Más complicaciones aún
Hace tres semanas estabas tan decidida, tan confiada ¿Por qué ahora te sentías tan mal? Los problemas sólo crecían cada vez, más, tus sentimientos estaban completamente revueltos.
Aunque sabías perfectamente lo que sentías, ¿por qué rayos tenías la sensación de que todo esto estaba mal?
Nombre falso, nacionalidad falsa, padres falsos. Todo era falso. Si tenías suerte y no te delataban, no pasarías como mínimo 20 años en la cárcel británica. Honestamente, llegaste muy lejos por él, entonces, ¿por qué demonios te sientes tan aturdida? Si lo amabas, de eso no había duda.
Bajaste rápidamente las escaleras y viste en la entrada a la princesa, venía a visitar a su futuro esposo.
—Demonios... —volteaste hacia otro lado y pasaste lo más rápido que pudiste.
Como era domingo por la tarde, no tenían muchas cosas por hacer y estaban libres. Estabas camino a los dormitorios cuando chocaste con Henrik.
—Britanny, lo siento, no te vi —sonrió.
—Oh, digo lo mismo, disculpa —intentaste sonreír.
—Vamos a tomar un té, ¿sí? —se dio cuenta que te sucedía algo.
—N-no, gracias...
—Por favor, somos amigos, ¿verdad? —te agarró del hombro y fueron a la cocina.
Preparó el té y se sentaron en una pequeña mesa en el comedor de los sirvientes. A esa hora, no estaba nadie ahí, aparte de ustedes.
Con un gran suspiro le diste un sorbo grande a la taza de té. Estaba realmente delicioso. Así que era él quien se encargaba de prepararlo.
— Está delicioso —sonreíste. Algo que pensaste no volver a hacer.
—Gracias —sonrió y te miró—. Hay algo que te está preocupando mucho, ¿verdad? —su expresión se volvió seria.
—¿Eh? ¿Por qué lo dices? —intentaste hacerte la desentendida.
—Para ser exacto, desde ayer que no te veo nada bien ¿Acaso esa preocupación tiene algo que ver con el príncipe y su prometida? —seguía serio.
—¿Qué? No... ¡Claro que no! ¿Cómo crees? —tus ojos reflejaban mucha angustia. Lo que menos necesitabas ahora, era más gente que supiera lo que sucedía entre ustedes.
—Lo quieres, ¿no?
—Que no es eso —suspiras—, es que... ayer me avisaron que mi madre está grave en el hospital, y yo ni siquiera puedo ir a verla... —«perdón por semejante mentira, pero es que no me queda de otra.»
— Ah, ¿es por eso? Lo siento de verdad, pero no tienes que preocuparte, se pondrá bien —volvió a sonreír.
—Sí... me estaba preguntando algo...
—¿Qué cosa?
—Es que, tengo curiosidad... ¿tú crees que sea posible el amor entre un príncipe y una sirvienta? ¿o al revés? —intentaste parecer no muy interesada en ello.
—Pff, ¿ qué viene esa pregunta? —rió por semejante ocurrencia tuya.
—Es simple curiosidad —reíste forzadamente.
—Pues, para ser sincero, creo que hay que ser tonto para no ver el lugar al que perteneces y darte el lujo de enamorarte de alguien de la realeza —contestó tajantemente sincero.
—Sí, ¿verdad? —completamente falsa— Pero qué crees que pasaría si sucede lo que sucedió con el príncipe Arthur, que desapareció medio año, y luego regresó... Si en ese tiempo encontró un amor... ¿sigue estando mal? Sobre todo si es que no tiene ni idea de quién en realidad es la persona de la que se enamoró...
—... —te miró con extrañeza un momento y luego se rió— Pff, tienes mucha imaginación...
—N-no lo digo por decir, escuché por ahí que el príncipe Arthur mantenía una relación con una mujer —murmuraste como si fuera el chisme del siglo.
—¡¿Qué?! ¡¿Lo dices en serio?! Vaya... hasta de William me esperaba algo así, tan baboso que es ese hombre... —mueve la cabeza en signo de resignación— pero no del príncipe Arthur —tomó otro sorbo de su té.
—Pienso de la misma forma —sonreíste—. Pero volviendo al tema, ¿aún en esas circunstancias está mal? ¿Qué crees que debería hacer esa mujer? Habrá quedado muy mal, ¿no crees?
—Me lo imagino, el príncipe debió ver en ella algo que jamás vio en otra mujer para ser tan insensato... —suspiró.
