Día XI: ¿Cómo se conocieron?
¿Por qué siquiera pensó que Parker lo llevaría con dignidad o un mínimo de paciencia?. Porque así lo necesitaba, claro. Pero no fue eso lo que su pupilo le dio. Para nada. De hecho, don aquí estaré tenía un mes entero "sin estar" y Tony no estaba seguro de si quería partirle la boca de un puñetazo o de un beso.
—Señor, el GPS del señor Parker al fin se detuvo.
Tony alza con pesadez la vista y la traspasa desde su teléfono a la pantalla, que iluminaba en soledad su despacho a oscuras.
—¿Y está en la escuela?
—Así es, señor.
—¿Está solo?
—Podría conectarme a los controles de Karen y revisar la cámara y el micrófono si lo desea, señor.
A ella tampoco había quien la aguantara por esos días. Las ganas de gritar un insulto muy malsonante lo llenan, la vieja y arraigada llamada del alcohol lo azota y tiene que aferrarse con uñas y dientes a su determinación para no sucumbir al llamado.
Quizá hubiera pasado más de un año, pero Tony aún tenía que pelear contra esa maldita salida a todo problema. Y desde que Peter cumplió los jodidos 18 años, todo eran problemas. Por consiguiente, Tony se encontraba batallando contra ese impulso más veces de las deseadas.
Tenía muy en claro que todos pensaban que estaba postergando lo inevitable solo para tocarles los huevos, pero a diferencia de lo que pudieran creer, Tony no disfrutaba teniendo mil frentes de batalla abiertos en simultáneo. Rhodes le tenía muerta la creatividad de tanto que lo hacía trabajar en los planos y contra jodidos planos de los nuevos jets que pretendía diseñar, Pepper estaba a dos minutos de hacer que se le cayera el pelo con tanto jodido asunto de la compañía y Parker a un parpadeo de que se le olviden las putas condiciones que él mismo le impuso y le demuestre por qué maldita mierda no tenía que meterse con un hombre adulto en abstinencia. Hasta F.R.I.D.A.Y. parecía interesada en sacar lo peor de él, usando esos tonitos pasivo/agresivos con él.
Claro que ella podía conectarse a Karen y asegurarse de si Peter estaba o no solo sin preguntar. No necesitaba pedir permiso para esas cosas. En general, violaba la seguridad y la privacidad de casi todo el mundo con tal de responder una de sus preguntas. ¿Hay tráfico? ¿Se anuncia lluvia para mañana? ¿Qué nota obtuvo Peter en su examen de ingreso? Ella sabía bien como pretendía que resuelva esas dudas y jamás se ponía pomposa y le preguntaba: ¿Está seguro que desea que violemos el sistema del MIT para obtener los resultados? La respuesta era sencilla: Sí. Fin.
Pero no, ahora le "preguntaba" si quería seguir violando la intimidad de Peter, dado que ya había dado el primer paso en esa dirección cuando le pidió que lo localice. Cuando le informó que no le cogía el teléfono y que no le respondía los mensajes, Tony cogió su propio celular, harto de ella y su maldita función independiente que pronto iba a cortar, y puso a correr la búsqueda satelital del traje. Sin forma de evadir una orden directa, F.R.I.D.A.Y. había enlazado su búsqueda remota al servidor central y, por eso, en la pantalla brillaba el mapa de Queens, con un punto rojo que se había quedado estático sobre el tejado.
—Busca las cámaras de seguridad de la zona —ofrece conteniendo su genio—. Si está ocupado, de esa forma no me inmiscuiré en su intimidad.
—Bien pensado, señor.
Se tragó decirle que debía estar ella atenta a esas cosas. Sabía que la IA, vaya Dios a saber cómo, quería a Peter. Tony estaba casi seguro que en cualquier momento iba a tener que sentarse a ver los sistemas de F.R.I.D.A.Y. y chequear que todo siguiera estando bajo su control. No quería crear un jodido Ultron II solo porque se había vuelto a encariñar con otra IA. Ya tenía años teniéndola, no le apetecía desmantelarla, pero si se le salía de control...
—Conectado, señor.
Bueno, esta solo. Sentado con las piernas recogidas sobre el techo, mirando al cielo. Tenía la máscara puesta y una chamarra holgada para el frío.
