Capítulo 18

El sueño...
— Qué ánimo tan gris tenemos hoy — comentó Janet con sarcasmo.
— Tengo el mismo ánimo de todos los días. — Respondió Alana con tranquilidad.
— Te conozco bien, tú no eres así; ayer estabas radiante de felicidad.
— La falta de sueño reparador, tal vez me tiene así.
— ¿Y a qué se debe esa falta de sueño? — preguntó Janet con curiosidad.
Alana sonrió.
— Tú te has equivocado de carrera, debiste haber estudiado para detective. — Bromeó.
Janet soltó una carcajada.
— No te creas, a veces lo pienso — continuó riéndose — CSI es una excelente escuela, pero no me cambies el tema... yo sé lo que te tiene así, o mejor dicho quién te tiene así... por fin un hombre ha roto esa coraza que te habías autoimpuesto, el problema es que ese hombre tiene a su lado una víbora oxigenada a la que solo le interesa la fama y el dinero que tiene, y jamás va a permitir que entre ustedes pase algo.
Alana deseaba decirle a Janet que estaba equivocada, pero estaba totalmente en lo cierto. Cuando Dylan salió por la puerta de su apartamento, ella tuvo la completa certeza de que se había enamorado como una tonta de él, y es que su obstinado corazón no entendió lo que su razón le decía a gritos: "Dylan no puede ser tuyo". Su cuerpo tampoco entendía de razones, porque a cada contacto se quedaba anhelante y pedía más. Ese sentimiento estaba destinado a estar sumergido en la oscuridad; jamás vería la luz. Su contentamiento radicaba en estar a su lado como amiga y quererlo en secreto.
— No quiero hablar de eso, por favor cambiemos de tema — suplicó con un nudo en la garganta.
— Entiendo, pero en algún momento vas a tener que desahogarte y yo voy a estar aquí... no lo olvides. —dijo Janet tomándola de la mano.
Ella sonrió.
— Gracias por entender.

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Alana estaba oficialmente de vacaciones, aún no tenía claro qué haría con todo ese tiempo libre. Iba de camino al hospital a ver a Liliana cuando recibió la llamada de su madre.
— Hola mamá. — Saludó la joven.
— ¿Cuestan mucho las llamadas en Nueva York, que no me llamas? — preguntó la mujer con ironía.
— Qué exageración tan grande, hablamos hace un par de días ¿Lo recuerdas? — preguntó Alana con ironía.
— Para mí es como si hubieran pasado dos meses... y no soy una exagerada.
— Sí lo eres, no puedo llamarte a cada minuto y más cuando estaba en exámenes finales, tú más que nadie debería comprenderme. — se quejó la chica.
— Claro que te comprendo mi chiquilla bella.
— ¡Por favor mamá, no me llames así! — exclamó Alana avergonzada — ya soy una mujer adulta por si no te has fijado.
— Nada de eso, para mí siempre serás la chiquitita de mami. — Respondió Irene riéndose.
Alana resopló.
— ¿Cómo está papá? — Preguntó para cambiar de tema.
— Muy bien, está metido de cabeza en la renovación de tu habitación para que la encuentres fabulosa cuando regreses... estamos ansiosos por verte ¿Ya compraste el boleto?
— No estoy segura de que vaya a Boston este verano. — Habló con mucha cautela.
— ¿CÓMO ES LA COSA? — gritó Irene al otro lado del teléfono.
— Por favor no te molestes — Alana intentó calmarla — estuve pensando en buscar un empleo de medio tiempo, quiero ayudarlos con los gastos y también para ahorrar un poco de dinero.
— No necesitas ningún empleo, cariño, tu padre y yo estamos bien económicamente y podemos darte todo lo que necesitas. Tú solo tienes que enfocarte en tus estudios...
— Mamá — la interrumpió Alana — esto lo hago por mí, no puedo depender de ustedes. De verdad agradezco todo su apoyo incondicional, pero necesito abrir las alas hacia la independencia.
— Todos te estamos esperando — dijo Irene en tono quejumbroso — tu tía Diana, el primo Antonio y sobre todo Jeff, cada vez que nos encontramos me pregunta por ti, está loco por verte.
— Lo del empleo aún no es definitivo o al menos creo que puedo ir una semana a Boston y después regresarme. En este momento no tengo muy claro qué voy a hacer, la próxima semana tomaré una decisión y te la haré saber.
— ¿La idea de quedarte el verano en Nueva York tiene que ver con algún hombre que has conocido? — Preguntó su madre con suspicacia.
Por supuesto que tenía que ver. No podía imaginarse pasar más de dos meses sin verlo. Dylan llevaba una semana en Londres y lo extrañaba con locura. Cada noche esperaba su llamada como si la vida dependiera de ello. Su voz aterciopelada, su risa, todo él era un estupefaciente muy potente para ella.
— No comiences mamá.
— ¿Es eso? ¿Alana, estás saliendo con alguien? — Volvió a preguntar Irene.
— No estoy saliendo con nadie, ya te lo dije... solo quiero ganar mi propio dinero y tengo que colgar porque voy a coger el metro.
— Muy oportuno ese metro... — comentó la mujer con sarcasmo.
— Adiós mamá, hablamos luego. — Alana trancó la llamada rápidamente al sentirse descubierta.

