Regreso

Advertencia: lemon salvaje 7-7

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Al tener en sus manos las evidencias necesarias fue al hospital para traer de vuelta a [Nombre]. Cuando llegó le entregaron sus pertenencias sin que ella se diera cuenta, para no causarle algún trauma otra vez.

Entre esas estaba la gargantilla que le había regalado en San Valentín. La guardó en su bolsillo para que no la viera, todas las demás cosas eran irrelevantes.
Aunque tenía ganas de hacerle recordar todo, pedirle perdón y decirle cuánto la amaba, no podía hacerlo, por el bien de ella.

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El doctor entró y dijo que ya podías irte. La enfermera dejó tus ropas limpias al pie de la cama para que pudieras vestirte, muda que, supusiste te la trajeron del lugar que trabajabas.
Lo bueno era que por fin ibas a salir del hospital. Aunque sólo recuerdas tu nombre, no importa, ya ibas a volver a tu trabajo.
Te vestiste y saliste de la habitación, el doctor te llevó a la sala de espera. Allí estaba el mismo hombre que vino ayer a visitarte.

Buenas tardes, ¿ya estás bien? —preguntó amablemente, con una sonrisa cálida.
Sí, ya me encuentro en perfecto estado —sonreíste—. ¿Usted quién es? —te parecía conocido de alguna parte, especialmente aquellos hermosos ojos verde esmeralda, pero no podías recordarlo.
Yo soy... el señor Kirkland, uno de los príncipes del palacio —respondió un poco nervioso a tu parecer.
Ah, ya veo —su apellido también te sonaba bastante conocido, debe ser porque son de la familia real, y por lo que te dijeron, llevabas mucho tiempo trabajando allí.

Fuiste caminando tras él hasta llegar a su vehículo, caballerosamente te abrió la puerta del coche, te subiste agradeciéndole el gesto con una sonrisa, y se dirigieron al palacio. Todo el trayecto fue silencioso, el príncipe no decía ni una sola palabra, pero de tanto en tanto te observaba, lo pudiste notar. Algo escondía en sus ojos, podías notar que algo le dolía, pero no entendías qué. Si se preocupaba por ti, no tenía que hacerlo, si ni a ti te preocupaba demasiado el hecho de haber perdido la memoria. Además, tú eras sólo la empleada, qué podría importarle tanto lo que te pase. No entendías muy bien su actitud, parecía muy misterioso.
Decidiste no hacerle mucho caso y volver a tu trabajo normalmente.

Al llegar todos los empleados te recibieron muy bien, incluso el rey. Al observar al rey por un momento, sentiste que debías mantenerte alejado de él, no sabías por qué, pero, decidiste hacerle caso a tu instinto, después de todo tu lugar era la plebe.
Se comportaban de manera muy agradable, cosa que te pareció un poco extraño, no solían ser tan agradables, ¿o sí?
Lo cierto es que todos te parecían conocidos, especialmente uno de los mayordomos, quien estaba más alejado de los demás.
Tal vez, conviviendo de nuevo con ellos, podrías recordar todo, lentamente.

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Antes de ir a buscarla, el príncipe Arthur ordenó estrictamente que no le revelaran su nombre a la chica, que frente a ella se dirigieran a él simplemente como "Señor Kirkland".
Él sabía porqué daba esa orden, no se lo explicó a nadie, pero todos tuvieron que acatar. Sabía que su nombre, podría traerle problemas a la chica.
Lo mismo pidió por William e Ian, no quería que a la muchacha le diera un colapso mental antes de tiempo.

Todos se extrañaron por aquella orden, ¿qué tenía de malo en decirle el nombre de los príncipes a la muchacha? Más obedecieron sin protestar. Después varias de las muchachas se pusieron a reflexionar sobre aquello, recordando que especialmente William, andaba rondando cerca de ella todos esos meses, aunque nadie sabe exactamente qué le hacía o decía.

Una vez instalada de nuevo la mujer, Arthur fue a uno de los periódicos más grandes de Inglaterra para llevarles cierta noticia, con ciertas copias de las pruebas. Luego de eso fue a la comisaría más cercana a entregar la evidencia a la policía.

Al día siguiente, en todos los diarios y noticieros el escándalo del momento era lo que hicieron sus hermanos. Por supuesto, la identidad de la chica quedó anónima por estrictas órdenes médicas y de la policía, y en el palacio estaba prohibido ver o leer algo sobre el asunto, aunque todos lo sabían, menos una muchacha.
Debido a ello la policía tuvo que actuar mucho más rápido de lo que se esperaba.

