Día IX: Entrelazar los dedos
—Lo juro, Tony.
Un delicioso espasmo de placer lo recorre al oírlo. Mucho mejor que en sus sueños. Mucho más peligroso. Intenta controlar el impulso de enderezarse. Declina la idea de cogerle el rostro y pedirle que lo repita contra sus labios. No le hará ningún favor a ninguno de los dos el hacerlo.
Se intenta dormir, pero ya no se siente tan mal, ya no le duele tanto la cabeza ni el estómago. El dragón que había estado escupiendo fuego en su pecho se había calmado y lo único que le quedaba era el cuerpo sentado a su lado, respirando de manera pausa y desigual.
Cada fibra de él le dice que lo eche, que lo incite a escapar mientras pueda. Pero Tony no es, ni de casualidad, tan abnegado. Se gira un poco, espera la reacción, pero la mano de Peter, desde hace un rato quita pese a seguir aún los dedos enredados en su cabello, cae.
Sabiendo que tarde que temprano tendrá que levantarse, Tony abre los ojos y se queda muy quieto viendo a Peter dormir. Estaba sentado, con el codo clavado en la rodilla, y la mano sosteniendo su cabeza. Que inmunes a toda norma de decoro eran los jóvenes. Qué soberbia tenían para mandar a joder al mundo y dormir de cualquiera manera, sin tener que pensar en la pila de músculos doloridos que les depararía el día siguiente.
Con un suspiro compasivo estira la mano y enreda sus dedos con los del chico. Se da unos cuantos segundos (quizá minutos, Tony era un idiota cliché cuando se enamoraba) mirando la unión de sus manos. Benditos todos los santos. Enamorado. Aquello era como lanzar una moneda al aire y esperar a ver qué tipo de desastre natural se vendría en consecuencia.
Como sabe que ningún tiempo viendo como encajan sus manos bastará, Tony corta el momento tirando suavemente la mano. Peter farfulla algo, pero no separa los párpados hasta que Tony imprime más fuerza en el siguiente jalón y lo lanza más hacia delante.
No es premeditado, solo es idiota. Peter medio dormido y desorientado ve en todas direcciones y Tony con los ojos cerrados cuál inocente paloma, gira en la cama. El tiempo se ralentiza en lo que Peter capta la indirecta. Se tiene que valer del sonido de su respiración para saber qué es lo que piensa. La oye saltar suavemente, de seguro percatándose al fin de lo que se le ofreció.
¿Pensará que fue apropósito? ¿Creerá que solo estaba dormido y no se dio cuenta de lo que hizo al girar de determinada manera? ¿Se habrá preguntado en qué momento Tony le cogió la mano y la atrapó dentro de la suya? ¿Notaría como el pulso le iba loco y desesperado? ¿Desearía que Tony pare con el juego del mentor y alumno de una vez y les dé a ambos lo que más anhelan?
Nada en sus sonidos indica que surca su mente, pero el peso de la cama cambia cuando se levanta. Lo más inteligente es irse. Despegar las manos que aún tenían enganchadas y huir. Pero Peter es un chico con inteligencia emocional promedio, así que se tendrá que limitar a esperar y ver.
Le prometió que estaría allí cuando despierte, algo que rompe el esquema que siempre habían trazado para aquella pantomima, sí; pero nada en esa promesa implicaba que se tumbaria a su lado. Tony vio el deseo, más crudo, más real que nunca cuando juntó sus rostros. Peter deseaba hacerlo y la forma en la que titubea al abrir la cama para él lo confirmaba. No tanto como lo rápido que huía cada que Tony se acostaba luego de la ducha, también cierto. Estaba seguro que lo deseaba, pero desear algo y al final hacerlo eran dos cosas diametralmente opuestas. Cómo también sabía.
