Capítulo 9
La sala de cine no resultó ser tan pequeña como se había imaginado. Con capacidad para diez personas, las butacas se distribuían de a pares para brindar a los huéspedes que desearan disfrutar de una buena película un ambiente íntimo y acogedor. Al parecer, a los primos no les gustaba escatimar en gastos ya que tenía lo último en tecnología y eso le gustó.
Era plenamente consciente de la presencia de Lucila a su lado. Siempre que estaba con ella experimentaba una violenta corriente eléctrica que recorría su columna y hacía que toda su atención se enfocara en la chica. Y, al parecer, la sensación aumentaba cuando se encontraban solos. Podía sentirla en su piel, en cada fibra de su cuerpo, y sabía que una vez más iba a tener que poner a prueba su autocontrol y disciplina.
Lucila estaba teniendo problemas con los controles. Las veces que había estado allí antes no fue ella quien se ocupó de poner todo en marcha, por lo que no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Lucas debió advertir lo que sucedía, ya que se acercó de inmediato a ayudarla. En pocos segundos, las luces disminuyeron y la pantalla se iluminó. Los paneles acústicos se encargarían de que el sonido no se extendiera por fuera de la habitación. Solo faltaba elegir la película que desearan ver y listo.
—¿Alguna preferencia? —preguntó él mientras examinaba el vasto menú de títulos disponibles.
—La que vos quieras estará bien para mí.
Al oírla, alzó sus ojos verdes para posarlos en los de ella.
—¿Puedo poner una de zombies entonces? —presionó con una sonrisa, la diversión tiñendo su voz. Ella arrugó la nariz en respuesta provocando que se carcajeara—. Mejor no. No quisiera que tuvieses pesadillas después y no poder estar ahí para consolarte.
Lucila tragó con dificultad ante la imagen que apareció de pronto en su mente. Ambos en la cama, desnudos y sudados, con las piernas enredadas y gimiendo de placer. Un delicioso hormigueo recorrió su zona más sensible ante el deseo que ese pensamiento despertó en ella y se apresuró a apartar la vista en un intento por no delatarse a sí misma. Algo similar le había sucedido más temprano cuando, de camino allí, apoyó una mano en su espalda. Su calor había traspasado la tela de la blusa aumentando aún más la necesidad de sentir sus caricias en todo su cuerpo.
Lucas advirtió el efecto que su comentario causó en ella. Sin duda, acababa de imaginarlos juntos, del mismo modo que él lo había hecho cuando las palabras salieron de su boca. No obstante, también podía ver lo mucho que se esforzaba por no demostrarlo y, peor aún, cómo, de inmediato, volvía a alzar una barrera entre ellos, alejándolo. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué peleaba contra lo que sentía? ¿Por qué no se rendía a lo que ambos sabían que sería absolutamente hermoso?
Estaba seguro de que había disfrutado en su anterior encuentro; se encargó de que así fuera. ¿Por qué entonces seguía resistiéndose? ¿Por qué lo rechazaba y alejaba? Era consciente de lo mucho que había sufrido en el pasado por el imbécil que estaba a su lado cuando la conoció. No solo no la había valorado, sino que la hizo sentir no deseada. Pero él era diferente. No había nada en ella que no le gustara. Desde su belleza y dulzura hasta su inteligencia y lealtad. Era la mujer más cálida y sensual que conoció alguna vez y sería un idiota si no fuese capaz de verlo.
Se tensó nada más pensar en que lo creyera capaz de algo así, en que considerara siquiera que él pudiese lastimarla o usarla de alguna manera, y no pudo evitar ponerse serio al instante. Era raro que su humor se viera afectado de ese modo, sin embargo, ya no podía seguir con el juego. Luego de la tarde que compartieron en la playa, de sentir la forma en la que se deshacía bajo su tacto mientras le aplicaba el protector solar con sus manos, que actuara como si no pasara nada entre ellos le molestó.
