14· "Es cierto, Nils, la isla es rara"
Cruzamos el silencioso bosque. Habían unas diez canoas que se sacudían suavemente con el oleaje, amontonadas en una ensenada entre arboles y montañas. Elegimos una que nos pareció segura y partimos hacia aquella distante isla, así se veía desde allí.
El viaje fue fácil, solo algunas dificultades con el oleaje en el medio del lago pero nada grave. Me daba cuenta que a medida que avanzamos el ambiente se tornaba más lúgubre —tal como decía Nils que sucedía en las afueras de Edén— pero no tanto como allí, ya que aunque un poco más oscura, divisábamos la isla. Algunos jóvenes le llamaban la Isla Oscura ya que de lejos se podía apreciar a simple vista esa disminución lumínica.
—Es cierto, Nils, la isla es rara —soltó Aquelo, una vez llegamos a su costa.
Estaba cálido pero la perdida de luminosidad era notable. En el Edén la luz surgía, por decirlo de una manera, de todas direcciones, sin que exista un emisor como el sol. Esta era potente y agradable pero en la isla era tenebrosa. Además no había el bullicio típico del Edén, solo un viento suave que silbaba contra los tupidos árboles que lo cubrían todo excepto el fino hilo de playa.
—Muy bien, ahora tenemos que hacer la fogata, juntemos palos.
Para cuando Nils dijo eso Aquelo ya estaba metido en la densa vegetación. Aquelo tenía el vicio del arrebatamiento. En ese momento me percaté que la isla tenía algo de «real». Un mosquito, insecto que hacía años no veía, se posó en mi brazo, se acomodo levemente y comenzó a chuparme la sangre. Lo quité inmediatamente.
—Esta isla es una mierda —dijo Nils desde dentro del matorral de mal humor—, está llena de bichos. Quizá tengamos que pensar mejor si queremos pasar la noche aquí, incluso si queremos quedarnos a comer.
—Yo digo que nos quedemos a comer —dijo Aquelo desde la vegetación—, en todo caso volvemos luego, en cuanto terminemos. Mientras se asa la comida voy a hacer un pozo, quien te dice que no encuentro algo y la aventura a la isla termina siendo una buena apuesta...
Salió de la vegetación y se clavó en la arena dispuesto a hacer el pozo, Nils y yo nos sentamos un poco más allá, mirando la fogata que habíamos preparado. Había oscurecido, bastante antes de lo que teníamos previsto.
—La temperatura es buena —dijo Nils, como quién quiere decir poco— pero del otro lado es más agradable, ¿ustedes que dicen?
—La arena está fría —dijo Aquelo mientras cavaba—, eso no sucedía en el Edén. No debería suceder, esta isla es... extraña. Pero no puede compararse con los fríos de la realidad.
Hubo un momento de silencio.
—Dónde vivíamos —dije dirigiendo la palabra a Nils y refiriéndome a mi pueblo— hace mucho calor durante el verano y mucho frío durante el invierno. Aquí se pierde la noción de las estaciones pues no existen. Desde que vinimos deben haber pasado unos tres veranos y unos dos inviernos.
—En Alemania —agregó Nils— suele hacer frío. Pero no me quejaba, me gustaba mi país de todas formas. Aquí siempre el clima es templado, temperatura justa para el cuerpo. Has dicho que vives en la Patagonia, ¿verdad? me gustaría conocer. Algunas compañeros estaban seguro que Hitler huyó hacía la allí. Esa guerra fue una locura, tanta sangre inocente derramada. ¿Siempre viviste allí, Juancito?
—Que yo recuerde...
—Debe ser un pueblo aburrido.
—Sí, y no hay helados de crema —sonreí—, Aquelo lo sabe bien, siempre quejándose que no hay helados de crema. Me recalcaba, como si yo tenía algo de responsabilidad que en su ciudad esas cosas no pasaban y siempre había helados de crema. Nils giró la cabeza hacia Aquelo.
—¿De dónde eres, Aquelo?
A Aquelo solo se le veían las pompas. Supuse que en el pozo ya no podía escuchar lo estábamos preguntando. Me adelanté y respondí por él;
—Es de Buenos Aires.
—¿Ciudad o Provincia? —Preguntó Nils—, solíamos estudiar eso en la secundaria.
Aquelo solía hablar de Buenos Aires, pero nunca dijo si era de la Capital o la provincia.
—No lo sé.
