Capítulo 24


Inesperado...

Después de comenzar la mañana de manera agitada, como era su ritual diario, amarse hasta que ya no le quedaran ganas, Dylan la llevó a su trabajo como era también ya costumbre, y es que Alana, cuando tomó la decisión de quedarse en New York todo el verano, buscó empleo, y lo consiguió en el mismo hospital donde una vez por semana trabajaba como voluntaria. Una enfermera tenía que coger una licencia por una lesión en una mano y le ofreció la vacante, porque conocía su profesionalismo y su don de gente.

Dylan paró al frente del hospital y la atrapó en sus brazos como si el mundo se fuera a terminar. A él le costaba un mundo soltarla y mucho más separarse de ella durante varias horas.

— Adiós amor, que tengas un buen día — le dijo Alana con ternura.

— Ya lo tengo preciosa —le dijo él besando su cuello, haciéndole cosquillas—nos vemos esta noche.

Ella se bajó del coche, y él se quedó viendo cómo entraba con ese movimiento de caderas del que ella no era consciente y que tanto a él le gustaba. Sonrió, se acomodó su creciente excitación en los vaqueros y arrancó el coche.

El día para Alana en el hospital estuvo agitado con el ingreso de un niño con un elevado grado de deshidratación, por lo que algunos de sus órganos comenzaron a fallar; además, presentaba una peritonitis aguda.

La doctora de guardia había logrado estabilizarlo, aunque Alana, como estudiante de medicina, sabía que tenía que ser cautelosa a la hora de hablar con los familiares. Aun así, el chico seguía débil y cualquier eventualidad, por efímera que fuera, podía complicarlo. La negligencia de sus padres dejaba mucho que desear; a ella le indignaba que hubiera personas que no cuidaran a sus pequeños como se debía; ese chiquillo debió ser atendido por un médico inmediatamente cuando presentó los primeros síntomas de vómitos y fiebre durante tres días. Si en ese momento se hubiera tratado a tiempo lo que en un comienzo se debía a una simple apendicitis, no se hubiera puesto en peligro su vida con una grave peritonitis. En un caso así, Alana no podía entender el motivo de la dejadez y tardanza de esos descuidados padres que casi acaban con la vida del niño.

Ella estuvo al cuidado del pequeñín hasta que terminó su turno. Como aún no era tan tarde, decidió ir a casa de Janet y esperar a que Dylan fuera por ella. Cuando llegó a la casa de la morena, esta no había regresado de su trabajo de medio tiempo como recepcionista en un gimnasio en Manhattan. Janet siempre dejaba la copia de la llave debajo de una maceta que tenía a un lado de la puerta. Alana cogió la llave y entró, aprovechando ese corto tiempo en solitario para leer un rato, pero su tranquilidad se vio interrumpida por la llamada de Irene.

— Hola mamá — Alana la saludó con entusiasmo.

— Hola cariño... ¿Cómo te encuentras? — preguntó su madre.

— Estoy bien, ¿Y tú y papá?

— Estamos bien, aunque un poco aburridos. Teníamos tantos planes para este verano. La semana que pasaste aquí no nos ayudó mucho a romper la tranquilidad de nuestra monótona vida.

Alana puso los ojos en blanco.

— Mamá, no comiences de nuevo. Ya te expliqué mis motivos.

— Está bien — dijo Irene con un suspiro exagerado — ¿Por qué no me dijiste que ya no estás viviendo con Sindy?

— ¿Quién te lo dijo? —preguntó Alana con suspicacia.

— Entonces es cierto —afirmó la mujer asombrada.

— No me he mudado, todavía... me estoy quedando en casa de mi amiga Janet, ya que Sindy está de viaje —mintió, su madre no estaba preparada aún para conocer su verdad.

— ¿Pensabas decírmelo? —Preguntó Irene con ironía.

— Por supuesto, solo que no le di mucha importancia, porque todavía tengo mis cosas en el apartamento.

— ¿Qué ocurrió? Quiero conocer toda la verdad.

— No ha pasado nada, solo que tenemos ciertas diferencias y creo que lo mejor es darnos nuestro espacio.

— ¿Qué diferencias? — Insistió Irene.

— Eso es algo entre Sindy y yo, mamá. Quizás otro día te lo cuente.

