Capítulo 27
No mereces mi tristeza, mereces mi olvido
— ¿Alana, qué sucedió? ¿Por qué tienes esa cara? — preguntó Janet al verla en la puerta de su casa.
La joven no dijo nada, simplemente la abrazó y lloró desconsoladamente. El dolor que sentía en ese momento era demasiado intenso e insoportable.
La morena la consoló hasta que dejó de llorar y la sentó en el sofá mientras le preparaba un té.
Cuando Alana estuvo mucho más tranquila, le contó todo lo que había pasado.
— Son unos hijos de puta — exclamó Janet furiosa —todos ellos, ¿cómo pudieron hacerte algo así? —Preguntó con desconcierto.
Le entregó la taza de té a la chica, mientras se sentaba a su lado y continuaba expresando su indignación.
—Esos dos sinvergüenzas merecen que los cuelguen de las pelotas en una plaza pública, son unos hijos de puta. Ah, pero la otra no se queda atrás, a ella, me gustaría que me la dejaras a mí, porque a Sindy le vendría bien una buena tunda. Te juro que, si la veo, no le dejaré un solo hueso sano... Es una desgraciada. Mira que ser partícipe en esa apuesta y no decirte nada. ¿En qué consistía esa maldita apuesta?
Alana se limpió las lágrimas con un kleenex que le dio Janet.
— Por lo que escuché, su plan macabro era que Bryan tuviera sexo conmigo, y el papel de Dylan era impedirlo, o tal vez ganaba quien se acostara conmigo... No lo sé. —Alana volvió a sollozar — Todo es tan confuso para mí, solo sé que he vivido todos estos días en una farsa. Dylan se acercó a mí para poder manipularme a su antojo... ¡Oh Dios! ¿Cómo he podido ser tan ingenua? —La chica intentó controlar las lágrimas, pero fue imposible. Cada vez que recordaba el engaño, más intenso era su dolor.
— Es un desgraciado, un bastardo sin corazón. Hasta yo creí en él — espetó Janet rabiosa.
— Todo lo que pasó entre nosotros fue una mentira. Me entregué a él sinceramente, le di lo más preciado para mí. Me había guardado para esa persona especial que llegara a mi vida, quise esperar por ese hombre que estremeciera mi mundo, y confié en Dylan. Para él, solo fui un entretenimiento, una novedad... Fui tan ingenua. Supo cómo engañarme diciéndome todo lo que yo quería oír. Caí en sus garras y me destrozó, Janet.
Esta vez, la morena tampoco pudo controlar las lágrimas. Ver a su amiga tan lastimada conmovió su corazón.
— Es un infeliz malnacido. ¿Cómo pudo hacerte algo tan bajo? — Janet se levantó del sofá, limpiándose las lágrimas con rabia. — ¿Sindy estaba al tanto de que él se estaba acostando contigo? —Preguntó con indignación.
Alana negó con la cabeza.
— No creo que ella consintiera que él se acostara conmigo. Más bien, le reclamaba porque no le dedicaba el tiempo suficiente y que sus amigas le decían que nosotros teníamos algo, pero él lo negó, negó que estuviera conmigo, cuando unas horas atrás me hacía el amor en su apartamento y ahora, en estos instantes, ellos dos están juntos. Como una idiota, esperé que regresara para que me explicara todo, porque tenía la esperanza de que hubiera un error. Quería que Dylan me dijera que todo estaba bien, pero no llegó... se quedó con ella.
— ¡Qué desgraciados!... Y de Sindy, yo creo cualquier cosa. Siempre pensé que era una estúpida superficial, pero jamás pensé que fuera tan mala persona. ¿Qué piensas hacer con todo esto?
— No lo sé. Necesito pensar. Esto es demasiado para mí. —dijo en voz baja.
— Claro que es demasiado para cualquiera, pero tú eres demasiado sensata... Y ya está bueno de pensar en esos hijos de puta. Ahora lo que tienes que hacer es descansar. Una vez que estés más tranquila, tendrás que hacer algo, porque desde ya te digo que esto no puede quedarse así.
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Janet vivía con su hermano menor, pero este se había mudado a Misisipi, por lo que su habitación sirvió para que Alana pudiera descansar con tranquilidad.
Ella se acostó en la cama, cogió su móvil y se quedó sin respiración, paralizada con la mirada fija en la pantalla y un temblor de miedo se le formó en la boca del estómago. Dylan la estaba llamando. Respiró profundo y esperó a que la llamada pasara al buzón. Tenía también tres mensajes de texto que borró sin dudarlo y apagó el dispositivo. Ya había sido suficiente. Ellos no merecían nada. Se prohibió volver a derramar ni una sola lágrima.