Después de varios días de juicio, la sentencia fue: 20 años de cárcel para Ian Kirkland por intento de homicidio y cómplice de chantaje y extorsión; 5 años para Dylan Kirkland por cómplice de intento de homicidio, chantaje, y extorsión; 25 años para William Kirkland por chantaje, extorsión, abuso de poder, atentado contra la integridad de una persona, difamación y calumnia, daños psicológicos y morales, intento de abuso sexual, acoso laboral, discriminación social y por cómplice de intento de homicidio.

Al rey casi le dio un infarto al escuchar la sentencia. Sus hijos lo habían dejado en ridículo ante el mundo entero. No se dejó de hablar de ellos por varias semanas.

Debido a ese gran escándalo, el escribano se dio cuenta que debía hacer cumplir el testamento de la madre de Arthur, sea como sea. Ella estaba en toda la razón al haber escrito aquello, definitivamente el único que debería estar al frente era Arthur Kirkland.
Ninguno de sus hermanos podía ocupar aquel cargo, ni aunque salieran de la cárcel, ya no contaban con el prestigio para hacerlo aunque fueran hijos de la reina.
Era obvio que el rey era cómplice de sus hijos, así que tampoco podía quedar al frente, no luego de semejante escándalo.

El escribano mandó llamar a Arthur a su oficina para tratar aquel asunto. El inglés le dijo firmemente que no tenía interés alguno en la herencia, al menos no del trono.
El escribano quiso insistir en que él asumiera el cargo, a lo que volvió a negarse rotundamente.

¿Tienen alguna queja del desempeño del rey? —preguntó seriamente.
La verdad es que no, a pesar del escándalo de sus hijos, hasta ahora ha cumplido su función de manera excelente, pero-
Entonces —interrumpió el ojiverde—, no hay razón para hacer cumplir esa cláusula del testamento, además yo no quiero, no me siento capaz para el cargo, y no pueden obligarme a asumirlo en contra de mi voluntad. Tal vez, meses atrás hubiera aceptado, pero ahora no, me niego rotundamente —refutó con tranquilidad, conocía perfectamente sus derechos.
En ese caso, ¿recibirá el dinero y las propiedades a su nombre? —preguntó rindiéndose ante la decisión del príncipe.
Cobraré el dinero, y quiero que todas las propiedades que dejó a mi nombre sean vendidas, sólo quiero el efectivo, no quiero ningún inmueble —contestó anticipándose a ciertas cosas que tenía en mente.
Así será, príncipe Arthur.

Todo el dinero que le había dejado su madre fue depositado a su nombre en un banco internacional, lo cual le permitía retirar el dinero desde cualquier punto del globo terráqueo. En unas semanas las propiedades fueron todas subastadas y recibió el dinero de ellas en la misma cuenta.
Quién lo diría, ahora sí que era más que millonario, más eso no le importaba, ni todo el dinero del mundo podría comprar su felicidad. Su felicidad, estaba en el palacio, trabajando como sirvienta, sin recordarlo.

En ese tiempo, comenzó a preparar todos los asuntos pendientes necesarios para su huida. Con el dinero pudo sobornar a toda la seguridad del lugar, para que el día en que decidiera irse, lo ayudaran a escapar sin alertar a nadie. Incluso contrató varios profesionales, para que luego no quedara ni un solo rastro de él tras su desaparición. Se encargarían de borrarlo a él y a todas sus huellas de la faz de la tierra, al igual que los rastros de [Nombre]. Estaba seguro que algún día recuperaría la memoria, y aunque no lo perdonara, él quería devolverle la antigua vida que tenía, después de todo, varias personas la estaban esperando en su país.
Si las cosas entre ellos no se arreglaban, él iría a vivir a algún lugar muy alejado, y a ella la dejaría en su país, era lo mínimo que podía hacer por ella.

Pasaron varios días más, todo estaba listo, sólo faltaba que [Nombre] recordara todo, eso definiría el rumbo de los sucesos.

Durante ese tiempo que pasó, mientras preparaba todo, el inglés continuaba con su vida en el palacio, observando desde lejos a la persona que ama, viendo cómo se iba desenvolviendo en el ambiente. De verdad le dolía mucho que lo tratara tan indiferente, fría, distante, como si nunca jamás hubiera pasado nada entre ellos. No podía hacer nada al respecto, más a veces, la culpa no lo dejaba dormir. Sabía que pudo haberlo evitado, y no lo hizo.

Nunca supieron quién fue el causante del gran escándalo, su identidad era anónima, estaba protegida y aunque se esforzaran nadie les diría absolutamente nada al respecto, pues por violación de la privacidad del testigo protegido, eran como mínimo treinta años de cárcel por poner la vida de la persona en riesgo. Nadie quería cambiar su libertad ni por más que le pagaran con la luna.