Sabía que la atracción que sentía hacia él era igual de intensa que la suya, de eso no tenía la menor duda, pero la distancia que se empeñaba en poner entre ellos, lo confundía. Él jamás haría nada que pudiese dañarla de algún modo, nunca desestimaría cualquier preocupación que pudiese tener y, bajo ningún punto de vista, la daría por sentado. Por el contrario, deseaba cuidarla y hacerla feliz, y si ella no era capaz de darse cuenta de eso, tal vez entonces se había equivocado al ir allí.
Frustrado por el sombrío curso que tomaron sus pensamientos, regresó la vista hacia a la lista de películas que tenía frente a él. Eligió una al azar. No le importaba lo que viesen, siempre y cuando esta lo ayudase a distraerlo de aquellas oscuras ideas que comenzaban a atormentarlo. Siempre había sido un hombre paciente, tranquilo y, por sobre todas las cosas, alegre, aunque todo tenía un límite y podía sentir lo cerca que estaba de alcanzarlo.
Lucila percibió el momento exacto en el que la expresión en el rostro de Lucas se ensombrecía. Cerró los ojos con fuerza al verlo alejarse en silencio en dirección a las butacas de la primera fila. Tenía que poner en orden sus pensamientos y debía hacerlo pronto o terminaría provocando lo que tanto temía, que él se marchase. "¡Se va a ir de todos modos!", pensó a la vez que apretó los puños. Él vivía en Misiones, su vida se encontraba allí, así como su familia y su trabajo. Y ella no solo volvería a quedarse sola cuando eso sucediera, sino que su corazón se rompería en mil pedazos. Era cuestión de tiempo para que se enamorase de él —suponiendo que no lo estaba ya—.
Sin decir nada, lo siguió y se sentó a su lado. Él no se movió. Sus ojos se encontraban fijos en la pantalla, concentrados en la película, y tanto su rostro como su cuerpo estaban en evidente tensión. Se frotó las manos en un gesto nervioso. Sabía que tenía razones para estar molesto. Sus señales eran por completo contradictorias. Cuando estaban juntos, no dejaba de jugar y coquetear con él, traicionada por las viscerales reacciones de su cuerpo ante la intensa atracción que experimentaba, pero entonces, su mente tomaba el control y volvía a poner distancia. Exhaló despacio. Tenía que encontrar el modo de aclarar su mente antes de que fuese demasiado tarde.
Lucas podía sentir la inquietud que la embargaba y todo su ser lo instó a tranquilizarla. No obstante, no podía. Estaba llegando a su límite y no quería decir o hacer algo equivocado que arruinase lo que fuese que pasaba entre ellos. Al fin y al cabo, había sido él quien le dijo que no pasaría nada más hasta que supiese que no habría arrepentimientos. Lo que no había considerado en ese entonces fue lo difícil que le resultaría la espera. Con cada hora, minuto o segundo que pasaban juntos más intensas se volvían sus ansias por ella.
Intentó enfocar su atención en la película, pero esta no ayudaba. Era lenta, aburrida, con poco o nulo suspenso y actuaciones mediocres. Si no fuese porque estaba en inglés, hubiera pensado que era argentina. Salvo por algunas pocas excepciones, el cine nacional no lo atraía demasiado. Recordó de pronto cómo Julieta lo atosigaba siempre para que aceptara ver ese tipo de cintas con ella, aun sabiendo que no lo disfrutaba. Una vez más, se asombró de lo mucho que había cedido en la relación y llegó a la conclusión que ese noviazgo estuvo destinado al fracaso desde el principio, independientemente de si lo hubiese traicionado o no.
Molesto por el indeseable recuerdo y las negativas emociones que este evocó cuando irrumpió en su mente de la nada, buscó con la mirada a Lucila. Al hacerlo, sintió cómo las sombras de su pasado cedían dando paso a una calidez y dulzura que caldearon de inmediato su alma. Ella era pura luz, tal y como su nombre indicaba. Entonces, lo supo. No importaba si tenía que esperar hasta que ella descifrase lo que sentía. Ni siquiera si no pasaba nada más entre ellos. Le bastaba con tenerla cerca. De alguna forma que no podía explicar, su presencia lo serenaba, lo llenaba de paz.