Una sonrisa triste tira de sus labios. Desea de todo corazón hacer las cosas bien y bueno, si Peter hubiera entendido el concepto de paciencia, la cosa hubiera ido mucho mejor, pero, otra vez, no parecía que le quedaran más opciones.
—Cancela la agenda para mañana y toda la semana que le sigue. Estaré ocupado. Si llama Rhodes dile que se vaya a la mierda, a Pepper le dices que recuerdo que la hice CEO de la empresa porque no quería volver a tener nada que ver con el papeleo y a Happy dile que le llamaré cuando esté libre.
—Con gusto, señor. Pediré el servicio para dos esta semana.
Tony, cogiendo las llaves del auto y poniéndose una saco, solo se rio. Maldita arpía.
—Pronto tendré que cambiarte con Karen, si vas a estar tan a favor de él.
—Yo solo trabajo para su causa, señor.
Bien lo sabía él, pero le gustaría que todos entendieran que "la causa" no era algo de poner y sacar. Ya suficientemente difícil fue para él enterarse de ese maldito hecho. Ayudaría un poco que todos dejaran de ver su jodido rostro y creyeran que porque se veía bien, no libraba una maldita batalla interna con un cuerpo que se revelaba a la "nueva vida" a la que intentaba someterlo.
Desde que decidió esa maldita noche ponerse a punto para ser digno de pedirle a Peter que lo tutee, todo fue cuesta arriba. Fracasó por meses con el alcohol. Al final resultó que él no era más fuerte que una adicción y requirió un médico, un psiquiatra y una psicóloga para ayudarlo a soltar el puto pico de la botella.
Ahora todas las semanas iba a las jodidas reuniones de AA y a veces, espasmos inexplicables hacían que se le resbalen las cosas de las manos. ¡Hola sobriedad!
Aún después de un año podía recordar como se veía su reflejo aquellos primeros meses. Era un maldito asco. Pálido, ojeroso con todo el jodido cuerpo fofo... Ahí tocó empezar a entrenar. Recordaba que era mejor que Happy en el boxeo. Lo recordaba, pero ya no lo era. Aparentemente, ese era del tipo de actividad que si descuidas, olvidas. Lejos del alcohol, Tony se enteró de que tenía el cuerpo de un jodido hombre de ochenta años. Así que empezaron a venir sobre él cosas como el dolor de espalda, cintura y rodillas. Ahí los médicos lo mandaron a hacer natación.
En algún momento de entre todo eso alguien lo mandó con un nutricionista y terminaron por quitarle hasta sus pobres puros y los energizantes. Tony era, por culpa de toda aquella mierda, una oda a la recuperación. Y entendía que todos vieran el nuevo cascarón y dijeran: Hombre, estás entero. Pero, hombre, no lo estaba ni de jodido cerca.
Su cuerpo estaba más tonificado y delineado que... ¿nunca?, estaba seguro de que los abdominales que se marcaban suavemente en la parte delantera de su cuerpo eran una novedad. Pero aún persistían los temblores en sus manos, aún sentía la punción en su cuerpo por enroscarse en su silla y destapar una botella que se llevara el cansancio, la pesadez y el dolor corporal. Aún se hallaba caminando como león encerrado por su taller, espiando sobre su hombro los lugares donde alguna vez guardó el whisky. El psiquiatra le había retirado las medicinas para la ansiedad, las pastillas para dormir y esa otra que le ponía la mente en standby cuando todo parecía caer sobre él: la dolorosa conciencia de lo que hizo con su vida y lo jodido que estaba. Su psicóloga había dejado de irse por las ramas y Tony estaba en este viaje psicodélico a su infancia y a la raíz del asunto troncal en el alcoholismo: sus padres.
Oh buen Dios, ya quisiera él que alguien dejara de tocarle los jodidos huevos. Pero no pasaba. Todos parecían estar de acuerdo en que: se veía bien, por consiguiente debía estarlo, por consiguiente el único motivo por el cual seguía torturando a todos al mantener a Peter a raya era porque era un pesado.
¿Hacía falta que él se pusiera a explicar cuán mal estaban todos por simplemente creer eso? Por lo visto, debía. De lo contrario, no había explicación a que pasadas las once de la noche, estuviera manejando al jodido Queens, a buscar al jodido crío que parecía haberse olvidado de su maldita promesa.