Después de mucho pensarlo, el rey tenía fuertes sospechas de que fue Arthur, aunque no tenía cómo confirmarlo, así que eran simples suposiciones.

Las veces que el rubio de ojos verde esmeralda no estaba fuera del palacio, se la pasaba encerrado en su habitación, con la gargantilla en la mano, mirándola todo el tiempo, con mucha tristeza.

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En todas estas semanas había un gran escándalo en el palacio. De un día para otro, los hermanos del rubio de ojos verdes desaparecieron, y tú ni entendías porqué. En el palacio estaba altamente prohibido mencionar siquiera el asunto. No podían ver ni leer absolutamente nada al respecto.
De tanto en tanto escuchaban unos que otros cuchicheos cerca de ti. Sólo sabías que una mujer fue víctima de unas cuantas barbaridades por parte de ellos. No tenías idea a qué barbaridades se referían. La identidad de la chica era anónima, nunca se pronunció su nombre, jamás. ¿Quién habrá sido la pobre víctima de esos hombres? ¿Y por qué decían que odiaban tanto a su hermano menor? Eran grandes dudas, aunque realmente no le dabas ninguna importancia.
No entendías muy bien, poco o nada era lo que podías deducir de la situación, y aunque preguntaras al respecto, sólo te decían que no era importante para los sirvientes y que no deberías preocuparte por ello, más bien debías evitar los asuntos que no eran de incumbencia de la plebe. Era extraño, aunque en realidad no te importaba en absoluto.

Desde que saliste del hospital hasta ahora, hace como dos meses y medio, tu salud se restauró por completo. Eso fue lo que el doctor dijo el día anterior, cuando por última vez fuiste a hacerte un control.
Esa era una buena noticia en medio de tanto desastre a nivel real, los trabajos en cambio seguían siendo siempre los mismos, y las personas con las que trabajabas te seguían tratando muy bien, cosa a lo que ya te acostumbraste. Excepto un mayordomo de ojos verdes y cabellos castaños. Parecía que siempre te evitaba, se lo veía muy incómodo cada vez que te acercabas. ¿Acaso le hiciste algo malo? ¿O era la culpa? Pero, ¿culpa por qué? Era extraño que sintieras eso, más no le dabas importancia, así tal como estabas, estabas muy feliz.

Aún no recordabas de dónde venías, ni qué hacías ahí, pero no te importaba, debía ser por algo.

Ese mismo día, la muchacha que estaba encargada de llevarle el té al único príncipe que seguía en el palacio había salido por unos mandados. Ya iba a ser la hora del té así que decidiste llevárselo tú, como los demás estaban ocupados con otras cosas.

Tocaste la puerta para entrar y no respondía. Como estaba abierta, decidiste entrar y colocaste la bandeja en el escritorio. El príncipe estaba durmiendo en la silla, con la cabeza descansando sobre sus brazos, apoyados en el escritorio.

Se veía tan adorable durmiendo. Espera, ¿qué demonios acabas de pensar? Sacudiste tu cabeza ante aquel pensamiento, aunque la expresión serena del príncipe te parecía conocida, demasiado conocida.

Te acercaste para despertarlo pero algo que estaba sobre el escritorio llamó tu atención.

«El príncipe Arthur nunca se llevó bien con sus hermanos» —decía el encabezado principal del periódico.
«Dylan, Ian y William siempre le hicieron la vida imposible» —era otro de los títulos de la portada.

Arthur. Arthur... Kirkland... Arthur Kirkland... —un fuerte dolor de cabeza comenzó en ese momento. Apretaste fuerte con tus manos mientras los recuerdos borrosos y desordenados venían a tu mente—. Ugh... qué... porqué... —te apoyaste en el escritorio intentando hacer el menor ruido posible para no despertarlo.

Levantaste la mirada hacia él, observándolo fijamente. Tú lo conocías, él era alguien importante, ¿pero por qué no puedes recordar más? Sólo vagamente suceden cosas con él, pero cosas no muy importantes, ¿por qué de repente sientes que debes recordarlo?

Unos minutos después de que pasó más el dolor de cabeza, te acercaste a él, sigilosamente, y viste en su mano una gargantilla. Llamó bastante tu atención, por lo cual la tomaste en tus manos con mucho cuidado, mirándola detenidamente. De nuevo vinieron de golpe los recuerdos de las veces que mirabas aquella margarita de plata, el dolor de esos días regresó una vez más.

Las lágrimas comenzaron a caer por tus mejillas en tanto te ponías la gargantilla por el cuello, volviste a mirarla como lo hacías antes, recordando cada vez más cosas con la persona que estaba frente a ti, era alguien muy importante para ti, demasiado, ¡¿entonces por qué demonios no podías recordar más?! Todo era demasiado confuso para ti en esos momentos.