—¿Lo crees? —estabas comenzando a animarte de nuevo.
—Sí, porque ha tenido muchas, y realmente muchas mujeres antes de desaparecer —hizo una pausa—. De todos modos, yo, desde mi punto de vista, no tengo absolutamente nada en contra de que dos personas se amen, sea cual sea la situación, pero hay que ser realistas...
—Entonces, ¿qué debería hacer esa persona?
—Pues creo que debería desistir y resignarse a perderlo, aunque fuera el amor de su vida, es uno de los príncipes de Inglaterra. No lo permitirán aunque se caiga el mundo...
—E-entiendo...
Lo que estaba diciendo era verdad, pero no por eso dejaban de doler esas palabras. Son un golpe crítico a las pocas y débiles esperanzas que te estaban quedando.
—Y supongamos... que no se resigna... y viene al palacio como sirvienta para estar más cerca suyo... ¿está bien? —tal vez quede alguna respuesta favorecedora.
—Suponiendo que eso llegue a pasar, cosa que me parece imposible, creo que tiene que ser masoquista para hacer tal cosa. Si el príncipe hasta ya está comprometido. Lo único que conseguiría esa muchacha será sufrir, y mucho. Más si los de la realeza se llegan a enterar de su existencia. Estoy seguro que harán todo lo que esté al alcance de sus manos para destruir esa relación...
—Entonces, es imposible, ¿no?
—Me temo que sí, pero le podrá servir de consuelo que no es la primera a la que le ha pasado...
—¿En serio?
—Sí, ya han habido varios casos a lo largo de la historia, por los rumores que oí, pero todos ellos terminaron en tragedia, para la sirvienta o mayordomo, nunca fueron los de la realeza los que pagaron las consecuencias. Por eso digo, que si esa chica no quiere terminar mal, debe rendirse cuanto antes.
—Sí, tienes razón... es una batalla perdida desde el principio, ¿verdad?
—Exacto. Bueno, ya casi será la hora de la cena, vamos a trabajar —sonrió.
Juntaron y limpiaron todos los cubiertos y fueron a trabajar. Tenía toda la razón, por más que tu corazón lo ame, todo está en tu contra. Tienes todas las de perder. Las cosas ya no van bien, y tal vez, lo mejor sea desistir, pero como en realidad eres igual o peor de testaruda que Arthur, no lo harás, no ahora, porque en el fondo, todavía hay una pequeñita esperanza.
Hiciste tu mejor esfuerzo en verte "normal" y fueron a servir la cena. Arthur bajó con la princesa Geraldine agarrada a su brazo y muy sonriente. Al terminar de servir, fueron nuevamente a la cocina.
—Se ven realmente bien juntos, ¿verdad? —sonrió Henrik.
—He, sí, se ven lindos juntos.
—Ella es especial, sinceramente es la mejor mujer entre todas las que he visto a su lado...
—¿En serio? A lo mejor ella lo ayuda a olvidar a la otra mujer entonces, ¿no?
—No tengo duda de eso, estoy seguro que la princesa es la mujer ideal para el señor Arthur.
—Sí, es verdad...
En verdad eres una gran tonta para hacer esa clase de preguntas si no quieres escuchar esas respuestas, pero en realidad, lo que tal vez necesitabas, era escuchar eso para despertar de una vez de aquel iluso sueño. Esa pequeña esperanza que está muy en el fondo, se estaba haciendo más pequeña.
Después de eso, tu ánimo estaba por el suelo, aunque eres realmente buena disimulándolo.
Estando en la cocina, Arthur te mandó llamar a través de otra sirvienta. Fuiste a su habitación mientras su querida prometida estaba todavía abajo hablando con los demás miembros de la familia.
—Aquí estoy, señor —contestaste con la mayor naturalidad posible.
—¿Cómo estás? —sonrió mientras se acercaba.
—B-bien... —lo esquivaste yendo hacia el escritorio.
—¿Qué sucede? —volvió a acercarse.
—Disculpe señor, sólo soy su sirvienta, no puede hacer eso... —esquivando su abrazo.
—Britanny, ¿por qué me estás evitando? —te agarró del brazo dándote la vuelta hacia él.
—Su prometida está abajo, señor... —lo miraste con tristeza en los ojos. No estaba bien hacer nada estando ella cerca.
—Darling, ella no me importa... —se acercó para besarte y cubriste tus labios con tu mano, cerrando los ojos.