✨✨✨✨✨✨
Desde que Liliana llegó al hospital y se encontraron con la situación peculiar de la niña que no tenía a nadie, todos los que allí trabajaban se abocaron a ella, dándole amor. Por la mañana, una de las enfermeras le llevaba un desayuno especial, le enseñaba a lavarse bien los dientes, la vestía, luego llegaba otra persona del personal y jugaba con ella. Era la consentida del lugar y todo el personal deseaba una cosa: que Lili estuviera sana. La operación era costosa, ya que la niña no contaba con un seguro médico, así que cada uno puso de su propio dinero, y llegó un momento en que se rebasó la cuota establecida.

Cuando finalmente tenían el dinero, faltaba el donante y esa era el mayor obstáculo: encontrar a alguien compatible con la niña. Por eso, cuando el Doctor Caruzo dio la noticia de que tenían el donante para Liliana, hubo gran algarabía de emoción en el hospital. Fue una histeria colectiva; al fin, Liliana podría estar bien.

Alana estaba emocionada. No podía creerlo. Estaba tan feliz que tuvo la osadía de llamar a Dylan. Deseaba compartir ese hecho tan importante con él.
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El día del trasplante, Alana llegó muy temprano al hospital. Todos estaban expectantes, alegres, pero a la vez nerviosos. Y más aún cuando a última hora el doctor decidió realizarle a la niña unos exámenes más exhaustivos.

Los resultados de los exámenes no fueron del todo favorables. La alegría que abundaba en la unidad de pediatría se evaporó. El trasplante conllevaba riesgos que podían poner en peligro la vida de la pequeña. Sin embargo, los médicos tratantes decidieron tomar el riesgo por el bienestar de la pequeña.

La esperanza de que todo saliera bien era muy grande y Alana creía firmemente que así sería.

La habitación de Lili estaba invadida por el equipo de trasplante, conformado por médicos y enfermeras que no conocía. Antes de iniciar el procedimiento, le dieron la oportunidad de hablar con la chiquilla.

— Me duele el brazo — se quejó Liliana al verla.

Alana le dio un beso en la mejilla.

— Es por tu bien, mi chiquitita. Cuando todo esto termine, te sentirás mejor.

La niña agarró un mechón suelto de su pelo.

— ¿Hasta dónde crees que me crecerá mi cabello? — preguntó con inocencia.

— Crecerá tan largo como quieras. — Respondió Alana con un nudo en la garganta.

