Día VIII: Caricias en el pelo.


La música fuerte y aturdidora hace que Peter se estremezca. Su mirada se desliza por las superficies del taller que no parecen haber estado en el ojo de un huracán.

No eran muchas.

Tony está sentado en el fondo de todo aquel desastre. Su silueta, medio derrumbada sobre el borde de la banqueta, medio extendida a lo largo del mesón de trabajo, descansa con una botella en la mano. El contenido apenas se ve: uno o dos dedos. Imagina que hace una hora, cuando F.R.I.D.A.Y. le envió la alerta, la cantidad era diferente.

La urgencia de llamar a alguien punza en la parte posterior de su mente. Se dice de muchas formas que aquello es lo correcto. Que es chico y que no tiene las herramientas para solucionar aquel desastre.

No lo hace.

No puede hacerlo porque ya había visto la preocupación nublar la vista de Happy, la desaprobación en los penetrantes ojos de Rhodes y la frustración en el azul de los de Pepper. Sabía que llamarlos implicaría meter en problemas a Tony. Sabía que contarles el estado del taller, de su mentor y la casa en general, sería el equivalente a delatarlo.

—¿F.R.I.D.A.Y. puedes apagar la música? —carraspea mirando en todas las direcciones.

Enseguida, Peter.

—Hum, gracias.

La música se corta de golpe y Peter suspira sintiéndose inmediatamente más dueño del lugar.

¿Quieres que llame a alguien?

Peter vacila. Mira a lo lejos la figura desgarbada sobre el mesón.

—De momento lo tengo bajo control pero... por si acaso, mantén a Happy en el marcado rápido.

Con gusto.

No es que sienta la presencia física de la IA, o que eso siquiera fuera una opción, pero se siente algo reconfortado con sus ojos metafóricos vigilando.

Retoma la marcha y se frena un par de veces. No tiene idea por dónde empezar, esa siempre es la parte más difícil de decidir. ¿Y si alguien venía? ¿Qué era peor, dejarles ver el estado de Tony o el de la casa? ¿Lo llevaba al cuarto? ¿Lo metía en la ducha? ¿Lo dejaba quieto donde estaba y limpiaba el tiradero de cosas?

El dolor perpetuo en su cabeza palpita evaluando el panorama. Una parte de él odia todo aquello, otra dolía. Ambas agradecían que F.R.I.D.A.Y. hubiera sido lo suficientemente sabia y autónoma para saber que debía llamarlo a él y no a los demás.

Algo de todo ese cuadro tiene que cambiar. Eso lo tiene muy en claro. Ya tenía un par de días leyendo páginas sobre apoyo para... adictos. Se sintió culpable de solo buscarlo con esas palabras, pero ese era su mentor. La primera vez que Peter lo vio servirse un whisky pensó que era un hombre refinado, cool y elegante. Bastó ver el primer episodio de real decadencia para corregir esa idea romántica del alcohol.

Ya habían pasado dos años. Casi tres, y Tony aún tenía episodios. Se suponía que no tan seguidos, ni tan intensos. Se suponía. Peter escondía la mitad. Happy no era tonto, sospechaba de él; pero no lo interrogaba al respecto. No indagaba como iban las reuniones que Tony y él tenían en la sede, pese a que siempre lo miraba de aquella forma lenta y deliberada, dejándole en claro que sabía que Peter tenía un secreto.

Sacude su cabeza y decide empezar por la parte fácil: ordenar. Desliza la mochila y chaqueta fuera de sus brazos y las hace un pequeño bollo que acomoda en uno de los mesones. Recoge las banquetas derrumbadas, las acomoda bajo las mesas metálicas y prosigue ordenando las mismas. Acomoda las herramientas donde F.R.I.D.A.Y. le va indicando y estudia los distintos proyectos con ojos soñadores. Le encantaría llegar al momento de su vida donde esa fuera su realidad. Estar en el taller, creando, construyendo...

Le toma una larga hora, pero acomoda todo lo suficientemente bien como para que si una visita repentina llegara, pensara que Tony solo se lanzó a tomar y ya. No verían el huracán de odio y dolor que dejó a su paso.

Hecho eso, Peter se dirige al hombre que ronca entrecortadamente en la silla. Lo mira desde todos los ángulos, buscando rastros de sangre. La última vez que Peter tuvo que resignarse a llamar a por refuerzos había sido cuando Tony se abrió la mano con un trozo de cristal. La herida no paraba de sangrar. Peter intentó limpiarla, intentó contener el desastre, pero cuando la sangre no paró de escurrirse por su ropa, se resignó y con impotencia marcó el número del jefe de seguridad de su mentor y esperó apretando la herida con un paño sucio que alguna vez fue su bufanda.

Happy intentó explicarle por qué Tony seguía haciendo esas cosas, pero Peter sabía lo suficiente de la vida como para entender de dónde venían los comportamientos autodestructivos de su mentor. Tony se sentía tan culpable como víctima. Odiaba odiar y le frustraba extrañar. Peter no lo excusaba. Todos cometían errores, algunos más que otros. Quizá cuando tenía quince años le era más fácil ver a su mentor como una víctima de sus circunstancias. Pero Peter ya no era ese niño. Peter ya estaba cerca de cumplir los dieciocho y sabía que uno podía entregarse a la furia o pelear contra ella y salir adelante.

Mantenerse en ese estado era una decisión de Tony, así a él no le gustara reconocerlo.