Un ruido hueco retumba desde el suelo hacia arriba y Tony siente como la mano de Peter se desliza soltando su agarre. Acto seguido, antes de que la presión de su sabia huida lo alcance a lastimar, la cama vuelve a mecerse cuando más peso, y mejor distribuido, cae. No intenta abrazarlo o acurrucarse contra él. Se tiende boca arriba, con el brazo que debería tocar su cuerpo, flexionado y lejos. Como no ve, no sabe si lo acomodó bajo su cabeza o sobre su pecho, pero no está donde Tony lo hubiera preferido: rodeando su cintura, como cuando lo arrastra ebrio por su casa.
Su presencia se percibe con la misma claridad que percibirías un misil nuclear recostado a tu lado: letal ingeniería de la más alta calidad; concebida con el poder para arrasar el mundo que habitaba. Eso era Peter para él: un arma calibrada para destrozarle el buen criterio y la cordura. Y dio justo en el blanco de la diana de su vida.
La respiración entrecortada y tensa tarda en calmarse. No necesita preguntar o verlo para saber que está atravesando un maldito ataque de pánico. Tony se queda todo lo quieto que puede, casi sin respirar. El aire crepita tenso y lleno de todo lo prohibido. Cada célula en su cuerpo está atenta y pendiente del cuerpo junto a él. Aprieta con firmeza los ojos y agradece estar dándole la espalda, porque no hay forma alguna de que pueda esconder como el deseo le crispa el rostro.
Sus respiraciones se acompañan hasta que la de Peter se rinde y al cabo de lo que se siente como cien vidas, se duerme.
¿Soñará con él? Diablos, espera que no; pero sabe que sí. Lo sabe porque Peter no era tan bueno en esconder aquella mierda mala y retorcida entre ellos.
Tony tenía más experiencia en esa área. Solo por eso era bueno. Más años agonizando. La tenía desde que, antes de cumplir los diecisiete, Peter lo atacó en el taller.
Por esa época Tony aún intentaba ser un buen mentor, un buen ejemplo. Ayudar, enseñar, dar, compartir y todas esas cosas. Lidiaba como podía con el dolor, a veces fracasaba, pero había empezado a mejorar. Lentamente, pero mejorando. Hasta el día en el que Peter en su taller, con el traje puesto y demasiadas ideas lo arruinaron todo.
No era justo culparlo. Tampoco era justo decir que él hizo algo para precipitar los acontecimientos venideros. Quizá ambos fueran víctimas. Quizá Tony solo estaba demasiado perdido en la decadencia para haber sido beneficiario de un futuro en la senda del señor.
Quién sabe, cómo fuera, Tony estaba a dos segundos de arrancarse los lentes y partirlos a la mitad, preso de una frustración insoportable por seguir lidiando con los mismos temas desde que le soltó el traje, en lo que lo escuchaba debatir consigo mismo sobre tres arreglos/modificaciones/detalles (como los enlistó) que quería hacerle a su ya pieza maestra.
¿Cómo pasó? ¿Lo hubiera impedido de saber el resultado? No importa cuántas veces buscó la respuesta a esa pregunta, nunca la halló.
Peter, acobardado por una mirada lacerante que le lanzó, palmeó la araña en su pecho y el traje se deslizó por su torso al cuadriplicar su tamaño. El chico dejó caer la tela por sus brazos y esta se sostuvo de manera milagrosa en sus caderas. Le mostraba algo del interior del traje, algo de un circuito que Tony apenas escuchó. Sus ojos estaban fijos en el problema más urgente del cuarto: su pupilo de 16 años tenía el cuerpo de un hombre. Y no un hombre y ya. El de un hombre sexy. Caliente, para mejor entendimiento.
Su mirada no se quedaba quieta; viajó por sus hombros anchos y fornidos, se clavó en la hendidura de sus clavículas, en la forma que su pecho se abría duro, firme y torneado. ¿Cuándo pasó a ver sus brazos? Quizá cuando estos se tensaron buscando el block de notas y diseño que solía llevar al taller. Entonces vio los músculos de su espalda ondularse. Vio las dos ligeras hendiduras en ella, justo por sobre la línea de sus caderas. Y antes de poder terminar de evocar la fantasía de su lengua hundiéndose en eso pequeños oyuelos, volvía a tenerlo de frente y su mirada cayó sin buscarlo en sus abdominales. En sus tallados abdominales. En la línea suave, tentadora y mordible que bajaba hasta perderse bajo la cintura de los calzoncillos, que asomaban bajo el traje.