— ¿Y no me dolerá si tú te subes, cuando vengas a visitarme? — La inocencia de los niños era un regalo de Dios. A pesar de la situación en la que se encontraba Liliana, permanecía soñando con lo que iba a tener.

Alana no pudo evitar reírse ante la inocente pregunta.

— Creo que no será necesario que yo me suba a tu cabello. Rapunzel estaba encerrada en una torre, y tú no.

Lili le acarició el rostro y Alana le volvió a dar otro beso en la mejilla.

— ¿Te vas a ir? — preguntó Liliana con ansiedad.

— No, mi princesa, estaré contigo hasta que todo termine.

— Te quiero, Alana. — le dijo con ternura, acompañada de su linda sonrisa.

— Yo te quiero más, mi chiquita.

El procedimiento se realizó con normalidad. Cuando terminaron, la niña estaba dormida. Alana se quedó con el equipo de enfermeras encargadas de monitorearla. A las pocas horas, comenzaron a darse cuenta de que las cosas no iban nada bien. El ánimo de todos decayó al ver que la pequeña comenzó a presentar síntomas de rechazo al trasplante de manera acelerada.

Pasaron dos días y Liliana no presentó ninguna mejoría. Alana no durmió en todo ese tiempo y fue muy poco lo que comió. Le había prometido a la niña que estaría allí y así lo haría, pero su amiga Janet insistió en que tenía que descansar porque así no le servía de nada a Lili. Fue tanta la insistencia que a regañadientes fue al apartamento a cambiarse de ropa y dormir tan solo un par de horas. Ya sintiéndose renovada, regresó al hospital. Sin embargo, en el momento en que se encontró con el doctor Caruzo, que salía de cuidados intensivos con el rostro desencajado, ella lo supo de inmediato: su pequeñita se había ido, Liliana había muerto. Un dolor agudo y lacerante se alojó en su corazón. No lloró como lo hicieron los demás, no gritó como lo hizo una de sus doctoras; simplemente se retiró a un lugar apartado y allí se quedó en un estado de shock por varias horas.
Ver a Dylan allí en el hospital la sacó de aquel estado y, cuando la abrazó con tanto amor, todo su dolor salió y lloró desconsoladamente. Sus dulces y tiernas palabras fueron un bálsamo para su maltrecho corazón. Se aferró tanto a él que no tuvo conciencia de cuánto tiempo estuvieron allí unidos en ese abrazo. Lo que sucedió después fue como una bruma para ella: el funeral y el entierro. Darle el último adiós fue lo más doloroso, porque nunca más volvería a ver su sonrisa, no escucharía más su vocecita juguetona, ya no le leería su cuento favorito, ya no le daría ese hogar que tanto había deseado darle, porque Liliana, su pequeñita, se había ido.
En todo ese episodio doloroso de su vida, Dylan no se apartó de su lado ni un solo instante.
Luego de darle el último adiós a Liliana, su amiga Janet, por petición de Dylan, le suministró un sedante para que pudiera descansar, ya que llevaba varios días sin poder dormir y eso podía afectar gravemente su salud.
✨✨✨✨✨✨
Alana durmió profundamente hasta que una luz resplandeciente la despertó. Al abrir los ojos, la abrumadora tristeza que sentía volvió a reaparecer, al igual que el dolor punzante en su corazón. Las lágrimas amenazaron con desbordarse nuevamente, pero el canto de unos pajarillos detuvo su llanto. Observó la luz brillante en el lugar que ya no era su habitación y se asombró al ver que estaba en medio de un hermoso jardín. Se bajó inmediatamente de la cama y, en lugar del suelo de madera de su cuarto, sus pies tocaron un césped perfectamente cortado rodeado de flores de diferentes formas y colores que nunca antes había visto. Al moverse por el viento, las flores originaban una hermosa melodía.