Tampoco lo juzgaba. Tony no parecía tener las bases que cualquiera necesitaba para aprender a tragar, aceptar e intentar ser mejor. Se notaba a leguas que esa parte de la enseñanza alguien se la salteó.

Apoyando con cuidado la mano en su hombro, Peter lo sacude ligeramente. Tony gruñe de forma abrupta y estira bruscamente la mano en su dirección. Retrocede medio paso y coge la botella que se intenta estrellar contra su cráneo sin usar un gramo de fuerza. Tira con paciencia de ella y eso le arranca otro quejido al hombre.

—Vamos, señor Stark. Suelte. Se lastimará si sigue peleando.

Con un quejido y un par de obscenidades, Tony alza la vista. Ve como en sus ojos bailaba la sorpresa y el desconcierto. Luego, cuando parece al fin reconocer su atacante, desliza la mirada por el taller y luego a la mano que Peter tenía en el aire. Los dedos sueltan de inmediato la botella, pero no hace más movimientos. Se queda quieto como está y Peter se pregunta si experimentaría culpa o tristeza.

No fueron pocas las veces que sobrio le dijo que se fuera, que dejara de volver y de una vez hiciera su vida lejos. Peter siempre le decía que si no quería que volviera, solo tenía que cambiar la contraseña del teclado de acceso o retirarle su pase. Nunca hizo ni una ni la otra.

Se imaginaba que no era capaz de sentenciarse a más soledad de la que se impuso. Le alegraba saber eso.

—¿Está listo para ir a darse una ducha? —pregunta con calma, manteniendo un ojo atento en su rostro y otro en su postura.

Solo fue una vez, pero lo atacó. Ninguno supo de donde vino. Peter teorizó que fue el remanente de una pesadilla que lo había estado atormentando cuando lo sacudió para despertarlo. Jamás preguntó. Cuando Tony se disculpó, no le ofreció una explicación. No lo presionó por más.

—Vete.

Peter sonríe y menea la cabeza.

—Esa no es la palabra clave, señor.

La mirada marchita se clava en su rostro. No dura mucho el contacto. Tony corre enseguida los ojos, como si su sola imagen aumentara el dolor. Se imagina que sí. Se imaginaba que la vergüenza que atizaba sus entrañas no era nada comparada con la que él sentía al volver a ser descubierto en ese estado.

—Vamos señor, ya sabe cómo funciona esto —musita dejando la botella lo más lejos que puede. Estira tentativamente la mano para cogerle el brazo, a la espera de alguna nueva disputa.

Esa vez no protesta y deja que Peter use su fuerza para enderezarlo y ayudarlo a andar. El peso del cuerpo cae sobre su costado y tiene que anclar la mano en la cintura de su mentor para que no se le caiga.

—Eso es —lo felicita por impulso y los dos se tensaron.

Peter maldice para sí y se esfuerza por no volver a hacer nada tan idiota. Caminan en silencio. Tony huele fatal. El whisky no huele nada bien cuando brota de los poros y no del cuello de una botella.

La procesión es lenta y humillante. Dos veces intentó zafarse y andar solo. Las dos, como siempre, resultaron con Peter teniendo que cogerlo antes de que se dé de bruces contra la moqueta. Peter tenía paciencia y, lamentablemente, experiencia. Lo socorría antes de que hubiera peligro real y le daba espacio cuando Tony simplemente no podía soportar más ser arrastrado por su propio pupilo.

Cuando llegan al corredor que llevaba al cuarto de su mentor, Peter empieza a sentir como el corazón le da rebotes más rápidos y desiguales en el pecho. Maldice. Coge aire con fuerza y toma la perilla del cuarto de Tony con firmeza, negándose a sucumbir bajo el peso de su ansiedad.

—Desde aquí puedo —protesta, pero no lo suelta.

Ambos sabían, por experiencia (una aterradora experiencia) que aquello no era verdad. Bastó una sola vez que casi se ahogara en la ducha para que Peter se plantara con pies de plomo en todo lo referente a dejarlo solo.

—Lo sé, señor.

Tony no agradece la mentira. Peter no agradece tener que decirla.

Entran al cuarto con el habitual silencio y lo deja sentarse en el cómodo sillón que tiene en una de las esquinas del cuarto. Sin estirar el momento, entra al baño y lo dispone todo.

Aún recordaba lo increíblemente extraño que fue hacer aquello la primera vez. Se había sentido como un niño viendo dentro de la habitación de sus padres. Luego como un chico viendo la habitación de su crush. Ahora se sentía como un joven viendo las miserias del hombre al que estaba seguro amaba.

Ya no le daba esa emoción cuasi inocente tocar cada la llave de la ducha o apilar las toallas a un lado para que pudiera secarse cuando estuviera listo. No se perdía en la inmensidad de su vestidor y sabía dónde estaban los pijamas, los pantalones de entrenamiento y las remeras casuales. Ya no tenía espasmos en el abdomen al coger la ropa interior, ni se queda impactado con la cantidad y variedad de medias que tenía. Una vez sola se dio el tiempo de contarlas. Eran tantas que perdió dos veces la cuenta.

Vuelve al cuarto y Tony está recostado en el sillón, con los brazos colgando de los apoyabrazos y los ojos cerrados. Pasa junto a él y se sumerge dentro del inmenso vestidor. Rebusca con rapidez y destreza lo que va a necesitar y sale sin tener que ni prender la luz.