Sabía que para el chico no fue fácil. Luego de esa maldita noche, pasó una larga semana hasta que lo dejó pisar el taller y el encuentro salió como nadie esperó: Peter estaba fuera de sí de la felicidad y era todo optimismo y alegría. Tony, que solo era un cúmulo de odio, resentimiento, náuseas y mareos, no fue un buen compañero de taller. Odiaba la sobriedad y pese a que no odiaba a Peter por empujarlo a ello, un poco lo odiaba. Un odio bueno, pero uno que no logró ocultar bien, y rápido el buen talante de Peter se transformó en culpa y la rueda empezó a girar una vez más. Así Tony tuvo su primer recaída, luego volvió a echarlo y se dio un mes antes de dejar que vuelva.
Pero el chico que entró por el taller esa segunda vez no fue el mismo que la primera y no ayudó a la causa que fuera su viva imagen de la última vez que lo vio. No ayudó en nada que se viera derrotado, triste y apenado por él. Se veía desde tan lejos la lástima que Tony le generaba que le costó su segunda recaída.
Ahí establecieron una relación por FaceTime. Esa vez le tomó tres meses y demasiadas pastillas por parte de su psiquiatra, pero fue la última vez que cayó en desgracia.
Cuando volvieron a verse, oh jodida mierda, Tony casi cae a sus pies. Recién había cumplido los 18, se veía tímido, pero decidido. Completamente listo para algo que Tony estaba lejos de poder ofrecerle. Recién empezaba la tortura en el gimnasio y la natación, apenas había dejado de saltar entre especialistas y bla-bla-bla... Rechazarlo no fue ni de lejos la cosa más difícil que hizo, eso era nada contra lo que ya había pasado, pero no por eso dolió menos.
Lo peor no era que su vida ajetreada le diera poco tiempo para Peter, lo peor era que el poco que tenía, debía reducirlo a un intercambio de palabras tenso y a una huida poco digna. Peter estaba en el borde del abismo y no paraba de tentar la suerte para ver si la superficie quebradiza se venía abajo o no.
Tony no sabía la forma correcta de expresar que aún no estaba listo, que aún era frágil su resistencia y pasar por la desintoxicación de sus medicamentos no fue mucho mejor que dejar el alcohol. Así consiguió que Peter dejara de venir por casa, así consiguió que un día cerrara la puerta del taller y no volviera a entrar por ella.
¿Podía la vida ser más injusta? Sentía mucho no estar a la maldita altura de todos y no lograr superar eso en un tiempo que todos encontraran "adecuado". May, junto con Happy (que era realmente la muestra fiel de un amigo inamovible; siempre intentando ayudarlo en lo que fuera y tolerando sus drásticos cambios de humor), era la única que estaba en su barco y Tony no estaba seguro de si lo estaba porque ella no quería tenerlo con su sobrino o porque era la única alma buena, que entendía que el proceso en el que se embarcó no era cosa de poner y quitar.
—¿Sigue en el techo de la escuela? —murmura mirando por la ventana, en lo que el semáforo cambiaba— O ya recibió un alerta que no puede ignorar.
—Su intercomunicador con la policía se quedó sin trasmisión desde hace media hora, señor.
Tony sonríe y pisa con firmeza el acelerador cuando la luz se puso verde.
—Tamaña suerte que justo esta noche fallara —dice con una sonrisa, viajando sobre el límite de la velocidad.
—Una coincidencia muy fortuita, sí, señor.
No había meditado aquello del allanamiento de morada, pero dado hasta donde llegó, ponerse quisquilloso por un par de cerraduras que forzar parecía infantil. Sus zapatos resuenan por los pasillos oscuros y solitarios, no se entretiene jugando con la nostalgia. Tony fue a una escuela privada, exclusiva y tremendamente clasista. Aquellos pisos parecían calle de tierra contra el mármol de carrasco que sus zapatos lustrados pisaban en su adolescencia.
Encontró con rapidez el acceso a la terraza y podría creer que Peter no lo escuchó nada más estacionar el auto, pero el chico estaba parado contra el paredón de concreto que bordeaba el lugar, todo lo lejos que el amplio espacio permitía, y lo miraba con la cabeza torcida hacia abajo.
Era una pose sumisa y Tony, que podía estar ligeramente en contacto con su costado animal desde que el alcohol no se entrometía en la línea directa de sus emociones, pero aun así a su lado salvaje y dominante no le gustaba lo que veía.
—No debería estar aquí, señor —es todo el saludo que le da.
