Capítulo 20
¿Alguna vez has pensado en la suavidad del viento? En la imparable brisa que congela, un soplo de vida que no podemos ver, solo lo sentimos, como la calidez del sol antes de que podamos observar su resplandor, o la humedad de la lluvia al tocar nuestra piel. Y sí, hablo de las sensaciones que solo pocas personas apreciamos. Aunque podría dejarme en un mal lugar pensar de ese modo, porque, esta vez, lejos de apreciarlo, me dejaba envolver por su frío, de la sensación que creía conocer pero que era diferente, lejano, extraño, confuso y desconocido.
Parecía regresar a un mundo lejos de lo que conocía, y aunque no mucho había cambiado, sabía las consecuencias que mis acciones atraerían con el paso del tiempo que pocas veces me recibía con agrado, aquel sujeto que me tanto me había arrebatado.
Mis pies seguían plantados en el suelo de mi departamento, nada parecía cambiar lo suficiente, pero podía notar la ausencia de cosas a mi alrededor. Como algunas decoraciones, un antiguo despertador que atormentaba mis mañanas y... aquellas fotos mías y de Violet.
Pasé saliva ¿Estaba siendo consciente de lo que había hecho?
Me resigno a dudar de mis decisiones ahora mismo, así que sin cambiarme, sin siquiera mirarme al espejo busco mi móvil entre las cobijas la cama, hallando otro movil que parecía ser de mi pertenencia, e ignorando el hecho me centro en los dos números grandes que se muestran en la pantalla.
7 de noviembre.
Había regresado al presente.
De la nada sentí un cosquilleo, como el típico nerviosismo que me generaban las cosas nuevas y desconocidas, pero sabía que el sentimiento era todo lo contrario y que no estaría por comenzar algo, sino alejándome y observando como aquello que amaba se iba de mis brazos.
Encogí el reloj de bolsillo y lo guardé, no perdí el tiempo, me encaminé a la puerta y bajé las escaleras hasta cruzar la puerta, adentrándome a las calles los cuales estaban concurridas y llenas de la misma frialdad que el otoño producía. No pude evitar mirar al cielo y la ausencia de los colores en el, seguía siendo sombrío, gris, tormentoso y con un sol cubierto por lo mismo. ¿En verdad algo había cambiado?
Sin consciencia entera mis pasos se hicieron mas rápidos, la velocidad en ellos tenía como motor a la ansiedad que jugaba contra la tranquilidad que sentía al hacer esto.
Tenía muy claro que yo era el único culpable del accidente, sabía que, al renunciar a ella tendría una larga vida y eso era todo lo que me importaba, aunque tuviese que ocupar el puesto de un lejano observador enamorado.
Doblé una calle y luego otra, sabía a donde me dirigía, porque la Violet seguramente se encontraba allí como en todas las tardes. Mi sonrisa recibió a las personas que me daban la bienvenida en el estudio de ballet, ajenos a mi persona, lejos de conocerme y tratándome como un simple visitante.
Recorrí el lugar subí al segundo piso y abrí las puertas como si tuviera la autorización de hacerlo e inmediatamente mi vista busco una cara conocida, mis oídos adoraron la música, el viejo olor a fragancias distintas también llegó a mi, todo parecía estar igual, pero aún no hallaba lo que buscaba.
Me colé por las esquinas del estudio, la atención hacia las bailarinas me servía para cumplir con mi bajo perfil y acceder a este espacio de ensayo, sabía que al verme no dudarían en sacarme.
Sonreí al hallar a Gia en un rincón, practicando sus piruetas, me facilitaría la búsqueda.
—¡Gia! —la llamé, logrando captar su atención. Tuve que ignorar la cara de confusión que puso al notarme entre los asientos, avanzando hacia ella.
—¿Te conozco?—preguntó, confundida.
—Un poco, te he visto bailar un par de veces en el escenario —comento, tratando de hacer de esta conversación algo mas normal.
—¿Puedes estar aquí? —me interrumpe, sin disimular su confusión aún.
—No, pero no pienso tardar, solo estoy buscando a Violet Reynolds.
—¿Violet Reynolds?
—Sí, es bailarina en este estudio, incluso ustedes dos son muy cercanas, siempre...
—Lamento interrumpirte —Gia alza ambas manos para frenar mi voz—. Creo que te estás confundiendo de estudio, no conozco a ninguna Violet Reynolds, jamás ha estado en este estudio.
Mi sonrisa desaparece por la incredulidad.
—¿Que nunca ha estudiado aquí? Pero si es una de las estrellas en el estudio, ella estudia aquí desde los quince años.
Gia abre la boca para hablar, pero es interrumpida por el llamado clásico a todas las bailarinas.
—En verdad te estás equivocando de lugar.
Me dice e intenta darse la espalda, pero logro retenerla, mis manos temblorosas envuelven sus brazos.
—Violet debe estar aquí, por favor, dile que salga, llámala.
—Suélteme...
—Por favor, solo dile que venga —insisto, aferrándome a sus brazos.
—¡Suéltame! ¡Seguridad! —grita, aterrada.
En cuestión de segundos estoy rodeado por dos hombres de con uniformes de seguridad, rodeando mis brazos agresivamente y arrastrándome a la salida pese a mis protestas.
—¡Puedo caminar solo! —Mascullo entre dientes, logrando unos zafar de aquellos dos hombres y recibiendo ambas miradas de te juzga y desprecio antes de cerrar las puertas de emergencia.