«Cada vez que veas esa gargantilla, piensa en mí»

Recordaste aquello vagamente, ¿qué significaba eso? ¿Qué quiso decir? ¿Cuándo y dónde sucedió eso?

—Nngh... por qué no puedo... —volviste a hablar en tu idioma natal.

Es verdad, tu idioma natal no era el inglés, aunque por una extraña razón fue el idioma que recordabas por «instinto». Inglaterra no era tu país natal, tu familia no estaba allí. Eso podías recordar, hasta ahí.
Te cubriste los ojos con las manos haciendo un esfuerzo por pensar más, pero no había resultados.
¿Qué rayos le pasó a tu cerebro?

Te acercaste más al príncipe, y sin dejar de contemplarlo con la mayor concentración que podías. Con miedo y un poco temblorosa, acercaste tu mano para acariciar su rostro. Al tocarlo, su piel, sí, tú lo conocías, definitivamente lo conocías.

—Arthur —murmuraste apenas.
—Mmnh... [Nombre]... —murmuró dormido, pero escuchaste perfectamente lo que dijo.

[Nombre], [Nombre], [Nombre], [Nombre]... resonaba fuertemente en tu cabeza.

—[Nom...bre] —musitaste—. ¡Argh! —un fuerte dolor de cabeza te atacó de nuevo, con mayor intensidad que antes, haciéndote perder fuerzas y cayendo de rodillas al piso.

[Nombre]. Al escuchar esa palabra poco a poco comenzaste a recordarlo todo, desde el principio, desde tu infancia, tu adolescencia, desde el día en que conociste al inglés, hasta el día del accidente.
Podías recordarlo absolutamente todo, aunque te estaba costando mucho esfuerzo asimilar tanta información de una sola vez. Estaba siendo demasiado para tu cuerpo, pero eras fuerte, podías resistirlo, cada vez más se estaban aclarando las cosas en tu mente.
Sí, lo recordaste todo. ¿Cómo pudiste olvidarlo?

—Ugh... —comenzaste a llorar desconsoladamente.

El dolor de cabeza iba pasando de a poco, pero recordarlo todo de golpe era difícil de soportar.

En ese momento Arthur despertó y te vio en el piso llorando.

¡¿Britanny?! ¿Estás bien? —de inmediato se arrodilló frente tuyo agarrándote de los hombros, con muchísima preocupación en su rostro.
—No, no me llamo así... Soy [Nombre], me llamo [Nombre] —no podías dejar de llorar mientras seguías asimilando todo lo que te había pasado hasta el día del accidente.
—Qué... no me digas... ¡¿Y recuerdas todo?! —te abrazó muy fuerte intentando contenerte.

Esta calidez, sí, es Arthur, es él, ¿cómo pudiste olvidarlo? Es verdad que estabas por irte, pero nunca lo dejaste de amar, y nunca amarías más a nadie, tu corazón ya le pertenecía a él aunque las cosas estaban mal.

Se acomodó para que te sentaras en su regazo, así lo hiciste, recostando tu cabeza en su pecho, agarrándote fuerte de su camisa mientras las lágrimas seguían cayendo por tus mejillas. Sus brazos te rodeaban fuerte, te había perdido una vez, recuperarte era su mayor felicidad, no iba dejarte ir nunca más.
Apoyó su cabeza en la tuya, mientras acariciaba suavemente su cabeza, consolándote, tratando de ser lo más protector que podía contigo.

Su perfume, su fragancia, tú recordabas ese aroma, te gustaba, te hipnotizaba. Te abrazaste fuertemente a él mientras seguías llorando.

Así se quedaron un buen rato hasta que te calmaste. Pasaron como 40 minutos en aquella posición. Después de ese tiempo, podías recordar todo con nitidez, con mucha claridad. Ya todos los recuerdos estaban perfectamente en su lugar.
Te limpiaste los restos de agua que quedaron en tu rostro, levantando tu rostro, encontrándote con aquellos ojos esmeraldas que tanto amabas. Te miraban conmovidos, incapaces de ocultar la felicidad en ellos.

—¿Mi hijo? —preguntaste temiendo una respuesta indeseada.
—No, no estabas embarazada, todos esos malestares eran por la anemia que tenías.

Era cierto, no comías ni dormías bien, era lógico.

—[Nombre], my dear beloved —su rostro cambió a uno de gran arrepentimiento, podías ver que estaba a punto de romper en llanto—, lo siento, lo siento tanto, de verdad que lo siento, realmente lamento tanto, tanto; todo lo que pasó, lo siento, lo siento muchísimo... —se lamentaba recostando su cabeza en tu hombro, escondiendo su rostro en tu cuello, abrazándote lo más fuerte que podía, acercándote a él todo lo que podía.