Tony maldice para sus adentros al oír la jodida palabra. La odia. Hubo un momento en que le daba un morboso placer verlo todo inocente llamarlo señor. Hubieron buenas corridas, culposas y tormentosamente buenas corridas con él evocando el recuerdo de Peter sentado en el taller, diciéndole señor con esos ojos de ciervo perdido mirándolo fijo, pero ahora quería erradicar la palabra de su jodido vocabulario.
—¿Por qué no quieres que esté aquí o por qué te parece una abuso que dos cometamos un delito en el mismo lugar y a la misma hora? —pregunta casual, intentando no sonar demasiado molesto.
—Porque no quiero verlo —dice sin irse por las ramas.
Un buen motivo, sin dudas. Lástima que no le interesaba escuchar ese argumento.
—Correcto. ¿Eso es porque te rechacé la última vez que nos vimos o pasó algo más reciente? —el sarcasmo no ayudaría, pero no tenía mejores herramientas ahora mismo.
—N-no. No tiene nada que ver, señor.
Muy rápido, muy fácil y muy poca verdad en tal afirmación.
—¿Podrías al menos quitarte la máscara para mentir? Es perturbador que intentes sostener un diálogo conmigo usando eso y sé bien que es una mentira, no necesitas fingir que no.
Los ojos cafés aparecen directo sobre los suyos cuando se la retira de un manotazo y la guarda en el bolsillo canguro de su chaqueta. Como dijo, lee en ellos la mentira a leguas. Tiene ojeras y no se ve mejor de lo que Tony hacía antes de que su vida se volviera básicamente una oda a la salud corporal.
—No es exactamente porque me rechazó, señor.
—¿Debo repetir que sé que mientes? —gruñe entre dientes y Peter se estremece moviendo el peso de su cuerpo de un pie al otro.
—No puedo hacerlo —susurra al fin, aceptando la dura realidad.
Tony aprieta los dientes y mira con desprecio al chico. Bueno, jodida mierda, él tampoco estaba pasándola de lujo. Apenas era dueño de sí y sumarle a la maldita ecuación un crío inestable estaba llevándolo al límite.
—Dijiste que estarías ahí. Dijiste que sabías que no sería fácil —le reprocha con dureza y Peter se encoge en su lugar.
No se siente exactamente bien decir aquello, pero una parte de su mente se aligera solo de poner en palabras ese hecho. Se sentía jodidamente traicionado y vulnerable. Dos emociones que odiaba y que lo hacían alucinar con beberse todo el puñetero alcohol del país. Tony estaba cerca de olvidarse de la jodida sobriedad en este punto. Quizá era malo seguir bebiendo, pero al menos tenía a Peter cuando eso pasaba. Al menos lo tocaba cuando estaba ebrio, le acariciaba el jodido cabello y lo sostenía entre sus brazos.
No era justo que el premio por mantener la puta sobriedad fuera más un castigo que una recompensa.
—Subestimé el asunto —le dice Peter esquivamente, meneando la cabeza.
—No será esta la primera vez que confías, sin base en la realidad, de tus habilidades —masculla atento a la forma en la que su quijada se tensa—. Pero sí es la primera vez que veo que te das por vencido.
Peter le lanza una mirada dolorida, pero al menos no es tan atrevido como para disculpar sus actos con excusas vacías. Tony le advirtió que aquello no sería fácil. Se lo dijo, intentó que lo entendiera, pero el maldito había hecho aquella promesa y Tony se sentía tan traicionado al ver que no era capaz de cumplirla que apenas contenía la furia que le generaba.
—Lo siento. Yo no... no conté con... con que... con lo que iba a sentir.
Sí bueno, nadie tuvo ese maldito factor en cuenta. Peter siempre había sido una criatura difícil pero controlable. ¿Quién iba a imaginar que sus hormonas los destrozarían a ambos?
—¿Y entonces te rindes? ¿Eso es lo que quieres decirme?
El chico aprieta los labios y menea la cabeza. Tony acepta que se ve miserable. No es un jodido energúmeno y puede que le gustará victimizarse y ser un mártir y todas esas mierdas que dice su psicóloga que debe dejar de hacer, pero hasta él entendía que esto no era su culpa y que pedir perdón por una jodida adicción no era ni por aproximado lo que si psicóloga le diría era "aceptable"; pero sabía que la última vez no había tenido todo el tacto del mundo y que estar cansado de tener que vivir empujando lejos a Peter cuando lo único que quería era que Peter volviera a darle un poco de ese silencioso apoyo, estaba mal.
