Capítulo 9
Sin esperanza se encuentra lo inesperado.
Heráclito de Efeso
Después de la discusión que había tenido con Sindy, Alana decidió irse sola a la playa, ya que Janet estaba muy feliz en la piscina, flechada con el tal Samuel.
Se sentó en la arena y contempló el infinito azul del océano durante unos segundos. El sol brillaba con fuerza, la calma era absoluta y reconfortante, había muy pocas personas en la playa. Cerró los ojos, la brisa y el olor del mar le fascinaban.
— ¿Aquí estás?
La voz inconfundible de Dylan se coló por sus oídos como un bálsamo. Abrió los ojos y se quedó sin aliento, estaba tan atractivo, vestido con unos pantalones cortos azul marino, una camiseta sin mangas negra donde se podía apreciar su pecho fuerte, musculoso y bronceado; él destacaba sobre cualquier otro. Estaba insoportablemente perfecto con una gorra de béisbol azul de su equipo favorito, los Dodgers.
La oxitocina comenzó a hacer su recorrido como ya era habitual cada vez que ese hombre aparecía.
— Hola... — Logró balbucear.
Él se acercó, se sentó a su lado y le dio un beso en la mejilla; era una costumbre que Dylan tenía y a la que ella no lograba acostumbrarse, porque cada vez que sentía sus labios en la mejilla, sus alocadas hormonas sufrían un subidón alterando las partes más sensibles de su cuerpo.
— Me gusta tu cabello suelto — le dijo mientras tomaba unas hebras y las acariciaba.
Fue inevitable que las mejillas de Alana se enrojecieran.
— La doctora Alana se sonroja — murmuró Dylan, se mordió los labios para ocultar su sonrisa.
— No soy doctora y mis mejillas están enrojecidas, es por el sol... engreído.
Esos labios suyos, tan perfectos, le sonrieron de una forma deliciosa.
— ¿Dónde estabas? — preguntó él.
— Fui a dar una vuelta, este lugar es muy bonito.
Dylan se colocó la gorra al revés.
— ¿Y qué lugares visitaste?
— Fuimos a la calle principal, luego a la torre... también visitamos Main Beach y las dos millas del horror, que por cierto no tienen nada que de miedo, más bien nos comentaron que es la zona ideal para disfrutar de los fuegos artificiales el 4 de julio... Tomamos dos bicicletas prestadas, espero que no te moleste.
— Para eso están, para el uso y disfrute de mis invitados.
— Tienes una casa muy hermosa. — Le comentó Alana.
— ¿Te gusta? — Preguntó sorprendido.
— Sí me gusta, dudo que a alguien no le agrade. —Dijo ella sonriendo.
— A mí no me gusta.
— Por favor — contestó ella poniendo los ojos en blanco — ¿Es muy pequeña para ti? — preguntó con sarcasmo.
Dylan esbozó una sonrisa y le respondió:
— Me desagrada lo grande que es, en un futuro pienso venderla y comprarme algo menos llamativo y más acogedor e íntimo.
— ¿Y para qué la adquiriste si no te gustaba? —Preguntó Alana con curiosidad.
— Es un regalo de mi madre.
— Tiene muy buen gusto... aunque pienso igual que tú, yo prefiero una casa más pequeña y hogareña.
— ¿Qué te pareció tu habitación?
— Preciosa y la vista me dejó sin aliento.
— Sabía que te gustaría.
— ¿Tan predecible soy?
— Al contrario, Alana, eres todo un misterio para mí. —Respondió Dylan con sinceridad.
Él estaba tan cerca, que si ella fuera una mujer osada se inclinaría tan solo unos centímetros y sus bocas entrarían en contacto. Aunque ella jamás haría algo así, pero era humana y tenía una mente muy activa, tenerlo a tan corta distancia la estaba enloqueciendo.
— ¿Quieres dar otro paseo? — preguntó Dylan con la voz ronca.
— ¿A dónde?
— Montauk.
— ¿Qué haremos allí?
— Surfear.
Ella se quedó mirando el mar que tenía enfrente.
— ¿Y por qué ir a otro sitio si lo puedes hacer aquí?
— Imposible —Respondió él observando en la misma dirección — aunque me quedara un mes sentado aquí sin moverme no conseguiría una buena ola... esta playa es casi como una piscina ideal para niños y ancianos.
— Ah ya entiendo — Alana se echó a reír.
— Entonces qué dices, ¿me acompañas? —Insistió Dylan.
— Sí, ¿por qué no? será interesante verte surfear.
Él esbozó una sonrisa irónica.
— Es que no te estoy pidiendo que me acompañes para que me veas surfear, sino para que lo hagamos juntos.
— ¿Estás loco? —Exclamó con sorpresa —ni lo sueñes, yo no sé hacerlo.
— Yo te enseño... es fácil, además las olas de Montauk no son tan fuertes.
— Tú quieres matarme, primero la moto... ahora esto.