Fue una suerte que cuando consiguió entrar en sí, el chico seguiera demasiado enredado en sus estúpidos arreglos como para notar lo que hizo. Lo que se atrevió a hacer: desearlo. Lo deseó tanto que la sangre de su cuerpo desfiló lentamente a su entrepierna.
No huyó. No fue valentía, fue un aturdimiento que lo dejó estático. Porque el dolor que lo colmó al entender que Peter no era su oportunidad de redención, sino su condena, fue sobrecogedor. Lo miró por un rato más, deseando saber si aún había tiempo para escapar. Y entonces Peter se giró una vez más, lo miró a los ojos esperando su veredicto y brillaron tanto cuando le dio la razón, que supo: no lo había.
Entonces volvió a tomar. Entonces el alcohol volvió a ser su único medio para soportar la evidencia: le gustaba un crío de 16 años. Uno que era su pupilo. Uno que le confiaba su tía para que cuide. Uno que se porfiaba de él y creía que lo estaba cuidando. Uno que con el correr de los años, en vez de superar de una vez esa estúpida faceta de enamoramiento superficial y juvenil, empezó a verlo con duro y puro anhelo. Uno que cada que lo avanzaba ebrio y lo llevaba a la ducha, se estremecía al tocar su piel. Uno que rozaba con los labios su oído cuando le susurraba que pronto se sentiría mejor.
Uno que de alguna maldita manera se enamoró de él, tanto como Tony lo hizo.
No es que hiciera aquello porque deseara forzar más encuentros que de otro modo no se permitía, pero mierda era un plus. Cuando se sentía demasiado sucio y manchado, siempre podía tomar hasta perder la conciencia y siempre entre las brumas del alcohol aparecería él: su jodido caballero de brillante armadura y sonrisa compasiva, para cogerlo desde el suelo y meterlo en la cama.
No estaba orgulloso de hacer eso. No estaba orgulloso al darse cuenta de que Peter sospechaba que tenía otros motivos empujando sus actos, pero se sentía muy orgulloso de que no supiera la verdad. Aún no era momento para esa charla. Aún se veía miedo en sus ojos. Una duda que le impedía ver más allá del panorama completo y le permitía seguir preparándose para lo que se avecinaría una vez que decidiera saltar.
Y, aparentemente, necesitaba dejar el alcohol si pensaba siquiera pedirle que lo llame por su nombre.
Cuando pasa un rato más que considerable, gira el rostro por sobre su hombro y nota a Peter durmiendo, con la boca entreabierta. La luz caía sobre la mitad de su rostro y escondía entre sombras la otra mitad.
Se convertiría en un hombre desgarradoramente hermoso. La quijada se le acentuaba más a cada año. Más firme, más dura, más cuadra y pronunciada. Ya era todo lo misericordioso que se podía ser, así que el tiempo lo único que haría sería templar su carácter y volverlo más osco y frío. Otra metamorfosis diga de presenciar. Era un asqueroso bastardo, Peter aprendería a base de golpes y dolor esa lección, pero Tony estaba seguro de que emergería de sus pedazos. Estaba hecho de ese material resistente y moldeable a la vez.
Su mano se mueve sola por la cama y antes de que pueda darse una patada para evitarlo, vuelve a entrelazar sus dedos con los de él. Gira completamente y casi frente a frente pelea encarnizadamente y gana la batalla contra la estupidez. Se aleja de su rostro, de su boca y su cuello. Suelta su mano y se desliza fuera de la cama. No le lanza una última mirada, porque está seguro que no habrá poder en la tierra que lo aleje de ella.
Aún su mente siente espasmos intermitentes de destellos de locura donde se gira y lo toma de una maldita vez. Saca un pie de la cama y se dice que no será ese día. Saca otro y se jura que lo hará en otro momento, más adelante. Se levanta y dice que dentro de poco. Se aleja y se reconforta de que cuando se vaya a casa, Peter lo hará oliendo a él.