—Mira, siento lo ocurrido...
—¡No debería sentirlo!
Tony da un traspié cuando retrocede sorprendido con su rabia y entrecierra los ojos al chico cuando esté aprieta los labios y se sujeta mortificado el rostro.
—¡Maldición! Lo siento, no que- no debería gritarle... yo solo... —las manos caen de su rostro y las aprieta en dos puños duros a los costados de su cuerpo—. ¡Maldición! Es que... esto está mal, ¿entiende?
Le parecía de sabios mantener la boca cerrada, porque a su criterio, mal estaba que a sus cuarenta y cinco años, anduviera tras el culo de un crío de dieciocho.
Pero, lógicamente, habla pese a todo. Para Tony decir idioteces era humano, pero saber meter la pata hasta el fondo era divino.
—Sé que está mal, pero creía que era lo que...
—Yo, no usted —gruñe Peter, corrigiéndolo molesto.
Difícil de rebatir. No le parecía que Peter apreciara la teoría de los daddy issues que manejaba su terapeuta de todo aquello.
Entonces Tony se sintió sin argumentos, porque maldita sea, él no quería dejar las cosas con Peter. Ni siquiera habían empezado, jodida mierda. Aún no lo había tuteado, aún no lo había besado, aún no sabía cómo se sentía tenerlo entre sus brazos y Dios, lo anhelaba con cada respiro. Era lo único que le hacía mantener firme la decisión de no volver a beber, de resistir la tentación.
Malditasea estaba allí porque no iba a repetir la historia, no iba a dejar que fuera de su vida sin pelear por él, por ellos. Tony no se quería rendir, quería luchar. Y quizá no fuera digno y fuera un completo asco, pero quería. Los quería.
Peter era mucho más que el chico que conoció en Queens, era mucho más que el superhéroe en pijamas que vio y, Dios, quería conocerlo. Quería decir que lo conocía de verdad, no de aquella manera superficial y tonta. Quería poder decir que así fue como se conocieron, por una cuestión de necesidad profesional, pero que ahora era distinto. Quería poder decirle que lo conoció de verdad en su taller, viéndolo estudiar las indicaciones del traje y analizando que tipo de mejoras le vendrían bien para optimizar su trabajo. Que lo conoció aún más cuando rechazó ser un vengador. Que vio quien era realmente cuando se quedó allí a su lado, ayudándolo en su momento más oscuro, protegiéndolo de sí mismo y su autodestrucción.
Pero, si Peter no quería... si Peter decía que él no estaba bien con aquello... ¿Qué argumentos podría dar para defender su causa? Una causa, a la que para empezar, solo se embarcó porque pensó que eso era algo que ambos querían. Le dolía como los mil demonios, pero... pero él podía vivir sabiendo que no era correspondido. Creyó que no tenía sentido forzar a que Peter olvide algo que no pensaba dejar, creyó que los dos estaban en la misma página, pero... bueno, viendo lo evidente, Tony seguía sin entender como jodida mierda se escribía en el libro de las relaciones.
—Está bien, Peter. Tienes razón, está mal.
El chico suelta un suspiro y lo mira impotente. Lo ve buscar algunas palabras para explicarse, pero Tony sabe que eso solo les haría más mal. Peter necesitaba estar lejos y él podía darle eso. Quizá volvería a él, no de la misma forma, pero podría volver a ser su pupilo, o algo parecido a un amigo, si es que Tony se aseguraba de irse antes de que dijeran algo que no pudieran borrar con un poco de distancia.
Le pidió mucho y jamás tuvo nada para darle. Esa era la verdad. No tenía ni tiempo para ofrecerle, porque cada año que retrasó aquello solo los condenó a un poco menos de tiempo juntos. Su propio deseo lo hizo empujarlos a ese punto donde metió a Peter en un asunto que no le correspondía. Peter era un crío, por el amor de Dios, y Tony era un jodido alcohólico en su primer año de rehabilitación. Era todo menos un partido que valiera algo.
—Me iré, no tienes que preocuparte más por esto. Buenas noches, Peter.
Inclina ligeramente el cuerpo en su dirección y se da vuelta. Le pesaba cada jodida extremidad y era increíblemente fitness por esas fechas, así que era decir mucho sobre el esfuerzo que le tomaba alejarse de él. Es lo correcto, es lo correcto, se dice así no se sienta ni un poco así.