Lo sentía a miles de kilómetros de distancia y comenzaba a desesperarse. Las manos le picaban por tocarlo y hacerlo regresar de donde fuese que hubiera ido, pero no se animaba. No quería confundirlo más. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado desde que la película empezó, pero le parecían horas. Estaba congelada, aunque no por la baja temperatura que proporcionaba el aire acondicionado. No, su frío se debía más bien a la repentina distancia que, cual intrusa, se había instalado entre ellos. Lo sentía muy lejos, a pesar de estar a su lado.
De pronto, vio que giraba la cabeza para mirarla y, sin ser consciente siquiera, contuvo la respiración. Una vez más, su cuerpo la traicionó haciéndola estremecerse bajo la intensidad de aquellos ojos verdes que la acariciaban con sensualidad y devoción cada vez que se posaban sobre ella. Quería mirarlo, perderse en esa cristalina mirada que tenía el poder de hipnotizarla, pero estaba aterrada. Temía encontrar algo diferente en esta.
Lucas frunció el ceño al notar la inquietud que la embargaba. Tenía los brazos cruzados, sus manos ocultas debajo de sus antebrazos. Toda su postura indicaba tensión e incomodidad y, por un momento, se odió al pensar que él era el causante de su turbación. Sin duda, con su reacción la había empujado lejos despertando en ella la necesidad de aislarse, de protegerse a sí misma. Entonces, la vio temblar y fue incapaz de seguir apartado.
Su mano le quemó la piel y un calor la recorrió entera al sentir que tiraba de ella para acercarla más a él. No se resistió. ¿Cómo podría? Si había anhelado su contacto desde que se sentó a su lado. Se aflojó nada más pegarse a su cuerpo y apoyó la cabeza en su pecho cuando él la rodeó con sus fuertes brazos. Cerró los ojos e inspiró profundo, embriagada por su olor. Toda su inquietud desapareció en segundos y una sensación de completa calma la invadió.
—Estás helada, bonita —lo oyó susurrar contra su frente a la vez que la apretaba con más fuerza.
Contuvo un gemido ante el placer que eso le provocó. Podía sentir su aliento sobre su piel, el calor de su cuerpo contra el suyo y el maravilloso sonido de su corazón latiendo dentro de su pecho. No existía ningún otro sitio en el que deseara estar en ese momento. Ni siquiera sabía cómo sucedió, pero estaba segura de eso. Sus brazos se habían convertido en su refugio, en su lugar seguro y, por primera vez en mucho tiempo, se sintió a salvo, en casa.
Le acarició la espalda con suaves movimientos ascendentes y descendentes para ayudarla a entrar en calor. Le gustaba tenerla entre sus brazos y notar cómo se relajaba con sus caricias. Inclinó la cabeza para mirarla. Tenía los ojos cerrados y la expresión en su rostro era serena, muy diferente a la que le había visto hacía tan solo unos segundos. Posó los labios en su frente y la besó con delicadeza. Luego, inspiró profundo para llenarse del delicioso aroma que ella deprendía y generaba tantas cosas en él.
Lucila abrió los ojos al sentir el roce de su boca y alzó un poco la cabeza hacia arriba. Él no se movió y supo que le estaba dando una vez más la opción de elegir. Observó sus labios, anhelante, deseosa por volver a probarlos, incapaz ya de seguir refrenando el ardiente deseo que la ahogaba. Necesitaba besarlo. Adentrarse en lo profundo de su boca, sentir su lengua contra la suya y perderse por completo en su delicioso elixir. Amó la forma en la que permaneció inmóvil a la espera de que ella diera el paso. Amó que se contuviera pese a lo mucho que eso le costaba. Amó el fuego que destellaba en su mirada.
