6· "Vamos a ver tu bicicleta, tiene que estar lista para mañana"
Pero volvamos a aquella tarde calurosa de verano en la que nos encontrábamos comiendo mandarina en el sillón de mi casa. Él continuo, contándome sobre el lugar al que iríamos, y para ser sincero, no recuerdo bien todo lo que me dijo en aquel momento. Había perdido el interés cuando me di cuenta que era solo una ocurrencia suya, que le gustaban las cosas ilimitadas y los placeres de la vida. Recuerdo que me paré a buscar la radio para llevarla hasta el sillón. La prendí teniendo especial cuidado que la perilla del volumen se encontrase en mínimo y encontrar un dial con algo divertido para escuchar.
Simultáneamente, antes de terminar su último trozo de mandarina, Aquelo se repuso sobre el sillón, se chupó los dedos y me dijo:
—Vamos a ver tu bicicleta, tiene que estar lista para mañana. No puede tener fallas.
—Está tirada de hace meses, las ruedas deben estar resecas —dije con la radio en la falda, aún apagada.
—¿Y que usas para moverte?
—Usamos la bicicleta de mi hermana —señalando con la mano hacia la vaga dirección en donde se encontraba.
—No, no. Necesitamos que tengas tu bicicleta en funcionamiento, ¿que tal si tu hermana necesita la bici y se da cuenta que faltas de hace días?
—¿Crees que si falto días no se van a dar cuenta?
Teniendo en cuenta que mi familia estaba transitando por una situación difícil que no viene al caso contar, pensé por un momento que quizá sí; nadie notaría mi ausencia. En los viejos tiempos era imposible pero ante el nihilismo que se estaba viviendo en mi casa por esos días lo creí posible. Aquelo, sin tener la menor idea de lo que yo pensaba, me sacó de repente de aquel fugaz pensamiento;
—Si, tenés razón, todo el mundo se daría cuenta que faltás. La almohada debajo del cubrecama funciona durante la noche, pero es ineficaz durante el día —reflexionó en voz alta—, deberíamos estudiar alternativas pero con respecto a tu bici, sencillamente necesitamos que sea tu bici, sobre todo si está en desuso hace mucho tiempo.
Y continuo luego expandiendo su idea en un solo respiro:
—No podemos correr el riesgo de que tu hermanita nos siga, ella no tendría entrada, hay que volver a dejarla, y correríamos el riesgo adicional de que nos delate la ubicación o los pasos para acceder, por lo que finalmente no nos quedaría otra alternativa que...
—¿Qué qué?
—Que matarla... Bueno, quizá sea una exageración, pero deberíamos pedirle que no dijera nada y darle algún chocolate o algo, cosa que ¿ves que tengamos Juancito? Y mira si nos pide algo todavía más caro a cambio de su silencio. Definitivamente no.
—Si yo me llevo la única bicicleta que tenemos en casa, ¿como se supone que nos va a seguir mi hermanita? ¿corriendo? ¡Ni que mi hermana fuera Patoruzú!
—Que astuto sos Juancito, que astuto. Pero no, arreglamos tu bicicleta y listo. No querrías dejar a tu hermana sin bici...
—En realidad odia esa bicicleta porque es muy grande para ella, se la compraron grande para cuando crezca. En lo que que respecta a mí, bueno, la verdad que no tendría ningún problema en...
—Vamos a ver tu bicicleta, Juancito, por favor —interrumpió cortante.
No entendía el porqué del interés de Aquelo para que usara mi propia bicicleta, pero deduje en ese entonces que arreglar la bicicleta significaría estar entretenidos haciendo algo y quizá ultimábamos los detalles del viaje en un lugar más privado como lo era el galpón, allí nadie podía escucharnos.
Despegamos del sillón. Tuve que dejar suavemente la radio sobre la mesa para no hacer ruido y fuimos hacia la puerta trasera. Teníamos un trecho de unos veinte metros por recorrer bajo el sol calcinante del sol y la tierra caliente hasta el galponcito donde estaba la bicicleta y otras cosas en que estaban etiquetadas como «rotas». Me le adelanté pero me detuve en la puerta trasera de casa. Yo le entorpecía, pero Aquelo, empujándome como quien esquiva un obstáculo con gran destreza, pese a sus kilos demás, se lanzó corriendo a la tierra caliente tan rápido que se le salió una alpargata. Volvió a recogerla y siguió rumbo al galpón. Una vez allí, intentó en vano abrir la puerta de chapa y regañaba, haciendo gestos con la mano, tratando de no gritar:
—¡Está cerrado esto Juancito!