Es verdad, antes del accidente habían terminado mal, pero lo amabas, no podías resistirte ante su disculpa.

—No te preocupes, Arthur, no tengo nada que perdonarte —agarraste su rostro entre tus manos, mirándolo con una tierna sonrisa.

Limpiaste con tus dedos las lágrimas que comenzaron a caer por su rostro, y que se detuvieron de golpe ante tu respuesta, logrando una mirada de asombro de parte del inglés.

—[Nombre]... —murmuró conmovido.

Poco a poco sus labios se acercaron hasta juntarse en un tierno e intenso beso, lleno de amor. ¿Cómo ibas a olvidar? Sus besos, sus caricias, su cuerpo, sus gestos, el gran amor que le tenías.

Te separaste apenas de él para sonreírle. —Arthur, te amo, te amo muchísimo.
—Darling, yo también te amo, con toda mi alma, en este tiempo me di cuenta que mi vida sin ti no tiene ningún sentido, no puedo seguir sin ti, eres todo lo que tengo, no podría soportar perderte, te amo, te amo, te amo —sonrió antes de volver a besarte castamente.

Hace tanto no veías esa sonrisa sincera en sus labios.

—Si es posible, me gustaría dejar todo eso atrás, y comenzar de nuevo —lo abrazaste tan fuerte como pudiste.
—Por supuesto, todo lo que pasó, hasta ahora ha sido mi culpa, pero-
—Shh... —pusiste un dedo sobre sus labios para callarlo— Ya no importa, ahora lo importante es que a pesar de todo podemos volver a estar juntos, ¿verdad?
—Sí, y te juro que me voy a encargar de que así permanezcamos por el resto de nuestras vidas —sonrió volviéndote a besar.

Realmente pasaron muchas cosas, hubo muchos problemas y obstáculos, pero aquellos que estaban haciéndoles la vida imposible no iban a molestar nunca más, aunque no sabías qué había pasado exactamente con los bastardos de sus hermanos.

Arthur se recostó por la pared, y tú en su pecho. Se quedaron así, abrazados, mientras te ponía al día con todo lo que había pasado hasta hoy desde que estabas inconsciente en el hospital.

Supiste del divorcio, de la pelea con Ian, del enfrentamiento que tuvo con el rey. Supiste que se encargó de hacer un escándalo a nivel mundial con la situación que ocurría en el palacio. Supiste que él se encargó de meter a sus hermanos en la cárcel, con muchos años de pena para los dos mayores. Supiste que recibió toda la herencia de su madre en efectivo, y rechazó el trono por ti. No quería hacer nada con su vida si no era a tu lado.
Estabas al día con absolutamente todos los detalles importantes y poco importantes que sucedieron hasta ese día, bueno, te dijo la mayor parte.

Sabías que era tú quien en realidad él amaba, sólo que aquella situación era ya muy difícil de soportar.

Honey, no sabes lo feliz que estoy de poder tenerte otra vez en mis brazos —sonrió sinceramente.

Después de mucho tiempo vuelves a ver esa sonrisa de verdadera felicidad en su rostro.

—Yo también —respondiste contenta.

Se inclinó hacia ti para besarte, sin dejar de mirarte profundamente, traspasando hasta tu alma con aquellos orbes esmeraldas. Al principio el beso era tierno, hasta que fue subiendo de tono. Te besaba con ansias, con pasión, con intensidad. Su lengua invadió tu cavidad bucal en pocos instantes, recorriendo cada parte de ella con su lengua juguetona.
Te estaba devorando desesperadamente, como no lo hizo en mucho tiempo. Tomó tu rostro entre sus manos, mientras los labios de ambos se movían al mismo compás, casi haciéndote olvidar de todo.
Aunque tus pulmones ya te estaban exigiendo aire, el inglés tenía más resistencia que tú y no tenía pensado despegarse de tus labios aún. Forzadamente, tomando bocanadas de aires entre los jadeos, tratabas de seguirle el ritmo, hasta que si resistencia llegó al límite, dejándote respirar agitada y entrecortadamente.
Soltó un gran jadeo al despegarse de sus labios, mientras trataba de regularizar su respiración. No cortaba el contacto visual contigo por nada del mundo. En estos momentos te miraba con amor y deseo al mismo tiempo. Estabas por perderte completamente en esos ojos.

