Capítulo 4


Princesita de Disney

Lo que comenzó como una aventura de una noche se fortaleció con el paso de los días; eso no le incomodaba tanto como sí lo hacía el hecho de que Sindy quisiera contarle todos los detalles de su naciente relación. Por supuesto, ella no se lo permitía.

Alana, por su parte, tuvo que replantearse la forma de cómo afrontar lo que estaba sucediendo. Ella era una mujer inteligente y no podía seguir comportándose de una manera tan infantil; tenía que aceptar que ellos estaban saliendo y que él, quisiera o no, formaría parte de sus vidas.

Al comienzo de la relación, el cambio en la vida de Sindy no afectó a Alana en su día a día, ya que pasaba la mayor parte del tiempo sola en el apartamento. Oportunidad que aprovechó para reflexionar sobre la fijación que tenía con Dylan desde que lo vio por primera vez. Fijación que atribuyó a un desorden hormonal y también a la falta de una relación amorosa; en tal caso, asumió que su locura temporal ya estaba sanada. Pero cuando un tiempo después lo volvió a ver, le ocurrió exactamente lo mismo. Él la hacía sentir rara y ella odiaba sentirse así.

Una mañana, cuando salió a correr, se encontró a las afueras de su edificio a unos hombres en una actitud sospechosa. Cuando regresó, los mismos sujetos seguían en el mismo sitio y otros más se habían añadido. Eso le pareció extraño, pero no le dio tanta importancia.

Apenas cerró la puerta tras ella, Sindy, que estaba mirando por la ventana, se volvió hacia Alana.

— ¡Hay muchísimos! — dijo emocionada.

— ¿De qué hablas?

— Paparazzi... ven para que los veas.

Ella se asomó y vio a los individuos sospechosos.

— Así que son fotógrafos.

— Sí, anoche nos acecharon a las afueras del The Top of the Standard — explicó Sindy — que por cierto es un rooftop del que me habían hablado maravillas. Es elegante y muy sofisticado. El interior es espectacular, pero la vista en el exterior es espléndida... en fin, como te decía, al salir del lugar los flashes de la cámara me dejaron ciega por unos segundos. En ese momento me sentí por primera vez como una celebridad... están enloquecidos conmigo, la nueva conquista de Dylan. — Concluyó Sindy entre risas.

— ¿Y tan rápido encontraron tu dirección?... vaya, que son buenos en lo que hacen.

— Yo he llamado a uno de ellos haciéndome pasar por una vecina.

— ¿Y por qué has hecho eso?

— Alana, a veces eres tan lenta para entender las cosas.

— No soy lenta, más bien no logro comprender el modo alocado e irresponsable de tu conducta... no has respondido a mi pregunta — dijo en tono cortante.

— Publicidad gratis, ese es el motivo... en las próximas horas apareceré en todas las portadas de las revistas, periódicos sensacionalistas y en los programas de farándula... ya verás cómo en los próximos días me lloverán los contratos de trabajo.

— ¿Y tu afamado novio sabe qué estás haciéndote "publicidad gratis" a expensas de él?

— Por supuesto que no.

— Eso no está bien; la base de toda relación es la confianza.

— Alana, a veces hay que ser algo rastrera para obtener lo que se desea.

— La mejor manera de conquistar lo que uno desea es con la cabeza muy en alto, trabajando y esforzándose al máximo. Demuestra en cada momento tu valía, no haciendo este tipo de cosas; a la larga, tú eres la única que va a salir perjudicada.

— Yo diría más bien beneficiada — le contestó guiñándole el ojo — solo espera un poco para que veas cómo firmo mi millonario contrato y sabrás cuál es la mejor manera de alcanzar el éxito.

Y tal como lo predijo la "pitonisa" Sindy, en menos de quince días había sido seleccionada por la marca H&M para promocionar la línea de primavera-verano.

— No lo puedo creer todavía, mi primera campaña — Sindy abrazó a Alana. — Y nada más y nada menos que por un cuarto de millón de dólares.