Con la cabeza palpitándole furiosamente, Tony hace la caminata de la vergüenza por el pasillo y se detiene justo en la puerta de la cocina. Le ruge el estómago herido por tanto alcohol y menea la cabeza. Un tsunami de dolor se estrella contra sus sienes y saca los dientes. Oh, maldita sea. Ya no tenía edad para esas idioteces. No le quedaba resto físico para la resaca.
Musitando una retahíla de improperios contra su ser, se acerca a la heladera y retira de ella una botella de agua helada. No hace un calor insoportable, pero como la idea de Peter acostado a su lado lo sofoca, se baja medio litro sin pestañear. Aún picaba la piel de su cuerpo que más cerca estuvo de él. Solo el hecho de que de verdad lo amara conseguía darle la fuerza para esperar.
—¿Tienes algo para mí?
La pantalla de la sala se prende sin orden aparente y Tony enarca una ceja.
—Dime que no volví a atacarlo —masculla sujetando temblorosamente su botellín.
Entró en tal espiral luego de aquel evento, que de no ser por Happy, seguro conseguía matarse de un coma alcohólico. Desde ese día, pese a lo difícil que resulta mantener un poco de control sobre lo que ingiere, no volvió a superar el límite.
—No, señor. Esta vez no.
No se sentía mucho por mejor. Y estaba cien por ciento convencido de que por eso la desgraciada de su IA había usado esas palabras en concreto, por lo que abarcaba su dualidad: el recuerdo del pasado y lo incierto del futuro si no cambiaba. Lo malo de la inteligencia artificial: un día se vuelve más lista que tú.
Se deja caer sobre el sillón y cuando el mullido material se amolda a su cuerpo, tira hacia atrás la cabeza y suspira profundamente. En la pantalla se ven cuatro videos de seguridad. Peter entra al taller, limpia el desastre, vacila al verlo. Su mano se retuerce nerviosa al acercarse a su hombro. No es miedo, está ligeramente sonrojado y no por el esfuerzo. Se ven tan triste, tan miserable...
Siempre supo que el pobre daba por sentado que aquello era sobre los renegados. Hace años lo fue. Ahora era la única forma en la que Tony podía darse aire, mitigar sus fantasmas y apagar el dolor. Ebrio jamás dolía. Ebrio era fácil solo ser mentor de Peter. Ebrio, el morado con el que su pupilo había llegado hacía dos días no quemaba sus entrañas.
Tony se ve a sí mismo caminar recargado sobre Peter, ve con asco la expresión torturada del chico cuando se acercan a su cuarto. ¿Peter habría notado que la misma expresión se amoldó a sus facciones? ¿Notaría, si viera esas filmaciones, que Tony ardía con los mismos deseos y miedos?
Suponía que no, caso contrario, tendría que haber notado lo demente que era acompañarlo al baño y que se desnude con él allí. No estaba en sus cabales las primeras veces. Happy solía desnudarlo y empujarlo bajo agua helada. Le daba placer, lo sabía. Pero Peter, más que trastabillar y casi taparlo, no hizo nada. Hoy, que era más una farsa que un ebrio duro y puro, se desnudaba con la maldita necesidad de romperlo.
¿Orgulloso? Tony tenía años sin reconocer la palabra. Era un asqueroso degenerado, sin pegas o excusas. Pero Peter hacía todo lo humanamente posible por no deslizar los ojos por su cuerpo y no siempre lo lograba.
Quizá aquel día lo logró porque alguien le había dejado una dulce pieza de lujuria en el cuello. Intentó no preguntar, lo intentó. Pero a Peter se le salió la jodida explicación pese a que le dijo de muchas formas que no la quería. Se veía tan torpe y asustado... Tony sabía sin indagar mucho que el embriagante sentimiento de culpa lo atormentaba. Peter lo intentaba, se esforzaba por no actuar como su jodido y fiel novio, pero cada que salía y se divertía un poco, volvía al taller arrastrando esa aura de derrota que no hacía sino cocinarlo entre los vapores de los celos y la culpa.