Con aquel beso tan intenso te hizo perder bastantes fuerzas, quedándote sin resistencia en sus brazos, los cuales te rodearon fuertemente.
Volvió a besarte de manera intensa. Cuando se ponía así de salvaje, no había quien lo pare.
Mordía tus labios con cierta rudeza, pero delicadeza a la vez. Cerraste los ojos dejándote llevar por su pasión. Rodeaste su cuello con tus brazos, aferrándote fuertemente a él.
Una vez más, cuando la falta de aire se hizo presente, cortó el beso, pero no dejó de morder tu labio inferior, mirándote cada vez con más deseo.
Soltaste un suspiro bastante pesado por ello. Podías sentir el calor arder en tus mejillas, si seguía así perderías el control, otra vez.
Sus labios comenzaron a bajar por tu cuello, besándolo delicadamente. Bajaba por un lado, y subía por el otro, hasta llegar al lóbulo de tu oreja, mordiéndolo suavemente.
Gemiste ante aquello, es verdad que extrañabas demasiado todo de él, no podías resistirte.

—Arthur, no podemos...
—No te preocupes, ya nadie nos va a separar —susurró en tu oído de manera seductora, volviéndote a besar.
—N-no... —musitaste separándote apenas de él.
—[Nombre] —tomó tu rostro entre sus manos sin dejar de mirarte con tanta intensidad—, yo de verdad te amo mucho, y no voy a permitir nunca más que te hagan algo —estaba sonrojado con el ceño levemente fruncido.
—Por qué dices eso en un momento así —desviaste avergonzada la mirada cortando con el contacto visual.
—Porque sé que no te vas a negar si te entrego mis sentimientos —con una sonrisa te abrazó fuertemente.
—Es usted muy astuto, príncipe Arthur —sonreíste volviéndolo a mirar.

Él soltó una pequeña risa por aquello, volviéndote a besar con mucho amor. Te tomó en brazos al estilo princesa y se levantó del piso, sin dejar de besarte, llevándote despacio a la cama.

Entre besos y caricias, llenas de amor, se sacaron las ropas hasta quedar completamente desnudos. Te recostó en la cama mientras se colocaba encima de ti, sosteniéndose en sus rodillas, las que estaban a cada lado de tus caderas. Volvió a besarte intensamente, pero con mucho amor, hasta que tuvieron que cortar el beso por falta de aire.
Bajó por tu cuello, mordiendo cada parte de él hasta llegar a tu clavícula, volvió a subir mordiendo el otro lado, volviendo a morder el lóbulo de tu oreja.
Jadeabas pesadamente ante las acciones del inglés, tu cuerpo entero estaba erizado, tu corazón latía a mil por hora, tu respiración estaba agitada, y un gran ardor apareció en tu bajo vientre. Estabas ardiendo por dentro, el inglés estaba logrando encenderte por completo.

—Te amo [Nombre], te amo —susurró en tu oído, sintiendo su aliento en él.

Todo tu cuerpo se erizó más ante aquello. Estabas tan sumida en el placer que no podías hablar. Hacía mucho tiempo que Arthur no te tocaba de aquella manera.

Volvió a besarte mientras que con una mano masajeaba fuertemente uno de tus pechos, haciéndote gemir fuertemente en su boca, gemidos que él se los tragaba más que complacido, podías notar en tus labios que sonreía mientras te besaba cada que te arrancaba un gemido. Le encantaba escuchar aquellos sonidos salir de tu boca, sonidos que sólo él podía provocar en ti.

Todo tu cuerpo ardía como el infierno, ya no pensabas en nada que no fuera Arthur. Lo amabas tanto, y él a ti, y te lo estaba demostrando como mejor podía.

Cortó el beso por la falta de aire, bajando sus labios a tus pechos, mientras sus manos recorrían suavemente tus caderas. Cada parte que tocaba se encendía de una manera inexplicable.
Masajeaba tu abdomen son frenesí, subiendo y bajando sus manos por tu estómago, caderas y muslos, haciendo aquel recorrido varias veces, haciéndote arquear la espalda de la excitación por su tacto.

Sus labios comenzaron a lamer uno de tus pechos, logrando que de tu boca salieran gemidos más sonoros. Aún inconforme con aquello, lo chupó lentamente, mordiendo tu pezón con intensidad.

—¡AAAH! —no pudiste contener ese pequeño grito de excitación.

Hizo lo mismo con el otro pecho, mientras te agarrabas fuertemente de las sábanas en un intento desesperado por controlar las emociones alteradas en tu interior, definitivamente, sólo Arthur sabía cómo hacerte enloquecer de placer.
Cada vez era más fuerte el ardor en tu bajo vientre, extendiéndose hasta tu parte íntima.

—¡Ah! —volvió a morder tu otro pecho.