Él contuvo la respiración al verla fijar los ojos en su boca. Podía sentir la caricia de estos y, cómo poco a poco, iba perdiendo la batalla. Sabía que lo deseaba, podía verlo en sus iris pardos y vidriosos, en sus labios rosados y entreabiertos y en su respiración acelerada. Cada fibra de su ser gritaba por ella, pero no iba a apurarla, así se estuviese muriendo por dentro. La quería al cien por ciento, por completo entregada. No solo deseaba su cuerpo, sino también su alma.
Entonces, la sintió acercarse y el calor de su dulce aliento sobre su piel hizo estragos en su determinación. Todos sus músculos se tensaron y su erección palpitó rabiosa dentro de su pantalón. Se inclinó un poco más hasta casi rozar sus labios, persuadiéndola, tentándola.
Ella exhaló, afectada por su cercanía, y ya sin fuerzas, unió las bocas de ambos. Lo recorrió con su lengua despacio, extasiada ante la sublime sensación que se apoderó de ella al sentir su mano deslizándose por su espalda y alcanzar su nuca para luego entrelazar los dedos con suavidad entre sus cabellos. Lo oyó gemir mientras se aferraba a su melena y ahondaba el beso con ardiente pasión. Le siguió el ritmo, enfebrecida, y se lo devolvió con la misma ansia que él manifestaba.
Lucas se recreó en su boca disfrutando de su adictivo sabor. El calor de su lengua danzando contra la suya lo enloqueció y, de pronto, se sintió debilitado por la intensidad de las emociones que ella le provocaba. Sabía que debía detenerse o perdería el poco control que aún conservaba. Si seguía, ya no sería capaz de parar y no era así cómo deseaba que sucediera. Esta vez, quería hacer las cosas bien. Acunando su rostro entre sus manos, la acarició con sus pulgares mientras ralentizaba, poco a poco, el beso hasta ponerle fin.
Lucila intentó regular su respiración. Todavía se encontraba afectada por la magnitud de lo que acababan de experimentar. Había evocado sus besos, una y otra vez, desde que huyó de aquella habitación de hotel. No obstante, ninguna ensoñación se comparaba con la realidad. Jamás se había sentido tan viva, tan deseada, tan mujer... Él hacía que su cuerpo vibrase con sus caricias y sus besos, que su piel ardiese de necesidad. ¿Qué extraño maleficio le había hecho para que no pudiese siquiera respirar sin anhelarlo?
Volvió a besar su frente cuando la sintió recostarse sobre su pecho de nuevo y con ternura, le acarició el cabello, esas suaves y hermosas hebras oscuras que amaba sentir entre sus dedos, ese espeso manto color ébano que ansiaba sujetar mientras se enterraba en su interior, una y otra vez. ¡Dios, ¿acaso no podía pensar en otra cosa?!
Estaba a punto de rendirse y volver a apoderarse de su boca cuando el repentino sonido de la puerta, seguido por un halo de luz proveniente del pasillo, los sobresaltó. La sintió apartarse en el acto para regresar a su asiento, evidentemente asustada de que alguien los viese. Murmuró una maldición al notar que no había forma de que pudiese ocultar su abultada entrepierna.
Aguardaron en silencio durante algunos segundos, aunque nadie entró. Al parecer, quien fuese que los interrumpió se había equivocado de salón.
—Me siento como un adolescente de nuevo —gruñó, en clara alusión a la situación dentro de sus pantalones.
Ella se llevó una mano a la boca conteniendo la risa.
—¿Lo siento? —dijo con picardía.
Él arqueó una ceja, divertido.
—No lo sentís para nada, pequeña traviesa —la acusó con tono juguetón.
Le fascinó el sonido de su risa. Esta hacía cosas en su cuerpo que no ayudaban en absoluto con el estado en el que se encontraba. Tenía que buscar la forma de centrarse en otra cosa o no sería capaz de mantener sus manos lejos de ella por mucho más tiempo. Podía ver el remanente deseo en sus ojos, similar al que estaba seguro de que ella podría apreciar en los suyos; sin embargo, no quería que su decisión fuera impulsada por el miedo a que él se marchase.
