Capítulo 15: La calma antes de la tormenta.

❝ It's me, hi, I'm the problem, it's me ❞

Las vacaciones de invierno pasaron con rapidez junto a la entrada de un nuevo año. Apenas se notaban cambios en el clima, pero el más notorio fue que las nevadas dejaron de ser tan intensas. Estaba feliz y triste al mismo tiempo, ya que probablemente significaría comenzar a utilizar ropa menos abrigada, pero también era bueno porque haría muchísimo menos frío.

Me levanté de la cama como siempre. Sin embargo, esta vez, al mirarme al espejo, no me sentí tan desdichado como de costumbre. Incluso podría decir que estaba feliz.

Llevaba una semana y media o algo así sin ver a Niss, pues su familia se había ido de vacaciones justo dos días después de la cena de Navidad. Aunque hoy había clase, lo que significaba tener que ver a mis increíbles compañeros de clase y a su vez que también lo vería a él.

Bajé a la cocina, viendo el desayuno ya preparado y a mi madre empacando los almuerzos de todos mientras regañaba a Airy y este comía como si nada pasara.

Tampoco me sorprendía porque, una vez que te acostumbrabas a que te gritaran constantemente que eras inútil y una decepción, te volvías inmune.

—Buenos días. —Me aseguré de saludar y comer apropiadamente solo para que no recibir los gritos de mi madre también.

Airy me dedicó una mirada que suplicaba por ayuda, pero yo me encogí de hombros sin saber qué hacer.

—¡Y cada vez que te digo que hagas algo, pasas de mi cara! ¡Yo no te he educado así! —chilló.

—Mamá... —dijo Airy con la voz más calmada posible.

—¡Ni mamá ni nada! Tienes casi dieciocho años y no sabes ni hacer lo más básico. A este paso, si llegas a independizarte, te morirás de hambre.

—Mamá, ¡que solo he tirado un vaso! —replicó mi hermano.

—¡Primero es un vaso y después es un incendio! ¿Te crees que no te conozco? ¡Pasé doce horas de parto por ti!

—Mamá, cálmate. —Intenté arreglar la situación.

Sabía que si seguía, podría gritar cosas peores.

—¡Tu parto fue aún peor, Mya! Un total sufrimiento, más de dieciocho horas pariendo. Por ti decidí no tener más hijos —exclamó hastiada. Yo solo apreté los labios.

—Pero tuviste a Eira —musitó Airy.

—¡Menos mal! Ella fue la bendición que salvó a esta familia.

Que no se notase quién era su favorita.

—Mamá...

—¡No, Mya! ¡Tú eres el peor! Airy podrá haber roto un vaso, pero no creas que me he olvidado de cuando suspendiste ese examen de Química. —Dejó lo que estaba haciendo para mirarme con furia—. Espero que en lo que queda de curso no suspendas ningún examen más.

—¡Nadie de la clase aprobó porque el profesor lo hizo para fastidiarnos a todos! —espeté, ya enfurecido.

Pensé en empezar bien la semana, pero quizá, en una de las cosas en las que más me parecía a mi madre era que tenía su misma paciencia, es decir, nula.

—¿¡Y porque ellos no lo hagan bien tienes que imitarlos!? ¿Si ellos se tiran de un puente, tú también?

—¡No, claro que no, porque sería yo el primero en tirarme! —bufé.

Airy me miró algo alarmado, pero yo hice un ademán con la mano para restarle importancia.

Si me iba a ir hecho una furia, no iba a dejar que ella se fuera de rositas.

—¡Mya, no te atrevas a decir eso de nuevo! —vociferó.

—¿Por qué? ¿Porque soy una decepción? —Rodé los ojos—. Tranquila, ya sabía eso.

—No, ¡porque te he dado la vida! ¡Deberías estar trabajando para ser un orgullo familiar! —Estampó los bocadillos contra la mesa, alertando a mi padre y a mi hermana, quienes entraron a la cocina a desayunar, sorprendidos.

Solía discutir bastante con mi madre, pero quizá, esta era la primera vez que le respondía tantas veces.

—¡Yo no te pedí nacer!

Y entonces, en un instante, sentí mi mejilla izquierda arder. Cuando me di cuenta de lo que realmente había pasado, tenía a mi madre delante, echando chispas a través de los ojos y con la mano levantada.

Era la primera vez que me golpeaba.

Acaricié mi mejilla, aún en shock y, en un rápido impulso, agarré mi mochila y salí de la casa.

No tenía la más mínima intención de que ella tuviera la oportunidad de verme vulnerable ante sus palabras, porque sabía que si se enteraba, acabaría utilizándolas en mi contra a cada oportunidad que tuviera.

Intenté limpiarme las lágrimas con las mangas de mi jersey, pero no paraban de salir.

Estaba harto de que siempre buscase una excusa para gritarme y culparme de todos sus errores. Porque esa era otra cosa, el resto siempre era culpable porque ella nunca cometía deslices.