Y Tony no lo hacía mucho mejor. Se mostraba menos paciente y atento. No lo trataba mal, pero apenas hablaban uno con otro y jamás se reían. Dos, tres días después, ninguno podía evitar volver a gravitar cerca del otro y Tony podía volver a decirse que estaba bien, que Peter aún era suyo. Y entonces era cuando empezaba a tomar; cuando Peter volvía a él, volvía a sonrojarse con sus comentarios y en el taller (cuando creía que Tony no se enteraba) se quedaba largos periodos de tiempo viéndolo, devorándolo con la mirada.
No era su edad. Hoy por hoy era anecdótico el tema de su edad. No menos importante, pero cerca de los dieciocho, a Tony no le daba tanto apuro ni le daría cárcel. Tampoco es que importara en algo si era o no digno. Dios, jamás ni siquiera estaría en discusión. Era la dolorosa idea de cuánto se lastimaban, de cuánto se desgarraban en aquel baile mortal de no querer sentir lo que sentían y fracasar estrepitosamente. Lo que lo orillaba a tomar no era otra cosa que la impotencia de ver como Peter sufría y se sentía mal por ser un chico, un simple y feliz chico.
—¿Señor?
Tony se sobresalta en su asiento y retira la vista de la pantalla cuando la imagen de Peter congelado, derrotado y triste frente a la puerta del lavadero se congela.
—¿Despertó?
—No, señor. El señor Hogan está en la línea.
Tony lanza una mirada al techo pero niega.
—No pases. Dile que estoy ocupado.
—Se lo dije, pero insiste.
Sabe bien qué quiere, pero dolor en su cabeza es demasiado para dárselo.
—Bien, dile que me desocupo y lo voy a ver.
F.R.I.D.A.Y. intentó decirle algo más, pero Tony tenía la atención puesta en la pantalla. Más específicamente en Peter preparando un aperitivo para él. Entonces se detiene masticando, mirando en todas direcciones con ligero resquemor. Su cuerpo se inclina hacía delante, tenso y expectante. Cuando las puertas de la alacena y la despensa saltan solas, sonríe de lado.
Peter corretea por toda la casa recolectando sus botellas y le cuesta tanto ver la furia alterar sus facciones que puede sentir en su carne el dolor que le produce deshacerse del alcohol. Sabe que así Peter y él no hubieran hablado en la cama, no podría volver a hacerle eso. No más. Peter no se merecía seguir pagando por aquello y Tony no tenía más fuerzas para volver a exponerlos a aquella tortura.
No alcanza a regodearse en aquello. No puede dedicarle más que un mínimo pensamiento a lo hijo de puta que era, cuando Peter desaparece en el taller y se sienta con un papel frente. Luego de cinco bollos y una exclamación dolorosa de frustración, Peter se rinde y coge el último papel que había garabateado, guardándolo en el bolsillo de su mochila.
Una punzada de duda lo recorre. Los papeles hechos un bollo estaban en la basura y Tony podía estar loco, pero no era un cerdo, así que no le apetece revolver la basura, pero Peter dormido en su cuarto, conservaba uno de esos papeles, que obviamente estaba destinado a él, consigo.
Sí, lo hace. Le cuesta un doloroso recordatorio de su edad, su estado y su miseria, pero tras dos intentos se endereza y camina por la cocina hasta la barra, donde la mochila aguarda a su dueño. La nota acaricia la yema de sus dedos. Le recorre una electricidad por todas las terminaciones nerviosas cuando la coge y la aprieta. Mierda, lo sabe, no necesita leerlo porque lo sabe, pero leerlo...
