Capítulo 35
Jeff Keller
Era bien entrada la noche cuando llegó a Brooklyn, y la lluvia comenzó a caer. Al entrar en su casa, se percató de que su amiga no estaba presente, lo cual era lo mejor en ese momento, ya que no deseaba hablar con nadie. Fue directamente al baño y se despojó de toda la ropa empapada. Se quedó bajo la ducha hasta que el agua se convirtió en una cascada helada que parecía reflejar su estado emocional. Luego, se secó con gestos lentos y mecánicos, como si estuviera atrapada en una rutina.
Después de secarse, se dirigió a su cama. Se acurrucó bajo las sábanas y las lágrimas comenzaron a fluir. Recordó todos los momentos que habían compartido desde que se conocieron: el primer beso, la primera vez juntos. El amor que sentía por él parecía consumirla por completo. Dejarlo esa noche fue una de las cosas más difíciles que había tenido que hacer, y sabía que iba a ser una batalla cuesta arriba sacarlo de su corazón, si es que alguna vez lograba hacerlo.
Al día siguiente, Alana apenas comió, limitándose a beber café de una máquina expendedora en el hospital donde trabajaba. Al regresar a casa, se sentía débil y agotada. No había visto a Janet debido a sus horarios de trabajo dispares, pero eso, en cierto modo, era un alivio.
Cuando se miró en el espejo, vio sus ojos azules, normalmente hermosos, ahora empañados por la tristeza. Su nariz estaba roja como un tomate debido a las lágrimas. Reflexionó sobre si merecía sentir un dolor tan intenso por alguien que no la había valorado.
Tres días después, mientras se vestía para ir al trabajo, Janet entró en su habitación con entusiasmo.
— Tienes una visita... ¡Dios mío, qué visita! — dijo Janet riendo.
— ¿Quién es? — preguntó Alana, sintiendo un brinco en el corazón al imaginar quién podría ser. Llevaba días esperando, pero inmediatamente se regañó a sí misma, sabiendo que tenía que dejar de esperarlo. Era evidente que él no la buscaría.
— Es un amigo tuyo de Boston — respondió Janet, ajena a los pensamientos de su amiga — ... y vaya amigo que tienes, por cierto.
— ¿De Boston, dijiste?
— Sí, ven a verlo por ti misma.
En el modesto salón de la casa de Janet, se erguía un hombre rubio, de imponente estatura, su apariencia indudablemente atractiva. Sus ojos azules, como dos zafiros brillantes, resplandecían en contraste con su cabello dorado, que caía en cascadas hasta rozar la línea de su cuello.
Con casi un metro noventa de altura, su presencia dominaba la habitación. Vestido con vaqueros desgarrados que delineaban sus musculosas piernas y una camiseta que apenas contenía el poder de su físico imponente, Sin embargo, lo que más destacaba en él eran los cautivadores hoyuelos que adornaban sus mejillas, dotándolo de un encanto irresistible que era difícil de ignorar.
El hombre que la esperaba era nada menos que Jeff Keller, quien al verla, le dedicó una amplia sonrisa y se acercó a ella con entusiasmo.
— Hola, preciosa.
— ¡Jeff! — exclamó la joven, riendo con sorpresa, y él la envolvió en un cálido abrazo.
— No puedo creer que estés aquí.
— Vine para pasar unos días en Nueva York, ya que mi chica no pudo quedarse mucho tiempo en Boston. Me tocó venir a mí a disfrutar el verano con ella — explicó él, soltándola.
Alana lo miró con suspicacia.
— ¿Mi madre te envió aquí, verdad?
Él le guiñó un ojo con complicidad.
— Es sorprendente lo que es capaz de hacer tu madre — Alana resopló, ligeramente enfadada.
— Tranquila, yo tenía planeado venir de todas formas. Tengo que resolver algunos asuntos aquí, ya que acabo de terminar la escuela de leyes. Irene solo me dio la idea de visitarte y me aseguró que serías mi guía turística mientras estuviera aquí. Lo que no me imaginaba es que estarías tan bien acompañada — dijo Jeff mientras observaba a Janet con picardía.
