Bestia y caballero a la vez
—My love, hoy es domingo, quiero quedarme todo el día contigo —te susurró al oído manteniéndose aferrado a tu cuerpo.
Después de lo que pasó la noche anterior, amanecieron en su cama.
—Claro... —volviste a darle un beso.
—Ya casi es mediodía, ¿qué vamos a hacer?
—Y ya que estamos aquí y que casi es mediodía, voy a prepararte algo especial.
—Me encantaría —sonrió.
—Entonces, iré primero a mi apartamento —trataste de levantarte pero te atajó.
—No, quédate aquí... —te besó.
—Es que quiero darme un baño y no tengo ropa para cambiarme... —respondiste tímidamente.
—B-bueno... si es por eso... —se sonrojó por completo y miró hacia otro lado sentándose en la cama.
—Ehmmm... ¿qué tienes? —preguntaste inquieta por esa reacción.
—P-pues... la primera vez que viniste aquí... no llevaste toda tu ropa... —respondió nervioso.
—E-eres un pervertido... —respondiste sonrojada al recordar que ese día al llegar a tu apartamento no tenías puesta la braga.
—¡N-no es eso! —volteó más sonrojado y nervioso— ¡E-es que...! ¡S-sólo olvidé d-decirtelo! ¡A-además es v-vergonzoso!
—De acuerdo... —te sentaste también— voy a creer que no tienes ningún fetiche con esas cosas... —cruzaste los brazos.
—¡Q-que no es eso maldición! —volteó de nuevo más nervioso.
—Dame una buena explicación de por qué no me lo dijiste antes... —por alguna razón, era encantador cuando se ponía de esa manera y te gustaba presionarlo.
—Tsk... —frunció el ceño y te dio la espalda.
—¿Y bien?
—S-simplemente... no pude... —se rascaba la cabeza— n-no estoy acostumbrado a estas cosas... y-y... sólo la guardé y... eso... —le costaba hablar por los nervios, podías ver que hasta sus orejas estaban rojas.
—¿Por qué? —esa respuesta no era suficiente, sabías que había otro motivo.
—Sigh... e-es la primera vez... que una aventura... pasa a ser más que eso... y... d-de verdad... eres especial para mí... —murmuró.
—Hmph... ahora sí te creo... —con una sonrisa te acercaste por detrás rodeando su cuello, apoyando tu cabeza en su hombro.
—Eres cruel... —murmuró mirando hacia otro lado.
—Sabes que te quiero... —acercaste más tu rostro al suyo.
—Sí... —volteó hacia ti con una sonrisa y te besó agarrando tus brazos.
—Iré a bañarme... —te levantaste y fuiste al baño.
Él se puso su pantalón y buscó en su armario alguna ropa para prestarte. Saliste de la ducha envuelta con una toalla, y él te pasó una de sus remeras.
—Puedes ponerte esto... —sonrió.
—Gracias... —saliste del baño.
—Ahora me bañaré yo.
—De acuerdo —sonreíste y entró al baño.
Te sacaste la toalla y te pusiste la remera. Era muy cómoda y tenía su perfume impregnado en ella; ese aroma que tanto te agrada y te hace sentir feliz. Miraste cómo te quedaba, era larga, pero no muy ancha, mirándola bien, no te quedaba tan grande, pues no es muy corpulento; aún así su físico es bastante varonil.
Mientras estabas perdida en tus pensamientos, Arthur ya estaba saliendo del baño. Volteaste hacia él para decirle algo que olvidaste por completo al verlo. Sólo con un pantalón, con el torso mojado y secándose el cabello con la toalla. Definitivamente, se veía demasiado sexy.
Ambos se quedaron mirándose uno al otro sorprendidos y sonrojados por unos segundos. Al reaccionar, los dos miraron hacia otro lado, dejando que un silencio incómodo invada el ambiente.
Era la primera vez que te ponías a pensar de esa manera en su físico, y justamente ahora pasa esto. Lo volviste a mirar de lado, volteando tu cabeza lentamente hacia él para observarlo mejor. Realmente, se veía muy atractivo de esa manera.
Él hizo lo mismo y sus miradas volvieron a cruzarse, sonrojándose más los dos.
—¡D-deja de mirarme se esa manera! —dijo volteando de nuevo.
—¡L-lo mismo digo!
—¡F-fuiste tú la que se quedó mirándome!
—¡Tú también!
—¡C-claro que no! ¡Fue porque tú me estabas mirando de manera extraña! —intentaba disimular su sonrojo con la toalla, secando su rostro.