Afortunadamente, dejé de llorar antes de llegar al instituto.

—Tienes una cara hoy que... —bromeó Arley al verme.

—La misma de todos los días —sonreí, intentando olvidar lo que acababa de pasar.

—Hoy estás como peor —comentó Nix.

—He dormido mal —me excusé.

—¿Qué? ¿Por la emoción de ver de nuevo al amor de tu vida? —Mi mejor amigo batió sus pestañas.

—¡Arley! —reí—. Ya lo he visto durante las vacaciones.

—Oh. —Abrió mucho la boca, sorprendido.

—Arley, cierra la boca, anda. —Su novia rodó los ojos y le dio un beso en la mejilla para después acercarse a mí—. Ya nos contarás, pero me alegra verte de nuevo.

Me abrazó y Arley la siguió.

—Lo dices como si me hubiera podido morir durante las vacaciones.

—¡Contigo no se puede ser cariñosa! —Me pegó suavemente en el hombro.

Yo respondí carcajeando y abalanzándome sobre ellos de nuevo.

—¡Os he echado tanto de menos! Tenéis que contarme qué tal vuestras vacaciones.

—Yo me he ido por ahí con mi padre. —Arley se encogió de hombros.

—Más bien, a un hotel cinco estrellas en uno de los destinos turísticos más populares del mundo —le corrigió su novia.

—Cierto, Arley y sus padres multimillonarios, qué desgracia —me burlé.

—Por eso nunca os cuento nada —resopló.

—Darling, era una broma —rió Nix y lo abrazó.

El rubio frunció el ceño, pero no aguantó mucho enfadado porque acabó besando a su novia.

—En fin, el amor —suspiré yo, a lo que los dos giraron la cabeza tal niña del exorcista y me miraron extrañados.

—Te ha pasado algo bueno en las vacaciones, eh —señaló mi mejor amigo, meneando las cejas.

—¿Y cómo has llegado a esa conclusión? —Fruncí el ceño.

—Normalmente, nos miras con asco y bufas —indicó Nix.

—¿Y por actuar diferente significa que me he besado con Niss? —cuestioné.

—Nunca dijimos besar a Niss —declararon al mismo tiempo.

—Mierda —mascullé.

Vale, se me había escapado. Muy bien.

No era como si quisiera ocultárselos, pero tampoco quería ilusionarlos para que después acabase tan rápido. Y era cierto que nos habíamos dicho "te quiero" y que últimamente habíamos pasado la mayor parte del tiempo juntos, besándonos, pero yo necesitaba un seguro que me prometiese que esto aguantaría. Que no se desmoronaría al mínimo temblor.

Quería estar seguro al cien por cien.

—Guau, ¿quién me ha besado? —interrumpió el susodicho, haciéndome saltar del susto y apoyarme en las taquillas.

—Es muy egocéntrico de tu parte pensar que hablamos de ti —balbuceé.

—Pero si a ti te encanta hablar de mí. —Se apoyó a mi lado.

Mis mejores amigos se miraron y dieron un paso hacia atrás.

—No os atreváis a... —Y antes de que terminase la frase, salieron corriendo, dejándonos a solas—. Los voy a matar cuando los encuentre —musité para mí mismo.

—Oh, ¿he estropeado algo? —preguntó Niss, sintiéndose culpable.

Negué con la cabeza.

—Solo son algo tontos —mentí.

—¿Seguro?

Asentí y nos quedamos en silencio.

—¿Y-y qué tal l-las vacaciones? —tartamudeé sin saber cómo reaccionar ante él.

—Bueno, aparte de haber pasado casi todo el tiempo en tu habitación o en la mía besándonos, la semana de viaje estuvo bien, pero no soy fan de los aviones. —Se encogió de hombros.

Me sonrojé al instante.

—No necesitaba saber lo primero —siseé.

—Cierto, porque estuviste conmigo —sonrió ladinamente.

Le pegué un suave codazo, haciéndolo reír.

—Puedes irte a la mierda, Nissiro.

—Era broma, era broma —dijo mientras carcajeaba sujetándose el vientre.

Lo miré mal y comencé a andar dirección a mi aula, pero él me sujetó por la muñeca.

—Lo siento, lo siento, ¿qué tal te fue a ti, chispita?

Hice una mueca de total desagrado al escuchar lo último que había dicho.

—¿Cómo me acabas de llamar? —Fruncí el ceño.

—¿Chispita?

—No te atrevas a usar ese apodo de nuevo, Niss, por Dios.

Él volvió a carcajear.

—¿Entonces cómo te llamo? No te gusta ni Sunshine ni chispita.

—Niss, ¿sabes que tengo algo llamado nombre? Por si no te lo sabías, es Mya.

—Pero así te llama todo el mundo —bufó.

Me giré para verle el rostro y gran error. Tenía un puchero.