A pesar de no estar de acuerdo con los métodos que utilizaba para lograr su cometido, no podía evitar ser solidaria con ella.

— Me alegro por ti, amiga.

— ¡Tenemos que celebrar!... y no acepto un no por respuesta.

— Tengo tareas pendientes... pero haré una pausa — dijo sonriendo.

— Esa es mi Alys — le dio un beso en la mejilla — le diré a Dylan que iré contigo — cogió su móvil para enviar un mensaje.

Alana abrió los ojos como platos.

— No me dijiste que él iría.

— Eso es algo obvio, ¿no crees?

— Entonces no voy, no pienso hacer de farol toda la noche.

— ¿Qué cosas dices?... Tú no serás ningún farol y claro que irás.

— En ese caso le diré a Janet que me acompañe, al menos tendré con quién hablar.

— ¡Ni se te ocurra! — Exclamó Sindy indignada — quiero disfrutar y esa Janet es una insoportable que me amarga toda mi existencia... invitaré a un amigo.

— ¿Qué amigo?

— Uno que no conoces.

— No quiero ninguna cita a ciegas.

— Tranquila, que mi amigo está muy bien de ver.

Alana puso los ojos en blanco.

— Invita a quien sea; total, lo que importa es no estar de farol.

✨✨✨✨✨✨

Alana acaba de salir de la ducha cuando recibió una llamada en su celular, era su madre.

El móvil sonó un par de veces.

— Hola, cariño — la saludó Irene.

— Hola, mamá — contestó en tono tranquilo y sosegado.

— Si no te llamo, paso días sin saber de ti — le reprochó su madre.

— He estado muy ocupada.

— ¿Cómo te ha ido en la universidad?

— Muy bien, un poco agotador... ya sabes, tareas, trabajos, prácticas; en fin, no es fácil estar en segundo año.

— Te entiendo, cariño. Tu padre y yo pasamos por lo mismo, pero en nuestra época era más difícil; no había tanta tecnología como ahora... ¿Estás comiendo bien?

— Sí, mamá... ¿Y papá?

— Cascarrabias como siempre, pero está bien.

— Dile que lo extraño mucho... a los dos.

— Y nosotros a ti, cariño... ¿Cómo está Sindy?... la he visto en las revistas — le comentó emocionada — me iba a morir cuando vi que estaba saliendo con Dylan Gallagher.

Su madre era una de esas mujeres que se pasó toda una vida trabajando, pero cuando les tocó jubilarse encontraron sentido a su aburrimiento, hurgando en la vida de los famosos y de los no tan famosos; era una cotilla consumada, fan del mundo de la farándula... tenía casi una habitación llena de todas las revistas que había comprado a lo largo de los últimos años.

— ¿Es tan guapo en persona?

— Sí, mamá, es guapo — respondió con fastidio.

— ¡Por todos los cielos! Qué suerte tiene esa niña... Dile que le mando muchos saludos, y que cuando venga en vacaciones no se olvide de traer a su guapísimo novio... así le doy en la madre a Elsy, se pasa todo el día echándome en cara que su hija se casó con un gran empresario de Chicago... quiero ver su cara cuando vea a Dylan Gallagher en mi casa... me muero por ver su cara de envidia. — Dijo Irene riéndose.

— Mamá, eres mala — comentó Alana uniéndose a la risa de su madre.

— Es la verdad, cariño... ¿Y tú no tienes alguna conquista de la que quieras hablarme?

— No hay nadie, todavía.

— Tal vez Dylan tenga un amigo...

— ¿Otra vez con lo mismo? — Alana suspiró — no tengo tiempo para esas cosas... te pareces a Sindy.

Irene se rió.

— Es que esa chica es casi como mi hija... y en cuanto a ti, siempre una jovencita tiene tiempo para el amor.

— Pero yo no soy cualquier jovencita... Tengo que colgar, voy a salir.

— De acuerdo, no tardes tanto en llamarme que me preocupo.

— Te llamaré... Dile a mi papá que lo amo... a los dos.