Pensó en todas las opciones que tenía en ese momento. Podía regresar a Boston a terminar lo que le quedaba de vacaciones, cambiarse de piso y olvidarse de que ellos existen. Era lo que debía hacer. Pero cada vez que pensaba en todo el engaño al que fue sometida, se negaba a dejarlos ganar, se negaba a que se burlaran de ella.
Tal vez si su corazón no estuviera tan herido, quizás hubiera elegido esa primera opción. Pero la humillación que le hicieron, la burla y el ultraje eran demasiado grandes para pasarlos por alto. Aunque sí regresaría a Boston, se olvidaría de ellos y los borraría de su memoria. Pero antes tenía que enfrentarlos y decirles en sus caras la basura que eran.
De alguna forma tenía que drenar ese dolor que sentía. Ellos estaban muy equivocados si pensaban que se iban a burlar de ella. Ya no sería la misma tonta de la que se burlaron. La habían cambiado. La Alana tonta e ingenua había muerto. Ellos la habían matado.
La chica durmió muy poco, pero ese tiempo a solas la tranquilizó. Cuando se levantó, lo hizo con un mejor ánimo.
Janet estaba preparando el desayuno.
— ¿Cómo te sientes? — Preguntó la morena al verla.
— Como si un camión me hubiera pasado por encima, pero por todo lo demás estoy bien — contestó mientras se sentaba en la mesa.
— Entonces ya estamos mejor, porque anoche parecía que te hubiera pasado un tren.
Alana sonrió.
— ¿Qué te parece si hoy nos vamos de paseo? Tengo pases para visitar el museo de artes.
Janet le sirvió unas tostadas con huevos y café.
— No tengo ánimos, mejor vamos otro día. —Respondió Alana con desánimo.
— No pienses que voy a dejarte aquí —Janet se colocó las manos en la cintura— para que te quedes llorando, lamiéndote las heridas. Así que después de que termines de comer, te vistes y vamos a recorrer la ciudad.
— ¿Tengo otra opción? —Preguntó Alana con ironía.
— No.
— Entonces iré. —Respondió la chica encogiéndose de hombros.
— Así me gusta — Janet tomó un sorbo de su café—. ¿Qué has pensado?
— Lo primero es hacer lo que tenía pensado antes de todo esto. Voy a cambiarme de piso, y necesitaré de tu ayuda para buscar algo por esa zona, ya que se ve bien y no es costosa como Manhattan.
— Nada de buscar otro departamento. Aquí tienes uno. —Janet hizo una zeta en el aire chasqueando los dedos— Mi hermano era mi compañero de piso, pero como has visto se ha ido. Te quedarás aquí. No pienso dejarte sola con todo esto.
— Gracias, lo aprecio mucho. —Dijo Alana con el nudo en la garganta.— Necesitaré mucho de tu ayuda porque tengo muchos asuntos pendientes que resolver.
— ¿Qué asuntos?
— Ya lo sabrás, todo a su debido tiempo.
Janet la miró con suspicacia.
— Puedes confiar en mí. Yo no soy una rastrera como otras, y sabes que te quiero mucho. Jamás en la vida te haría daño.
— Lo sé, amiga. —Alana la tomó de la mano y le dio un apretón— Gracias por tu sincera amistad. Es de un valor incalculable para mí.
— Me vas a hacer llorar.
— Nada de lágrimas. La única llorona aquí era yo, pero no más lágrimas, y menos por unos desgraciados que no lo merecen.
— Así se habla, carajo. —Aplaudió Janet riéndose.
— Janet, sé que lo sabes, pero igual tengo que decirte que si Dylan o Sindy te llaman, ni se te ocurra decirles que estoy aquí. No estoy preparada para verlos.
— Por supuesto que no, aunque me encantaría que llamaran para decirles unas cuantas verdades.
— No — le advirtió Alana— ellos no deben saber que yo estoy enterada de todo.
Janet sacudió la cabeza y le preguntó con preocupación:
— ¿Por qué?
— Ya te lo dije, no estoy preparada para hablar con ellos y menos para escuchar sus mentiras. Soy tan tonta que puedo creerles sus engaños. Yo quiero saber hasta dónde son capaces de llegar con todo esto.
— No vayas a cometer una locura.
— Tranquila, todo va a estar bien. Ya no pueden hacerme más daño.
Cuando terminaron de desayunar, Alana cogió el móvil y lo encendió. Al instante llegaron un par de mensajes de Dylan y uno de Sindy. Los borró inmediatamente y marcó el número de su madre.
