Un compromiso

Al día siguiente, luego del almuerzo, el rey mandó llamar a todos los trabajadores, tenía un anuncio muy importante que hacer. Cuando ya estaban todos presentes, comenzó a hablar.

Como todos ya saben, ayer hablé con mi hijo y por fin ha recapacitado. Por ello, para eliminar todos los malos rumores que pudieran haberse generado, el próximo sábado, se llevará a cabo un gran evento, donde se presentará ante toda la nobleza, junto a su prometida...

Prometida. Una vez más, fue como un puñal, te dolió escuchar el anuncio, por unos instantes, pero no ibas a ser débil, sabías perfectamente por qué lo hacía, después de todo, era para disimular cualquier sospecha. Tenías que mantener la entereza, debías disimular los celos y el dolor que podría provocarte aquella situación lo mejor posible. Pues, para el mundo, sólo eras la sirvienta del palacio, nada más que una simple empleada.

...Así que deben esforzarse para atender a los invitados de la mejor manera. Eso es todo, pueden retirarse.
—Sí, alteza —respondieron en coro haciendo una reverencia.

Todos volvieron a sus trabajos, y luego de unas horas, tú le llevaste el té al rubio en su oficina. Desde la mañana se encontraba allí, trabajando en asuntos que desconoces por completo, y que, aunque los conocieras, no entenderías nada.

Con permiso, aquí está su té, señor —estabas bastante ida. El tema del evento ese era lo único que te perturbaba y ocupaba tu mente.
Gracias —te miró de reojo levantando la vista de los papeles que tenía enfrente.
—Si no necesita nada más, me retiro —sonreíste como si nada y te diste la vuelta.
Espera... —dejó los papeles y se levantó de la silla, caminando lentamente hacia ti.
¿Necesita algo, señor? —te volteaste mirando el piso.
[Nombre], ¿qué pasa? —preguntó levantando tu rostro con una mano.
No pasa nada, señor —sacaste su mano y miraste hacia otro lado. No querías reaccionar de esa forma, pero eres un ser humano, y también tenías derecho a molestarte por lo que te estaba pasando.

No me mientas, estás así desde después de que el rey mandó llamar a toda la servidumbre, ¿qué fue lo que les dijo?
—Sólo nos dijo que dentro de una semana habrá un gran evento para presentar a toda la nobleza al príncipe Arthur y a su prometida —contestaste con un tono de voz un poco molesto.

Él sólo suspiró y se alejó unos pasos de ti, dándote la espalda.

Lo miraste y se rascaba la cabeza, cosa que hacía cuando estaba nervioso o algo lo preocupaba. Estabas por retirarte cuando volteó de nuevo.

Britanny, ese compromiso es sólo una fachada. No importa con quién me case, tú eres la única dueña de mi cuerpo y de mi corazón, de eso puedes estar segura —sonrió un poco sonrojado.
Lo sé —respondiste con una leve sonrisa.

A lo mejor te estabas preocupando por nada, pero algo en tu interior no te dejaba tranquilizarte a pesar de las palabras del inglés. Él se percató de inmediato de eso, por lo que se acercó a ti, sin decir nada, y abrazando fuertemente tu cintura, sin dejar de hacer contacto visual contigo, te acercó lo más que pudo a él, besándote intensamente, con tanto amor y pasión, destrozando y aniquilando todas las dudas que podías tener en ese momento. Claro que eso sería suficiente sólo por unas horas.

El fantasma de la inseguridad estaba rondando cerca tuyo. Aunque no tenías motivo alguno, sentías que con el paso de los días una muralla se estaba construyendo entre ambos.
Después de todo, no es lo mismo. Antes podías tenerlo cuando quisieras, ahora, apenas pueden darse un beso durante todo el día.
No importa, no debes dejarte vencer por las dudas, debes confiar en que todo estará bien, debes confiar.
Volvieron a darse un corto beso, y Arthur se volvió a sentar en el escritorio, continuando con los papeles mientras tomaba su té, hiciste una reverencia y te retiraste.

En el pasillo te encontraste con uno de los hermanos.

¿Y esa cara? ¿Acaso la noticia te golpeó? —rió burlonamente el pelirrojo.