Desdobla con cuidado la nota, las letras garabateadas se sienten apretadas y tensas, pero están ahí y del papel viajan por todo su cuerpo. Una ambivalente sensación de dolor y placer lo recorre. Acaricia las letras, sigue su forma con la punta del dedo y una sonrisa triste, tirante y cansada le cruza el rostro. La dobla con cuidado y la esconde en el bolsillo de su jogging. Confía en que el TDAH de Peter le permita creer que la lanzó a la basura con sus predecesoras.
—¿Sigue dormido?
—Profundamente, señor.
—Bien, ¿qué hora es?
—Pasadas las siete, señor.
—Hora de hacer la cena, supongo.
—Peter tenía planeado ir a cenar con May esta noche, señor. Comida Thai.
—Una suerte que sea mi especialidad.
—Sin dudas, señor.
La pantalla de la heladera se prende de inmediato y una lista larga y concienzuda de una receta se aparece.
—¿Y tengo todo para hacer eso?
—Ya lo revisé, señor.
—Chica lista.
—Siempre, señor.
Tony rebusca en los cajones y se ata el delantal, mientras ve como el fuego de la cocina se prende solo.
—Excepto cuando dejas que el chico asalte mis despensas —se ríe abriendo la heladera, para coger los ingredientes.
—Se me ordenó que siempre asista al señor Parker y lo ayude en todo lo que necesite.
—Hum —rumea empezando a disponer las cosas en la mesada, estudiando de a ratos la heladera con las indicaciones del paso a paso—. No creo que eso incluyera mi bebida... ¿Por qué demonios no buscaste algo que no requiera usar condimentos que ni siquiera puedo nombrar? —se queja exasperado.
—Al señor Parker en verdad le gusta la comida Thai.
Tony le gruñe una vez más, pero deja de pelear contra lo inevitable y para cuando toda la planta inferior huele de forma deliciosa y los vapores se arrumban en las esquinas, escucha un gemido complacido a su espalda. El cuerpo se le tensa en dos respiraciones. Cierra los ojos brevemente y para cuando los abre, vuelve a sentir que tiene el control sobre sí.
Peter ni siquiera lo está mirando, mira la comida que llena la mesada.
—Dios, señor Strak, esto huele delicioso.
—No creas que solo es el olor.
—Lo dudo señor. Nada que se vea y huela tan bien pude saber mal.
—Entiendo que nunca has probado whisky amargo.
La sonrisa de Peter no vacila, simplemente se desploma.
—Así que... es muy pronto para hacer chistes de alcohólicos en recuperación.
Eso hace que la mirada café brille seria sobre él y Tony se recarga junto al horno, cruzando los brazos sobre su pecho.
—¿Eso quiere decir que va...?
—Te has deshecho de todo mi alcohol. No creo que me dejaras muchas opciones.
—Las tiene, señor.
No están cerca. Peter está parado a su buena y segura distancia, parado al otro lado de la barra. Retira el peso del cuerpo de al lado de la estufa, apaga el fuego y se recarga sobre la barra, acercándose al chico, sin llegar a invadir su espacio personal.
—Dijiste que para tener lo que quiero, debo pedirlo sobrio. ¿Entendí mal? Porque di por sentado que no te referías a un par de horas sobrio.
Las mejillas se le vuelven escarlatas y le es imposible sostenerle la mirada. Sus manos se retuercen nerviosas, las aplasta en la parte delantera de su pantalón y no está seguro si cambiará el tema o no. Pero cuando abre la boca y lo mira de soslayo, asiente solando lentamente el aire en sus pulmones.
—No. Digo, entendió bien. Pero... no debería tomar esa decisión por algo tan insignificante.
Resiste la tentación de lanzarse sobre él y demostrarle de manera fehaciente lo significante que es para él. Se aleja un poco y vuelve a la cocina, pasando el contenido del sartén a uno de los cuencos que tenía ya preparados.
—Pon la mesa, Parker.
Vacila, pero termina por ponerse en movimiento. Entre los dos reparten la comida y como siempre, hablan de todo menos del elefante en la habitación. Para cuando terminan, Peter intenta rechazar su oferta de llevarlo a casa, pero Tony no es un miserable solo porque le guste un crío, lo es porque está más cómodo con manipular a los otros y saca la carta demoledora: "¿te da miedo que choque, porque piensas que sigo ebrio?", eso finiquita el asunto y pese a que viajan en silencio, cuando llegan al apartamento de May, Peter suspira y clava los ojos en los suyos.
