve a ser indiferente a la grave alteración de su cuerpo.

Aunque en ese punto, ya nada es demasiado raro.

Se incorpora y limpia la capa de polvo que se adhirió a su pantalón. Vuelve a centrarse en su propio recorrido y reanuda su caminar siguiendo el mismo tramo que su mente trazó involuntariamente desde el inicio.

Dilucida que quizá se mantuvo caminando durante al menos diez minutos, pero el constante azote frío del viento contra su piel lo mantienen fresco y sin un solo ápice de cansancio alcanzando a su sistema. Disfruta de los paisajes coloridos que logra contemplar y de los pequeños manchones borrosos que resultaban las demás personas que estaban allí, ensimismados en sus propias actividades.

¿Cuánto más tendría que caminar? Si bien su energía no ha menguado en lo más mínimo, si hay algo de zozobra colándose en su cabeza cuando lucubra en su objetivo y el por qué está tan solo cuando todos los demás parecen moverse en grupos y estarla pasando de lo más genial.

Un nefasto sentimiento de soledad amenaza con atacarlo y de repente quiere llorar. Pestañea un par de veces para tratar de enjuagar las furtivas lágrimas que se filtran en sus ojos y nublan su visión. Logra que estas caigan hasta deslizarse sobre la piel de sus mejillas y su vista se vuelve más nítida, aunque hay una ligera punzada de ardor sobre sus orbes.

Entonces, es capaz de reparar en la silueta que de pronto está frente a él, portando una postura rígida y casi autoritaria que es acoplada a un tinte indiferente que le otorga cierto atractivo. Un atisbo fantasmal de una familiaridad inefable lo rodea. Chifuyu debe tomarse unos segundos para sopesar la identidad de la persona que le sonreía con dejes de superioridad, los ojos marrones entrecerrándose ligeramente y con hebras de cabello pegándole en la cara al ondear al ritmo del viento.

—¿Me estabas buscando, Chifuyu?

Como un golpe súbito y asfixiante recuerda esa voz pronunciando su nombre con esos dejes altaneros, pero confortantes; un susurro alentador articulado con voz ronca y acompañado con ligeros tintes jocosos que finalizan con una risilla engreída.

—¡Baji!

Es exactamente la imagen que permaneció intacta entre sus recuerdos hasta sus últimas respiraciones. Su temple altanero no ha sido turbado en lo más mínimo y esa sonrisa petulante que siempre estuvo decorada con esos colmillos que sobresalen sigue indemne; fiel a su idiosincrasia.

Sus rodillas tiemblan y la bruma se vuelve agobiante, pero al mismo tiempo la felicidad lo sofoca tanto que se le olvida respirar y solamente piensa en correr, aunque sus piernas fallen en el proceso y le otorguen varias amenazas de caías.

Aquí estás...

Corre y se arroja sobre los brazos de Keisuke, que lo recibe gustoso, con un sublime apretón que es capaz de transmitirle sin palabras todo lo que en vida no pudieron decirse.

—Te extrañé tanto, tanto... —La voz de Chifuyu se quiebra a medida que pronuncia cada sílaba y es amortiguada por la piel del cuello de Baji apretándose contra sus labios. Inhala su olor, lo talla en su memoria asegurándose de que quede perpetuamente sellada, sin ningún riesgo a hundirse en el olvido como ya pasó una vez.

—Te he estado esperando —le responde de vuelta, con dejes más sosegados, en un susurro que le estremece la piel y desata el frenesí de su corazón; haciendo a su propio cuerpo temblar de fascinación.

Las manos de Baji lo separan de su cuerpo y lo postran justo en frente. Se inclina lo suficiente para tener el rostro de Chifuyu solo a un par de centímetros del suyo y sin dejar de observarlo, empieza a delinear las facciones de su rostro con sus dedos: el cosquilleo de sus pestañas, la curva de su nariz, la suavidad de sus mejillas, la curva de sus labios trémulos por un llanto reprimido. Luego enreda los dedos en su cabello, peinándolos detrás de su oreja y deleitándose con la imagen del rostro de Chifuyu libre de obstrucciones, a excepción del ligero rubor que se espolvoreaba en sus mejillas.

—Has hecho tanto —susurra, casi con la voz resquebrajándose y el inicio de una sonrisa levantando sus pómulos —. Ahora ya puedes descansar.

Chifuyu no es capaz de articular una sola sílaba sin que sus lágrimas lo traicionen y desciendan sin su permiso, así que es Baji el que continúa. Toma ambas manos sobre las suyas y les da un apretón reconfortante que le anuncia tácitamente un Estoy aquí y ya no me iré; y lo reafirma con beso que deposita sobre cada uno de los nudillos, pegando su frente con su dorso en un gesto de veneración y disculpas que no necesita palabras para profesarse como tal.

—Prométeme que no te irás, que no volverás a dejarme —Chifuyu se enreda con sus propios sollozos y resulta en un desastre de lágrimas y suplicas que provocan en Baji una mueca de remordimiento que amenaza con romperse en llanto, pero es porfiado en mantener un temple recto.

—Te prometo, Chifuyu —recalca sin indicios de reticencias y sin llegar a romper el contacto visual— que esta vez podremos estar juntos. Estoy aquí, contigo.

Chifuyu da una furtiva mirada al horizonte que lo enfrenta tras la espalda de Baji. Cualquier sentimiento negativo, soledad, desasosiego o tormento que haya sentido, se esfuma al sentir la cálida piel de Baji contra la suya, profesándole que realmente están juntos, que realmente está aquí y acaba de prometerle que esta vez podrán estar juntos y, por alguna razón, tiene la certeza de que no son solo palabras. Cree plenamente en él (quizá guiado por la devoción que alguna vez le tuvo) y quiere aferrarse a esa promesa.

Levanta sus manos hasta topar la piel cálida de las mejillas de Baji. Hace un recorriendo delineando la mandíbula hasta llegar a las clavículas dónde se detiene un par de segundos trazando con el pulgar el hueco de éstas, rodea hasta llegar a sus anchos hombros y regresa sus pasos hasta volver a toparse con su mandíbula. Apresa su rostro entre sus dedos y Keisuke sumisamente se deja inclinar guiado de las manos de Chifuyu. Éste se toma unos segundos para escrutar sus rasgos, comprobando una segunda vez si realmente es real.

Sus comisuras se alzan en una sonrisa y una risa de voz rota se le escapa.

Aquí estás. 

No es mi intención hacer alusión a un contexto bíblico preciso. Piensen en esto como un reencuentro en "el más allá", "el paraíso", "jardín del Edén", etc. O cualquier opción que les parezca. Es libre a interpretación.  

¡Gracias por leer! ❤

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top