—E-es que... así... te ves muy sexy... —murmuraste.
Arthur se sobresaltó al escuchar eso y no sacó la toalla de su rostro, dándose la vuelta por completo.
—Q-que es lo que dices... —murmuró.
—Pues lo que escuchaste... y tú también me estabas mirando de la misma forma... ¿por qué?
—E-es que... v-vestida así te ves... adorable —murmuró de nuevo.
—Aw, ¿en serio? —bromeaste acercándote.
—Ya lo dije... —sacó despacio la toalla poniéndola alrededor de su cuello.
—A mí también me gusta cómo me queda, iré a la cocina a preparar el almuerzo —decidiste dejarlo que se vista tranquilo.
—D-de acuerdo...
Sus reacciones son simplemente adorables, no podías evitar molestarlo hasta que sea sincero. Mientras preparabas la comida, pensabas en lo lindo que era amanecer juntos y pasar el día así desde que se levantan.
Sólo faltaba hacer hervir la olla para que estuviera listo el almuerzo. Cuando Arthur entró a la cocina ya estaba lista la mesa.
—Huele delicioso, love —se sentaron a comer.
—Oooh, ¡¿Q-qué es esto?! ¡Sabe genial! —exclamaba emocionado y seguía comiendo.
—Es un plato tradicional de aquí ¿te gusta? —sonreíste.
—¡Me encanta! ¡Es realmente delicioso! —se veía tan entusiasmado como un niño con un dulce.
—Al parecer hace mucho no pruebas comida casera.
—Es verdad, ¡desde que me mudé esta es la primera vez!
—Vaya, sí que hace mucho —terminó de comer y te miraba como diciéndote que quería más.
—Pff... Si quieres más puedo servirte —reíste.
—¡S-sí! ¡Por favor! —contestó muy feliz.
Le serviste un plato más y te volviste a sentar.
—¡[Nombre]! ¡Cocinas delicioso! ¡Me gustaría comer así todos los días!
Sólo seguías observándolo. Muchas veces decías las cosas tan naturalmente. Aunque, estando así, en serio parecían casados. Al darte cuenta de lo que estabas pensando te sonrojaste por completo.
—¿Hm? ¿Qué pasa? —preguntó mientras terminaba de comer.
—N-nada, m-me alegra mucho que te guste lo que cociné...
Te levantaste para recoger la mesa y te ayudó a lavar los platos. Al terminar fueron a la sala y se sentaron en el sofá a ver la televisión.
—Y... ¿qué te gustaría comer de postre?
—Ahora nada... aunque extraño la hora del té, con los scones...
—¿Scones? ¿Qué son?
—Son unas masas sencillas que acompañan al té...
—¡Ah! Algo como los bizcochos.
—Sí, algo así... —se rió.
—Si quieres, puedo buscar la receta y prepararlos, ¡me gusta mucho hornear bizcochos!
—¿¡En serio?! ¡Sería estupendo! —sonrió muy alegre y te abrazó.
—Claro.
—Honestamente, eres espectacular —te besó tiernamente.
—Y... ¿a qué hora acostumbran a tomar el té?
—A la cinco de la tarde —se recostó en tu regazo.
Te agachaste para besarlo mientras acariciabas su cabello.
«Así realmente parecemos casados...»
Veían una película para pasar el tiempo hasta que llegaron las tres de la tarde.
—Ya debo ir a preparar los scones —sonreíste.
—Está bien... —se levantó de tu regazo sentándose a tu lado.
—¿Quieres ayudarme?
—E-eh, e-es mejor que no... soy un desastre en la cocina —rió un poco avergonzado.
—Pff... está bien, pero el té sí debes prepararlo tú.
—¡En eso sí puedo ayudarte! —sonrió
Se veía muy feliz con la idea de volver a tomar el té, para ti no era nada cumplirle ese deseo de vez en cuando, después de todo, qué no harías por verlo contento, con esa hermosa sonrisa que tiene.
Fuiste a buscar la receta en internet, era muy fácil de preparar y por suerte tenía todos los ingredientes en su cocina. Imprimiste la receta y fuiste a la cocina a prepararlos. Él se sentó en la mesa a observarte.
—¿De qué los vas a hacer?
—Hmm... ¿de chocolate? —volteaste a verlo mientras ponías la harina en un bol.
—¡Son mis favoritos! —sonrió
—De acuerdo —con una sonrisa seguiste mezclando los ingredientes.