—No pensaba eso, señor.
—Bien, porque claramente fui capaz.
Peter menea la cabeza y sonríe dejado caer los hombros sobre el asiento.
—¿Quiere que vaya mañana?
Por querer, quería que vuelva en ese momento con él. Pero en vez de decirle algo así, menea la cabeza y suspira con pesadez.
—Creo que mejor esperas una semana...
La mirada café se ensombrece y desea tanto estirar la mano y entrelazar los dedos con los suyos para trasmitirle así sea una fracción de cuanto desea tenerlo junto a él a cada momento, que la punta de sus dedos pican.
—Llevas tantos años haciendo esto por mí, que entiendo que creas que nada puede ser peor, pero la abstinencia...
—Sé que será malo —se apresura a decirle, aún sin soltar los dos puños firmes y tensos en su regazo—, pero quiero apoyar...
—Lo harás, pero lo mejor será que dejes pasar unos días en lo que... me acomodo.
Tiene la quijada tan tensa como las manos, y la urgencia de tomarlo es tal que sede al mejor mal y extiende la mano. Coge la de él y Peter la abre de inmediato. Un escalofrío eléctrico le sube hasta el codo y contiene apenas un estremecimiento.
—Te llamaré si necesito ayuda —promete con todo el aplomo que es capaz.
—O compañía —pide controlando apenas su genio—. Puedo ir solo a verlo, si lo necesita. De verdad, no... sé que no será fácil... lo... lo busqué...
Claro que lo hizo, jodida mierda, iba a ser su puta pareja, claro que era listo como el hambre y había buscado cada forma de salvar su asqueroso trasero. Un relámpago de orgullo lo recorre y le da un apretón agradecido en la mano.
—Lo haré. Ahora ve, no quiero que tu tía me mate.
Vacila mirando sus manos y Tony vuelve a sentir orgullo cuando el chico escurre la suya lejos del agarre. Siempre supo que Peter era mejor y más inteligente y esos detalles solo hacían que más reafirmara ese hecho.
—No creo que lo mate, señor.
Tony se carcajea suavemente. Claro que May le arrancará la piel a tiras cuando le fuera con el maldito cuento que iba a cortejar a su sobrino. Pero ya cruzaría ese puente.
—Deja de hacer el tonto, vamos.
Como si el tiempo les jugara una mala pasada, todo vuelve al inicio de sus problemas. Mientas estiraba el brazo para abrirle la puerta, el chico se gira y estira los brazos a su alrededor. La diferencia es clara, esta vez no siente sorpresa, siente como el aire se le va los pulmones en una exhalación y un incendio repentino ocupa su lugar. Peter se sobresalta a caer en cuenta que por segunda vez había cometido el mismo error, pero Tony no le da tiempo a que lo empuje lejos. Trae la mano hacia ellos y rodea el cuello de Peter con ella.
Tony lo siente estremecerse contra él. El chico lo imita y suelta el aliento de golpe en su oído. Todo el ambiente del auto se siente como dentro de una caldera: ardiente y pegajoso. Sin control alguno sobre su cuerpo, su mente o sus instintos, aleja un poco el rostro y lo suspende frente al de Peter. En sus pupilas dilatas se lee con escabrosa claridad el deseo, la lujuria y dolor.
Peter abre la boca, seguro sin ser consciente, y humedece sus labios preparándose inconcientemente para un beso. Tony, en repuesta, entrecierra los ojos sobre ellos, sintiendo como el deseo propio se resbala por cada palmo de su piel.
Oh, que fácil sería inclinar un poco el cuello y juntar sus boca. Darse al fin el placer culposo de probarlo, de medir qué tanto aprendió de esos niñitos con los juega en lo que el tablero de verdad se acomoda para ellos. Dios, está seguro que como en todo, sería abasallante, atolondrado y fogoso. Peter era pasional hasta la médula, comprometido hasta el final en cualquier causa. Follar con él, o simplemente besarlo, sería un juego tordido e incansable.