—No nos conocimos hace cuatro años —dice de repente y Tony se detiene antes de alcanzar a alejarse más y mira sobre su hombro.
—¿Perdón?
—Yo... yo era el niño. El de la Expo-Stark. Ahí fue cuando nos conocimos.
Tony arruga la frente y menea la cabeza sin entender qué se supone que eso significaba.
—Me salvó la vida.
—¿De qué hablas, Parker?
—Ha-hace diez años. Cuando... cuando ese tío ruso se volvió loco... Yo fui con mis tíos a esa Expo-Stark. Hacía poco habían fallecido mis padres y Ben quería... él quería hacer algo lindo por mí y sabía que era fan suyo... Fue poco después de la conferencia de prensa y le dijera al mundo quien era. Era la primera presentación pública que haría luego de... que confesara ser Iron Man y... mi tío nos consiguió entradas con un tipo del trabajo.
Tony parpadea rebuscando en sus recuerdos, pero no entendía nada. Claro que recordaba ese maldito desastre, pero qué demonios quería decir con... Un recuerdo medio borroso lo asalta y sus ojos se abren viendo a Peter de arriba abajo, incapaz de creerlo.
—¿Eras el niño con el casco? —dice con un jadeo, girando el cuerpo para volver a pararse de frente al chico, que se había empezado a alejar de la pared a su espalda.
—Usted me salvó la vida. Por todos estos años he intentado... he intentado devolverle lo que...
—¿Por eso me tapabas la borrachera? —susurra entre asqueado y estupefacto.
—¡No! Eso... eso fue porque... bueno, era mi mentor y yo... yo quería ayudar. Nada más.
—Peter, no me debes nada. —suspira empezando a sentir que todo aquello ahora adquiere una nueva capa de basura y retorcimiento a la causa perdida de su relación—. Mira, así fueras ese niño, no... no me debes nada. Ya puestos, si no hubiera jodido al sujeto no habrías estado en peligro. Así que al final, como de costumbre, soy yo el que debe discul-
—¡No me entiendes! —le espeta acercándose unos pasos, con toda la impotencia grabada en los ojos—. Lo que quiero decir es que tú hiciste eso por mí, me diste mi traje, me diste un lugar entre los Vengadores y... y yo no puedo ni siquiera apoyarte ahora que.... ahora que necesitas un amigo.
—¿Qué demonios...? ¿Así ves lo que pasó aquí? —gruñe desesperado agitando la mano entre ellos.
Pero Peter no lo escucha ni pareciera querer hacerlo. Se sigue acercando hasta que casi está a medio paso de distancia. Y Tony al fin empieza a entender qué estaba pasando allí, ahora tenía sentido lo que pasó en el taller, porque se fue de repente y porque no volvió.
Tony creía que era víctima de la misma treta que alguna vez le lanzó. Peter odiaba a alguien, pero no necesariamente a quien Tony creía.
—¡Te debo mí vida y todo lo bueno en ella y soy incapaz de... Y de hacer esto por ti! Y me siento tan mal cada vez que te miro y me doy cuenta que te falle como ellos, que no puedo estar aquí, no de la forma que lo... Yo te prometí que estaría ahí, que te ayudaría y... y no puedo hacerlo. Cada vez que voy, cada vez que te veo... solo puedo pensar en cuánto deseo besarte, abrazarte, acariciar tu cabello, estar en tu cama... ¡Te juro que lo intenté, Tony! Intenté tanto ser tu amigo, estar contigo y entender que... que necesitabas tiempo, pero... Me quema, ¿entiendes? Me consume lo mucho que te deseo. Y me da tanto asco ser incapaz de... de salvarte.
Oh maldito Dios. Tony solo lo hace. Bien. No está listo, su psicóloga quizá renunciara al enterarse. Había grandes probabilidades de que el psiquiatra quisiera volver a medicarlo, pero Tony da el maldito paso que los separa, le coge el rostro y lo besa.
Peter se derrite contra su agarre, no pelea ni medio segundo, apenas titubea antes de alzar sus propias manos y enredarlas entre las suyas. Tony aleja suavemente sus labios luego de un poco y efimero contacto que lo embriaga como mil botellas no podrían y une sus frentes. Sus ojos estaban cerrados, tan firmemente apretados que pequeños puntos brillaban, pero se mantiene así: escuchando la pesada respiración de Peter, absorbiendo el aire que soltaba y calentaba sus mejillas. Y era bueno, casi tanto como siempre supo que lo sería. El dulce y tropical aroma de su shampoo le quema en las fosas nasales, su dulce y cálida piel quema bajo sus palmas y le aterra abrir los ojos y perder el momento.