Sus labios comenzaron a bajar a tu estómago, dejando un camino de mordidas a su paso, mientras ambas manos suyas volvieron a atacar salvajemente tus pechos. De verdad que era una bestia cuando quería.
Te dejaste llevar por completo, inundando la habitación con jadeos, gemidos y unos que otros gritos de excitación.
Cuando llegó a tu entrepierna, ya estabas completamente mojada, lo cual provocó que su sonrisa de satisfacción creciera aún más, mirándote de manera pícara.
Ya sabías lo que haría, y no opusiste resistencia. Comenzó a lamer tu entrepierna, saboreando aquella esencia tuya, que en verdad le encantaba.

Le encantaba hacerte perder la cabeza, le encantaba verte en aquel estado, le encantaba encender cada parte de tu cuerpo.

Era muy placentero, en el fondo te encantaba que hiciera eso, el contacto de su lengua en tu entrepierna hacía que una electricidad intensa recorriera todo tu cuerpo, sumiéndote por completo en el placer. Gemías sin poder parar hasta que se detuvo. Al mirarlo, te diste cuenta que estaba tan excitado como tú, todos aquellos sonidos que salieron de tu boca lo habían excitado.
No querías ser la única que lo estuviera disfrutando. Te sentaste en la cama, completamente sonrojada, mirándolo, por primera vez, un poco pervertida, cosa que lo sorprendió bastante, pues siempre era sólo él quien te miraba de esa manera.

Con tus manos lo tumbaste en la cama, colocándote encima de él. Su sonrisa de aprobación confirmó que le estaba gustando lo que estabas haciendo. Te sentaste sobre su entrepierna ya erecta, apoyando tus manos en sus pectorales y comenzaste a moverte de manera que ambos lo disfrutaran al máximo, mientras él agarraba fuerte tu cintura.
Los gruñidos roncos no tardaron en salir de su boca, mientras comenzabas a moverte cada vez más rápido y con mayor profundidad.
Apretabas fuertemente con tus manos sus pezones, lo que lo excitaba aún más, y lo dejaba saber
No dejabas de mirarlo a los ojos mientras seguías moviéndote. Le sonreíste picaronamente, acción que correspondió.

A ti también te encantaba que lo disfrutara, te gustaba escuchar aquellos sonidos, que desde hace mucho tiempo, sólo tú provocas en él.

Ambos llegaron estaban por llegar al orgasmo, con todas las fuerzas que tenías en tus manos, apretaste fuertemente sus pectorales, a lo que respondió con un gran gemido ronco. Ambos llegaron al mismo tiempo, pudiste sentir su líquido en tu interior.

Tu cuerpo entero se relajó luego de aquello, te quedaste un rato más sentada sobre él, sin separarse. Él también se veía más relajado, por la cara de satisfacción que tenía, sabías que lo había disfrutado, y mucho. Se sentó en la cama con una gran sonrisa en los labios, aún contigo encima de él, y abrazó fuertemente tu cintura, acercando su torso al tuyo por completo, besándote con mucho amor. Tú rodeaste su cuello y despeinabas sus sedosos cabellos rubios mientras se seguían besando.

—Te amo [Nombre] —dijo soltando un gran suspiro.
—Yo también te amo Arthur —sonreíste y lo volviste a besar.

Cómo habías extrañado todo de él, lo habías extrañado tanto, pero ahora estabas segura que lo amabas más que antes.

Lentamente volvieron a caer en la cama, sin separarse, con él encima, hasta quedarse dormidos.

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Cuando despertaste, el inglés seguía encima de ti, usando tus pechos como almohadas. Lo observaste un rato, como siempre, se veía tan tierno durmiendo.

Miraste hacia la ventana y a través de ella entraba la luz de la luna. Notaste un reloj en la pared, marcaban las 2:15. Todavía era muy de madrugada.

Volviste a contemplar al rubio que dormía plácidamente. Comenzaste a acariciar su cabeza con tu mano, al sentir tu tacto despertó.

Darling, ya despertaste... —se levantó, saliendo de ti, para sentarse a tu lado en la cama, y cuando te sentaste también, con una gran sonrisa te abrazó fuertemente mientras te besaba.

Cortó el beso separándose apenas unos centímetros de ti, acariciando tu cabello, sin dejar de mirarte tan intensamente que ya te estaba incomodando.

—D-deja de mirarme así —te sonrojaste por completo desviando la mirada.
—No puedo —soltó una risita—, quiero asegurarme de que no ha sido un sueño, sino que de verdad te tengo entre mis brazos —te volvió a besar con mucho amor.

Qué podías responder a eso, si de verdad era difícil de creer que podían estar juntos otra vez, después de tantas pruebas.
Volvió a mirarte profundamente al cortar el beso.