— Y nosotros a ti, cariño... come muchas verduras, y nada de comida chatarra.

— Ok, mamá... tengo que colgar.

✨✨✨✨✨✨

1 OAK era una de las discotecas más prominentes de la ciudad. En la entrada del club había dos gigantescos hombres cuidando el acceso, acompañados de otro individuo que debía ser el administrador y era el que decidía quién entraba y quién no. Al ver a Dylan, el hombre sonrió ampliamente y los dejó pasar.

El famoso amigo de Sindy no era otro que Bryan Duboin. Esta vez, Alana se alegró de que fuera él, porque así intentaría ocupar su mente tratando de evadir empalagosos comentarios, y de esa manera, tal vez, evitaría quedarse como una tonta viendo al novio sexy de su amiga, como lo había hecho cuando pasó por ellas en el apartamento o cuando iban en el carro.

Tenía que ser honesta consigo misma, esa noche Dylan Gallagher estaba para morirse. Vestido de manera casual con unos pantalones negros al igual que la americana y su camisa, le sentaba también ese color; él era absolutamente irresistible. Bryan, por su parte, llevaba una americana de cuadros azules (demasiado llamativa para el gusto de Alana), con una camisa blanca y pantalón negro. Su lindo cabello lo tenía peinado con algún tipo de gel, que le hacía perder cierto encanto.

Una vez que estuvieron adentro, una chica morena espectacular como todas las que atendían en aquel sitio, los guió hacia la zona VIP. La famosa discoteca estaba a reventar, y es que era un lugar impresionante, con sus enormes pantallas de videos acompañadas con efectos visuales y con una combinación de imágenes y sonidos que dejaba a muchos sin palabras. Se sentaron en una de las mesas cerca de la pista de baile.

Al fondo se encontraba un DJ seguramente famoso que ella no conocía, pero que mezclaba muy bien. Cuando tomaron asiento, Sindy y Dylan quedaron enfrente de ella y Bryan.

— Me agrada volver a verte, Alana — dijo Duboin en tono seductor.

Ella sonrió, pero no dijo nada; no podía mentirle diciéndole que a ella también le agradaba.

— Estás preciosa.

La mirada de Bryan la recorrió desde sus sandalias Jimmy Choo de diez centímetros (regalo de Sindy, que por cierto le estaba costando una tarea titánica dominarlas). La mirada del hombre se quedó unos segundos clavada en sus piernas, luego continuó por su minifalda negra y terminó por su blusa azul de escote alto y manga larga. Su inspección a ella no le gustó en absoluto.

— ¿Te gusta el club?

— Sí, me gusta — contestó viendo cómo su amiga besaba a su novio. Un malestar se le alojó en el estómago, dejó de mirarlos y se obligó a poner toda su atención en su acompañante. — ¿Vienes mucho aquí?

— Algunas veces, me gusta variar. Así lo hago con todo en mi vida. — le susurró al oído.

<<Una larga noche la que me espera...>>

— Qué bien — comentó ella sin emoción.

Una de las chicas que atendían en el lugar se les acercó, o mejor dicho, se dirigió a Dylan.

— ¿Qué vas a desear esta noche? — le preguntó con coquetería.

— Lo mismo de siempre — contestó él con su sonrisa baja braguitas. — ¿Y ustedes qué van a tomar?

— Yo quiero un cosmo — pidió Sindy.

— Para mí un Gin-tonic — habló Bryan, puso su mano en la pierna de Alana — ¿y tú, preciosa, qué deseas?

— Un bloody mary sin alcohol — contestó y le quitó la mano.

Dylan levantó una ceja y la miró fijamente por unos segundos, luego continuó hablando con Sindy.

Bryan la invitó a bailar y ella no se negó. La música electrónica le agradaba, además era muy buena para la salud, mantenía a las personas activas, mejoraba la memoria y además producía alegría y paz, justo lo que necesitaba.

Cuando regresaron, Dylan y Sindy seguían en el mismo sitio, solo que su amiga se le estaba evidenciando los efectos del alcohol.