Peter se agacha junto a Tony, dejando la nueva muda a los pies de la cama y le sacude con cuidado el hombro.

—¿Señor?

—¿Por qué sigues haciendo esto, Peter? —musita sin despegar los parpados.

Suena bastante sobrio, pero cierto es que nunca sonaba de otra forma. El olor salía fuerte e intenso de su boca. Se recuerda preparar la pasta de dientes y el cepillo.

—Para eso están los amigos, señor.

Eso basta para arrancarlo de la tierra de la autocompasión. Abre los ojos y los fija turbios y perdidos en él.

—Amigos —repite con lentitud, como si la palabra fuera un conjunto de letras sin sentido.

—Amigos —afirma con una media sonrisa apagada, enderezándose.

No pelea. Lo guía al baño y, mientras atraviesan la nube de vapor, Peter le da la espalda. Toquetea las canillas hasta que el agua empieza a salir tibia, tirando a fría.

—¿Ya? —pregunta tras de él, con la voz temblorosa.

Peter mira fijamente el inmaculado mármol y junta tanto aire como su caja torácica le permite. Le pinchan un poco las costillas y algunos puntos negros empañan su visión antes de que se sintiera listo. Se gira con lentitud, controlando con determinación sus ojos y asiente retirándose un paso atrás y al costado. La sonrisa tirante en su boca anima a su mentor a avanzar hacia él. Lo hace con cuidado y lentitud. Ninguno de los dos quería ni pensar en que Peter tendría que cogerlo si se caía. No en ese momento. No en ese estado.

Tony entra con su gloriosa desnudez a la ducha y Peter se retira sin esperar más. No se aleja, no puede darse ese lujo. Se queda de espaladas, contemplando los baldosines en forma de espigas del suelo. Cuenta los blancos y los grises por separado, luego suma el total y, como siempre, calcula los metros cuadrados de material que se requirieron para forrar el piso.

El melodioso sonido del agua impactando contra el cuerpo de Tony es un elemento distractor. Uno fuerte. Cada vez más fuerte. Cada vez más angustiante. Cada vez más carnal.

Peter ya no tiene que luchar contra la vergüenza del momento, empezaba a luchar contra el deseo, contra la urgencia de girarse y verlo. Quería admirar su cuerpo desnudo y bronceado. Quería descubrir en qué zonas los vellos en su piel se espesaban, quería recorrer con la punta de sus dedos la firmeza de sus músculos.

Enumera con paciencia las baldosas del suelo y prosigue a evaluar las juntas, intentando describir en qué puntos el patrón de espigas se une al siguiente.

—Parker...

Peter endereza más la espalda y vuelve a coger aire acopiando fuerzas. Se acerca a Tony y le tiende una de las toallas que había preparado. Le da la más grande primero. Ya había aprendido que lo más urgente a cubrir era su cintura y piernas. Luego estira una más pequeña para que secara su cabello y lo ve mientras la deja caer sobre su cuello, para que continuara conteniendo la humedad que se deslizaba de él hacia abajo.

No se entretiene viendo su pecho. Sonríe amablemente y le ofrece la mano. Tony no la coge con firmeza, pero sí la coge. Peter lo deja al lado del inmenso colchón y desaparece dentro del baño una vez más. Escucha el susurro de la toalla al caer y los gruñidos cansados mientras se ponía la ropa interior y los pantalones.

Lucha contra la tentación de salir y se entretiene en el baño, sacando del botiquín lo que iba a necesitar. Dispone el cepillo y la pasta de dientes junto a los analgésicos y el agua. Recoge la ropa en el suelo y la hace un bollo que deja junto a la puerta. Continúa paseándose por el cuarto de baño hasta Tony le informa con un gruñido que ya estaba vestido.

—Excelente, señor —dice una vez que se encuentran de frente y Peter sonríe más calmo al verlo completamente cubierto de ropa.

La toalla blanca sigue depositada en su cuello y Peter se estira para sacársela rápido, mientras recoge la otra de la cama.

—Le dejé el cepillo de dientes junto a las pastillas, señor.

Tony hace una mueca de dolor y Peter se acerca un poco a su lado.

—¿Se siente mal? —murmura preocupado y Tony le lanza una mirada, la primera del día, sobria.

—Nadie que haga lo que tú haces por mí debería llamarme "señor" —masculla con un deje impaciente en la voz.

Habían tenido unas cuantas veces esa charla y Peter, que se moría por hacerlo, vuelve a negar. Eliminar los pobres hilos de autocontrol no se le estaba permitido. Sería muy fácil olvidarse su lugar si se daba más confianza. Ya suficiente bordeaban la línea.

Tony no hacía aquello porque le apeteciera que Peter lo mimara. Era un hombre en el piso, sin armas y abatido. No podía darse el lujo de perder el norte. Si algún día... si algún día le pedía que lo tuteara, quería que fuera porque lo veía como su igual. No porque le pareciera de lo más idiota mantener las formalidades luego de "humillarse" así mismo dándole esa penosa probada de su humanidad.

—Será mejor si va a lavarse, señor. No creo que quiera despertar con ese sabor en la boca.

Tony lo mira detenidamente, como evaluando que tanto quiere o cree que vale la pena pelear por ello. Se mantiene firme e inamovible y eso hace que su mentor suelte un suspiro. Lo ve retirarse al baño y aprovecha para moverse ágilmente por el cuarto. Corre las sábanas, bloqueando de su mente la pregunta que siempre se forma sobre lo que sentiría dormir entre ellas, en los brazos de ese hombre y acomoda las almohadas sobrantes en el lado opuesto.