—Creo que es mejor que lo dejemos acá por esta noche —le dijo a la vez que le acarició el rostro con ternura. Notó al instante la alarma en sus ojos, confirmándole que sus conjeturas no estaban erradas—. No voy a irme a ningún lado, bonita, pero no voy a hacer nada hasta que no sienta que estás lista.
La instó a mirarlo cuando la vio asentir apenada y, deslizando una mano hacia su cuello, la acercó a él para volver a besarla.
No iba a mentir, se moría por volver a tenerla desnuda en sus brazos esa noche y hacerle el amor hasta sentirla desarmarse en medio de un delicioso orgasmo. No obstante, no quería solo eso. También deseaba que estuviese a su lado en la mañana, que fuese lo primero que sus ojos vieran al despertar.
Lo asombró que ese pensamiento no lo sorprendiera y sonrió internamente ante la ironía. No sabía cómo había pasado, pero de alguna forma, Lucila se había colado en su corazón y no parecía tener intención alguna de marcharse. Lo hacía desear más, mucho más. Lo hacía querer seguir adelante a pesar de lo que había sufrido por la peor traición que un hombre puede padecer. Lo instaba a superar sus miedos y sortear las barreras que ambos habían alzado para protegerse. Lo desafiaba a volver a arriesgarlo todo en una osada apuesta de amor.
Lucas pasó casi toda la mañana en la habitación. Desde la noche anterior no dejaba de darle vueltas en la cabeza la forma en la que aquel guardaespaldas lo había mirado cuando se marcharon del restaurante. No pudo preguntarle a ella si se trataba del tarado con problemas de comprensión que había mencionado la noche en la que llegó al hotel, pero algo le decía que sí y no iba a ignorar su intuición. Jamás lo había hecho, no empezaría en ese momento.
Tras ducharse, después de haber salido a correr por la playa, cargó el termo con el agua caliente que había pedido antes de subir y se preparó su tan amado mate. Revisó con celeridad las noticias en su celular y luego, buscó el contacto de su compañero. Le pediría que investigara a ese guardia, que indagara en sus antecedentes. Tal vez estaba siendo exagerado, quizás solo era él luchando con esa nueva y molesta emoción que no dejaba de experimentar desde que ella llegó a su vida: los celos. Sin embargo, no se quedaría tranquilo hasta saber quién carajo era ese tipo.
La conversación con Pablo no duró demasiado. Este se encontraba en medio de algo y no quiso quitarle demasiado tiempo. Además, deseaba ir a buscar a Lucila. Por la hora, suponía que ya habría almorzado y él acababa de terminar un desayuno tardío, por lo que, aprovechando que estaba nublado y fresco, la invitaría a recorrer el pequeño bosque donde se encontraba la casa del fundador de la ciudad. Tal vez después la llevaría a algún parador donde pudiesen compartir una rica merienda juntos contemplando el mar.
Tras despedirse de su compañero, luego de que este prometiera llamarlo en cuanto tuviese alguna información, terminó de vestirse y salió de la habitación. Estaba ansioso por verla. En su mente no dejaba de recrear una y otra vez el apasionado y sensual beso que ella le había dado la noche anterior. Todavía podía saborearla en su lengua, sentir la calidez de sus labios sobre los suyos y el delicioso aroma de su piel y su cabello contra su nariz.
Negó con la cabeza al notar cómo su cuerpo comenzaba a tomar vida y se apresuró a pensar en otra cosa antes de que le resultara imposible ocultar el efecto que tenía en él. Nunca una mujer lo había hecho perder el control de sí mismo, pero con ella estuvo a punto de hacerlo dos veces en un día. Primero en la playa cuando el deseo de tomarla lo desbordó a tal punto que debió arrojarse al agua helada para evitar cometer una locura, y después, en la sala de cine. Menos mal que los interrumpieron o no habría podido contenerse.