Después de varios minutos moldeando la masa con una un poco incómoda mirada encima de ti, ya sólo faltaba hornearlos.
—Bien, sólo esperemos un poco —metiste la bandeja en el horno.
—Entonces prepararé el té —se levantó a prepararlo.
Lo observabas con mucha atención mientras lo hacía. Se veía muy emocionado con todo esto, además tenía mucha elegancia y cuidado todo el tiempo, justo como un mayordomo de esos que ves en las telenovelas o cosas así.
Después de unos minutos más, el té y los scones estaban listos. Preparó la mesa y haciendo una reverencia te tendió la mano.
—My lady, por favor, tome asiento —tomó tu mano caballerosamente y te sentaste.
En verdad, es un hombre con muchas facetas, eso es lo que lo hace tan interesante.
—Así es como merendamos en mi país —sonrió mientras servía el té en una taza y la ponía frente tuyo, con los scones.
Luego se sirvió él y se sentó a tu lado. Agarró un scone y se lo llevó a la boca. Tenía una cara de asombro cuando lo masticaba.
—¡D-delicioso! ¡Es increíblemente delicioso! ¡Whoa, hace tanto no lo disfrutaba! —exclamó degustando cada mordida que le daba al bizcocho.
Entre risas terminaron la merienda y limpiaron todo. De nuevo fueron al sofá.
—¡Este día ha sido increíble! —su brazo rodeó tus hombros y te acercó más a él, recostando tu cabeza en su hombro.
—Gracias por hacerlo especial —te besó en la frente con una sonrisa.
—No es nada —sonriendo levantaste un poco la cabeza y lo besaste.
—Me gustó mucho pasar así el día...
—Sí... hasta parecemos casados —murmuraste inconscientemente.
Al percatarte de lo dicho te sonrojaste totalmente, igual que él.
—P-pues... s-si quieres... p-podemos vivir... juntos... —murmuró mirando otro lado.
—¡¿De verdad?! ¡Me encantaría! —lo abrazaste fuerte.
—Entonces... puedes mudarte aquí cuando quieras —correspondió el abrazo.
—Arthur, ¡eres adorable! —lo besaste emocionada.
Al día siguiente tramitaron todos los papeles necesarios para poder mudarte. Luego de eso tardaste dos fines de semana en mudar tus cosas. Como no eran tantas, en una semana más ya te acomodaste por completo.
Todos los días a la mañana, le preparabas el desayuno. Y por la noche, como tú llegabas más temprano, le hacías la cena.
Era mucho más bonito dormir juntos por la noche; y a la mañana, al despertar, lo primero que tus ojos ven es al hombre que amas.
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Hace ya tres semanas que viven juntos. Llegaste del trabajo como todos los días y fuiste a revisar el refrigerador para ver qué podías preparar, pero estaba casi vacío.
«Debo ir al supermercado y comprar los ingredientes para la cena» —pensaste.
Agarraste tu cartera y fuiste al supermercado.
—Voy a prepararle su comida favorita —sonriente saliste del lugar para ir a cocinar.
Como eran un poco pesadas las bolsas, decidiste acortar el camino por un callejón que conocías. Al acercarte cada vez más a la calle por donde tenías que salir, se ponía más oscuro, de noche era realmente silencioso, no había nadie fuera de su casa.
«Creo que no fue una buena idea...» —te empezaste a quebrantar un poco debido al silencio y la oscuridad.
Cuando ibas a cruzar a la otra vereda, viste que desde un poco lejos venían unos cuantos tipos, parecían una pandilla o algo, lo que sea que fueran no pintaba nada bien.
«¡Rayos, definitivamente no fue una buena idea!» —caminaste lo más rápido que pudiste para alejarte, ya no faltaba mucho, sólo dos calles más y estarías fuera de peligro.
Al darte la vuelta, ya te estaban alcanzando. Intentaste calmarte y de inmediato sacaste tu teléfono para avisarle a Arthur dónde te encontrabas y que necesitabas ayuda.
Mientras hacías eso ya te alcanzaron.
—¡Hey, muñeca! ¿A dónde vas? —al voltear estaban seis hombres rodeándote.
Te miraban como si te tuvieran hambre. Sentiste un gran escalofrío recorriendo todo tu cuerpo.
—Eres hermosa, ¿no quieres pasar un rato con nosotros? —rió uno de ellos acercándose más.
