03.


El frío del exterior empañaba los vidrios del auto impidiéndole a Federico ver hacia afuera, el ruido de los dedos de su hermana menor moviéndose por la ventana congelada lo irritaba a tal punto que deseo haberse quedado un rato más en casa de Rodrigo.
El padre de Federico, quién se encontraba al volante, le dedicaba de vez en cuando alguna mirada desde el espejo retrovisor. Su padre no era un hombre amistoso o sentimental...o por lo menos no lo era con él, pero Federico no podía culparlo, su madre le había contado que mucho antes del nacimiento de Ezequiel su padre era una persona totalmente amorosa y que no solo la guerra lo había cambiado sino que también había perdido a alguien muy importante allí. No fue hasta cumplir los diez que su madre decidió revelarle la perdida que había sufrido.

Federico jamás había conocido a su tío, lo único que sabía de él eran los recuerdos implantados que solían contar en las cenas familiares de los Domingos. Lo más cerca que había estado de su tío era el hecho de que ambos llevaban el mismo nombre.
Sintió pena por su padre... Las Malvinas le habían quitado a su hermano y la vida le había quitado a su hijo, en ambos casos había perdido una parte de si mismo y eso había afectado su relación con Federico.

El auto se detuvo, pudo fácilmente reconocer la casa en la que había crecido; fue el primero en bajarse del auto pero el último en entrar a la casa, se detuvo en la cocina y cogió una botella de agua pequeña para luego subir a su dormitorio. Antes de entrar a su cuarto tuvo que pasar frente a la habitación de su hermano, la puerta estaba entre abierta como siempre. Los rayos del sol traspasaban los vidrios de la ventana calentando así la alfombra del piso, todo estaba ordenado y tranquilo tal cual Ezequiel lo había dejado la mañana en que partió hacia la facultad, Federico pensó en entrar para recordar como lucia la pequeña habitación pero se limitó a cerrar la puerta por completo y a finalmente entrar a su dormitorio.

Su cuarto era su parte favorita de la casa, no solo por el hecho de que era suyo sino por qué estaba repleto de cosas que lo identificaban...los pósters de sus bandas favoritas, su colección de películas clásicas y su infaltable altar de Morgan Freeman que se encontraba en una repisa ubicada sobre su cama donde tenía casi toda la colección de sus películas. Federico se lanzó sobre el colchón y suspiro cansado, soltó un gemido cuando sintió a su perra Sacha saltaba sobre su estómago para acostarse sobre sus piernas, se colocó los auriculares y reprodujo su música.

Les había costado bastante tratar de convencer a su amigo para que se uniera a los planes, trato de recordar alguna de las cosas que le habían dicho a Rodrigo; de entre todos solo uno llegó a su mente.

–No voy a ir a un lugar en pleno Invierno para buscar algo que no existe-había declarado Rodrigo.

Para ese entonces los nervios de Daniel estaban al límite, había tenido que explicarse frente a dos de sus mejores amigos y ahora tenía que volver a hacerlo pero con él más terco de los tres.

—Ya les di todas las razones posibles—les habló a los presentes– lo único que les pido es que lo hagan por mi, nunca los jodo con nada y siempre soy yo quien los apoya en todo.
Cuando Joaquín se quiso quedar en mi casa por qué se peleó con sus viejos fui yo quien le mintió a sus padres y a los míos de donde estaba; fui yo quien defendió a Rodrigo cuando lo quisieron cagar a piñas dos pibes de quinto por hacerse el vivo y fui yo quien estuvo con Federico cuando Sacha se enfermó y no sabían si iba a sobrevivir.

Rodrigo desvío la mirada mientras se metía otra galleta a la boca, el muchacho regordete no sabía que responder a semejante verdad; no esperaba que su amigo lo dejará sin palabras. No dijeron mucho más hasta que Rodo acepto el viaje con la condición de no dormir en el medio de la carpa.

Su madre entro en la habitación interrumpiendo la canción de Nirvana que sonaba de fondo, Federico se retiró los auriculares cuando vio que la mujer comenzaba a hablar.

—Flaquito...—dijo casi en un susurro mientras se sentaba en la cama.

Flaquito era como solía llamarlo cuando él era pequeño, había dejado de usar ese apodo cuando Federico cumplió los doce; actualmente lo usaba muy raras veces...solo cuando quería hablar de algo serio.

—Flaquito—volvió a repetir y esta vez la palabra sonó rara en la boca de su madre—¿Estás seguro de querer hacer el viaje?.

Federico solo asintió, sabía que si comenzaba a hablar su madre encontraría una complicación a cada palabra que dijera y le pediría que no fuera. Siempre era pesada con él y su hermana, estaba detrás de ellos para hacer lo que le pidiesen y nunca se cansaba de preguntarles si necesitaban algo, nunca se olvida de cortarles el pelo una vez al mes y jamás faltaba a las reuniones y actos escolares; Federico sabía que todo eso era debido a la perdida de Ezequiel, su madre tenía tanto miedo de cometer los mismos errores que con su hijo mayor y es que cuando Ezequiel era pequeño los actos y las reuniones no eran tan importantes ni tampoco lo era despedirse todas las mañanas, no es que no lo hacían es solo que de vez en cuando se les pasaba y eso no era tan terrible. Pero para su madre lo había sido, no haberse despedido de  Ezequiel aquella mañana la había destrozado.

—Es que nunca te fuiste a de viaje solo y...¿Mira si te pasa algo? O si a alguno de los chicos les pasa algo.

—Ma—dijo tocándole el hombro—vamos a estar bien, no nos va a pasar nada. Además son un par de días y podes ir a verme cada vez que quiera.

Su madre se sintió más segura con esto último que Federico había dicho, incluso hizo que el muchacho se arrepintiera un poco de sus palabras.
Quito su mano del hombro de la mujer y concentró su mirada en la perra que aún reposaba tranquila en sus piernas.

—Quiero llevar a Sacha.

Ella guardo silencio un poco antes de darle la luz verde, se sintió aliviado de no tener que pelear por ello.
Sacha era una perra vieja y de una raza que Federico había olvidado en el primer momento que su hermano Ezequiel se la había dicho, algo de Podenco le había dicho . Estaba muy al tanto de que la perra no era del todo suya y que su lealtad aún seguía en pie con su hermano pero Federico creía que la perra lo quería tanto como a Ezequiel.

Su madre se retiró de la habitación sin decir una palabra, volvió a recostarse aunque esta vez de costado, suspiro mientras la voz de Spinetta se introducía en su mente; cerró los ojos para disfrutar mejor la letra y cuando volvió a abrir sus ojos vio la figura de un muchacho alto y pelinegro sentado en la esquina junto a la puerta, no tardó ni dos segundos en poder reconocerlo.

Federico volvió a sentarse sobre la cama aunque esta vez lo hizo tan de golpe que Sacha salió corriendo del susto escaleras abajo, se quitó los auriculares y froto los ojos pero era inútil; la figura de Ezequiel ya no estaba ahí.

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