Como no es de noche (apenas tocaba la primera hora de la tarde) se dirige a las amplias ventanas y tira de las cortinas para bloquear la luminosidad del día.

Cuando está satisfecho, gira y se topa con la mirada de su mentor en él. Peter se queda momentáneamente paralizado, pero despierta rápido y vuelve a lo suyo. Toma las toallas del inmenso baúl a los pies de la cama y las carga en su cadera.

—Debería acostarse, señor. Yo iré a poner la lavadora.

—No es nec-

—No es problema —lo corta rápidamente, necesitando una excusa para no verlo acostarse.

Se escabulle antes de que pueda detenerlo. Saca del baño las prendas que habían dejado allí y aleja la vista de la cama cuando sale.

No se detiene hasta estar en la puerta a unos metros del cuarto. Solo, suelta el aire que retenía, aprieta los párpados y se permite unos segundos de dolor y tristeza.

No es que estuviera cansado de aquella rutina. Dios, lo haría cada día si es que supiera que servía de algo, pero es evidente que no lo hace. Tony, pese a que se esforzaba por distraerlo, seguía sintiéndose solo y miserable; estancado en ese momento, negándose a mirar hacia adelante.

La tristeza vuelve a oprimir su pecho y un incandescente deseo de gritar de rabia lo llena. Ojalá pudiera hacer algo. Ojalá pudiera ser la pieza que le faltaba. Pero es claro que no lo es. No basta con su presencia para calmar su dolor. Y eso le dolía a él. Toda esa situación dolía por Tony y por él, a partes iguales.

Peter, el señor Stark quiere saber si deseas comer algo.

Pegando un bote en su lugar, Peter estudia el pasillo y clava los ojos en la puerta a unos cuantos metros.

—Eh, no gracias, F.R.I.D.A.Y.

—Insiste en que comas algo.

Lanzando un suspiro, menea la cabeza y entra en el cuarto de lavado.

—Bueno, pero no pidas nada. ¿Hay algo en la nevera?

—Lo suficiente para unos aperitivos sencillos o unos sándwiches —corrobora al cabo de unos segundos.

Tira la ropa en la lavadora y pone el detergente, ligeramente alucinado con el nivel de conocimiento que tenía F.R.I.D.A.Y. sobre la casa.

—Bueno, entonces iré a hacer algo. ¿Le preguntarías qué prefiere?

Se ha quedado dormido. Pero puedo despertarlo.

Peter arruga la nariz y menea la cabeza, considerando en silencio que no quería tener que enfrentarse a ese hombre con resaca.

—No es necesario.

Como gustes, Peter. ¿Necesitas algo?

Se le ocurre preguntar qué ha pasado. Qué noticia de los exiliados había llegado a oídos de Tony para que termine en aquel desastre, pero lo descarta. No venía al caso. Lo que sea, no justificaba aquel despilfarro de energía.

Si hubiera sucedido algo realmente grave... Peter tenía suficiente experiencia en esos episodios como aceptar que el día que fuera algo catastrófico lo notaría.

—¿Podrías avisarle a May que voy a tardar?

Enseguida. Le pediré a Karen que la contacte en tu nombre.

Agradecido asiente y deja atrás la lavadora cuando empieza a escuchar el agua caer dentro. Con lentitud, y evitando mirar por la puerta del cuarto de su mentor, se dirige a la cocina.

Pasea por la estancia buscando los ingredientes, preparándose un buen sándwich mientras armaba otro más comedido y lo envolvía en papel alumno. Saca un plato pequeño, acomoda ahí el paquete y busca dentro del refrigerador uno de los fuertes energizantes que mitigaban la resaca de Tony. Peter se niega a preparar un coctel, así jurarán que era lo mejor para curarlo.

Una idea lo sobreviene y Peter mira en todas direcciones. Pese a que lo pensó incontable cantidad de veces, nunca dio el paso. Se sentía muy personal hacerlo, hasta de entrometido, pero ya había establecido que tenía que empezar a cambiar las cosas. Hacer aquello era tan bueno como sentarse y hablarlo. Pero para eso debía admitir no estaba listo.

No tiene la fuerza dentro de él para hacerlo. La sola idea de sentarse con Tony, mirarlo a los ojos mientras abre su corazón y le pide que lo deje ayudar hacía que una capa de sudor recubra su cuello.

Con un asentimiento firme, Peter se da ánimos en silencio. Carraspea con ligereza y empuja las palabras desde su mente a sus labios.

—F.R.I.D.A.Y. sabes dónde guarda...

Antes de que termine la oración, tres de las puertas del bajo mesada se abren. Dos más en las alacenas y Peter se imagina que muchas otras puertas de la casa se abrieron en el momento.

—Eres increíble —musitó inclinándose para ver, aun con la comida en la boca.

Tú lo eres —lo contradijo la IA y Peter se ruborizó como el tonto que era.

Con el ritmo de su corazón tamborileando en sus oídos, ve las tres botellas apiladas y las coge sin vacilar. Repite el proceso con los otros dos lugares señalados y se estira por las de la alacena al cabo de otros segundos. Con el ceño fruncido, pero una determinación férrea, empieza a recorrer el resto de la casa.

Encuentra muchas en el taller, un pequeño alijo en el estudio de Tony y, como no, otras tantas en su cuarto.