Estaba por dirigirse a su departamento cuando la vio salir de la cocina junto a José. Ambos reían sobre algo cuando sus miradas se encontraron. Advirtió cómo la sonrisa de ella se ampliaba al reconocerlo y una corriente eléctrica lo recorrió entero activando cada nervio en su cuerpo, quemando su piel en su necesidad de tocarla. Su primo, por el contrario, se tensó y su expresión cambió al instante. Todo rastro de diversión desapareció de su rostro y con evidente aprensión, se apresuró a alejarse de Lucila.
—No entiendo qué le pasa. Él no es así —le dijo apenada, incluso, molesta—. Pero ya es suficiente. No voy a dejar que siga tratándote de ese modo —concluyó, dispuesta a seguir al muchacho.
Lucas la sujetó de la mano antes de que diera un paso siquiera. Le había encantado su reacción, la indignación que sufrió en su nombre, y solo por eso, deseaba abrazarla y estrecharla contra su pecho. Sin embargo, no quería que discutiese con su primo por su culpa. Ya se encargaría de arreglar cuentas con él. Por el momento, lo único que deseaba era estar con ella.
—No te preocupes por mí, bonita. Puedo soportarlo —le dijo a la vez que le apartaba un mechón de cabello para colocarlo detrás de su oreja.
Sonrió al ver que, por un segundo, cerraba los ojos y se inclinaba hacia su contacto. No obstante, volvió a abrirlos de inmediato y mirando alrededor, retrocedió, como si temiese que alguien presenciara aquel intercambio.
—Si bueno, yo no —agregó, aún afectada por la actitud de su primo—. Le estaba dando tiempo a que él mismo me contara lo que le pasa, pero pasan los días y nada. Encima parece que empeorara cuando nos ve juntos. ¡No lo entiendo!
—Lucila —susurró a la vez que le acarició el dorso de la mano con su pulgar procurando calmarla—. Entiendo que te afecte verlo mal, pero no quiero que discutas con él por mí. A la única que me interesa caerle bien es a vos.
Ella enmudeció al oírlo. Sus ojos estaban clavados en los de él, sus labios entreabiertos, invitándolo, seduciéndolo. Lucas notó que su tacto la calmaba y su respiración se alteraba, producto de su cercanía.
¿Cómo era posible que una simple caricia le provocara tanto? Al igual que cuando lo vio salir de la cocina, su corazón comenzó a latir con fuerza. Había estado inquieta toda la mañana y, por un momento, casi cedió al impulso de ir a buscarlo, pero no sabía si aún dormía y no quiso interrumpir su descanso. Ahora que por fin lo tenía delante de ella, se sentía más tranquila. Su sola presencia la serenaba.
—¿Dormiste bien? —preguntó en un intento por desviar el tópico de la conversación.
Él sonrió y sus piernas amenazaron con dejar de sostenerla.
—Podría haberlo hecho mejor, pero no pierdo las esperanzas —respondió con picardía.
Sintió el calor en sus mejillas y supo que se había ruborizado. Sin embargo, no iba a permitir que él la intimidara.
—Cuento con eso —replicó y dejó caer los párpados en un gesto sumamente seductor.
Él se carcajeó, reconociendo el empate.
—¿Querés ir a pasear hoy? Pensé que podríamos recorrer el bosque del que hablamos ayer.
Esta vez fue el turno de ella de sonreír y Lucas se deleitó con lo que ese gesto causó en él.
—Sí, por supuesto que sí.
Complacido con su respuesta, entrelazó los dedos con los de ella y la llevó hacia la salida.
La reserva del Pinar del Norte resultó ser encantadora. El aire fresco y puro, el cautivador canto de las aves y los hermosos y variados árboles que los rodeaba los colmó de una completa y absoluta calma. Caminaron durante horas recorriendo increíbles y serpenteantes senderos que conducían a la playa para luego volver a adentrarse en el bosque.