Ya te estaba dando mucho miedo la situación y tu desesperación estaba creciendo aunque lo disimulabas.
«¡Maldición! ¿Qué hago?» —sonreíste forzosamente mirando alrededor. No había absolutamente nadie que pudiera ayudarte.
Estabas como a cinco cuadras del complejo, y si no te fallaban los cálculos, Arthur debería estar en camino.
—Ah, n-no esperaba encontrarme con tantos chicos guapos a la vez... —sonreías intentando ganar tiempo. Sabías que si te oponías a la primera, ibas a terminar muy mal.
—D-deberíamos ir a un lugar más tranquilo para divertirnos... —tomaste la delantera insinuando a que te sigan.
—Wow, ¡ésta sí que sabe lo que queremos!
—Sí, ¡es una zorra de las buenas!
Reían y comentaban esa clase de cosas mientras te seguían. Ya no sabías que hacer ni a dónde ir, mirabas a los lados en busca de alguien, ¡pero no aparecía nadie!
Tal vez ya era momento de correr, con las bolsas no podías hacerlo. Los miraste y se veían muy ansiosos de divertirse contigo, lo que te dio asco. Seguiste caminando como si nada y de repente dejaste las bolsas y saliste corriendo.
—¡Tsk! ¡Maldita! —comenzaron a perseguirte y en un segundo te alcanzaron de nuevo.
—¿Dónde crees que vas? —dijo uno de ellos agarrándote del cuello.
—Ugh... ¡Déjame! —lo pateaste en su entrepierna.
—¡Argh! ¡Perra! —se enojaron aún más y entre dos te atajaron, no podías hacer nada para liberarte.
Estabas temblando del miedo, estabas muy asustada y ya no sabías ni qué hacer. Mirabas a todos lados y no había señal del inglés, él era tu única esperanza.
—¡No! ¡Suéltenme! —intentaste zafarte con todas tus fuerzas pero era inútil.
—Ahora me voy a divertir contigo... —el tipo al que pateaste sacó un cuchillo de su bolsillo, y con una sonrisa perversa se acercó a ti.
Te cortó la remera y la arrancó después con una mano. Te sacó el sostén; seguías intentando resistirte, pero no servía de nada, las lágrimas corrían por tus mejillas a medida que ese infeliz te desprendía el pantalón y besaba tu cuerpo, era una sensación realmente horrible.
«Por favor... que alguien me ayude...»
—¡Oigan! ¡Suéltenla ahora mismo malditos cerdos asquerosos! —todos voltearon a ver quién era el que se atrevía a interrumpir la fiesta. Se notaba que había corrido mucho.
—¿Y quién demonios eres tú? ¡Gringo de mierda! ¡Desaparece si no quieres terminar muerto! —te soltaron y fueron hacia él para enfrentarlo.
Caíste al piso y te cubriste el pecho observando aterrorizada lo que estaba pasando.
El que estaba manoseándote fue el primero en acercarse. Sin decir nada, Arthur, que tenía una mirada asesina, lo tiró al piso de un solo golpe. Los demás retrocedieron un poco del susto.
—Maldita escoria inmunda, ¡no te perdonaré! ¡Debería romperte todos los huesos! —el rubio lo agarró del cuello y lo volvió a alzar, poniéndolo contra la pared—. Veamos si ahora sigues siendo tan macho, ¡vil cobarde! —le dio otro golpe en el estómago y lo dejó tirado—. Vamos, ¿quién sigue? —dirigió su mirada a los demás.
Su rostro, de verdad daba miedo, mucho miedo, nunca lo habías visto tan furioso.
—¡Hijo de puta! —los otros cinco se abalanzaron sobre él, pero ninguno pudo en su contra.
—¡Basuras! ¿Eso es lo mejor que tienen? —gritaba mientras los golpeaba con tanta rabia, parecía un león luchando por defender su territorio.
Todos estaban en el piso adoloridos, pero todavía podían levantarse.
—Malnacidos, ¡aún tengo ganas de darles una paliza! ¡Cómo se atreven a tocarla, bastardos! —tres de los tipos no estaban tan malheridos como los otros y se levantaron a intentar pelear, inútilmente.
Se retorcían de dolor y él se sacudía la camisa, no recibió ni un solo golpe. Se veía muy enojado todavía, a pesar de haber descargado parte de su rabia golpeándolos.
—Tienen diez segundos para desaparecer de mi vista antes de que cambie de opinión y los mate a todos... —les dirigió una mirada de muerte y se acercaba a ellos tronando sus dedos mientras hacia la cuenta.