No te habías dado cuenta que pensando demasiado las cosas tu expresión se había ensombrecido. Le sonreíste mientras le dedicabas una tierna seña con el dedo corazón y pasaste de largo. No estabas no de humor ni con ganas de discutir con semejante bastardo.
Inesperadamente el pelirrojo rió por tu reacción.

Bajaste a la cocina, y otro molesto más apareció.

No te ves muy feliz... —sonrió William.
Disculpe señor, ¿necesita algo? —contestaste muy cortante, mirándolo de manera desafiante.
Wow, sí que estás de mal humor, ¿será porque mi hermanito ya no te atiende como antes? —se puso serio y se acercó más. 

No le contestaste, simplemente ignoraste aquello, definitivamente no estabas de humor para lidiar con ellos hoy, podrían decir todo lo que se les viniera en gana, eras fuerte, no te iban a vencer de ninguna manera, no hasta que toda esta maldita situación termine.

Sé que esto te debe molestar, pero sabías que iba a pasar... —puso una mano sobre tu hombro derecho.
Lo sé —quitaste su mano.
No creo que tengas por qué preocuparte. Si de verdad te ama esto no será un obstáculo... —sonrió cálidamente, un momento, ¿cálidamente?

Lo miraste completamente sorprendida. William ¿te estaba animando? O peor, ¿te estaba apoyando? No puede ser cierto, esto debe ser una broma, muy mala por cierto.

No me mires así, tengo razón, ¿no?
—Sí... —contestaste aún muy absorta.
Así debería ser, pero tal vez el tiempo y las abismales diferencias entre ustedes jueguen en tu contra —sonrió y se fue muy feliz.

Ese bastardo, intentando destrozarte desde el día en que llegaste. Aunque no querías admitirlo, podría estar consiguiéndolo, un poco, sólo un poco. Pero recuerda, hay que ser fuerte, muy fuerte, no te puedes derrumbar por esto. Arthur te quiere a ti, y a nadie más.
Mientras hacías los deberes pensabas positivamente, lo que te ayudó a calmarte mucho y volver a la normalidad, por lo menos en gran parte.

Los días pasaban y la rutina era la misma, la diferencia es que ahora Arthur estaba mucho más ocupado que antes por culpa del maldito evento. Cuanto más se acercaba el día, menos tiempo podías pasar con él. Había días en los que ni lo veías durante el día entero.
Así también, a medida que los días pasaban, más tiempo era el que William venía junto a ti. Aunque fuera un estúpido y no le tengas confianza, tenías que admitir que a veces, y sólo a veces, era agradable conversar con él.

Además, de esa manera era menos molesto el tema de que ya casi ni pasabas tiempo con el inglés. Y para no ahogarte con el asunto, era bueno distraerse un poco. En esta semana también empezaste a llevarte muy bien con todos los demás trabajadores, especialmente con uno de ellos. Henrik Hedéravy. Le parecía mucho a Eli, tal vez sea su gemelo perdido.

Con todos ellos, era más fácil afrontar la situación en la que te encontrabas. A pesar de que te costaba mucho admitirlo, en estos días, esa pequeña muralla se estaba haciendo más grande.

A la noche le llevaste a Arthur la cena a su oficina.

Aquí está su cena, señor —pusiste la bandeja sobre la cómoda al lado de su escritorio.

No respondió nada, dejó los papeles y se levantó del asiento. Se veía molesto.

¿Hay algún problema, señor? —preguntaste extrañada.
Veo que últimamente hablas mucho con ese mayordomo, y con mi hermano —se acercó más.
¿Estás celoso? —frunciste el ceño.
Tsk —mira hacia otro lado—. Sí, estoy celoso. Últimamente estás pasando mucho tiempo con ellos... —cruzó los brazos.
¿Y qué quieres que haga? Al menos con ellos sí puedo pasar tiempo... —cruzaste los brazos y miraste hacia otro lado.
Disculpa por andar muy ocupado —respondió en tono sarcástico, más enfadado.

Estabas realmente molesta. A pesar de todo, tú no desconfiabas de él, y que él sí lo haga, no puede ser cierto.

No puedo creer esto. Todo lo que pasé, todo lo que hice, dejé mi país y vine junto a ti, como una maldita sirvienta... ¿Y tú desconfías de mí? —las lágrimas se asomaban y amenazaban con derramarse. Realmente no era sólo eso lo que te molestaba, sino que también ya no podías estar mucho con él.