—Debes entrar ahora, Peter. —dice como puede, con la voz baja y ronca, sintiendo tanto deseo como asco de sí mismo.
—Hum —masculla perdido, con la mirada fija en su boca, respirando entrecortadamente sobre su rostro.
Tony lee en su mirada el deseo, ve la misma fantasía que imagina reproducirse en la mente del chico. Besarse allí, Tony reclinado sobre él, clavandolo contra el asiento, hundiendo la mano en su cabello, jalando hacia atrás del mismo para que sus bocas no choquen y se amolden perfectamente una a la otra. Su otra mano cogiéndole la cintura, acercándolo todo lo que el incómodo asiento le permita contra su pecho. Sus labios bajando por la línea de su cuello, recorriéndolo entre lametones y mordiscos. Separarse entre jadeos, mirarse hambrientos y con los labios hinchados, tirar el asiento hacia atrás, treparse sobre él y volver a empezar.
Besos, caricias, correr la ropa y tocarse. Oh, mierda sujetarle las piernas y hacer que le rodeen la cintura, soltar sus pantalones, apenas escarbar hasta coger sus miembros y presionarlos uno contra el otro. Las uñas de Peter clavándose en su chaqueta, sus dientes contra la yugular que tiembla mientras suelta un gemido estrangulado tras otro.
Enredarse entre besos y súplicas, entre jadeos y palabras incoherentes. Mirarse a los ojos cuando el calor y el placer alcancen su punto más álgido; venirse uno sobre el otro, besándose, mordiendo los labios del otro.
Y todo sería perfecto y Tony se iría a casa y volvería por él al día siguiente y volverían a repetir aquello una y otra vez hasta que Peter estuviera listo y se dejará llevar a su cama, donde Tony entraría en él y no saldría hasta desfallecer sobre su cuerpo exhausto, saciado y satisfecho.
Corta abruptamente la fantasía cuando en su mente Peter, adormilado, entregado y plenamente suyo, está por susurrar las palabras. No le permite a su mente que se imaginé el momento, porque será glorioso cuando se lo diga, cuando abra la caja de Pandora y le diga a Tony lo que siente con todas y cada una de esas cinco letras que tiene él mismo trabadas en la punta de la lengua.
—Vete —le ordena, con un tono desesperado.
El chico salta ligeramente y aleja su maldita boca de su alcance. Con firmeza vuelve a acomodar su cuerpo en el asiento del conductor y ve como el chico huye sin miramientos.
Con manos temblorosas coge el volante y lo ve desaparecer tras el umbral de la puerta. La nota que le escribió y se arrepintió de darle quema pesada como una tonelada de rocas en su bolsillo. No la busca para volver a leerla, pone el cambio y saca el auto, haciendo un ruido sordo de los neumáticos contra el pavimento. Se pone camino a casa de Happy y se prepara mentalmente para una semana larga y dura.
En el elevador, solo y más calmado, coge la nota y la aferra entre sus dedos, recordando cómo se sentía entrelazar los dedos con los de Peter. Happy lo mira extrañado, pero deja atrás sus pullas cando Tony le informa su decisión de mantenerse sobrio. Lo ve coger una maleta y otras pertenencias. A él no puede impedirle atravesar aquello a su lado y no lo quiere, tampoco. Necesitará a alguien y no quiere que F.R.I.D.A.Y. decida por él y traiga a Peter.
La nota vuelve a quemar en su palma. Tony la ojea ligeramente cuando Happy le pregunta si está seguro de eso. Será difícil y una tortura, pero... sabe que valdrá la pena. La meta es clara. Las palabras de Peter eran más que un deseo, eran una promesa a futuro:
Tony:
Sé que esto será difícil, pero confío en que lo lograrás. Y estaré aquí, Tony, estaré aquí para verte hacerlo.
-Peter
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