— Veo que ya conociste a mi amiga — comentó Alana.
— Sí, ha sido un placer conocerla. Espero que el sentimiento haya sido mutuo — dijo Jeff con un guiño juguetón a la morena.
— Ha sido mutuo — respondió Janet con una amplia sonrisa.
— En ese caso, mi amiga te hará un poco de compañía mientras yo termino de arreglarme. En un rato tengo que irme a trabajar — concluyó Alana.
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Una semana después...
— No tenías que acompañarme — dijo Alana a Jeff mientras caminaban hacia el Hospital Presbiteriano. — Ya lo hiciste ayer.
— Te dije que quería conocer la ciudad y que tú serías mi guía turística. Claro que no me molesta en absoluto cuando Janet de vez en cuando te reemplaza.
— ¿Así que la morena te ha causado una buena impresión?
Jeff sonrió con picardía.
— Es posible.
— Creo que ella siente lo mismo.
La sonrisa de Jeff reveló un hoyuelo en su mejilla, lo que lo hacía aún más encantador de lo que ya era.
— ¿Te va bien aquí? — preguntó él.
— Sí.
— No es lo que yo veo. No tienes ese brillo en la mirada que tanto me gusta de ti.
— Qué tonterías dices. — Alana se detuvo al llegar a la entrada del hospital.
— Es la verdad. ¿Es por eso que no has querido pasar todo el verano en Boston? Tu madre está muy preocupada por ti, desde la última llamada de Sindy y la abrupta ruptura de su amistad.
— Sí, lo sé. Sindy, siempre Sindy. No sé por qué no hace su vida y deja la mía en paz.
— ¿Cómo está ella? — Preguntó Jeff, su rostro de repente se mostró sombrío.
— ¿Cómo crees que está? Está perfecta, siendo la misma egoísta y narcisista de siempre — soltó Alana con rencor.
— ¿Es por ella que estás así? — Preguntó Jeff atento a la respuesta de Alana.
Un nudo se formó en la garganta de la chica de solo de pensar en todo lo que había ocurrido, y Jeff notó cómo sus ojos se humedecieron.
Él no dijo nada más, simplemente la abrazó, y ella lloró durante un buen rato, hasta que una voz que tenía grabada en su mente y en su corazón resonó en sus oídos cuando pronunció su nombre:
— Alana.
Ella se soltó del abrazo de Jeff y se giró para ver a Dylan parado enfrente de ellos, con el ceño fruncido y una mirada letal en sus ojos. Alana tardó un momento en reaccionar. Le ardía la cara, las manos le temblaban y las piernas le parecían de goma. Pero finalmente, habló.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó con asombro.
— Tenemos que hablar.
— Tú y yo no tenemos nada de que hablar.
— No me iré de aquí hasta que no hablemos — su tono no admitía réplica.
— ¿No escuchaste que no quiere hablar contigo? — intervino Jeff al ver a Alana tan afectada, y de inmediato entendió que él era el causante de su tristeza.
— ¿Y tú quién coño eres para meterte donde no te han llamado? — se encaró Dylan, furioso.
— Ya basta — dijo Alana metiéndose en medio de los dos.
— ¿Quién es este cabrón y qué hace contigo? — preguntó Dylan.
— Jeff es mi amigo, y lo que haga o no con él, no es de tu incumbencia.
— ¿Jeff? ¿El Jeff de Boston?
— Veo que me conoces. Mi chica te ha hablado de mí — contestó Keller con sarcasmo.
El semblante de Dylan cambió y unos celos irracionales se abrieron paso a través de él.
— ¿Qué hace él aquí? — le preguntó a Alana, y por su tono, ella supo que estaba furioso, lo que a su vez la hizo enojar aún más porque la única que tenía derecho a estar enojada era ella.
— No tengo que darte ninguna explicación. Perdiste ese derecho cuando te acostaste nuevamente con Sindy — dijo Alana, tomando la mano de Jeff y entrando al hospital. Dejando a Dylan totalmente cabreado.
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