—Vámonos de aquí —sonrió abrazándote más fuerte.
—¡¿Eh?! —lo miraste muy sorprendida.
—Lo digo en serio, aprovechemos que todos están durmiendo y vámonos de regreso a (tu país), ¿qué dices?
—¡¿Lo dices en serio?! Pues... ¡Vamos! —lo abrazaste muy emocionada.
—Ya tengo absolutamente todo listo, sólo debemos irnos de aquí —respondió contento con tu reacción.
—Arthur, de verdad eres increíble, te amo —lo abrazaste más fuerte besándolo de manera tierna.

Al separarse se vistieron de inmediato. Sigilosamente fuiste a tu cuarto por unas cosas tuyas y te cambiaste la ropa de sirvienta por la ropa de salir que tenías allí. Decidiste escribirle una pequeña carta a Henrik para despedirte de él, después de todo, era el único que se merecía recibir tu despedida, a pesar de haberte abandonado a la primera, pero eso no importa, fueron más las cosas buenas que hizo por ti y no podías culparlo.

Dejaste la carta bajo su puerta y volviste junto a Arthur, quien también había terminado de escribir una carta dirigida al rey. Camino a la salida, la dejó bajo la puerta de la habitación del rey.

Tratando de hacer el menor ruido posible, salieron del palacio sin problema, aunque los guardias los vieron no hicieron absolutamente nada, si aceptaron ayudar a Arthur es porque en el fondo querían que fuera feliz después de todo lo que ya había sufrido, pues lo conocían desde pequeño.

Subieron al coche de Arthur y partieron al aeropuerto, esperando el primer vuelo a (tu país).

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A la mañana siguiente, Henrik fue el primero en encontrar la carta.

«Hola Henrik, quiero que sepas que he recuperado la memoria por completo, ya lo recuerdo todo. Tú fuiste un buen amigo y el gran apoyo que tenía en los momentos difíciles antes del accidente. Sé que te enteraste de todo lo que me pasó a causa de William, Ian y Dylan, y creo que eso fue el motivo por el cual me evitabas en los últimos tiempos. Sólo quiero que sepas que no importa, te perdono y no tienes por qué sentirte culpable, siempre te recordaré con mucho cariño.

¿Recuerdas aquella vez que te hablé sobre la mujer de la cual pudo haberse enamorado Arthur? Pues soy yo, todo lo que te dije aquella vez fue lo que yo hice por él, tenías razón, lo amo y mucho, es el hombre de mi vida, y para cuando estés leyendo esto, nosotros ya estaremos muy, pero muy lejos de Inglaterra, y nadie podrá encontrarnos ni volvernos a separar jamás.

Espero que algún día encuentres a una mujer que te ame y puedas ser feliz.
Tu amiga.
Britanny.»

Así que es así —suspiró aliviado al terminar de leer la carta—, pues, Britanny, en verdad espero que seas feliz, sólo lamento no haya podido despedirme de ti, pero me alivia mucho saber que me perdonas por haber desconfiado de ti, gracias por tu amistad, fuiste una gran amiga —comentó para él solo, haciendo añicos el papel, tirándolo en el basurero.

Sabía que aquello podía ser una evidencia en contra de su amiga, y la apreciaba, así que quería que de ahora en adelante fuera feliz.

Si ella podía ser feliz, tal vez él también. En ese mismo momento renunció a su trabajo en el palacio, y fue a buscar trabajo en la mansión de la princesa Geraldine, después de todo era ella a quien amaba.
Lo consiguió, así como poco a poco, también consiguió ganarse por completo el corazón de su amada princesa.

Al igual que Arthur y Britanny, un buen día cualquiera, ellos desaparecieron, y jamás se volvió a saber nada de ellos. Al parecer, la princesa también usó todos los recursos que tenía a su alcance para ser feliz con Henrik, en algún lugar, alejados de la nobleza; así como Arthur lo había hecho en su momento.

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Cuando el rey se levantó, encontró la extraña carta en el suelo. En ella decía que Arthur fue el causante de que los otros príncipes estén en la cárcel y que si no quería más escándalos, que lo deje en paz, que ni siquiera intente buscarlo porque no lo encontraría jamás. Podía decir que se murió o lo que sea, no le interesaba, con tal que lo dejara vivir su vida de una vez. Lo amenazó diciendo que si no quería más vergüenzas para la familia real, que se olvidara de su existencia.

—¡Argh! ¡Maldito! ¡No te quiero volver a ver nunca más! —gruñó el rey muy furioso.

Le costaba creer que Arthur haya sido capaz de hacerles eso a sus hermanos. Lo mejor sería dejarlo en paz. Destruyó el prestigio de la familia en tan poco tiempo, no era alguien de quien descuidarse, y si buscaba molestarlo, no iba a dudar en cumplir su amenaza.

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