Se desliza sin problemas y en silencio por la estancia a oscuras, había memorizado la localización de cada mueble y cada alfombra en esa recámara. Deja el sandwich con el plato, la bebida y una nueva pastilla para el dolor de cabeza en la mesita de junto, antes de escabullirse con las manos repletas de botellas de licor sin abrir.

El juego de caza y captura termina con él en la cocina, rodeado de veinte botellas. El corazón le dio un vuelco al contarlas. Requirió hasta la última gota de autocontrol el abrirlas sin armar un estruendo y verter su líquido en el fregadero. Deseaba lanzarlas con todas sus fuerzas y hacerlas añicos con las manos, y lo hacía con tal ganas que un par de veces tuvo que frenar y respirar profundo. Se concentra y de forma metódica y ordenada vacia hasta la última gota. Cuando ha finalizado, mete la evidencia de sus actos en una bolsa grande y negra, que deja escondida bajo la mesada, a la espera de que se fuera para tirarla en alguno de los grandes contenedores de reciclado.

F.R.I.D.A.Y. le informa que el ciclo de lavado estaba llegando a su fin y Peter mira su reloj. Ya eran más de las cinco de la tarde y dentro de poco debería volver a casa, si es que pensaba patrullar. Mordisqueando su labio inferior, mira la cocina impoluta y suspira.

Nunca se quedaba. Peter solía elegir esfumarse y fingir que el episodio nunca sucedió. Pero dado que ese día está haciendo algunas cosas de manera diferente, se traslada al taller y coge su mochila y su chaqueta. Rebusca entre sus papeles y corta una hoja blanca.

Al cabo de unos minutos, descubre que el papel parecía burlarse de él y sus intentos por escribir unas cuantas palabras. Su mente se enredaba entre las mil cosas que quería decir y las que sabía que no podía decir. Su mentor era veinticinco años más grande. Mirase como se mirara, Peter no es más que un niño para él. Puede ser que fuera un niño que le curaba la borrachera y lo encubriera del resto de los adultos, pero no más que un niño.

Sabía que por mucho que lo deseara, no puede decirle lo que realmente pasa por su mente o su corazón. Tony no lo entendería. Lo alejaría, eso sí. Así creyera que aquello solo se trataba de una fase, lo empujaría lejos de su vida. Si había albergado dudas sobre sacarle su pase, bastarían pocos minutos para que el mismo fuera anulado.

Un doloroso estremecimiento le sacude las entrañas al contemplar esa idea. ¿Quién estaría para él si eso pasaba? Peter no podía ser egoísta. Aunque, una pequeña voz en su cabeza, le dijo que sí lo era. Lo era en ese mismo momento, cuando se disponía a decir alguna mentira que le aseguraba seguir a su lado. Quería quedarse y le daba lo mismo si tenía que engañar a Tony para poder hacerlo. Era maduro y sabe que Tony tiene derecho a saber qué tipo de relación tenían. Mentirle era negarle ese conocimiento y por eso era egoísta.

Mira la hoja una vez más y niega. Aún no. No está listo para decir adiós. Sabe que en un futuro no muy lejano tendrá que hacerlo. No es tonto, puede sentir lo mucho que le cuesta alejarse, no verlo, no pasar del deseo a la acción. No queda tanto de su fuerza de voluntad para suponer años antes de esa encrucijada. Peter tiene ya el conocimiento sobre qué es lo que deseaba y cómo se siente en la piel la fricción de otro cuerpo. Si cuando tenía quince fue difícil concentrarse, ahora resultaba imposible no dejar sus fantasías salir a jugar con su cordura.

Aunque... a veces, también sueña que aquel era un sentimiento que se desvanecería y una mañana se levantaría y se daría cuenta (con ligera sorpresa) que esa noche, y muchas otras antes, no había soñado con su mentor. Repararía con alegría que el verlo a los ojos no le agitaba el estómago y respirar su colonia no empujaba los latidos de su corazón a la estratosfera.

Ese era un sueño lindo. Uno placentero. Uno donde podría tener lo mejor de los dos mundos: amigo y pupilo.

Un sentimiento parecido a la esperanza brota en su interior. Arruga el papel y lo mete en su bolsillo sin leer lo que había garabateado. Dejanado atrás el taller, se dirige más calmado a la cocina. Vuelve a estudiar todo allí, asegurándose de que su paso por la estancia no fuera evidente y sube de dos en dos las escaleras, dispuesto a doblar la ropa e ir a casa.

Al día siguiente vendría y volverían a fingir que nada pasó. Y eso estaba bien por Peter. De momento estaba bien.

Entra al cuarto de lavado y escucha como la lavadora empieza a sonar. Se recarga en la pequeña mesada y dobla las pocas prendas que ha puesto en ella. Finge no notar nada en su bajo abdomen cuando coge la ropa interior y la dobla. Ya pasará se dice, por más que una de las esquirlas de su corazón roto punza, negando tal optimismo.

No se plantea dejarlas allí porque Peter no hace así las cosas. Carga las ropas en sus manos y vuelve a asomarse por el cuarto a oscuras. Puede escuchar el suave ronquido de Tony provenir de algún lugar, amortiguado por la colcha y sonrie ligeramente. Esquiva con los ojos los otros calzoncillos y deposita el limpio en la pila correcta. Deja las medias con sus hermanas y cuando toca dejar los pantalones, tiene que detenerse y buscar una de las perchas sueltas. La remera va en una pila de las de la derecha y pronto solo queda con las toallas apoyadas provisoriamente a su lado.