Completamente asombrada, siguió caminando por ese extraño, precioso y majestuoso jardín. Entonces escuchó risas, muchas risas, de niños. Se dejó guiar por el sonido hasta que los encontró. Había muchos chiquillos de diferentes edades y distintas nacionalidades jugando y riendo. La felicidad que expresaban en sus rostros era indescriptible; Alana nunca antes había visto tanta felicidad en ningún otro ser humano como la que había en esos niños.

La risa de una niña en particular penetró en sus oídos. Buscó con la mirada de dónde provenía ese sonido tan familiar para ella y vio a una niña de cabello largo y rubio. Su corazón de inmediato la reconoció y corrió con desesperación hasta ella.
— Liliana — la llamó emocionada.
La hermosa criatura atendió al llamado, le sonrió y fue a su encuentro.
— Lili, mi amor, eres tú — Alana se agachó para poder abrazarla, no pudo contener el llanto.
— No llores — le dijo rápidamente Liliana.
— Mi chiquita, no puedo, me haces tanta falta — respondió Alana sollozando.
— No debes estar triste — la consoló la niña — yo estoy bien, ya no siento más dolor, aquí no me inyectan y mira cómo creció mi cabello ¿Te gusta?
Alana asintió sonriendo, pero con los ojos anegados de lágrimas.
— Es precioso y más hermoso que cualquier otro, mi princesa.
Liliana sonrió ampliamente.
— Aquí tengo muchos amigos nuevos — dijo la pequeña señalándolos emocionada — jugamos todo el tiempo.
— ¿De verdad eres feliz? — preguntó Alana asombrada — ¿No deseas regresar conmigo?
La niña negó con la cabeza.
— No quiero regresar, no quiero sentir más dolor.
Alana volvió a sollozar.
— Mi niña... te quiero tanto.
— Yo te quiero más — le respondió Lili riendo, mientras la volvía a abrazar.
La voz de un hombre llamó a la chiquilla. Alana no vio de dónde provenía el llamado, pero su ser supo quién era Él. En ese preciso instante, todo el dolor que aprisionaba su pecho y que le tenía el alma contristada se esfumó y de inmediato sintió una inmensa y sobreabundante paz.
— Me tengo que ir, mi Papito me llama — le dijo Liliana apresurada por irse con Él.
— Nunca te voy a olvidar — le dijo Alana con ternura — siempre te voy a tener tu recuerdo guardado en mi corazón.
— Te quiero, Alana — dijo Lili dándole un beso en la mejilla — es hora de que regreses y ya no llores por mí — le volvió a repetir.

Alana se despertó sobresaltada, se tocó las mejillas y las tenía húmedas por sus lágrimas. Volvió a mirar a su alrededor y comprobó que estaba en su habitación. Era ya de noche, porque la luz de la luna se filtraba por la ventana.

Se quedó meditando por unos momentos en lo que acababa de vivir y, aunque parecía un sueño increíble, ella tuvo la certeza de que había sido muy real. Efectivamente, la profunda tristeza que había sentido desde que Lili falleció ya no estaba.

Animada, se levantó de la cama y, después de muchos días sin comer, tuvo hambre. Había perdido la cuenta de cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había probado alimento. Salió del cuarto y escuchó la televisión encendida. Cuando llegó a la sala, allí estaba él, sentado en el sofá viendo un juego de béisbol.