— Vamos a bailar, Bryan — le pidió la alegre mujer — Dylan hoy no quiere divertirse a lo grande.

<<No me dejen sola con este hombre>> gritó Alana para sus adentros. <<No aceptes, Bryan... sería capaz de besarte si te quedas>>

El muy traidor se fue a bailar y la dejó allí sola con su peor pesadilla.

Dylan la ignoró como lo había hecho con ella y Bryan en toda la noche. Él bebió un poco del licor ambarino que tenía en su vaso, mientras le daba un repaso al local con la mirada. Al parecer, eso era más entretenido que entablar una conversación con ella.

Alana estaba esperando unos minutos para excusarse e ir al baño y quedarse allí hasta que Sindy regresara de la pista de baile.

Una exuberante mujer pelirroja se acercó a él y se sentó en sus piernas, haciendo que su diminuto vestido verde se encogiera y dejara a la vista sus interminables piernas. La mujer dijo algo al oído de Dylan y este sonrió. Luego, delante de la mirada atónita de Alana, se besaron. No era un ligero toque de labios, sino uno carnal, excesivo y vulgar, según la opinión de ella.

La pelirroja se levantó de sus piernas y le dijo:

— Te espero... estoy muriendo de ganas.

— Cuenta con ello — contestó él dándole una palmada al voluminoso trasero de la mujer.

Cuando quedaron solos nuevamente, él sintió la mirada de Alana. Al verla con el ceño fruncido, le preguntó:

— ¿Te pasa algo?

— Sí, me parece un irrespeto que tu novia esté a pocos metros de ti y tú — lo señaló con el dedo— estés dándote besos... bueno si a eso se le puede llamar beso... yo diría comiéndose uno al otro.

— ¿Y te molesta?

— Sí

, me molesta, porque Sindy es mi amiga y no merece que un descarado como tú le haga esa canallada.

Él frunció el ceño.

— Yo no estoy haciendo nada de lo que ella no esté enterada.

— ¿Sindy está de acuerdo en que tú estés con otras mujeres?

Él asintió y sonrió al ver la cara de asombro de ella.

— Resulta que es cierto lo que dice tu amiga de ti, ¿eh? — lo dijo más como una afirmación que como una pregunta.

— ¿Y se puede saber qué dice ella de mí?

— Que eres demasiado ingenua para el mundo que te rodea.

— Eso es mentira.

— ¿Sí? — Preguntó irónico.

— ¿Ingenua, porque me parece una desconsideración lo que estás haciendo?

— En mi relación con tu amiga no hay ningún contrato de exclusividad.

— ¿Me estás diciendo que no te importa que ella esté con alguien más?

— No — contestó él — tenemos una relación abierta. Por el momento, nos sentimos bien el uno con el otro. Cuando eso se termine, cada quien por su lado... es la era moderna, ¿lo sabías?

Alana se quedó literalmente con la boca abierta.

— Es degradante lo que me estás diciendo... ¿Dónde quedan los sentimientos, el vínculo, la amistad... el amor?

— Princesita de Disney, eso solo existe en los cuentos de hadas — habló con tono sarcástico y malicioso —. Es hora de que regreses al mundo real.

— Eres un sinvergüenza, mujeriego y depravado — ella se levantó de su asiento — has deslumbrado a Sindy con tu dinero y tu fama, humillándola para que acepte esa asquerosidad de relación.

Él se levantó también y la agarró por el brazo.

— No permito que ninguna princesita tonta con aires de santa me hable así — gruñó. Su aliento envolvió a Alana. Olía a whisky y a menta; la mirada dura en sus ojos hizo que le temblaran los brazos — Lo que tú necesitas es un buen polvo para que se te quiten todos los remilgos.

Ella se soltó del agarre y le cruzó la cara con una bofetada. Su cabeza se volvió a un lado por el impacto, a ella le escoció la mano.

— Eres un cerdo — le gritó y sin pensarlo dos veces salió de la discoteca furiosa, bajo la mirada incrédula de un Dylan al que jamás una mujer le había osado ponerle la mano encima.

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