Él cambió su semblante al instante, se veía herido.

Honey, lo siento. Tienes razón, soy un tonto por ponerme celoso por nada... —se acercó y te abrazó por un breve momento, no sea que alguien entre y los encuentre así.
Sigh, creo que yo también debo disculparme, no tengo motivo para reclamarte —contestaste un poco más aliviada.
Todo esto es difícil para ambos... —miró hacia otro lado, levemente sonrojado.
Sí... —pasaste tus manos por tus ojos para eliminar las lágrimas que estaban por caer.

Luego de eso se quedaron así, sin moverse ni hablar por un rato. El silencio se apoderó de la oficina, y sentías que la muralla crecía muchísimo más.

Sí tú eras orgullosa para dar tu brazo a torcer, él era peor. Ninguno de los dos quería dar el primer paso. Lo miraste, parecía un niño a punto de llorar.
Recordaste todos los momentos que pasaste a su lado, ¿cómo enojarte con él? Cambió tu mundo por completo, le dio sentido a tu vida.
Sin decir nada, te acercaste a él, lentamente. Poco a poco, él también se inclinó hacia ti y se besaron tiernamente. Puede ser muy difícil todo lo que está pasando, pero de verdad se aman. ¿Cómo podría quebrarse ese amor?
Sus dedos se entrelazaron y al cortar el beso, sus rostros permanecieron muy cerca, sintiendo el aliento del otro en sus labios.

No permitamos que esto se acabe —murmuraste sonriendo.
Tienes razón, no lo permitiremos jamás —respondió con una leve sonrisa.

Al percatarte de la situación, te separaste de él de inmediato, antes de que alguien los descubriera. No era bueno demorarse mucho en su oficina, pueden empeorar las cosas. Por ello te retiraste luego de despedirte.

Es verdad, se aman. Pero no sólo del amor se vive. Aunque se haya aclarado la situación y se hayan arreglado las cosas, el maldito fantasma de la inseguridad estaba apoderándose de ambos, y el temor de perder al otro estaba pisando muy fuerte.

Simplemente, ignoraste todo eso y al terminar las tareas te fuiste a dormir.

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A la mañana, desde muy temprano estaban extremadamente ocupados por el evento que iba a tener lugar en el palacio a la tarde.
Casi dos horas antes de que comiencen a llegar los invitados, terminaron de arreglarlo todo. Estaban cansados, pero todavía no terminaba. Aún tenían que atender a los invitados.

Una hora antes del evento, una lujosa limusina llegó al palacio. De inmediato todos fueron a formar una fila vertical a cada lado de la entrada para recibir a aquella persona que parecía ser muy importante.

Del vehículo bajó una mujer hermosísima. Cabellos castaño oscuro, ondulados, largo hasta los hombros. Una piel blanca y fina como la porcelana. Unos hermosos y cautivantes ojos de color púrpura, bastantes grandes. Y un pequeño lunar cerca del lado derecho del labio.

Su figura era divina, parecía haber sido moldeada por un escultor. Y además de todo, su porte era increíblemente elegante. Desbordaba gran finura y clase a cada paso que daba.

A todos los presentes deslumbró con su sola presencia. Incluso a ti, te parecía un verdadero ángel caído del cielo.

El rey vino en seguida a su encuentro y la saludó cortesmente. Al recibirla, se dirigió a todos los trabajadores.

Tengo el gran gusto de presentarles a Geraldine Edelstein. Esta señorita es la prometida del príncipe Arthur. De ahora en adelante, la tratarán como a una más de la familia real.
—Sí majestad. Bienvenida, princesa Geraldine —respondieron en coro haciendo una gran reverencia.

Te sentiste muy mal al saber que esa mujer era la prometida de Arthur. Lo disimulaste bien, pero el corazón te estaba doliendo mucho.

En ese momento recordaste todo lo que te había dicho William. Era cierto, nunca jamás de los jamases ibas a estar a la altura, mucho menos de una mujer como ella. Ni en tus sueños serías capaz de llegarle a los talones.
La inseguridad creció y la maldita muralla también. Te sentías completamente derrotada. No serías capaz nunca de competir contra ella. Era una batalla perdida desde el principio.
Hiciste tu mejor esfuerzo para mantener la compostura y hacer tu trabajo a la hora del evento.