—Entiendo... —murmuró. Se escuchaba muy triste, pero no podías hacer otra cosa más que evitarlo, ¿qué sucedería si la princesa los encontraba en aquella situación? Mejor ni imaginarlo.
Sentiste que besó suavemente tu frente. Abriste los ojos y su sonrisa melancólica te conmovió. Estabas por ceder cuando escuchaste unos pasos cerca de la puerta. Rápidamente miraste el escritorio, sobre él se encontraba una bandeja con un vaso de agua que le habías traído unas horas antes.
Agarraste el vaso y se lo derramaste sobre la camisa.
—¡Oye! ¡¿Qué haces?! —te reclamó Arthur. En ese momento entró la princesa.
—¡Lo siento mucho señor! ¡Fue un descuido de mi parte! —hiciste una reverencia para disculparte. Arthur entendió por qué lo hiciste en el instante que Geraldine entró.
—Está bien, pero deberás tener más cuidado para la próxima. Mira cómo me has dejado...
—Sí señor, lo siento mucho, por favor, permítame llevar sus ropas para lavarlas —seguías con la cabeza gacha.
—Sí, Geraldine —la miró— ¿podrías salir un momento? Voy a cambiarme y no quiero ser indecente contigo —sonrió.
—Claro —le devolvió la sonrisa y antes de salir te dedicó una mirada de muerte.
Se sacó la corbata y la camisa, y te las dio. Tomaste las ropas y saliste rápidamente del cuarto, camino a la lavandería del palacio.
Arthur se volvió a vestir mientras pensaba en lo inteligente que era [nombre], y en lo imprudente que él podía ser. Debe tener más cuidado de ahora en adelante.
Abrió la puerta para recibir a Geraldine con una fingida sonrisa.
—¿Quién es esa sirvienta tan torpe? —preguntó un poco molesta.
—No es nadie, es sólo una sirvienta... —contestó desinteresado. Cuando quería podía disimular muy bien.
—¿En serio? Porque me dijeron que es tu sirvienta personal... —lo miró con desconfianza.
—Eh, sí, lo es, pero no tiene relevancia. Sigue siendo una simple sirvienta —hasta a él le dolían sus propias palabras, pero no podía remediarlo.
Claro que no era una simple sirvienta, era el amor de su vida, ¡la mujer que le dio sentido a su existencia! Quería gritarle eso a la princesa y callarla de una vez por todas, pero no podía, tenía que fingir lo mejor que podía.
—Si es así, entonces no te importará destituirla de ese cargo y mantenerla completamente lejos de ti, ¿verdad? —la princesa tenía sus dudas sobre aquella sirvienta, especialmente por las sospechas que los hermanos de su prometido le habían infundido.
—P-por supuesto que no, mañana mismo hablo con ella... —estaba comenzando a ponerse nervioso.
—¿Y por qué no ahora?
—C-claro, mejor ahora mismo, iré a hablar con ella... —se dirigió a la puerta.
—¿Por qué mejor no la llamas?
—No es necesario, iré a decírselo personalmente. Si su presencia te molesta, la apartaré de mí —sonriendo como todo un caballero tomó la mano de su prometida y la besó, haciendo que el semblante de la mujer cambiara por completo, dejando ver una discreta sonrisa—. Vuelvo en seguida —volvió a sonreír y se retiró, cerrando la puerta tras de sí.
Se quedó allí unos segundos, mirando el picaporte y suspiró. Esto definitivamente no estaba en sus planes, pero si no lo hacía quien iba a terminar sufriendo más sería ella, su amada sirvienta.
Caminó desganadamente hasta la lavandería, y la única que estaba allí era ella, lavando su camisa y su corbata.
Se acercó despacio y la chica lo miró con una sonrisa triste.
—De verdad lo siento, fue lo único que se me ocurrió... —intentaste disculparte pensando que estaba enojado.
—Ni lo menciones, no tienes por qué disculparte, el imprudente fui yo —sonrió apenas. Por su mirada podías saber perfectamente que algo no andaba bien— ¿Qué sucede? —dejaste la camisa en el agua y te secaste las manos.
—Britanny... sucedió algo inesperado... —se recostó en la pared mirando hacia otro lado.
—Dilo de una vez, ¿qué pasó? ¡¿Ya me descubrieron?! —te alteraste pensando lo peor.
—N-no... no... casi... pero no... para que eso no suceda... tuve que tomar una decisión que nos afecta... —seguía sin mirarte.