— Sindy me llamó hace un rato completamente devastada porque se dio cuenta de que llevo mucho tiempo sin ir al apartamento. Está muy afectada, ya que se siente culpable por lo que le dijo la última vez que se vieron... pero está arrepentida.

Alana se quedó pensativa y luego le preguntó a su madre:

— ¿Por qué no me llamó a mí si estaba tan mal? Si no es por ti, no me entero de que ha regresado.

— La conozco bien — aseguró Irene — y está mal. Deberías hablar con ella y ver cómo se encuentra.

— No sé si pueda ir hoy — dijo con tono firme — he tenido un día muy ajetreado.

— Intenta hacer un espacio, hija. Te lo suplico. Resuelvan sus diferencias. Tienen una hermosa amistad que no debería terminar por tonterías.

Alana pensó: "Ojalá fueran tonterías", sumergida en un mar de culpabilidad y remordimiento.

— Está bien mamá, iré.

— Gracias, cariño. Sabía que harías lo correcto. Eres una buena chica... Ahora cuéntame, ¿dónde vive esta amiga tuya?

— Vive en Brooklyn.

— ¿Es la misma Janet de la que siempre me hablas?

— Exactamente.

— Me alegra saber que estás bien, cariño.

Después de hablar con su madre, Alana reflexionó sobre sus palabras y, sobre todo, sobre el hecho de que ya era hora de hablar con Sindy. No podía seguir posponiendo lo inevitable.

Al tomar su bolso, Alana decidió afrontar lo que debía sin demora, sin importar las consecuencias que pudieran surgir. Sin titubear, se dirigió hacia el metro. El viaje resultó incómodo, típico de la hora pico, con el andén y el vagón abarrotados. No obstante, tras unos largos veinte minutos, llegó al apartamento.

Al abrir la puerta, se percató de que las maletas seguían en la sala, aparentemente sin desempacar. Era evidente que Sindy estaba en casa, ya que su bolso Louis Vuitton descansaba en la mesa junto a su móvil. Sin perder tiempo, se encaminó hacia la habitación de Sindy, cuya puerta estaba entreabierta.

Alana notó que Sindy hablaba con alguien, por lo que se detuvo en el umbral, presenciando cómo, en ese mismo momento, su amor y su felicidad se desmoronaban como un castillo de naipes azotado por el viento. La voz de su amiga resonaba en la conversación con Dylan, y las palabras que se intercambiaban desgarraron su mundo.

— Desde que comenzó todo eso, las cosas entre nosotros cambiaron —reprochaba la rubia.

— Las cosas siempre estuvieron claras entre tú y yo desde el principio —se defendía Dylan en tono severo.

— No, todo era maravilloso —insistía Sindy— hasta que hiciste esa maldita apuesta con Bryan y empezó la competencia por Alana. Después, no te separabas de ella para que él no se le acercara.

— Tenía que asegurarme de ganar, por nada más —respondía Dylan con tranquilidad.

"¿Apuesta? ¿Qué apuesta?" se preguntaba Alana una y otra vez mientras seguía escuchando.

— Pero la apuesta era que Bryan se acostara con Alana, no que tú estuvieras con ella todo el tiempo —le recriminaba ella.

— Tenía que asegurarme de que ese idiota no ganara.

— ¿Entonces todas tus salidas con ella eran parte de la apuesta? ¿Solo para evitar que Bryan se quedara con el Bugatti?... ¿No era porque realmente te gustaba, como dicen mis amigas? —preguntaba Sindy, con un tono de esperanza en su voz.

— Todo era por la apuesta. Entre Alana y yo no hay nada. Ahora cálmate y deja de hacer tanto escándalo —decía Dylan, visiblemente enfadado.

— Deberías dejar que Bryan se acueste con ella. Está muy sola y necesita a alguien. Tú tienes tanto dinero que puedes comprar otro coche mejor que ese.

Alana se ocultó, incapaz de creer lo que estaba escuchando.

"Me apostaron, y Sindy lo sabía", pensó con el corazón agitado y el estómago revuelto.

— Por favor, cariño, olvidemos todas estas tonterías y concentremos nuestra atención en nosotros, en disfrutar de la vida como tú y yo sabemos hacerlo.

Alana seguía oculta, pero se acercó para observar lo que estaba ocurriendo, y vio a Sindy pegada a Dylan. Las manos de ella estaban en el cuello de él, y en ese momento, lo besó.

