Capítulo Final


Tú eres mi para siempre...

Sindy apartó su mirada de Jeff y se centró en Alana con una expresión de angustia en su rostro.

— Alys, necesito hablar con Dylan, yo no quería que esto pasara. — Se acercó a ella.

Alana retrocedió, su mirada llena de desconfianza.

— Yo te vi montada en ese carro, ibas a matarme, pero Dylan se interpuso.

Sindy sintió un nudo en la garganta, sus ojos se llenaron de lágrimas.

— No, yo no fui, Bryan me dijo que solo sería un susto, tú sabes que tengo muchos defectos, miles de defectos, pero jamás haría algo así... Tienes que creerme... Necesito hablar contigo a solas. — Suplicó, ignorando la mirada fulminante de Keller que la observaba con recelo.

— Ni lo sueñes — le advirtió él en un susurro letal.

— Por favor, Alys, te lo ruego. — Sindy miró a Alana con ojos llenos de súplica.

Alana dudó por un momento, pero finalmente asintió con precaución.

— Te doy cinco minutos y Jeff solo se alejará un poco.

— ¿Estás segura? — Le preguntó él.

Alana asintió con determinación y su mirada fija en Sindy.

Una vez que Jeff se alejó un poco, Sindy comenzó a hablar, sus palabras llenas de urgencia y sinceridad.

— Alana, tienes que creerme. No soy la mejor persona, me he convertido en todo lo que odiaba, pero jamás le haría daño a Dylan, y mucho menos a ti. Mi intención cuando Bryan me buscó era darte un susto. Estaba enfadada porque Dylan me confesó que estaba enamorado de ti, y no lo asimilé muy bien. Cuando salimos de la clínica, fuimos a casa de Janet y te vimos salir. Decidimos seguirte y todo iba bien hasta que Bryan vio que te bajaste del coche y vio a Dylan. En ese momento, él cambió y noté su mirada asesina. Le dije que parara cuando aceleró el vehículo, pero no entendía razones, así que me abalancé sobre él e intenté que frenara, pero fue demasiado tarde.

Sindy comenzó a llorar.

— Tiene que creerme, Alys, te lo juro que yo no quería...

Alana la miró con ojos entrecerrados y un dolor palpable en su expresión.

— Eso ya no tiene importancia, Sindy. Dylan está en esa cama, y tu arrepentimiento llega demasiado tarde. Nos has hecho demasiado daño... Por favor, vete.

Sindy asintió con tristeza.

— Me voy a ir, pero antes necesito que me perdones por todo lo que te hice, por las veces que te decepcioné, por todos los momentos en los que te usé para mis propios fines, por las veces que tú hiciste cosas que no te agradaban solo para hacerme feliz. Perdóname por no valorar nuestra amistad.

Sus palabras resonaron con sinceridad en el lugar.

— Si hay alguien a quien necesito pedirle perdón, eres tú. Siempre estuviste ahí para mí, y yo me comporté de la peor manera. Pero sabes algo que nunca te dije y que necesito expresar: siempre tuve celos de ti. Porque tú siempre has sido mejor que yo en todo.

Alana la miró con sorpresa y tristeza.

— Eso no es cierto, Sindy.

Alana continuó hablando:

— Tú nunca has visto todo el potencial que tienes, nunca te has valorado. Fuiste dotada con una belleza impresionante, lo has tenido todo, pero tu defecto es que siempre quieres más. El rencor te ha convertido en una persona egocéntrica. Sé que no es fácil para nadie vivir una experiencia como la tuya, pero te has regodeado tanto en eso, no lo has dejado atrás en el pasado al que pertenece. Tienes tanta rabia acumulada. No soy yo quien debe perdonarte, eres tú quien tiene que perdonarse a sí misma para que algún día seas realmente feliz. Lo siento mucho, Sindy, pero en este momento estoy tan herida que no puedo darte mi perdón.

— Entiendo — dijo en un sollozo quebrado. — Al menos, dime ¿cómo está él?

Alana respiró profundamente antes de responder, tratando de controlar sus emociones.

— Está fuera de peligro, si es lo que deseas saber... Ahora, por favor, vete. Es lo mejor para todos.