Como dueño de casa sabia que tenía puesto un candado, por ello no me apresuré a salir y volví a buscar las llaves. Me descalcé para no hacer ruido y me dirigí hacia el cuarto de mi padre donde, sobre la mesita de luz relucía el manojo de llaves. Las tomé y salí sigilosamente. No era mi sigilo por robar las llaves, el verdadero motivo era más grave; despertarlo durante la siesta se convertiría en mi calvario. Corrí como escapando hasta el galpón y entramos cuidadosamente para evitar que el polvillo acumulado sobre el portón cayera sobre nosotros. Era un infierno. El calor de su interior era insoportable ya que el sol había estado dándole durante todo el día aquella tarde. Luego, al disiparse este, Aquelo miró hacia el interior con asombro;
—¡Cuantas cosas en desuso! con un poco de arreglo ya podrían volver a funcionar.
Encontró una lampara a kerosene, que tenia rota la manija y le improvisó una con un manojo de alambre dispuesto de tal manera que cumpliera la misma función que parte deteriorada.
—Ves Juancito, todo tiene arreglo. Es cuestión de ver cómo. Ahora tenemos que conseguirle una mecha, un poco de kerosene y ya está.
Apoyó la lámpara suavemente en el piso y siguió hurgando entre las cosas como una pequeña ratita y reflexionaba mientras tanto:
—Las cosas se deterioran y se van dejando de usar, y así también la gente, se van dejando estar, hasta que finalmente, aunque funcionen a la perfección, deciden quedarse allí donde estén, oxidándose, poniéndose viejos sin cumplir sus sueños. Es por eso que quiero ir al Edén de la Juventud.
Entre tantas cosas, nos percatamos que detrás de un calefón y una mesa de luz sin puerta estaba mi bicicleta, llena de polvo. La sacamos con cuidado de no tirar nada. La dio vuelta con delicadeza y la dejó apoyada sobre las manoplas y el asiento. Sacó las ruedas y con unos hierros como palancas improvisadas se las ingenió para extraer la cámara delantera con una gran destreza y la infló para encontrar pinchaduras. Todo en solemne silencio. Afortunadamente no había ni una sola rotura. Hizo lo mismo con la rueda trasera, pero esta vez, encontró un gran tajo en la cámara, que me mostró sin decir palabra, hasta entonces...
—Bueno, esto no lo puedo arreglar —dijo, viendo la gravedad de la rotura—. Así que tenemos que conseguir plata para llevar esta cámara al gomero y para comprar la mecha y el kerosene así mañana tenemos todo listo para partir.
Estuvimos hasta el atardecer en el caluroso galpón, arreglando y poniendo a punto la bicicleta y viendo otras cosas que pudieran ser útiles. Dejamos el portón abierto para que entrase aire aprovechando una leve brisa que entraba y nos refrescaba. En tanto, sentimos a lo lejos:
—¡Helado! , ¡Helado, fresquito Helado!
En cuanto Aquelo escuchó, soltó una pinza oxidada que había encontrado y un trapo que encontró para limpiarse la grasa de las manos y se lanzó a la búsqueda del heladero. Mientras corría sacó del bolsillo izquierdo unas monedas. Calculaba al mismo tiempo si le alcanzaba para dos helados y le hacia señales con la otra mano, a lo que el heladero respondió acercándose apesadumbrado, como quién tuviera que acelerar su marcha en bicicleta con un cambio alto, este viró y se dirigía directo hacia Aquelo. Me quedé en el portón viéndolo todo a unos metros de distancia. Algo le decía Aquelo y metía la mano en la caja de los helados. Buscó y buscó hasta que encontró su sabor de agrado, le pagó con las monedas y el heladero se marchó con el mismo aire apesadumbrado con el que se acercó.
—Tomá —me dijo. Helado de jugo de naranja. Yo me compré uno de jugo de frutilla, era el último.
—Gracias Aquelo, los próximos los pago yo.
—¿A veces no tenés necesidad de tomarte un buen heladito de pulpa de fruta o de crema, en vez de estos helados de jugo de naranja mezclados con agua que venden acá?
—Me dan ganas pero hace tanto que no viajo...
—Se notan que están hechos en la heladera —continuó Aquelo sin recaudo—, el jugo es el mismo que podés comprar en el negocio, al final podría hacerlos yo mismo. En la ciudad es distinto Juancito, el heladero tiene otros gustos, incluyendo pulpa de frutas y crema recubierta con chocolate... Desde que estoy acá nunca volví a comer uno de esos. Pero mañana, mañana Juancito ya será otro día, tenemos que terminar este helado y tu bicicleta, por supuesto.
Mientras tomaba su helado buscaba algo en el piso.
—Tengo que ver como arreglarte la cadena. Vamos a tener que improvisar con... con este clavito —que encontró en el piso—, nos viene de diez. De esta manera podemos dar por terminado el trabajo.
Se limpió bien las manos, sacudió su ropa y remató la conversación;
—Bueno Juancito, mañana entonces nos estamos viendo en la plaza. Llevá todas las cosas en una mochila y no te olvides del agua.
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