Dylan le bajó el volumen al aparato y la miró con preocupación.
— ¿Te encuentras bien? — iba a levantarse, pero Alana lo detuvo y se sentó a su lado.
— Estoy bien — respondió ella — pensé que te habías ido.
— No pienso dejarte, hasta que estés perfectamente — le dijo en tono serio.
Alana sonrió y le dijo:
— Gracias por estar conmigo.
Él la abrazó y ella colocó la cabeza en su hombro.
— ¿Nena, estás seguro de que te encuentras bien? — volvió a preguntarle.
— Sí, mucho mejor... ¿sabes? Cuando el doctor nos dio la noticia de que Liliana se había ido, fue un impacto muy grande para mí. Tenía todas mis esperanzas puestas en ese trasplante. Tenía tantos sueños con esa niña, quería regalarle el cielo, pero le arrebataron todas mis ilusiones en un abrir y cerrar de ojos. Sentía mucha rabia... no comprendía por qué criaturas inocentes como Lili tenían que morir. Tenía el corazón destrozado, pero acabo de tener un sueño tan real que me ha hecho replantearlo todo.
— ¿Viste a Lili en el sueño? — preguntó Dylan con curiosidad.
— Sí, estaba preciosa con un vestido blanco. Tenía un cabello precioso como ella quería y, sobre todo, no dejaba de sonreír. Se acercó a mí y habló conmigo. Me pidió que ya no estuviera triste porque ella se encontraba feliz, rodeada de amigos, y sobre todo que ya no sentía dolor. — Alana suspiró — Yo fui egoísta, ahora lo veo. En mi deseo de querer convertir su mundo en felicidad, no comprendía que mi niña sufría. Fue a través de esa visión que pude entenderlo. No sé por qué, pero creo en ese sueño y ahora sé que Liliana está en un sitio muchísimo mejor y está feliz. Y yo tengo que sentirme igual, así que no más tristeza.
Dylan la apretó más a su cuerpo y besó su frente, aspirando su delicioso aroma.
— No sabes el alivio que siento al escucharte hablar así. Y también creo que verdaderamente Lili está en un lugar mejor.
El estómago de Alana rugió y ella se echó a reír.
— Alguien por aquí tiene hambre — bromeó él — ¿Quieres que te prepare algo?
— Yo puedo hacerlo — ella hizo el amago de levantarse.
— Nada de eso, esta noche jovencita eres mi consentida... eso sí, no te ilusiones con un gran platillo porque mi habilidad culinaria llega hasta preparar un sándwich.
— Con eso me conformo y que sean dos, por favor.
— Sus deseos son órdenes para mí. — Dijo Dylan haciendo una perfecta reverencia, imitando a un noble caballero inglés.
Después de preparar los emparedados, comieron viendo el juego de béisbol.
— He conseguido dos entradas para el juego de mañana en el Yankee Stadium. ¿Quieres ir conmigo? — le preguntó Dylan.
— ¿Yankee Stadium? — preguntó con incredulidad — Ha sido mi sueño desde que nací. Claro que me encantaría ir — dijo sonriendo ampliamente, deslumbrando a Dylan en el proceso, sin darse cuenta.
— Excelente — dijo en tono grave — después de todo lo que ha pasado, quería que te distrajeras un poco. — Dylan le quitó el plato y lo colocó en la mesa. — Por cierto, se me había olvidado comentarte que tu mamá llamó y está preocupada por ti.
Alana se quedó mirándolo.
— ¿Le dijiste quién eras?
— Por supuesto, me lo exigió. — él volvió a sentarse a su lado.
— Dime que no te sometió a un interrogatorio.
— No, cuando le di mi nombre, se disculpó y hasta me invitó a Boston... me habló de un grupo de amigas que quiere conocerme.
Alana se tapó la cara con las manos.
— Qué vergüenza contigo.
— Tu mamá es peculiar, pero me agrada — dijo riéndose.
— Quiere que me vaya a Boston todo el verano.
Dylan frunció el ceño.
— ¿Vas a irte? — preguntó mirándola a los ojos.
— ¿Te importaría que me marchara? — Ella escudriñó su mirada esperando su respuesta.
— Sí, y mucho — le susurró y se aproximó a ella, quedando frente a frente, tan juntos que sus respiraciones se mezclaron. Ella miró involuntariamente su boca. Entrecerró los ojos, asustada. Dylan se inclinó sobre sus labios, escasos centímetros los separaban.
El sonido de la cerradura de la puerta principal abriéndose hizo que se separaran de inmediato.
— ¿Alys? Al fin llegué — gritó Sindy.

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