Una necesidad infantil lo envuelve y jurando para sí cierra los ojos.

Mejor en ese momento que cualquier otro, se dice.

Inspira lentamente y deja que su aroma lo absorba. Las puntas de sus dedos hormiguean. Su imaginación cobra vida y es absolutamente maravilloso. Por un hermoso instante, Peter es rodeado por los brazos cálidos de Tony, le coge la cintura y lo acuna contra su pecho. El aroma de su ropa se mete profundamente por su nariz. El cálido aliento le acaricia la sien y susurra contra su cabello una sola palabra: Gracias.

Peter se fuerza a pinchar la burbuja y abre los ojos. El espejo inmenso a pocos pasos le recuerda lo solo que estaba y apaga la luz al salir. No mira a Tony, le da miedo. El corazón le martillaba locamente y la paranoia por su comportamiento infantil lo hace sentir que en cualquier momento lo atrapará aún allí. Está seguro de que la culpabilidad sería tan explícita en su rostro que no necesitaría ni preguntar.

Entra en el baño y acomoda las toallas en el amplio mueble. Lanza una mirada pesada al lavamanos y comprueba que ni siquiera se había molestado en tapar la pasta de dientes o guardar el cepillo. Un tirón de fastidio lo sacude, pero Peter ya ha aceptado qué gran parte del trabajo consistía en estar atento a los pequeños detalles.

Sus pies vacilantes se quedan ligeramente congelados cuando cierra la puerta tras él. No debe mirar a la cama. Nunca lo hace. Es más difícil irse si se cae en la tentación. Por no decir que moralmente no está bien.

—Madura, Peter —se regaña con firmeza y dientes apretados.

Sus hombros caen derrotados, pero sus pies se mueven firmemente. Misión cumplida, hora de ir a casa.

A un palmo de la victoria, un ruido angustiado proveniente de la cama lo detiene. Se debate sobre si moverse o no. Es lógico que tuviera alguna molestia o pesadillas, debía irse y dejarlo de una vez. Sabe que es así. Lo sabe. Lo hizo muchas veces. Sus ojos se cierran y Peter suelta una plegaria muda, implorando piedad y fuerza.

Pero el quejido que Tony suelta suena más alto la segunda vez y eso es suficiente para rasgar su desgastada determinación.

Camina lento, sintiendo en cada fibra de su ser que estaba haciendo algo malo, pero sin frenar. Llega a la cama, junto a su mentor y se inclina sobre su torso, estudiando su rostro con cuidado. No ve gran cosa en él. Seguía durmiendo, así no pareciera que su sueño fuera cómodo. Una capa de sudor perlado le hace brillar la frente y parte del cuello. El calor en la habitación no es sofocante, así que no hace sentido que esté así de mal solo por ello.

Su mano vacila sobre la suave tela de la colcha cuando se arma de fuerzas y la corre, dejando al descubierto parte de su pecho. La tela de su remera se le pegó al pecho de tal forma que parecía una segunda e incómoda piel.

Quiere extender más la mano y acariciar su cabello, retirar las puntas húmedas y pegadas en la frente. Pero, ¿qué costo tendrá para él? Y peor, ¿cuánto asco sentirá consigo mismo si se aprovechara de una situación así? La respuesta hace que su mano caiga y se aleje considerablemente del cuerpo que se retuerce entre sueños.

Con la mente en blanco, analiza sus opciones. Podría despertarlo y meterlo nuevamente en la ducha, pero algo le dice que eso lo puso así en primer lugar. Debió insistir que se secará el cabello. Lo sabía, pero el deseo retorciéndose en sus tripas hacía de Peter un enfermero descuidado.

Un ligero terror le hace temblar cuando una idea totalmente nueva lo alcanza. ¿Y si se intoxicó? Podía ser. Había leído al respecto. A veces el cuerpo simplemente colapsaba, agotado por el esfuerzo de resistir todo ese alcohol.

—¿Señor? ¿Señor Stark? —susurra intentando convencerse de que no pasaba nada malo, pero Tony no contesta. Solo se mece más profundamente entre sueños, arrugando la frente y la nariz.

El corazón de Peter se aprieta por él al ver como un remanso de dolor le cubre las facciones. Soltando un suspiro, se sienta junto a la cabecera y cruza las piernas en el frío suelo.

—Intente calmarse, señor —pide, a sabiendas de que era mucho. Deja caer la frente contra la cama, ladeándola para poder mirarlo a una distancia cómoda y segura. Entierra las manos bajo sus muslos, preocupado de caer en la tentación y tocarlo—. Si no, deberé llamar a alguien. Y es muy temprano para una resaca, ¿entiende? Happy ya sospecha que... ya sospecha que lo estoy encubriendo, señor.

Peter tenía la vergonzosa certeza de que Happy también sospechaba que estaba coladito por su mentor. A veces no estaba seguro de qué era peor: que pensara que lo encubría y le permitía dar rienda suelta al alcoholismo porque era un crío tonto o que gustaba de él y hacía todo aquello para poder aprovecharse y estar solo con su mentor.