La joven cerró los ojos, dejando que las lágrimas se acumularan en sus pestañas. Sacudió la cabeza, como si quisiera deshacerse del tormento que la invadía, y abandonó aquel lugar con el corazón hecho pedazos. Una mezcla abrumadora de rabia y dolor la consumía, haciéndola sentir como si estuviera al borde de la explosión. Caminó sin rumbo fijo, cada paso parecía un intento desesperado por escapar de la confusión que la envolvía.

Sus lágrimas nublaban su visión, pero, entre la neblina de su tristeza, divisó un pequeño parque solitario. Se dejó caer en uno de los bancos, un refugio temporal para su agitada mente. Cerrando los ojos, dejó que su mente retrocediera, recordando cada una de las palabras que Sindy había pronunciado. Cada recuerdo era un puñal que se clavaba en su pecho.

Frustración, rabia y dolor se mezclaban en sus sollozos. La pregunta martilleaba su mente: ¿Todo lo que había vivido en Boston había sido una farsa? ¿Había sido engañada de esa manera? Las palabras de Sindy resonaban en su cabeza, y todo comenzó a cobrar sentido.

Sindy lo sabía todo y, sin embargo, había guardado silencio. La traición se había gestado a sus espaldas durante mucho tiempo, y un sentimiento de traición y humillación se apoderó de ella. ¿Desde cuándo se burlaban de ella en ese retorcido juego? Las lágrimas seguían fluyendo.

Recordó cada ocasión en la que Bryan se había acercado a ella, y cómo Sindy, su mejor amiga, había sido cómplice de sus intenciones maliciosas. Un escalofrío de asco y repulsión recorrió su cuerpo.

Y luego estaba Dylan, el peor de todos. Sentía que había sido engañada desde el principio, que él se había burlado de sus sentimientos con crueldad. Cada recuerdo de su relación era como un cuchillo que se clavaba más profundo en su corazón destrozado.

No sabía cuánto tiempo había pasado en aquel lugar, pero cuando finalmente logró recobrar la compostura, la oscuridad ya había caído sobre la ciudad. Se levantó del banco con determinación, decidida a enfrentar a Dylan y exigirle que le explicara todas las mentiras y la traición que había ocultado.

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Después de disfrutar de una ducha reconfortante, Alana se vistió con unos jeans, una camiseta y sus cómodos tenis. Mientras recogía sus pertenencias, aguardó la llegada de Dylan, tendiéndose en la cama mientras su mente se sumía en un torbellino de recuerdos. Cada detalle cobraba vida a medida que reflexionaba profundamente.

Su memoria retrocedió a la noche en que cenó con Bryan, donde la aparición de Dylan había convertido un encuentro casual en algo más. Recordó la escapada a Los Hamptons, donde él la había invitado a surfear, no por el placer de su compañía, sino como una estrategia para alejarla de su rival, Duboin. "Dylan tenía sus propios motivos", reflexionó Alana.

Luego, sus pensamientos se centraron en Sindy. Se preguntó cuándo habían cambiado tanto. Aquellos años de amistad, que alguna vez fueron genuinos, ahora parecían una farsa. Se daba cuenta de que el vínculo entre ellas se había desmoronado por completo. Había traicionado a su amiga al involucrarse con su novio, mientras que Sindy intentaba manipularla para que se acercara a un hombre que solo la deseaba como un trofeo de conquista, convirtiéndose en cómplice de estos dos desalmados.

La única diferencia entre ellas era que Alana se había entregado a Dylan porque estaba enamorada de él, mientras que Sindy no tenía excusa para su crueldad. La confianza que alguna vez floreció entre ellas se había quebrantado de manera irreversible. Alana se preguntaba cuándo exactamente se había roto su amistad; era un misterio sin respuesta.

Inmersa en sus pensamientos, finalmente se quedó dormida. Cuando abrió los ojos, ya era de día. Alana se levantó de la cama y escudriñó su habitación antes de salir para revisar el apartamento en busca de algún rastro de Dylan.

Cualquier esperanza residual de que todo fuera una mentira se desvaneció al percatarse de que Dylan no había regresado a dormir. La amarga realidad se hizo evidente: él había pasado la noche con Sindy.

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