—Aquelo —dijo Nils sentado, envolviendo con sus manos las rodillas—, cuéntame de donde vienes, quiero saber qué ciudad de Argentina tiene helados de crema —rió.
Aquelo no contestaba. No veíamos ya ni una parte de su cuerpo.
—¿Aquelo?
Nos levantamos ambos del susto y nos abalanzamos sobre el pozo. Allí no había nada, solo un agujero negro y profundo cavado en diagonal. Le pregunté a Nils si debíamos ir a buscarlo. El miedo estaba apoderándose de mí. El pozo se había tragado a Aquelo completamente y temíamos que nos pasara lo mismo pues sus bordes se estaban desmoronando de forma exponencial. Nils salió disparado hacía una rama caída que se encontraba a unos metros de nosotros. Era muy larga y se ató una de las puntas al tobillo y me extendió la mano con la otra punta.
—No la sueltes por nada.
Se metió al pozo. Llamaba con todas sus fuerzas a Aquelo pero este no contestaba. El pozo seguía creciendo. La voz de Nils se tornaba más y más leve en tanto más avanzaba. En un momento la rama pegó un gran tirón que me hizo doler. Con la rama estaba tirante pero estática, sentí como la arena a mis pies se hundía. Se formaba una concavidad cada vez más grande, hasta que finalmente se derrumbó y así caí yo también en el hueco.
Siquiera podía escuchar mi voz, o ver mis extremidades. Solo sentía que iba en plena caída libre. En un instante comprendí que Nils y Aquelo corrieron la misma suerte. Ese hoyo negro nos había tragado a todos. Luego de un instante, sentí que mi cuerpo impactaba sobre una superficie muy dura. Pensé que había caído de plano sobre una roca. Me dí por muerto. Luego sentí el dolor y así supe que estaba vivo. Había caído en agua. La corriente me llevó con una fuerza extraordinaria hacía una zona más baja, donde quedé varado sobre la arena, mirando el cielo nocturno. El silencio era total.
A lo lejos estaba Aquelo mirando para todos lados, confundido. Se tocaba el cuerpo en búsqueda de lesiones. Más allá asomaba la cabeza de Nils, entre los montes. Junto a él estaba su mochila, el golpe se la sacó de un tirón. Nils tomó enseguida la lampara que llevaba en ella y se apresuró a prenderla. Aquella cerrada noche despertó el mayor de los miedos en Nils.
—Caí en la arena pero creo que estoy bien —nos dijo mientras intentaba prender la lámpara—, ¿cómo están ustedes?
Pese a lo largo de la caída todos estábamos en perfecto estado. No teníamos ni un rasguño. Nos reunimos.
Aún teníamos, según Nils, la posibilidad de volver al Edén si avanzábamos a toda velocidad entre los montes hacía el norte. Eso hicimos. Nos percatamos que algo se aproximaba a nosotros desde uno de los flancos a gran velocidad. La luz de aquello se sacudían frenéticamente entre los montes. Cuando Nils lo notó, sus rostro pasó de la tensión al espanto.
—¡Corran en dirección contraria a las estrellas de la Cruz del Sur! —gritó Nils.
Tenía la esperanza que de esta forma en algún momento encontraríamos de nuevo el Edén. Según las indicaciones —a las que Aquelo supuestamente también tubo acceso—, terminaríamos volviendo al Edén siempre y cuando nos dirigiéramos hacia el norte. La condición era que nadie de este mundo tenga contacto visual con ni uno de nosotros. Si esto sucedía el hechizo se rompía y no era posible volver nunca más.
Nils comenzó a correr a toda velocidad al punto de tropezarse con sus propios pies y nos gritaba para que le siguiéramos el paso. Corrimos tan fuerte como podíamos. Se nos adelantó varios metros pero tropezó, derramó el kerosene de la lámpara y se produjo una gran llamarada. Tras ella la figura de Nils se atenuaba al tiempo que el fuego se extinguía.
El monstruo seguía avanzando hasta que finalmente se interpuso entre Nils y nosotros. En cuanto aquella camioneta se detuvo atine inmediatamente a darle la vuelta para buscar a Nils pero ya no existían vestigios de él ni de sus cosas ni de su lámpara derramada. Nada en cuanto sea de él quedaba. Mi tristeza era enorme, había perdido literalmente a mi amigo en cuestión de segundos. Aquel armatoste metálico deshizo el hechizo.
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