Sindy asintió con pesar y se alejó lentamente. Esa fue la última vez que se vieron en mucho tiempo.

Alana pasó la noche sin dormir, atenta a cualquier necesidad que Dylan pudiera tener. Con el amanecer, se sentó a su lado, exhausta pero decidida a cuidar de él. Sin embargo, el cansancio la venció, y se quedó dormida en la silla junto a la cama. Fue despertada por una suave caricia en el cabello.

Al abrir los ojos, encontró la mirada de Dylan sobre ella y una sonrisa afloró en su rostro.

— Hola — murmuró con cariño mientras se levantaba de la silla y le daba un tierno beso en los labios. — ¿Cómo te sientes?

Dylan se quejó al intentar moverse.

— Fatal — admitió con pesar.

Alana se preocupó de inmediato.

— Voy a llamar a la enfermera para que te dé algo para el dolor.

Pero él la detuvo, sujetando su mano.

— No hace falta.

Ella le acarició el cabello y algunas lágrimas escaparon de sus ojos.

— ¿Nena, por qué lloras? ¿Estoy tan mal?

— No, gracias a Dios, tienes dos costillas rotas y algunas contusiones, pero nada grave. Pero me duele, verte así, me siento responsable... porque no te creí, y mira lo que ocurrió.

Dylan expresó su amor y preocupación.

— Nena, prefiero mil veces estar yo aquí que tú. No soportaría que algo te pasara. Te amo tanto, Alana. Eres mi lugar y lo único que me importa es que creas en mí. Desde que estamos juntos, no te he faltado ni siquiera con el pensamiento.

Alana se conmovió profundamente.

— Te creo, mi amor, y no sabes cuánto me duele haber desconfiado de ti. Pero te prometo que jamás volveré a hacerlo — le besó la mano. — Esta también es mi primera relación.

Dylan sonrió ampliamente.

— Ya no quiero estar lejos de ti — confesó Alana con ternura.

— Ni yo, mi amor — respondió él con cariño mientras acariciaba el rostro de Alana.

Dos meses después...

Dylan se recuperó satisfactoriamente de todas sus heridas, gracias al cuidado y cariño de Alana, Erica y, por supuesto, de su madre, quienes se desvivieron por atenderlo. Una vez recuperado, decidieron formalizar su relación y mudarse juntos. La noticia dejó a la madre de Alana en estado de shock durante varios días, ya que no podía creer que el famoso modelo de Calvin Klein estuviera profundamente enamorado de su hija.

Al principio, mostró cierta resistencia debido a su consideración por Sindy, pero después de que ambos le explicaran cómo habían sucedido las cosas, Irene aceptó la relación, aunque no de muy buen grado. Sin embargo, con el tiempo, su actitud cambió, especialmente después de que Dylan usara todo su encanto para ganarse su favor.

Esto sucedió un día cuando decidió hacer acto de presencia en la reunión de póker que su suegra organizaba todos los jueves con un grupo de amigas. Irene prácticamente caminaba por las nubes al ver que una de una de sus amigas, Elsy, se desmayó al enterarse de que el afamado modelo era el novio de Alana. Desde ese día, Irene dejó de abogar por Jeff y Dylan se convirtió en su niño consentido.

Con el tiempo, Keller y Dylan también hicieron las paces, ya que Dylan no tenía dudas sobre su mujer. Además, Jeff había iniciado una relación con Janet, lo que ayudó a sanar las heridas y tensiones que habían existido en el pasado.

Bryan Duboin fue declarado culpable por intento de asesinato y sentenciado a veinte años de prisión en una instalación estatal. En su primer día en la cárcel, los guardias le entregaron el uniforme naranja mientras hacían comentarios hirientes:

— No te van a faltar las relaciones amorosas dentro de la cárcel, modelito.

Bryan se quedó pasmado.

El guardia soltó una carcajada.

— Te van a destrozar, algunos afroamericanos la tienen más grande que una manguera de bomberos. — Dijo el custodio. — Si quieres un consejo, no recojas el jabón.

Los tres compañeros se rieron.

Mientras que el gran modelo de Gucci temblaba de pavor al imaginarse, lo que le esperaba tras las rejas.