Peter vuelve a alejarse de la cama y pone rígida la espalda, manteniendo su torso a un brazo de distancia del colchón. No hacía... No lo hacía, ¿verdad? No utilizaba aquello como un medio para un fin. No lo hacía. Pero la duda empezó a crecer en su pecho y un miedo vertiginoso le revolvió las ideas en su cabeza. Con un estremecimiento, Peter clava la vista sobre su hombro y mira la puerta entreabierta. Una mueca le tuerce los labios y asiente. Gira el rostro y está por enderezarse y decir adiós cuando nota los ojos avellanas, una vez más, fijos en él.

Jadea rápido, expulsando de una vez todo el aire en sus pulmones. En menos de un segundo la sensación de estar haciendo algo totalmente inapropiado lo recorre. Intenta carraspear, o moverse, pero la mirada empañada estaba tan firmemente fijada en él, que se congela.

—¿Se-Señor? —no se siente orgulloso del temblor en su voz, pero tampoco puede hacer nada al respecto.

Mientras él sufre una especie de corto por la culpa y la vergüenza, Tony gira en la cama y se alza sobre su codo. El cabello húmedo y revuelto caía por la parte superior de su frente. La barba no estaba mejor. Era extraño ver como los pelos revueltos le daban un aire... bueno, a loco.

Aunque nada era más extraño que ver en la penumbra sus ojos perdidos. Una parte de él se pregunta si aún estaba dormido, o si solo... la resaca parecía ser una cosa dolorosa y desconcertante, vista desde tan de cerca.

—Empieza a gustarme este sueño... —sentencia Tony de manera completamente sorpresiva y el dos por ciento de las neuronas de Peter mueren en al acto.

—¿Se-señor?

La sonrisa de Tony aparece lánguidamente por su rostro. Con los ojos, Peter busca por el cuarto cualquier pretexto para no verlo de frente, pero la mano que aterriza sobre su hombro lo fuerza a volver a buscar la mirada avellana.

—Señor —taja con más firmeza esa vez, decide a volver a ser dueño del momento, pero Tony lo ve entornando la mirada en una sonrisa calma y su plan se desmorona.

—Me gusta más cuando dices mi nombre —musita corriendo ligeramente la mano de su hombro a su cuello.

Peter considera la idea de estar soñando cuando siente como la caricia asciende delicada hasta terminar con la mano acunando su rostro, y el pulgar acariciando su labio inferior.

Buen momento para perder los papeles y besarlo. Buen momento. Pero Peter no es un animal salvaje, ni un loco, así que solo sonríe con cariño y empuja lejos la mano de su rostro.

—Creo que ya se encuentra mejor, señor —murmura conteniéndose para no lanzarse a como loco—. Yo iré a casa y volveré mañana. ¿Sí? Me debe una clase.

Tony musita algo que suena a una queja, pero Peter le acaricia el cabello con dedos vacilantes y carraspea poniéndose de pie con un fluido movimiento.

—Hasta mañana, señor.

Pero no será así como se irá. Tony le jala con firmeza el brazo y puede ser que no lo hubiera esperado, o solo que no estaba acostumbrado a pelear contra él. Por lo que fuera, Peter siente con su cuerpo sede ligeramente y se precipita hacia adelante.

Con un quejido bajo detiene la caída y mira con una ligera molestia el rostro de Tony. Sus manos están clavadas en sus hombros, sus rostros están demasiado cerca para que su mente puede funcionar de forma correcta, pero lo peor es que no puede huir. Tony apoya la frente contra la suya y suspira su cálido y mentolado aliento casi sobre sus labios.

—Señor...

—¿No es un sueño, verdad? —musita con aspereza.

Peter tiembla y un dolor atroz le recorre las articulaciones cuando el pensamiento violento lo golpea: ¿por qué pensaría ese hombre que está soñando con él al lado de su cama, tuteándolo?

—No, señor —suspira entre cortadamente.

—Y seguirás sin llamarme Tony.

—Así parece, señor.

—No te merezco, Peter. No te mereces esta mierda de mentor.

Peter traga y niega.

Una risa fría y cruel se le escapa de los labios y Peter se intenta alejar, pero Tony lo vuelve a retener estirando la mano a su cuello y jalando para impedir que corte el contacto.

—No sabes quién soy, no te haces una idea.

Peter quiere decirle que le da lo mismo, pero en vez de hacerlo corre ambas manos de sus hombros y se endereza haciendo caer las de Tony en el proceso. Esa vez se sienta sobre la cama, pues no tiene sentido volver al piso, pero lo hace a una distancia más pronunciada. Tony lo mira fijamente, sentado como él.

—Descanse, señor. Mañana podemos hablar, si lo desea. O si no, podemos no hablar y solo seguir con mis clases.

—¿Y me dejarás salirme con la mía?

Peter se recuerda que no debe babear, así que hace un esfuerzo humano por no hacerlo cuando ve la sonrisa juguetona de su mentor y el brillo pícaro en sus ojos.

—La puedo anotar a cuenta y obtener un perdón a cambio.

La mirada de Tony se detiene en su sonrisa y cuando alza los ojos, Peter pasa saliva.

—Jamás podría enojarme contigo, Peter —susurra mirándolo fijo a la boca—. ¿Conmigo? Cada día. Pero no contigo.

Peter siente como si alguien se hubiera puesto a sacudir la habitación. ¿El calor había aumentado? Si no, algo estaba pasando, porque siente que hasta el último de sus intentos por conseguir aire son en vano.

—Le tomó la palabra, señor.