— Hola mamá.
— Hola cariño... Qué milagro que seas tú la que me llames —dijo su madre riéndose.
Alana suspiró profundamente y trató de hablar como siempre.
— Siempre te llamo.
— Últimamente, eso ha cambiado... ¿Has ido a ver a Sindy?
Alana cerró los ojos y mintió, odiaba mentirle a su mamá.
— No he ido, te he dicho que tenías muchas cosas pendientes, en los próximos días iré.
— Estás muy rara, cariño, tú siempre has estado allí para Sindy y ahora que ella no está bien, no acudes en su ayuda.
Alana se pellizcó el puente de la nariz para no soltar alguna altanería a Irene.
— Iré mamá — dijo con voz calmada, aunque por dentro emergía la ira y su interlocutora no ayudaba.
— Sindy me comentó que hay un chico muy apuesto que está como loco por ti, que es un modelo famoso y que tú no le haces caso cariño. Con lo escasos que están los hombres solteros y guapos.
Alana no podía creer hasta donde llegaba el desparpajo de Sindy, hacer partícipe a su madre dentro de la infamia que habían creado, esa mujer había llegado demasiado lejos.
— Mamá, por favor no quiero hablar de eso, te lo pido por favor... cambiemos de tema.
Irene sintió que Alana le pasaba algo, pero por su tono era evidente que no quería compartirlo con ella, así que decidió dejarla tranquila, al menos por el momento.
— De acuerdo cariño ¿Por qué me has llamado?
— Necesito de tu ayuda.
— ¿Qué será?
— Necesito que me prestes dinero.
— ¿Cuánto necesitas?
— Tres mil dólares, te prometo que te los pagaré.
— No tienes que hacerlo, ese dinero es tuyo, es la herencia que tu abuela dejó para ti.
— Gracias mamá.
— ¿Alana estás bien? ¿Para qué es ese dinero? —Preguntó Irene tratando de indagar qué ocurría con su hija.
— Luego te lo diré, quédate tranquila que yo estoy bien.
Alana permaneció en la casa de su amiga, y durante todos esos días, Janet hizo todo lo posible para hacerla olvidar lo que había pasado. Fueron al museo, recorrieron centros comerciales, vieron todas las series de CSI Miami, New York y Las Vegas, comieron helados, cantaron canciones de despecho y, por último, para cerrar con broche de oro el despecho y la traición de una amistad, se emborracharon.
Al quinto día de su estadía, el estado de ánimo de Alana había mejorado considerablemente. Aunque en el sexto día casi muere del susto cuando Dylan se apareció en la casa de Janet. Su amiga, ya entrenada en los días anteriores, le dijo que no sabía nada de su paradero. El corazón de Alana latió con fuerza al escucharlo, pero su mente siempre tan sensata aplastó cualquier sentimiento.
Ya pasada la semana, el dolor continuaba siendo punzante, aunque Alana había logrado retomar el control de sus emociones. Fue en ese momento que decidió regresar al apartamento que compartía con Sindy.
Al llegar al edificio, verificó que algunos de los vehículos de Dylan no estuvieran estacionados por allí. Al no encontrar nada fuera de lo común, subió. Una vez adentro, notó que Sindy tampoco estaba en casa. Alana se dirigió a su habitación y se recostó en la cama, observando el techo durante un rato. Un recuerdo invadió sus pensamientos: los labios de Dylan saboreando los suyos, sus lenguas jugueteando, las manos de él acariciando su cabello, las de ella sujetando su cintura. Furiosa, se incorporó de un salto en la cama.
Borrarré cada rastro tuyo de mi mente y de mi corazón, pensó con determinación.
Alana escuchó la puerta principal cerrarse y se levantó de inmediato, esperando en silencio. Al no oír voces, supuso que Sindy estaba sola en casa. Salió de la habitación y se encaminó hacia la rubia.
— ¿Alys, cuándo llegaste? ¿Dónde estabas, mujer? —preguntó Sindy asombrada al verla.
— Llegué hace un rato. Estaba disfrutando de unas pequeñas vacaciones —contestó Alana con calma.
— Irene te ha llamado un montón de veces. Tuve que decirle a Dylan que me acompañara a buscarte porque tu madre me lo pidió.
Alana había cometido el gran error de no avisarle a Irene que estaría con Janet, y como no había cogido su móvil durante una semana, cuando su madre la llamó aquella mañana, estaba histérica. Alana pasó más de una hora tratando de calmarla y explicándole que se encontraba bien.
