Capítulo 15


Dylan

Sindy no lo dejó en paz durante toda esa semana; se había vuelto empalagosa, asfixiante. Quería absorber todo su tiempo y lo que más frustraba a Dylan era ver cómo Bryan no perdía oportunidad para estar con Alana, y él no podía hacer absolutamente nada. Hasta la última noche en los Hamptons.

Dylan había comenzado a beber desde temprano. Sentía algo dentro de él que lo perturbaba. Toda su tranquilidad se había ido a la mierda. Cada vez que veía a Bryan Duboin, una furia asesina se apoderaba de él. Quería matarlo. Ese día, a sus indeseables invitados se les ocurrió ir a festejar al bar de moda en el lugar, para tomarse fotos y subirlas a sus redes sociales. Estaban emborrachándose y llenando sus lindas naricitas de polvo. Dylan estaba harto de todo aquello. Por lo tanto, cuando llegó al sitio, se apartó de ellos y se sentó en la barra.

Y entonces la vio en medio de la pista, riéndose. Estaba preciosa. Llevaba un vestido negro corto que se ajustaba a cada parte de su delicioso cuerpo. Un idiota se le acercó y la invitó a bailar. Él sintió una sensación extraña que lo impulsó a pararse e ir hasta ella para quitar al imbécil del medio, quitar al imbécil que la estaba tocando.

Dylan tomó su lugar. Tenerla tan cerca, respirar su mismo aire, hizo que su cuerpo reaccionara al instante. Envolvió su cintura con su brazo y la pegó a su pecho. Su olor lo volvió loco y solo una idea cruzaba por su cabeza. Quería probar el sabor de sus labios. No le importó un carajo que lo vieran. No le importó el ruido ni las risas. Solo le importaba ella. Pero Alana no pensaba lo mismo. Aunque había respondido a su toque y sus labios casi se habían rozado, ella reaccionó y se escabulló. Escapó de él y lo dejó allí en medio de la pista, lleno de una enorme frustración.

Para Dylan, esa fue la primera vez que una mujer rechazó sus avances.

Dylan imaginó que al volver a la ciudad y al ajetreo continuo que era su vida, Alana saldría de sus pensamientos. Pero estaba muy equivocado. Ella seguía clavada allí y no había manera de sacarla. Cedió a la tentación y la llamó, pero ella no le contestó. Le envió mensajes una y otra vez, pero no obtuvo respuesta. Se preguntaba qué coño le había pasado. No entendía por qué no quería hablar con él.

Le preguntaba sutilmente a Sindy por ella, pero las respuestas que le daba eran genéricas. "Está bien", "está metida en sus estudios", "ya sabes lo aburrida que es", "te manda saludos". Un par de veces fue al departamento con la excusa de visitar a la rubia y así poder verla, pero Alana no aparecía. Era increíble que una chica que no tenía ningún tipo de pretensiones con él lo tuviera en ese estado. Seguro que si le preguntaran a algunas de las mujeres que habían salido con él alguna vez, llamarían a eso karma.

Dylan encontró a Alana en el lugar que menos imaginaba.

Él se consideraba un tipo egoísta. No le interesaba interactuar con nadie a menos que le aportara algún beneficio. Solo velaba por sus propios intereses. Le importaba una mierda la vida de los demás. Pero eso cambió cuando Alana se cruzó en su camino. Él se engañaba diciendo que era por la apuesta y su preocupación. Tal vez ese fue el motivo que lo movió a defenderla, a protegerla de la humillación que Francia Donelli pretendía hacerle allí delante de todos.

Y aunque Alana parecía una chica frágil, en realidad era una luchadora que no se dejó amedrentar por los cacareos de Francia. Pero eso no impidió que se quebrara una vez que todo terminó.

Tenerla envuelta en sus brazos, sintiendo su tristeza, su fragilidad, su ternura, en lugar de repelerlo, lo atrajo aún más.

Una vez que Alana estuvo más tranquila, él le cuestionó por qué lo había evitado todos esos días. Alana se mostró esquiva, le rehuía y eso lo frustraba. Él indagó hasta que el nombre de Bryan salió en la conversación. Pero ella le aclaró que Duboin no le interesaba en lo absoluto. Por increíble que pareciera, eso lo calmó. La tranquilidad volvió a su vida después de muchos días.

Luego de esa noche, las cosas continuaron bien entre ellos. Pero de alguna manera, Dylan quería más. Las cosas que antes lo satisfacían ya no le eran placenteras. Alana lo había embrujado. No había forma de sacarla de su mente y últimamente se encontraba buscando mil y una maneras de estar con ella, como la noche del cumpleaños de Liliana.

Ese día había recibido varias invitaciones, en especial la invitación de Olivia, una modelo francesa con la que le encantaba tener relaciones cada vez que venía a la ciudad. Tan fuerte era su obsesión por Alana que pasó de la francesita para estar con esa chica en el cumpleaños de una niña. Y no se arrepintió en ningún momento de haber tomado esa decisión.

Lo pasaron tan bien juntos que cuando llegó el momento de la despedida, él no la dejó ir. Deseaba saber más de ella. La curiosidad lo carcomía. Quería conocer si había alguien en su vida. No tenía ni idea de por qué coño le importaba eso, pero le interesaba y mucho.

En un momento de la noche, no pudo soportarlo más y cedió a la tentación que lo había estado atormentando desde la última noche que estuvieron en los Hamptons. Deseaba besarla, sin pensar en nada más que en lo que sentía. Se dejó llevar por su deseo, la rodeó con su brazo y la pegó a su pecho. Disfrutó de la sensación de tener su cuerpo pegado al suyo. El anhelo por besarla era demasiado fuerte para resistirlo. No le importaba que estuvieran en un parque público, que hubiera paparazzi alrededor. En ese instante, lo único que le importaba era Alana. Pero una vez más, el imbécil de Bryan interrumpió el momento y ella aprovechó la oportunidad para huir nuevamente de él.

Dylan llegó a su residencia. El portero lo estaba esperando como todas las noches para indicarle que una espectacular mujer lo estaba solicitando. Él observó a la morena a través del espejo del portal. Se llamaba Diana, exuberante, preciosa, era sexo seguro y sin complicaciones.

— Despáchala, hoy no estoy de humor — dijo en tono serio.

Paolo, el portero, se quedó mirándolo de forma extraña.

— Como usted diga — respondió el hombre con recelo.

Una vez ya acostado en su cama, solo, Dylan meditó. Era la primera vez en mucho tiempo que pasaba una noche sin una mujer a su lado. Una sensación extraña se había alojado en su pecho: rabia, ira, demasiada ira. Tenía unas ganas enormes nuevamente de partirle la cara a Bryan Duboin. Además de eso, estaba perdiendo la cordura porque últimamente en su mente solo había una imagen y un solo nombre de mujer en su vida: Alana.

— ¿Qué coño me está ocurriendo? — se preguntó enojado.

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