Los invitados comenzaron a llegar y todos se veían muy elegantes, con mucha clase. Jamás habías visto un evento así en tu vida. Parecías estar en la Edad Media, o algo por el estilo. Todos eran muy educados y refinados, como se esperaba de la nobleza.

Te sentías completamente un extraterrestre entre ellos. Honestamente, jamás encajarías con ellos. A medida que pasaba el tiempo, te sentías mucho más pequeña, hasta sentirte una hormiga delante de ellos.

Disimuladamente mirabas de tanto en tanto a la pareja protagonista del evento. No te podías mentir, se veían extremadamente bien juntos. Son del mismo nivel, forman una pareja muy hermosa. Aunque te duela, tal vez, él estará mucho mejor a su lado.

No tienes nada que ofrecerle, mejor dicho, no eres nada en comparación con ella. Eres sólo una sirvienta, una pobre sirvienta, nada más que eso. Y lo peor de todo es que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Llegó la hora del gran baile, por lo que todos los sirvientes se retiraron. Como tenían una hora aproximadamente para descansar, fuiste al jardín del palacio a intentar despejar tu mente de tantos pensamientos negativos.

Era enorme, gigantesco. Las rosas eran hermosas y muy grandes, de varios colores. Te acercaste a oler unas cuantas. Su aroma era delicioso.

Por primera vez en todo este tiempo, te fijaste detalladamente en el palacio. Tan grande, tan lujoso, tan elegante.

Miraste tu vestimenta y te abrazaste a ti misma. Te sentías tan débil, tan impotente, con el ánimo por el suelo. Las ganas de continuar se estaban desvaneciendo. Hacías el esfuerzo del mundo por no derramar ni una sola lágrima.

—Soy sólo... una sirvienta... después de todo, no pertenezco aquí... —sollozabas intentando contenerte lo más que podías.

En ese momento, pensaste que todos tus esfuerzos eran en vano. Lo que estabas haciendo, no estaba bien después de todo. Entonces, ¿qué deberías hacer? Las personas se veían tan alegres alrededor de Arthur y si él deja esto, será por culpa tuya.

Sin embargo, en el fondo, muy en el fondo de tu corazón, una voz interior te decía que estaba bien, que no te des por vencida, que él es el amor de tu vida y no debes permitir que lo alejen de tu lado.

Tu corazón y tu razón comenzaron una gran disputa interminable. Tenían opiniones diferentes de la situación, ¿a quién rayos deberías hacer caso?

Uno de ellos decía: ­«Quédate, sigue luchando» y la otra interrumpía: «No, es mejor que regrese a donde perteneces y te rindas, no te hagas más daño»

No te hagas más daño. Al pensarlo un poco, realmente, cuánto ya has sufrido a causa de todo esto. Cuántas lágrimas has derramado, cuánto dolor has soportado.

—Si cuesta conseguirlo, es porque realmente vale la pena —replicaba la voz.

Así seguían discutiéndose las voces en tu interior. Estabas tan confundida y aturdida que ya no sabías ni qué hacer. Por favor, que alguien se apiade y te ayude.

Uff, qué fiesta tan aburrida, me gustaría tomar una cerveza —suspiró— ¿Eh? ¿Britanny? ¿Qué haces aquí? —esa voz que normalmente siempre te estaba molestando. Simplemente lo ignoraste y ni siquiera volteaste a verlo.
Oye, ¿te pasa algo? No te ves bien... —se acerca más.
—...
—¿Britanny? —su voz se escuchaba muy preocupada. Cuidadosamente, colocó sus manos sobre tus hombros.
N-no me pasa nada, estoy bien... —te zafaste de forma hostil.
Ya entiendo, es por Arthur y su prometida, ¿verdad?
—Si sólo vas a molestarme, por favor vete y déjame sola —en estos momentos lo que menos necesitabas era alguien que te saque de quicio.
No voy a molestarte, estoy preocupado por ti.
—Como si fuera a creer algo como eso... —te estabas enojando cada vez más.
No es broma, si quisiera molestarte ya estaría burlándome de ti, no puedo jugar con tus sentimientos en momentos así —se escuchaba muy serio.