— Ya he hablado con ella —aclaró.
— ¿Por qué no me dijiste que ya no te quedarías aquí? —preguntó Sindy dolida—. Por lo visto, Irene tampoco sabía de tu paradero en los últimos días, pensaba que estabas con Janet y allí tampoco te encontrabas. Eso no es habitual en ti.
Alana esbozó una sonrisa irónica.
— ¿Estabas preocupada por mí? —preguntó con sarcasmo.
— Claro, Alys. Me ofende esa pregunta. Eres mi amiga —respondió Sindy.
— ¿Cómo puedo preguntar algo así si la respuesta es tan obvia, verdad? —La ironía marcaba cada una de las palabras de Alana, pero Sindy seguía sin percatarse.
— Por supuesto. ¿Puedes creer que, de los nervios, incluso llamé a Bryan? Pensé que tal vez él te hubiera visto.
Alana estaba indignada y pensó: Qué falsa eres. ¿Cómo no me di cuenta antes?
— Qué ingrata soy, no pensé que mi ausencia te afectaría tanto —continuó Alana con el mismo tono sarcástico, pero Sindy seguía sin darse cuenta.
— Fue horrible... Bryan estaba tan agobiado como yo —insistió Sindy, tratando de que Alana captara el anzuelo.
— ¿Él estaba preocupado por mí, a pesar de mi evidente rechazo? —preguntó Alana, en parte sarcástica, pero también interesada en obtener una respuesta.
La rubia asintió con una sonrisa.
— Sí, si lo hubieras visto, estaba como un loco pensando en lo peor, quería venir con nosotros a buscarte, pero sabes que Dylan y él no se llevan muy bien.
— ¿Y Dylan también estaba preocupado? — preguntó Alana, aunque se reprendió por mostrar interés.
— Sí, aunque su intranquilidad era por mí. A él no le gusta verme angustiada.
— Entiendo... — Alana puso los ojos en blanco — Volviendo a hablar de Bryan, esta semana he estado reflexionando mucho. Ahora que me has contado lo preocupado que estaba por mí, reconozco que no he sabido apreciarlo y he sido muy dura con él. ¿Tú qué opinas?
Sindy asintió.
— Sí, has sido muy dura. Yo siempre te lo he dicho, Alys, ese hombre es un partido completo. Está locamente enamorado de ti y se dice por ahí que es muy habilidoso en la cama.
Alana suspiró con paciencia y respondió a Sindy:
— Ahora que no tengo preocupaciones de estudios en mi cabeza y estoy soltera y sin compromisos, pienso que no es mala idea darle otra oportunidad a ese chico. Además, ¿por qué no?, si es posible, puede que también pruebe sus habilidades, porque ya es hora de que haga un gran cambio en mi vida.
Sindy se quedó con la boca abierta.
— ¿Me estás hablando en serio? — preguntó incrédula.
— Sí, estoy cansada de estar sola, y cuando veo la relación que tienes con Dylan, me da envidia, claro, de la buena. — A pesar del tono irónico de Alana, Sindy estaba tan emocionada con el cambio de su amiga que no percibía su verdadera actitud.
— Qué maravilla, al fin has entrado en razón. — Sindy soltó una carcajada de emoción.
Alana esbozó una sonrisa forzada.
— Quiero que me ayudes a quedar con él, pero debe ser algo casual. Algo como que tú y yo vayamos a algún sitio y Bryan esté allí. Si Dylan está contigo, sería mucho mejor, así tendría la excusa para pasar más tiempo con él... ¿Qué te parece?
— Me parece estupendo. Justamente esta noche hay un cóctel en el que varias marcas darán a conocer un adelanto de sus próximas colecciones, y yo estoy invitada.
— ¡Fantástico! — exclamó Alana fingiendo emoción — ¿Vas a ir con Dylan?
— Sí, él también está invitado.
— Entonces esta es mi noche — comentó Alana — eso sí, no le cuentes a nadie nuestro secreto, ni siquiera a Dylan. Quiero que mi llegada sea una sorpresa.
— Tranquila, mi boca está sellada — dijo Sindy riéndose — y ven, Alys, que tenemos que ponerte preciosa para que deslumbres por completo a Bryan.
— Pensé que nunca me lo sugerirías.
— Alys, te siento cambiada, pero me gusta ese cambio. Me agrada que hayas dejado atrás la actitud mojigata y que estés empezando a divertirte como se debe.
— Tienes razón, Sindy, ya era hora, pero ahora estoy lista y no sabes cuánto me voy a divertir.
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