Desea grabar la imagen en su mente, pero primero quiere fijarlo en sus recuerdos. Quiere detener el tiempo en ese pequeño instante donde el corazón de Peter y el suyo laten a la misma y volátil velocidad, llenos a morir de endorfinas que lo ponen a cien, como el chute más poderoso de adrenalina jamás inventado.
—Di-dilo otra vez —susurra con labios temblorosos, lleno de alegría y terror—. Di mi nombre otra vez —pide suavemente, ansioso por anclar el recuerdo auditivo de su fuerte y ronca voz llamándolo al fin por su nombre.
Peter se exalta bajo sus manos y Tony, renuente, abre los ojos. La mirada desenfocada y perdida tan cerca de la suya se abre y la sorpresa lo inunda. Estaba convencido de que no lo había hecho apropósito, pero le daba exactamente lo mismo.
—¡No! No tenía que ser así —gime intentando apartarse, pero Tony lo coge con más fuerza del rostro y se lo impide—. No tenía que ser así, tenía que ser... bueno no sé cómo, pero no tenía que ser así. Tenía que ser cuando estés listo y sé que no lo estás... Dios, ¿por qué soy incapaz de hacer algo bien?
—Lo haces perfecto, Peter. Di mi nombre. Dilo, estoy listo bebé. Di mi nombre.
—No quiero apurarte, por eso me fui... de verdad esperaré todo el tiempo que...
—Hazme esperar un segundo más y no respondo de mí. ¿Entiendes? Dilo. Vamos, dilo para mí. Quiero escucharlo. Dios, llevo años queriendo escucharlo. Deja de alejarte de mí —suplica poniendo a fuerza los consejos de su jodida psicóloga.
Peter coge aire y lo mira unos angustiantes segundos.
—En verdad es algo tan estúpido...
—Parker...
—Tony.
—Oh, joder.
Cogiéndolo otra vez con fuerza lo trae contra sí y lo vuelve a besar. Separa los labios y empuja la lengua contra la de Peter y el maldito le responde como siempre soñó: lleno de entusiasmo y determinación. Es tal como lo soñó, como lo deseó y como quería que fuera. Sus cuerpos se aprietan, se enredan entre besos y antes de que pueda arrancarle el traje y darle un buen espectáculo al mundo, le coge una mano, lo arrastra por los pasillos de su vieja escuela y lo mete sin reparos en su auto.
Llegar a casa es un desafío automovilístico que rivaliza con el Dakar. Peter perdió la sudadera y el ajuste del traje, Tony perdió la chaqueta, el polo y el cinturón. Peter se recuesta en su cama desnudo y deseoso, lo mira fijo y embelesado mientras se baja los pantalones y la ropa interior. Sus ojos le gastan las superficies del cuerpo que puede ver, estira la mano y le acaricia el pecho, siguiendo la línea de vellos oscuros y rizados hasta la parte baja de su abdomen. Esos ojos cafés brillan famélicos, complacidos y sin la culpa que los inundaba cuando en el baño perdía la batalla contra el decoro y lo miraba a las apuradas, dándole algo menos que un repaso clínico.
Tony lo deja hacer, se mantiene erguido sobre sus rodillas y acompaña con su mano la del chico, invitándolo a que lo acaricié como hacía en sus fantasías, deja que se recree en la verdad del momento con sus dedos entrelazados, arañando ásperamente sus pectorales y la nueva y perfecta forma de su abdomen.
La mirada le brilla aprobatoriamente cuando estudia el fruto de un año entero de cuidado concienzudo y Tony maldice agradeciendo al estúpido de su nutricionista y al maldito quiropráctico que le aconsejó hacer natación. El resultado de todo aquello hacía que la mirada de Peter chorreara lujuria y hambre.
—Dilo otra vez —musita mientras se hunde entre sus piernas y empieza a dejar besos suaves y lentos por su cuello, su pecho y sus pezones.
Peter musita cosas, pero ninguna que quisiera oír realmente.
Con manos temblorosas lo prepara y pese a que no consigue sacarle otra vez su nombre, el chico se retuerce separando las piernas para él, tomando dentro de sí sus tres dedos hasta que gruñe desesperado por más, algo más grande y caliente que Tony no ve la hora de darle.