Más asustados que unas ratas se levantaron como pudieron y salieron corriendo despavoridos.
—[Nombre] —volteó hacia ti y se acercó corriendo. Se arrodilló a tu lado y te agarró de los hombros, su mirada reflejaba mucha preocupación.
—¡[Nombre]! ¡¿Estás bien?! ¡¿Te hicieron algo más esos desgraciados?!
—N-no... estoy bien... —seguías temblando y las lágrimas no dejaban de brotar.
—Gracias al cielo, llegué a tiempo —suspiró profundamente un poco más calmado al escuchar tu respuesta y te abrazó muy fuerte, apretando tu cabeza contra su pecho.
Podías sentir cómo estaban temblando sus manos. Te aferraste a su camisa y tratabas de calmarte. Te acariciaba dulcemente la cabeza.
—Tranquila, ya pasó, yo estoy aquí... —apoyaba su cabeza en la tuya.
Después de un rato ya estabas más calmada, pero no podías dejar de sentirte mal, esa sensación no se te salía por más que estuvieras en los brazos de Arthur.
Levantaste la cabeza para mirarlo: —Gracias... por salvarme...
Agarrándote de la barbilla acercó su rostro al tuyo: —Lo haría mil veces si fuera necesario...
—Arthur... —lo abrazaste muy fuerte escondiendo tu rostro en su cuello, sin parar de llorar. Él correspondió el abrazo.
Los lugares donde ese asqueroso te había tocado estaban fríos, te sentías sucia.
Estabas comenzando a sentir frío debido a que no tenías ropa y él se dio cuenta. Te apartó un momento y se desabrochaba la camisa, mirando apenado los pedazos de tu ropa esparcidos por el piso.
Se sacó la camisa y te la puso, quedándose con una camisilla que llevaba debajo de la prenda.
Después de ponerte la camisa, cruzaste fuerte los brazos sobre tus pechos, por más que lo intentabas no podías sacarte esa sensación.
Arthur se dio cuenta que no te sentías bien. Se sentó a tu lado y agarró tu mano, estirándola hacia él, su mirada estaba un poco triste por verte así, y su ceño fruncido te decía que todavía estaba enojado. Te agarró de la cintura y te acercó más a él, haciendo que te sentaras en su regazo.
—¿Te sientes mejor? —preguntó delicadamente y apenas asentiste, pues la verdad era que no.
Te miraba fijamente y tú miraste hacia otro lado, tenías vergüenza de mirarlo a la cara. Acercó más su rostro hacia ti y sus manos comenzaron a subir lentamente por tu espalda.
—¿Q-qué haces?
—Voy a limpiar todos los lugares donde te tocó. Eliminaré todo rastro suyo... —acercó su rostro al tuyo hasta sentir su respiración— Serán sólo mis manos y mis labios los que queden impregnados en tu piel —bajó la cabeza a tu estómago y comenzó a besarlo suavemente, subiendo despacio.
Realmente él era el único que lograba hacerte sentir viva. Sus manos, sus labios; con sólo rozarlos podías identificarlos. Con ese gesto, despacio ibas olvidando por completo esa horrible sensación que te provocó aquel desgraciado.
Al llegar a tus pechos, con su lengua se encargó de erizarte toda la piel. Acariciabas su cabello y sus brazos seguían aferrados a tu cintura.
La bestia de hace unos momentos, era ahora el hombre más gentil. Esas manos que casi mataron a seis personas, esas mismas manos ahora estaban siendo muy cariñosas.
Sus labios siguieron subiendo por tu cuello, y se detuvo para mirarte fijamente, acercando despacio su rostro al tuyo mientras sostenía tu rostro en sus manos.
Te inclinaste más hacia él para besarlo, cerrando los ojos. Presionó fuerte sus labios contra los tuyos en un profundo beso, mordía suavemente tus labios y el beso siguió durante un buen rato.
—¿Ya te sientes mejor? —sonrió y comenzó a prenderte la camisa.
—Sí... —sonreíste observándolo mientras lo hacía.
—Regresemos a casa...
Te levantaste de encima suyo y se paró. Trataste de hacer lo mismo pero tus piernas no respondían aún. Entonces te cargó en sus brazos y volvieron al complejo. Todo el camino fue muy tranquilo, su abrazo, su calidez, estando cerca de él siempre te sentías protegida.
—Arthur...
—¿Si?
—I love you...
—I love you too, my darling.
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