Muy bien, lo que te faltaba, que el castaño claro ahora sea un caballero digno de respeto ¿Qué viene después? ¿Arthur vestido de enfermera? Sí, así de traumatizante es este estúpido.

Mejor me voy —te diste la vuelta para retirarte pero te atajó de los hombros.
Sé que lo que digo parece increíble, pero aunque no lo creas, estoy muy preocupado por ti, me siento mal al verte así. De verdad, si necesitas desahogarte, cuenta conmigo... —sus ojos verde agua reflejaban verdadera preocupación.
Tsk... Te odio... —comenzaste a llorar.
Sí, sí... —te abrazó y acariciaba tu cabeza.
Déjame idiota... —te aferrabas a su chaqueta.
Sí lo que digas... —seguía sin soltarte.

Era demasiado lo que estabas soportando, no podías contenerte para siempre. Eso no justifica que ahora mismo estabas llorando en los brazos de su hermano, uno de sus peores enemigos ¿Por qué no podías simplemente apartarlo? Esto no está nada bien.

Cuando estabas más calmada, lo apartaste bruscamente.

Pff... veo que ya estás mejor, me alegro —sonrió inocente.
G-g-gra...cias... ¡pero que te quede claro que esto no significa absolutamente nada! ¡Más que te aprovechaste de mi debilidad! ¡Estúpido príncipe! —te limpiaste el rostro y volviste a la normalidad. Llorar te ayudó mucho a sentirte mejor.
Sí, sí, no te preocupes, no se lo diré a nadie. Será nuestro secreto —te guiñó el ojo con una sonrisa que querías borrársela de la cara con una cachetada, pero te aguantaste.
Hmph, maldito... —con el ceño fruncido te fuiste de ahí inmediatamente.

Heh, esto nos vino muy bien... —miró a su hermano, que estaba medio escondido, con su celular en las manos.
Bien Dylan, ¿tienes las fotos? —preguntó con una gran sonrisa de satisfacción.
Claro... —sonrió.
Perfecto, poco a poco conseguiremos que caigan por sí solos —se rieron.

No podías creer lo estúpida que podías ser. Eso fue algo demasiado imprudente de tu parte ¿Cómo pudiste bajar la guardia de esa manera?
Fuiste a la cocina a tomar un té tranquilizante. Lo bueno de eso, podría decirse, es que pensabas que quien te estaba consolando era Arthur, por eso es que no pudiste despegarte tan fácilmente.

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Al día siguiente, Dylan entró a la oficina de Arthur con unas fotos en las manos. Las tiró en su escritorio y se quedó parado frente a él, viendo cómo su hermano observaba enojado aquellas imágenes.

¡¿Qué demonios significa esto?! —se levantó de golpe tirando la silla.
Ay bro, creo que no hace falta que te lo explique, ¿o sí? —sonrió.

Arthur lo agarró del cuello, poniéndolo contra la pared.

No bromees conmigo, y habla de una vez, ¡maldición!
—Tranquilo, no arreglarás nada gritándome —lo fulminó con la mirada y Arthur lo soltó.
Habla bastardo... —estaba muy enojado.
Eres tan tonto como siempre Arthur, ¿no te das cuenta todo lo que ella está sufriendo por culpa de tu compromiso? Verlos ayer en el evento la afectó mucho, y no tenía nadie para que la consolara, pues su amor estaba bailando felizmente con otra mujer... William simplemente le dio lo que tú no pudiste darle. Él sí estuvo ahí para consolarla, no tú...
—Son unos hijos de...
—Eso no cambia el hecho de que cuando te necesitaba no estuviste ahí para ella... —interrumpió alzando la voz.
Tsk... —frunció el ceño y apretó los dientes.
Tengo razón, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo crees que aguantará? —sonrió y se fue.

Arthur golpeó la pared con un puño, mientras maldecía todo lo que su vocabulario le permitía.

No estuve ahí cuando me necesitó, ¿eh? —acomodó su silla y se sentó en ella, recostando su cabeza sobre el escritorio.