Mi respiración es inestable y completamente ignorada, enseguida tomo mi móvil, busco algún contacto y no hallo nada, ni un solo contacto en la familia de los Reynolds, tampoco el de Violet.
Gruño en protesta, mis dedos se enredan en mi cabello mientras intento calmarme.
¿Que había pasado? ¿Por qué Violet nunca había asistido a esta academia? El ballet era su vida, era su pasión, no tenía ni un poco de sentido esta situación.
—¡Axel! —escucho mi nombre como eco entre los callejones, por inercia mi cabeza se levanta, allí encuentro al chico de cabellera oscura y rizada arriba de una bicicleta, levantando su mano libre para saludar.
Nunca en mi vida había estado tan agradecido de ver a Bill.
Corrí para alcanzarlo, él se quedó esperando en la poca distancia en la que se encontraba.
—¡Bill! Es un gusto verte —él hace una mueca aunque no opaca su sonrisa.
—Eso es normal, solo que si lo dices y viene de ti es extraño —Bromea, con una risa poco sonora.
—¿Donde está Violet? —la pregunta lo toma por desprevenido, algo raro de lograr, pero por la situación era totalmente normal, no podría perder el tiempo, no cuando algo empezaba a gritarme que todo estaba mal.
—¿Violet?
—Sí, Violet, la hermana de tu novia, Mishelle. ¿Donde está?
Pasan dos segundos para que pueda procesar la pregunta y la información, la confusión se transforma en incomodidad, otra rareza en Bill y una que no podía discernir ahora mismo.
—¿Axel, estás bien?
Yo frunzo las cejas.
—¿Qué quieres decirme?
Bill me observa detenidamente, como si quisiera entenderme completamente, alargando la respuesta que espero.
—Joder, Bill, dime donde está.
—¿De verdad me estás preguntando esto?
—Sí, Bill ¿Por qué? —Él se confunde aún más ante mi insistencia.
—Porque tú me acompañaste a su funeral —mi semblante se destruye en un solo segundo.
¿Había escuchado bien?
—¿Funeral?
—Sí. Violet murió hace cinco años, no la conocías en ese entonces, solo me acompañaste a su entierro, conociste a su familia ese mismo día ¿Que no lo recuerdas?
No tolero escuchar la franqueza de sus palabras, no era una broma, no era una mentira, Bill hablaba de un hecho con certeza, un hecho del que yo participaba y no recordaba, Violet había muerto, una vez mas y antes de conocerme, antes de mi.
Negué con la cabeza, mi cuerpo quedó paralizado, estaba pasmado, no podía, no quería creerlo.
—¿Estás bie....? ¡Axel! —le escucho gritar, pero ya estaba corriendo, mis piernas no se detendrían, no me dejaría. Debía alcanzarla.
El ritmo en el que iba era veloz, mis pulmones protestaban un descanso, al igual que todo mi cuerpo, pero no lo haría, debía seguir, solo hasta verla bien, había sacrificado este viaje solo para que ella viviera, solo para verla contenta, solo para verla feliz, no podía estar sucediendo esto.
No quería enloquecer otra vez al verla desvanecerse y que sus colores se perdieran en la oscuridad del negro, de la noche y el dolor.
La casa de los Reynolds estaba al final de la calle en la que me encontraba eran los mismos colores la misma fachada el mismo lugar y no me detuve hasta estar frente a la casa y tocar el timbre esperando la presencia de alguien que jamás abrió la puerta.
Toqué, una y otra vez con mi puño tembloroso, al igual que mis labios, que no emitían un solo sonido.
Todo permanecía en silencio.
Me atreví a abrir la puerta, llevándome la sorpresa de encontrar una casa vacía, sin luz, ni vida, llena de polvo y abandonada.
—¡VIOLET! —Sentía como mi voz se desgarraba en gritos desesperados, uno tras otro, sin obtener una respuesta.
¿Qué había hecho? ¿Que le hice?
Me quebré tanto como cuando me llamaron esa noche para que fuese a ver el cuerpo inerte de mi prometida en el hospital, me quebré tanto que ni siquiera pude sacar el dolor y la frustración que sentía, solo me quebré.
Mi desesperación me hizo tomar mi reloj y apretarlo con fuerza, deseando solo una cosa de corazón.
—Llévame a la noche en la que nos conocimos, por favor, solo Llévame —me dejé caer de rodillas al suelo, mis lágrimas humedecieron mi ropa y las luces azules me rodearon hasta encontrarme una vez mas en aquel parque, antes de escuchar una melodía y antes de empezar una vez mas esta historia.
Esta vez no esperé a Mishelle ni a Bill, mi noveno viaje era solo la consecuencia de mi atrevimiento y era una solución obligada que no podía evitar, este solo era el castigo que el tiempo me daba por querer corromper al destino y engañarlo a él.
Miré a Violet acercarse a la pista, la melodía comenzó a sonar, sabía que debía entrar nuevamente, ser lo suficientemente privilegiado para bailar con ella, vivir años grandiosos con ella, amarla y recibir su amor, sus miradas, participar de cada reunión familiar.
Podía contar esa historia de pies a cabeza, pero seguiría existiendo un final, ese final que no aceptaría una vez mas.
Discúlpame, Violet, por querer dejarte atrás cuando mi lugar solo está en tu mismo camino. Tú eres mi destino.
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