En su declaración, Duboin afirmó haber actuado solo, lo que resultó en la liberación de Sindy de los cargos que se le imputaban. Sin embargo, su reputación estaba en ruinas y todos sus contratos en la industria de la moda habían sido cancelados. La vida glamorosa que alguna vez llevó en Manhattan estaba desapareciendo, pero la historia de la modelo caída en desgracia estaba lejos de haber llegado a su fin...

Una tarde de noviembre, Dylan llevó a Alana de vuelta al faro de Montauk. Ese día en particular, el atardecer pintaba el cielo con intensos colores: azules, rojos, anaranjados y amarillos, que se reflejaban en el agua, creando un espectáculo de ensueño. Fue en medio de la magia de ese lugar que Dylan sorprendió a Alana.

— Alana, sabes que te amo, que cada día te demuestro lo que siento por ti. Eres mi corazón, mi amiga, mi todo... No sabía lo que era el amor, pero tú me lo enseñas y me lo demuestras todos los días. Eres única, ninguna mujer se compara contigo. No he deseado algo tanto como te deseo a ti. Quiero que sepas que mientras viva, te protegeré, te respetaré y te trataré como mereces, como una reina, mi reina.

Ella lo miraba expectante, con los ojos llenos de emoción.

Él sonrió nerviosamente y continuó:

— He cometido muchos errores en mi vida, y probablemente seguiré haciéndolo. Pero, nena, tú eres mi para siempre. Si me das la oportunidad, quiero pasar el resto de mis días demostrándote que me tienes por completo, en cuerpo y alma. Lo bueno, lo malo y lo peor de mí mismo. Soy todo tuyo.

— ¡Oh, mi Dios! — exclamó Alana emocionada.

Dylan se arrodilló y sacó una cajita negra de terciopelo. Alana la abrió y encontró un precioso anillo de oro blanco con un gran diamante en el centro.

— Cásate conmigo —le pidió con el corazón en la mano.

Alana se quedó sin palabras, abrumada por la emoción del momento. Con la voz entrecortada por las lágrimas que amenazaban con brotar, pero con una sonrisa que lo enamoraba cada día más, respondió:

— Sí, mi amor. Sí, y mil veces sí.

Meses después, la boda se celebró en los Hamptons, rodeados de sus familiares y amigos más cercanos. Dylan estaba en el altar, con los nervios a flor de piel, cuando vio acercarse a la dueña de sus días y sus noches. Grabó en su mente ese instante en el que sus ojos azules, tan expresivos como siempre, se encontraron con los suyos. Una oleada de emociones creció en el interior de ambos. El padre de Alana la acompañaba, y con un gesto significativo, la entregó a Dylan. Se tomaron de las manos, listos para dar inicio a la ceremonia.

Los votos que pronunciaron fueron breves pero cargados de profundo sentimiento. Sonreían al recordar que pasaron muchos días recitándose esos mismos votos, pero muchos más extensos cuando hacían el amor.

Después de colocarse los anillos, se tomaron de las manos nuevamente. Cuando el reverendo los declaró marido y mujer, todo lo demás pareció desvanecerse. Sus miradas se encontraron y, en ese momento, él acercó su rostro al de ella, uniendo sus labios en un apasionado beso. Prometieron en silencio que solo el fuego del amor prevalecería en sus vidas.

FIN

PROHIBIDO ENAMORARSE...

Sindy Brown es un ángel pero un ángel oscuro y misterioso que atrae y seduce. Su belleza es hipnotizante, pero su lado tóxico lo convierte en un imán para la intriga y el drama. Es una hábil destructora de amistades pero tambien una joven modelo que domina el deslumbrante mundo de Manhattan. Sin embargo, un error monumental extinguirá la brillante llama de su vida glamorosa.

Jeff Keller, por otro lado, encarna la perfección con su encanto e integridad. Es un abogado con un futuro prometedor, el sueño de toda mujer. Su vida parece impecable hasta que un ser aparentemente angelical pero con la oscuridad de un demonio se cruza en su camino.

Pronto, estos dos polos opuestos descubrirán que el odio puede ser un poderoso afrodisíaco que da vida a un amor apasionado y desenfrenado, en una historia que te atrapará desde la primera página.

No te pierdas Prohibido Enamorarse que comenzará mañana...

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