9· "-¿Quién se cerciora? -Ni idea, no dice."


No teníamos para comer, hacía calor y todavía nos faltaba un largo trecho. Aquelo se sacó una de las desgastadas alpargatas de yute para sacarse la tierra que le entraba por un agujero, cuando oímos desde un ranchito, que se encontraba atrás del negocio, una puerta que se abría y vimos un perro salir contento moviendo la cola, directamente hacia su plato. Detrás, una señora gorda con delantal intentaba abrir con el codo la puerta que este había dejado entreabierta y llevaba en las manos una hoya llena de... ¡caldo de puchero! Aquelo me miró sorprendido y sonriente, y le devolví la mirada, sabiendo exactamente lo que en sus adentros estaba pensando.

—¡Que me importa si tiene baba! Yo tengo hambre —exclamó—. Solo tendríamos que esperar que el cuatro patas se sacie. En algún momento lo hará, se irá y ¡Zas!

Y esperamos. El silencio nos permitía oír al perro tomar la sopa cada vez con menos empeño. Cada sorbo más lentamente. Se detuvo, y tal como lo imaginamos se tumbó, jadeante y acalorado, cerca del comedero, que aún tenia suficiente caldo. Creímos que moriría de lo lleno. Pero se incorporó apesadumbrado y se acostó más lejos, debajo de una cerca de jarillas, que estaba dispuesta en la parte trasera de la casa y le proporcionaba la sombra que necesitaba. En ese momento comenzamos a acercarnos con gran cautela hacia el plato, bajo la mirada imperante del guardián. Sin embargo estaba demasiado satisfecho por lo que solo una vez dejó de jadear levantando sus orejas dispuesto a cuidar su comedero, pero finalmente prefirió entregarse a la comodidad y se distrajo mirando al unísono tratando de digerir tanta grasa.

Nos acercamos lentamente y con asco hundimos los labios en el caldo pero aún así nos bebimos hasta la ultima gota. El comedero era una vieja palangana de chapa por lo que había suficiente para todos. El perro tomó hasta el hartazgo y sin embargo quedaba poco más de tres centímetros de caldo para nosotros. Nos limpiamos la boca con el brazo y nos alejamos lentamente para no despertar su atención, ni la de nadie; saber que alguien nos haya visto allí, en cuclillas, seria una cosa muy humillante.

Volvimos a las bicicletas y como si no pasara nada comenzamos pedalear lentamente aumentando poco a poco nuestra velocidad para no llamar la atención. Recorrimos dos cuadras sobre la calle principal y doblamos hacia la izquierda tal como estaba previsto. Ahora teníamos que salir hacia un sendero, pero debíamos hacerlo con cuidado para que nadie nos vea. Así que con disimulo seguimos de largo por aquella calle y encontramos una senda que estaba descrita en el mapa de Aquelo. Debíamos esquivar con sumo cuidado cualquier espina que pueda sobresalir por los bordes o que se encontrare en el angosto camino.

Comenzamos a subir. Se sumaba la dificultad del terreno, cada vez más pedregoso dado estábamos cruzando la ladera de dos montañas que eran una suerte de unión entre ambas y generaba una pequeña elevación del terreno. Aquelo estaba aterrado de que alguien nos viera, y esto terminaba siendo contraproducente, ya que al mirar hacia atrás, en repetidas ocasiones se salía del camino y se llevaba por delante piedras, lo que producía que se sacudiera aún más. Tenía la terrible sospecha que nos estaban siguiendo, podía verse en sus gestos, sin embargo no dijo palabra alguna al respecto, seguramente por faltarle unos indicios más fuertes. Hasta que en un momento se detuvo.

—Juancito, sabés que siento que nos siguen pero atrás yo no veo a nadie, ¿vos?

Optó por bajarse y hacer el trecho caminando. De esta manera podríamos observar con más detenimiento y no llamar la atención. Viéndole, hice lo mismo.