Separa con cuidado los dedos de su cuerpo, se estira y coge un condón de donde sacó el pote de lubricante. Le cuesta un poco ponérselo, pero solo porque se encontraba demasiado ocupado chupando y mordiendo su pubis, la línea baja de sus abdominales sobre la cual tantas veces solo derramaba el semen de su corrida y la base de su miembro.
Los dedos de Peter se enredan en su pelo, lo acarician como la última vez que estuvieron juntos en su cama y lo tironean cuando desliza la lengua por su escroto y juguetea un poco con su entrada. El olor de su cuerpo es nocivo para su estabilidad mental, pero consigue ajustar el maldito condón justo cuando Peter vuelve a venirse restregándose como un gato en sus sábanas.
Es un sueño húmedo y caliente hecho verdad. Peter lo mira entre sus espesas pestañas entreabiertas, con la boca hinchada por los mordiscos que le propinó y la piel toda sonrojada por la excitación. Se acomoda una vez más entre sus piernas, le acaricia los muslos cuando le pide con un gesto que lo rodee con ellos. El chico se estremece cuando le coge una de las manos y entrelaza sus dedos, apoyando la mano a la altura de su rostro.
Peter menea las caderas buscando, desesperado por ir al final y Tony, que lo desea con un hambre voraz, lo mira con el rostro apenas suspendido sobre el suyo, sin creerse que al fin lo hará: que al fin lo tomará.
—Dilo, Peter. Dilo mientras la meto —pide roncamente, mordiendo su cuello, dejando una linda y vulgar marca de succión en él.
—Tony —gime aferrando con dos puños las sábanas mientras su miembro se empuja lentamente en su interior.
No dicen mucho más esa noche. Peter y él se enredan uno sobre el otro en la cama, gimiendo contra sus bocas palabras inconexas y sin sentido. Ni siquiera sabe cuantas veces lo hacen, pero se da el maldito gusto de que para cuando terminan, lo tiene exhausto, somnoliento y lleno de mordiscos y marcas moradas como la que esos jodidos críos le dejaban. Peter apenas consigue acurrucarse a su lado cuando Tony toma el papel que jamás debió darle a Peter y lo lleva al baño, le prepara la ducha, lo viste con ropa fresca y lo acuesta en su cama.
La noche no pasa lento, más bien es como si alguien la acelerara, porque cuando lo tiene enredado a su alrededor, con uno de sus muslos sobre sus piernas y suspira entre sueños, el sol empieza a salir por el norte. Tony sonríe y se queda dormido con una de sus manos enterradas en el cabello de Peter, acariciándolo, y la otra con los dedos entrelazados a los de él.
—Gracias, Peter —murmura roncamente antes de caer rendido y el chico, con la cabeza sumergida en su cuello, suelta otro suspiro; uno satisfecho y completo.
La mañana siguiente, ni siquiera llegan a comer el desayuno que cocinó para ellos, Peter lo ataca contra la encimera, lo hace girar duramente y cae de rodillas frente a él. Tony se viene una vez en su garganta y agradece a la entrometida IA que apaga los fuegos mientras Tony toma por los brazos al maldito y lo inclina sobre la barra desayunador, lame los dos deliciosos hoyuelos en su espalda y sin fijarse si está listo o no, le alza la remera suelta que le puso la noche anterior vuelve a empujar su dura erección dentro de él.
Peter grita roncamente, separa mejor las piernas y empuja hacía atrás las caderas cuando Tony se las coge y toma impulso de ellas entrando y saliendo bruscamente de su interior. Le gira el rostro y lo besa y muerde entrecortadamente sus labios, viendo a la luz del día como el placer hace mella en sus facciones y las vuelve algo sucio, prohibido y suyo.
Un alivio primitivo se abre paso por su pecho mientras el chico, con la boca apenas entreabierta gime una y otra vez su nombre, regalándole el placer que la noche pasada entre la bruma del deseo le negó sin querer.
Esas malditas cinco letras que tanto se había obligado a contener y a no imaginar que Peter le decía, se le escapan mientras se viene profundamente dentro de su cuerpo y los ojos de su hermoso chico, angelados por el deseo desgarrador, se vuelven cálidos y hambrientos, triunfales y realizados antes de responder:
—Yo también te amo, Tony.
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