Su mentor alza la vista. La clava en él y la desliza a lo largo de su rostro. Peter se intenta alejar, desesperado porque oxígeno no viciado de su olor limpie sus sentidos intoxicados.

—Me duele la cabeza —musita sorprendiéndolo, y Peter aprovecha para coger aire.

—Me lo imagino, por qué no toma la pastilla...

—No veo bien, los lentes...

Peter se maldice y estira el brazo sobre la mesita, encendiendo la luz. Tony suelta un rosario de insultos cuando la claridad repentina le baña los ojos. Con una sonrisa compasiva, le tiende la bebida y el analgésico.

—Esta mierda sabe horrible —musita su mentor, tirándose sobre las almohadas.

Incómodo, mira tras de sí y al costado. No tiene idea que hacer con su cuerpo, pero se imagina que debe huir de allí. Esa era su carta de salida y haría bien en no olvidarlo. Silencia con firmeza voz en la parte trasera de su mente. No la escucha cuando le grita que algo había pasado allí esa tarde. No había pasado nada, solo un hombre ebrio con resaca, soltando cosas que no tenían lógica.

Claro que la caricia sobre la curva de su cuello aún quema. Peter no quiere ni pensar en lo que hará solo en su cuarto cuando recuerde la caricia sobre sus labios.

—Buenas noches, señor St-

—Peter.

La saliva espesa baja por su garganta cuando desliza la mirada y la clava en la mano que había salido disparada hasta su brazo.

—¿Puedes quedarte un poco más? —masculla ladeando el rostro.

El hierro ardiente de su deseo le quema en las entrañas. Sonríe y asiente.

—¿Quiere un cuento, señor? Sé muchos cuentos.

Tony gime y menea asustado la cabeza.

—No sé si escuchaste bien, pero dije que me dolía la cabeza.

Peter se ríe por lo bajo y lo mira expectante. Le da miedo incluso respirar. No tiene idea de qué es lo que Tony espera que haga, así que se limita a quedarse ahí sentado, ostentando sobre su cabeza la corona del rey de los incómodos.

—Eres un desastre de enfermero —sentencia su mentor, girando una vez más para quedar de lado.

No llega a correrse, así que siente con claridad en la cadera como las rodillas le rozan. Obliga a sus ojos a sostener su poción. Se dice a sí mismo que su rostro es igual de dolorosamente hermoso y que no necesita tener la imagen mental de Tony retorciendo el cuerpo sobre las sábanas.

—Así, esto es lo que tienes que hacer —se queja remilgadamente.

En cámara lenta Peter ve como estira la mano, le rodea la muñeca y la lleva a su cabeza. Sus dedos penetran la superficie de su cabello y después de tres movimientos, Tony baja la mano.

No da la orden, pero su mano se desliza lentamente, emulando el movimiento que se le enseñó. El rostro de su mentor se suaviza y una lánguida sonrisa le hace temblar las comisuras de sus labios.

Sus ojos se desenfocan, solo capaz de concentrarse en las caricias que da rítmicamente. Absorbe como adicto la sensación que le produce la textura de su cabello en la mano. Su mente sobrecargada no percibe el paso del tiempo, ni siquiera nota que tras la cortina la luz roja y anaranjada del anochecer dio pasó a un manto violáceo.

—¿Qué tengo que hacer para que uses mi maldito nombre, Peter? —murmura Tony sin abrir los ojos, pero claramente despierto.

Y quiere decirle tantas cosas, tantas. Decirle de una vez todo lo que ronda por su mente... Pero no está listo. No puede aceptar irse para siempre, o abrir la puerta a la locura. Una ligera sensación parecida a la que experimentó en el taller lo recorre. La puerta al ¿Y sí...? que jamás se permitió ni soñar ahora estaba frente a él, respirando de forma acompasada, estirándose para reservar más caricias en el cabello.

Era tonto a veces, otras, solo lento, pero no era por definición un idiota. Ahí pasaba algo. Algo para lo que Peter aún se sentía muy inexperto. Algo para lo que todavía no tenía todas las herramientas. O la edad al menos.

Su silencio se prolonga tanto que Tony se resigna y deja de fingir dormir. Su mirada avellana brilla bajo la luz cuando se fija en él.

—Pedírmelo sobrio. Señor —dice, y la respuesta sale arañando de necesidad a través de todo el camino desde su corazón.

La mirada de su mentor se vuelve más intensa, más dura. No puede ni hacerse una sola idea de lo que está pensando. Demasiado inverosímil era todo aquello para que sus especulaciones no sean más que sus propias fantasías.

—Bien dicho, señor Parker.

La distancia implícita en su forma de llamarlo no se siente como una bofetada. Su mirada brilla llena de algo que Peter podría llamar orgullo. Un feroz orgullo. ¿Era una prueba? ¿Era lo mismo que pasó cuando le ofreció ser un vengador? No lo sabía, pero su mirada era igual de inescrutable, dura y satisfecha.

—Duerma, señor Stark. Seguiré aquí cuando despierte.

Tony vuelve a cerrar los ojos y se acomoda mejor sobre su costado. Inclina la cabeza de lado, empujando la caricia de Peter a lo largo de su cabeza hasta la nuca. No deja de acariciarlo. No deja de hacerlo incluso cuando siente como al fin todo su cuerpo se relajaba y un suspiro menos regular y firme sale de entre sus labios.

—Te tomo la palabra, Peter.

—Lo juro, Tony —murmura una vez que se duerme. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top

Tags: #starker