Él sabía cuán débil era ante ellos y más ante los suyos.

—¿Sabes? Olvídalo, llámame como quieras.

Sonrió victorioso, pero no soltó mi brazo.

—Ahora, fuera de bromas, ¿qué tal te encuentras?

—Bien, ¿por qué preguntas?

—Quizá soy yo el paranoico, pero tienes los ojos, la mejilla izquierda y la nariz rojas. —Se cruzó de brazos.

Saqué mi teléfono para mirar mi reflejo a través de la cámara y era cierto.

—Mierda, yo pensaba que era menos notorio —musité.

—Sí, bueno, creo que tienes un mal concepto de menos notorio —rió, pero se puso serio al instante—. Sabes que puedes contarme lo que sea.

—No es importante. —Intenté restarle importancia.

—Todo lo que se trate de ti es importante, Mya.

—No hagas eso en el instituto —le pedí.

—¿Hacer qué? —preguntó, confuso.

—Tentarme a besarte por ser demasiado adorable —susurré.

—A mí no me importaría que lo hicieras. —Se encogió de hombros y agitó la cabeza—. Deja de cambiar de tema.

—No estoy cambiando de tema, solo creo que no es la situación adecuada para hablar de ello.

—¿Y cuál lo sería?

—Los dos a solas y no en medio del pasillo del instituto a cinco minutos de comenzar las clases. —Rodé los ojos.

—Puedo saltarme la primera hora. De todas formas, nunca me gustó Matemáticas.

—Primero que nada, Matemáticas es una de tus asignaturas favoritas y, segundo, yo no puedo saltarme las clases.

Él abultó su labio inferior, pero yo desvié la mirada para no caer en sus juegos.

—Al menos dime qué tan grave es para que hayas llorado, por favor. —Se acercó a mí.

—No es tan grave en una escala del uno al diez siendo el diez una catástrofe de nivel mundial.

—Mya...

—En serio, Niss, no necesito que te preocupes tanto por mí.

—¿De verdad?

—Sí.

—Entonces, a la hora del almuerzo en la sala de música —decretó.

—Niss...

—No te vas a escapar, Mya.

Solo asentí con una sonrisa en la cara.

—A la hora del almuerzo en la sala de música —repetí.

Niss acarició mi mejilla, satisfecho, justo cuando el timbre sonó.

—Nos vemos, ¿sí?

Asentí, preparándome mentalmente para la charla que tendríamos, sabiendo que acabaría por contarle todo.

En realidad, solo necesitaba un abrazo de Niss.

Inspiré hondo antes de agarrar el pomo de la puerta y abrirla, dejando ver a Niss sentado sobre una de las mesas. Al verme, me sonrió cálidamente y me invitó a entrar.

—Hola —saludé tímidamente, apretando la correa derecha mi mochila.

—Buenas.

Se acercó a mí y cerró la puerta con pestillo a mis espaldas.

Deslizó una de sus manos por mi cintura y me apretó contra él con suavidad.

—Supongo que Airy ya te lo ha contado —murmuré contra su pecho.

—Odio a tu madre —soltó.

—Niss... —reí con la poca energía que me quedaba.

—Que sepas que eres muy querido en este mundo y no eres una decepción para nadie, ¿sí? —Me agarró por las mejillas y me hizo mirarlo directamente a los ojos.

—Ella no dice lo mismo.

—Me importa una mierda lo que ella diga.

—Es tu suegra —dije con duda.

Ni siquiera éramos pareja, ¿verdad?

—Me da igual. Me da igual aún si no acepta nuestra relación y algún día me toque secuestrarte —resopló.

Intenté reír, pero acabé con sollozando entre sus brazos.

—No sé qué hacer, Niss —lloré.

—Oh, por Dios, Mya. —Me abrazó con más fuerza.

—No puedo soportarla más y ni siquiera me atrevo a decirle nada sobre nosotros. No sé si soportaría que me echara de casa o me alejara de ti. —Sorbí mi nariz en un burdo intento de permanecer presentable ante él.

—No tienes por qué explicarle nada a alguien que no quiere entender —susurró, dejando un beso sobre mi frente—. Mi casa siempre está abierta para ti, Mya.

Solté una risa entre todas esas lágrimas.

—Es la primera vez que me alza la mano —confesé.

—Eso nunca debería haber pasado —bufó—. Por mí, tu madre se puede ir a la mierda.

Tiró de mí hasta que acabamos ambos en el suelo, abrazados.

—Te quiero, Niss.

Apoyé mi cabeza sobre su hombro y cerré los ojos.

—Yo también te quiero, Mya.

Y por alguna extraña razón, aunque me sintiese calmado en ese momento, tenía la sensación de que esa era la calma antes de la tormenta, de que algo iba a ocurrir, bueno o malo. Y de que lo más probable era que no me iba a gustar, ni a mí ni a Niss.

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