Tu corazón estaba por salirte por la boca. Querías decirle cosas para que se tranquilice, para no ver más esa triste expresión de dolor que tenía en estos momentos, pero aunque lo intentaras, las palabras no salían. Sólo podías mirarlo, había muchas cosas que querías decirle, ¡y tu maldita boca estaba sellada!
—Al parecer le dijeron algo a Geraldine, respecto a nosotros, y me puso entre la espada y la pared. Por el bien de ambos, lo mejor... será que... te mantengas... completamente alejada... de mí... especialmente cuando Geraldine esté presente...
— Qué... —eso fue muy doloroso, realmente doloroso, pero lo comprendes perfectamente. Después de todo, lo que está haciendo es por tu propio bien, aunque a él también le duela.
—Lo que oyes, así que desde este momento, debo fingir que... ya no existes... —suspira— y tú debes hacer lo mismo... —te miró con mucha tristeza. Te dolió más su mirada que sus propias palabras.
No sólo tú estabas sufriendo, él también, y eso, es lo que te va a ayudar a soportar esto. Saber que él siente lo mismo que tú, saber que sufren de la misma manera... van a salir de esto, como sea, pero van a superarlo.
—Arthur... —diste unos pasos hacia él y en seguida se acercó a ti para besarte intensamente, como si fuera una despedida.
—Te amo —pronunciaron al unísono. Una leve sonrisa se formó en los labios de ambos al ver cómo estaban conectados, y por última vez, se abrazaron fuertemente.
Antes de que alguien venga, Arthur se retiró del lugar luego de volver a besarte. Volviste a lo que estabas haciendo, intentaste tomarlo a ala ligera, pero el dolor te pudo más. Ni llorar podías, sabías que lo mejor, era renunciar a él.
Una gran impotencia, una inmensa tristeza, una especie de despecho, algo de reniego, todo mezclado en tu interior. Te sentías muy mal y no había nada que hacer para solucionarlo. No había forma siquiera de contrastar esos sentimientos, sólo aceptaste tu realidad y seguiste lavando la ropa.
Arthur lo tomó de igual manera, subió a su habitación y con una sonrisa falsa le dijo a su prometida que todo estaba solucionado. Y siguieron conversando un rato más hasta que tuvo que retirarse. Estas indeseadas visitas de su parte iban a repetirse muy seguido hasta el día en que se casen y el escribano decida dejar la fortuna a la familia.
Casualmente alguien estaba viendo todo lo que estaba pasando. Ese tipo de ojos verde agua fue a la lavandería para ver qué tal estaba Britanny.
—¡Hola! —sonrió.
—Tsk, con permiso —justo cuando menos necesitabas que te molesten aparecía el bastardo de William, tan inoportuno como siempre.
—Huh, eso no es muy educado de tu parte —te cerró el paso.
—Bien, ¡¿qué demonios quieres ahora, estúpido?! —no estabas en condiciones de guardar la compostura.
—Whoa, qué salvaje eres con el príncipe, sirvienta —te miró seriamente.
—Tsk. No estoy de humor para tus idioteces, ¡mejor déjame en paz! ¡Maldición! ¡¿Por qué demonios siempre vienes a molestarme?! ¡Si tanto te gusta verme sufrir esta vez no te voy a dar el gusto! ¡Desgraciado! —estabas tan enojada que podrías comenzar a llorar.
—Disculpa, veo que en verdad no te encuentras bien... —te dio unas palmaditas en la cabeza.
—¡¿Qué crees que haces?! —sacaste su mano de inmediato.
—Auch, sólo trato de consolarte... —sonríe.
—Mira imbécil, no voy a caer de nuevo en eso, no necesito tu maldito consuelo así que apártate de la puerta de una puta vez antes que pierda la jodida paciencia contigo maldito infeliz —no estabas bromeando.
—Hmph... como quieras —se apartó y saliste de inmediato de ahí.
No señor, una vez se aprovechó, no lo haría dos veces. Y mucho menos ahora que ya ni verse podrán mientras la desgraciada de su prometida esté en el palacio. Confusiones es lo que debes evitar así te cueste la vida.
Ya era hora de ir a dormir. Fuiste a acostarte y Arthur también.
Ambos estaban mirando el techo sin poder conciliar el sueño, pensando lo mismo.
«Duele tanto la verdad, al saber que no soy para ti y en mi mente siempre estás»
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