La verdad es que él tenía la culpa, en parte. La había descuidado mucho mientras estaba muy ocupado con el tema del estúpido evento. No se dio cuenta que ella se sentía ya distanciada, hasta ahora que vio las fotos.
Ella no tenía la culpa, Dylan tenía razón. Otro la consoló cuando él no pudo. Pero eso no tiene que importar, lo que debe hacer es estar más pendiente de ella para no perderla.
No había razón para pensar cosas negativas, ¿entonces por qué no podía dejar de hacerlo? ¿por qué sentía que ya no la merecía?

Aunque cueste, todo este asunto tiene solución, no debe darse por vencido. Eso es lo que le decía su corazón.
Ambos se amaban intensamente, ¿por qué entonces la muralla se ensancha cada vez más?

Arthur llamó a Britanny y le pidió que le prepare la tina y la toalla para poder bañarse.
Ella fue a traer la toalla y entró al baño. Abrió la canilla para llenar la tina y ponía jabón.
Arthur entró al cuarto y cerró con llave. Se dirigió lentamente al baño.

Aún seguías un poco aturdida por lo que pasó ayer. De lo que más tenías miedo era de que se lo contaran a Arthur.
Escuchaste que se abrió la puerta y lo viste entrar. Todavía no podías estar de esa manera con él, te sentías culpable. Pero él, sin decir nada, llaveó la puerta y se acercó lentamente.
Tu corazón estaba galopando a toda marcha y la respiración comenzó a agitarse.

Q-qué haces... —preguntaste nerviosa tratando de evitarlo.

Seguía sin responder y con una sonrisa te puso contra la pared. Entrelazó sus dedos con los tuyos y alzó tus brazos. Lentamente acercaba su rostro al tuyo.

O-oye, no- —antes de que continuaras te besó intensamente, presionando todo su cuerpo contra el tuyo.

No se detuvo hasta dejarte sin aliento. Por todos los cielos, cómo lo extrañabas, aunque sólo fueran meses, para ambos parecía que hace 500 años que no estaban juntos.

A-arthur... p-por favor... d-detente...
—No... —sus labios recorrieron tu cuello una y otra vez.
P-por qué... —no querías que se detenga, pero no estaba bien.
No se van a dar cuenta.

Todos los sonidos que podían hacer se cubrían con el sonido del agua corriendo.

P-pero...
—¿Qué? —te miró fijamente, acercando completamente su rostro al tuyo.

No supiste qué decir, estabas completamente sometida a aquellos ojos verde esmeralda que te estaban devorando.

Ya sé todo lo que pasó ayer... —se sonrojó— y... perdóname... ha sido mi culpa...
—¿D-de qué hablas? —te sonrojaste también.
Sabes a lo que me refiero... y no estoy enojado... —sonrió.
¡¿L-lo dices en serio?!
—Sí, fue mi culpa por haberte descuidado...
—Arthur... —soltaste sus manos y lo abrazaste muy fuerte mientras se seguían besando.
[Nombre] —jadeó y comenzó a desabrocharse el pantalón.
H-hace mucho que no escucho ese nombre... —sonreíste.
[Nombre] —sonrió y volvió a besar tu cuello.

Levantó tu falda y te sacó la ropa interior. En ese momento, después de tanto, volvieron a amarse intensamente, volvieron a ser uno por unos momentos.

Se olvidaron completamente de todo, al diablo los demás, lo único que importaba en ese momento era que se amaban, y sus corazones confirmaban eso con sus acelerados latidos.

Arthur te embestía salvaje e intensamente sosteniéndote contra la pared del baño, mientras tú rodeabas fuertemente sus caderas con tus piernas, sosteniéndote así para recibir cada estocada de su parte, haciéndote gemir con todas tus fuerzas.

Al terminar te vestiste rápido y te arreglaste el cabello. Sacudiste tu uniforme y lo pusiste en forma. Aunque quisieras, no podías quedarte ahí más tiempo. Se despidieron con un profundo beso y saliste de ahí.
En aquel momento la muralla desapareció por obra de magia. Pero al salir del cuarto, volvió a aparecer, aunque se estrechó bastante, seguía presente.
Ambos tenían muchas dudas a pesar de saber sus sentimientos. La prometida de Arthur era mucho mejor que tú, y a lo mejor, con el tiempo, consiga quitártelo.

El rubio, por su parte, temía que su hermano pudiera conseguir robarle el corazón de Britanny, porque, tal vez, no sea la primera vez que él esté ahí para ella y Arthur no.

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