En menos de lo que pensábamos estábamos ya en lo más alto y comenzamos a bajar por la ladera, de tal manera que ya no seríamos vistos desde el pueblo y al percatarse de esto Aquelo se detuvo otra vez, tomo un respiro y agitado buscó rápidamente entre las todas las cosas. Lo encontró. Era el mapa que nos dirigiría una vez saliéramos del pueblo. Solo recordaba de memoria hasta aquí. Imaginé aquel mapa como un papiro, pero cuando lo sacó de la mochila comprobé que era un papel más bien ordinario, con varios dobleces y bastante más arrugado que en mi imaginación.

—Estamos acá —dijo, apuntando el papel con el dedo—. Tenemos que ir hasta aquel mojón de piedras que se ve en la montaña y luego, desde allí, ir hacia el Este unos ciento treinta metros más, hacia el bajo, en donde debería haber un tapial...

Sabía lo que era un mojón, aunque en aquel momento no habría sido capaz de describirlo; en el campo se le llama así a un montículo de piedras dispuestas en la cima de una montaña de tal manera que pueda ser vista desde cualquier dirección y suele delimitar un lugar o indicar donde hay algo importante, como una aguada o un mallín.

Pero no estaba seguro de lo que era un tapial.

—¿Que es un tapial, Aquelo?

—Es una casa abandona —contestó—. En realidad dicen que esta en particular nunca fue una casa, sino que está puesta a propósito para un pequeño rito que tenemos que hacer antes de continuar. Allí es donde se cercioran que cumplamos los requisitos de juventud.

—¿Quién se cerciora?

—Ni idea, no dice.

—¿No te da miedo?

—Un poco, pero bueno... ¡No pasa nada! —dijo minimizando el hecho—... y después tenemos unos cuantos metros hacia el Norte y estaría hecho, tendríamos que bajar el bajo e ir al encuentro del Edén. Si lo podés ver es porque estás en la edad justa y entrás, sino, nada, te volvés a casa. Así de simple. Tenemos que dejar las bicis acá, porque para subir al mojón está muy empinado.

Antes de subir, nos preocupamos de ocultar las bicicletas detrás de unos montes tupidos y tapar los rastros que habíamos dejado en la tierra. Ni un paso podía fallar pues podríamos ser descubiertos antes de entrar al Edén y ello sería lo perdición.

Subimos la montaña hasta que llegar al mojón y desde allí, ayudándose con una brújula que le había regalado su padre Aquelo encontró el Este y avanzamos hacia el tapial. Al llegar supimos que esta era una pequeña habitación de piedra, sin piso ni techo, solo por algunos tirantes que aún le quedaban. Tampoco tenía puertas o ventanas, solo las aberturas en donde debieron de estar.

El ritual que teníamos que hacer era sencillo; consistía en permanecer dentro de la habitación hasta el anochecer, manteniendo una pequeña fogata hasta que sucedería algo que debía ser tomado como señal clara para continuar. Juntamos suficientes ramas de los alrededores y encendimos la fogata con los fósforos que Aquelo llevaba envueltos prolijamente. Había estudiado a la perfección cada paso y anotó en un papel todas las indicaciones, las cuales iba tachando con una lapicera, y una lista de cosas necesarias a partir de ahora:


∙ Brújula, para hallar el Este una vez en el mojón,

∙ Cortaplumas, para cortar las ramas de la fogata,

∙ Fósforos para prender la fogata.


Solía tener listas escritas por todos lados, por su «falta de memoria» como decía él. Para mí sencillamente era distraído. La lista continuaba debajo de una pequeña raya, pero ya con cosas más irrisorias como:


∙ Taza plástica,

∙ Calzoncillo a rayas,

∙ Peine,

∙ Lentes de sol,

∙ Toallón,


Y un largo etcétera, para cuando se encontrare él en el Edén de la Juventud.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top