— Nena, sé que te gusta la adrenalina, lo veo en tu cara.
— No es cierto. —Negó Alana negando con la cabeza y riéndose.
— Sí lo es, y también es verdad que nos vamos a divertir mucho... o ¿Prefieres quedarte con Sindy, sus amigos y la guinda del pastel Bryan?
Alana volvió a sonreír y negó con la cabeza.
— Prefiero mil veces irme contigo. — Respondió con absoluta sinceridad.
<<Hay mil cosas que prefiero hacer contigo, pero nunca lo sabrás>> — Pensó ella con melancolía.
— ¿Te he dicho que eres una chica inteligente? — preguntó él riendo.
— Todo el tiempo.
Él se levantó y la ayudó a ponerse de pie.
— Vamos a preparar las cosas.
— ¿Qué necesito para surfear?
— La tabla y el traje de neopreno son lo primero, hay otras cosas, pero son menos importantes.
— Voy a buscar mi bolso, no tengo nada de dinero encima para pagar el alquiler.
— No necesitas pagar nada, yo tengo todo lo que necesitas.
— ¿Todo? ¿Tienes un traje de mi talla?
— Creo que sí, hay todas las tallas.
— En ese caso no perdamos más tiempo. — dijo ella sacudiendo la arena que había quedado en su jumpsuit
Dylan preparó todo y montó lo necesario en su rústico.
Alana le pidió a Janet que la acompañara, pero ella se negó rotundamente porque ya había comenzado a entablar una conversación con el exótico modelo. No le quedó otra alternativa que pasar la tarde a solas con Dylan Gallagher.
El camino hacia Montauk era aproximadamente de una hora, pero Dylan lo hizo en cuarenta y cinco minutos, y es que su rústico Range Rover último modelo, cortaba delicadamente el viento con su buen desplazamiento, Alana se quedó admirando el paisaje, el trayecto era fantástico y las vistas impresionantes. Imagine Dragons comenzó a sonar a través de los altavoces, dando el toque perfecto al corto viaje.
Dylan estacionó el vehículo.
— Llegamos.
Ditch Plains era una playa amplia con una gran extensión de una fina arena blanca donde las olas fuertes eran lo predominante.
Al ver el mar embravecido se le cortó la respiración a Alana.
— No creo que pueda hacer esto. — Afirmó con vehemencia.
Dylan se acercó clavando sus hermosos ojos castaños en ella.
— No te vas a echar para atrás ahora — le habló en tono firme — ¿Qué paso con lo de enfrentar los miedos?
La joven desvió su mirada hacia las olas.
— Alana mírame... — Él cogió la cara de ella entre sus manos, inmediatamente capturó su atención — esta playa es perfecta para principiantes y yo no te voy a dejar sola, no tienes nada que temer, yo estoy contigo ¿De acuerdo?
Alana asintió. Las manos de Dylan eran cálidas, suaves y firmes, le provocó una sensación indescriptible, un hormigueo, un temblor, una palpitación, un deseo anhelante, que perduró aun cuando él ya la había soltado.
Él sacó el equipo de la camioneta. Ella se quitó el jumpsuit y se quedó en traje de baño por unos momentos. Alana sintió sobre ella la mirada de Dylan. Agitada y nerviosa, se concentró en colocarse el traje y fingió ignorarlo, pero era muy consciente de los ojos de él sobre su persona.
Ya vestidos con los trajes neopreno, la adrenalina comenzó a fluir por sus cuerpos. Ella se iba a recoger el cabello, pero Dylan la detuvo.
— Déjalo suelto, me encanta tu cabello... es precioso. —Le susurró con voz ronca.
<<Es que este hombre no colabora en nada con mi estabilidad emocional cuando me dice ese tipo de cosas>> Pensó.
Ella clavó su mirada en la playa para evitar que él la viera sonrojarse de nuevo.
— Primero vamos a practicar aquí en la arena. — Le indicó él.
Alana suspiró.
Unas chicas pasaron por su lado, se quedaron mirándolos o mejor dicho se quedaron embelesadas viendo a Dylan. Él no se dio por enterado porque le estaba colocando el leash a su pie.
— Listo — dijo cuando puso el seguro — a practicar... túmbate sobre la tabla, es importante que tu centro de equilibrio esté apoyado en el centro de la tabla.
— ¿Así?
— Estás muy atrás, muévete un poco más hacia adelante.
— ¿Y ahora?
— Perfecto... observa lo que yo voy a hacer — él se acostó y se levantó rápidamente dentro de la tabla.
— Ahora hazlo tú.
Alana trató de hacerlo igual, pero le costó un poco.
— Tienes los pies demasiado juntos, eso va a hacer que pierdas fácilmente el equilibrio... tienes que colocar las piernas abiertas mucho más que tus caderas y ligeramente flexionadas... vuelve a intentarlo.
Alana ejecutó la maniobra a la perfección.