Si bien la casa del fundador se encontraba cerrada, las paredes tenían carteles con información sobre su vida y los orígenes de la construcción, por lo que leyeron la historia mientras rodeaban la propiedad. A continuación, siguieron por un angosto camino ascendente hacia lo alto del médano que separaba el bosque de la playa y se detuvieron a contemplar la vista.
El viento agitaba el cabello de Lucila volviéndolo salvaje, indomable. Lucas fue incapaz de apartar los ojos de ella. ¡Era preciosa! Maravillado, se apresuró a sacar el celular de su bolsillo para tomarle una fotografía. Sin duda, esa imagen sería lo último que vería antes de irse a dormir y lo primero que miraría al despertar.
Guardó de nuevo su teléfono y alzó la vista justo en el momento en que ella giraba hacia él. Un mechón de su pelo le cubría el rostro acariciando su piel y sus labios. Entonces, fue incapaz de seguir reprimiéndose. Salvando la distancia que los separaba en dos zancadas, acunó su rostro entre sus manos y cubrió su boca con la suya. Gimió cuando su lengua encontró la de ella, igual de dispuesta, de hambrienta que la de él, y profundizó el beso devorándola con ansia, con fervor.
Lucila lo dejó hacer, permitiéndole adueñarse por completo de su boca. Le devolvió el beso con la misma pasión que él demostraba y, colgándose de su cuello, se apretó contra su pecho. Lo sintió recorrer su espalda con una mano y ejercer presión al llegar a su cintura, acercándola aún más. Jadeó al sentir su dureza contra su cuerpo y supo que era cuestión de tiempo para que ya no pudiese resistírsele.
Enardecida por su placer, le mordió con suavidad el labio inferior y tiró de este a la vez que se frotó contra su miembro. Lucas interrumpió el beso de inmediato.
—Dios, Luci —gruñó con voz ronca.
Aferrado aún a sus caderas y con los ojos cerrados, mantuvo la frente apoyada sobre la suya mientras intentaba recuperar el aliento. Necesitaba calmarse o perdería por completo el control. Se sentía al límite, al borde del abismo. Lo único en lo que podía pensar en ese momento era en arrastrarla de nuevo al bosque, aprisionarla contra un árbol y enterrarse en lo más profundo de ella. No obstante, no podía hacerlo. Debía aquietar su instinto animal y dejar que su cerebro volviese a tomar el mando.
Lucila sintió una descarga en su centro al oírlo usar el diminutivo de su nombre por primera vez. Podía notar lo mucho que le costaba controlarse y se arrepintió de haberse dejado llevar de ese modo. Quería disculparse, distraerlo para ayudarlo, pero estaba tan excitada, tan ida por las deliciosas sensaciones que él le provocaba, que apenas podía hilar sus pensamientos. Ese hombre la embriagaba, aturdía sus sentidos y despertaba en ella la lujuria, haciéndola comportarse como una hembra en celo.
Abriendo los ojos, se apartó con esfuerzo. Lo mataba ver en ellos el mismo deseo que él sentía y supo que no había chance alguna de que pudiese controlarse si algo así volvía a pasar —y estaba seguro de que sucedería de nuevo—. Hasta tanto ella no tomara una decisión, debía asegurarse de guardar cierta distancia. Era consciente de que le había dicho que estaba dispuesto a esperar, pero lo cierto era que no se sentía tan seguro de ser capaz de hacerlo.
—Vayamos a merendar, bonita —le dijo mientras le acarició la mejilla con ternura.
Ella asintió, incapaz de emitir palabra. Todavía la asombraba la intensidad con la que respondía a sus besos, a sus caricias, a sus palabras. Lucas era distinto a cualquier hombre con el que hubiese estado antes. Podía notar lo mucho que la deseaba, aunque también que no era solo eso lo que buscaba.
Con él todo era diferente. Se sentía especial. Se sentía correcto.
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¡Espero que les haya gustado!
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