— Muy bien, no debes inclinarte hacia adelante porque perderás el equilibrio, tu cuerpo tiene que mantenerse en línea, perpendicular a la tabla y en el centro de esta.
A pesar de su excelente instructor, Alana no pudo evitar fracasar en los primeros intentos dentro del agua, casi se ahoga un par de veces; una de ellas fue evitada por Dylan, que la sujetó con firmeza por la cintura.
— ¿Estás bien? — preguntó al ver su cara pálida.
— Sí, solo tragué un poco de agua.
— Vamos a dejarlo hasta aquí — dijo él con voz firme.
— No, quiero seguir... ya estoy agarrando el ritmo.
— Nena, pero si estás temblando — añadió preocupado.
<< Si él se entera de que estoy así por tenerlo tan cerca de mí. >>
— No es nada— mintió — es un poquito de frío, nada más. Vamos a intentarlo de nuevo, tengo que lograrlo.
Él no parecía convencido.
— ¿Seguro que estás bien? —Le volvió a preguntar.
— Sí estoy perfecta.
— En ese caso recuerda que cuando agarres la ola mantente concentrada y deja que te lleve hasta la orilla. — Le aconsejó nuevamente.
Tras varios ensayos y errores, Alana al fin pudo surfear una ola y disfrutar de la sensación más electrizante de su vida.
— ¡Lo logré! — gritó emocionada, cuando Dylan llegó hasta a ella en un impulso la abrazó.
— Bien hecho, eres una campeona — le susurró él al oído.
Alana sintió como él la apretaba con su brazo y se sintió incómoda. Temía no poder controlarse de hacer o decir algo de lo que se arrepintiera. Pequeñas gotas caían de su cabello mojado, estaba hermoso y esa boca le atraía más que ninguna otra cosa, las ganas de besarlo regresaron con más ímpetu. Como si quemara, ella se soltó.
— Quiero... volver a hacerlo. —Balbuceó.
— Tus deseos son órdenes para mí — dijo él sonriendo — vamos a tomar esta ola juntos.
Cuando terminaron, se cambiaron de ropa. Dylan la llevó a un restaurante cercano, comieron con apetito un par de sándwiches acompañados de unas gaseosas. Después de salir de allí, la siguiente parada fue el Faro de Montauk Point.
— No podemos irnos sin pasar por el faro. — Dijo Dylan cuando se estacionó.
— ¡Esto se ve muy emocionante! ... Pero, ¿no crees que deberíamos regresar? Llevamos un buen rato afuera.
— Dime algo ¿Tú quieres regresar? —Preguntó clavando sus ojos en los de ella.
Alana negó con la cabeza.
— Muy bien... Porque quiero que veas la puesta de sol desde ahí — señaló la torre.
— ¿Se puede subir? —Preguntó la chica con asombro.
— Sí y también el faro cuenta con un museo.
Se bajaron del rústico y entraron al emblemático lugar, era una estructura histórica del siglo XVIII y es uno de los iconos de Long Island y aún es utilizado por los marineros como herramienta de navegación.
Subieron los 137 escalones de hierro hasta la cima y disfrutaron de la espectacular vista panorámica del mar y la costa de Nueva York.
— ¿Te gusta? — Preguntó él escrutándola con la mirada.
— Me encanta... es demasiado hermoso — contestó con una radiante sonrisa.
El océano bañado con esa luz dorada y rojiza tan característica. Vista desde el faro formó una atmósfera mágica. La puesta del sol fue impresionante.
Alana sintió cómo él se acercaba a ella. Le acarició el antebrazo con la mano, apenas fue un roce suave, pero el gesto provocó que una corriente eléctrica le recorriese el brazo entero, desde la muñeca al hombro. Si él se percató de ello, no lo demostró, pero ella sí era consciente de todo lo referente a él.
Continuaron el recorrido hacia el museo que estaba ubicado en la casa del cuidador, que fue construida en 1860; estaba llena de utensilios y recuerdos del pasado, como el documento original donde se aprobaba la construcción del faro firmada por Thomas Jefferson y el presidente George Washington.
Una vez terminaron, regresaron a East Hampton. Ya era de noche cuando entraron a la casa. Trataron de pasar desapercibidos por los demás, que en ese momento no sabían dónde se encontraban. Alana y Dylan se despidieron en el vestíbulo, cada uno se fue a su habitación.
Janet no estaba en la recámara, ella aprovechó para darse un baño y cambiarse de ropa. Se vistió con un short vaquero y una blusa off shoulder blanca, acompañada con unas sandalias playeras, se cepilló su cabello. Iba a hacerse una coleta, pero recordó lo que Dylan le había dicho y estuvo tentada a dejar su cabello suelto, pero se regañó a sí misma, <<Él está con Sindy, no contigo. Es ella quien debe complacerlo>>, así que recogió su cabello. Luego bajó a reunirse con los demás.
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